La historia de Karina es una repetición de otras tantas de
personas en prostitución. Digo “tantas” por no decir “todas”.
Vale la pena detenernos en el siguiente párrafo:
“…fui explotada desde
los 12 y soy trabajadora desde los 18. Siempre viene de antes. No es que
cumplís 18 y te preguntás: ¿qué voy a ser: princesa o prostituta?....Tengo
compañeras que comenzaron en su niñez.”
Repito: “comenzaron en
su niñez” Este es el discurso del amo, del proxeneta, del “cliente” porque
una niña de 12 años o aún menos, no se prostituye, es prostituida. Son siempre
otros, adultos, los que las seducen, las empujan o las obligan a ese camino y
luego se autojustifican y lapidan a la niña diciendo: nació putita, le gusta,
no quiere trabajar, es fácil.
Es la historia de los vulnerados, de los sin derechos, de
quienes no tienen acceso a la educación, a la salud, a la comida.
¿Cuál es la posibilidad de elección?
Se podrá decir que a los 18 ya se tienen otras herramientas,
que se abre otro mundo. En teoría podría ser así, pero no hay que olvidar que
al llegar a los 18 esa persona fue penetrada por cientos de hombres, que se
abusó de su cuerpo de las maneras imaginables y de otras, que fue manoseada y
humillada miles de veces y que seguramente nunca nadie le dijo que podía ser
otra cosa ni fue capacitada para serlo, entonces, llegar a los 18 es una
ilusión.
El reglamentarismo o regulacionismo deja de lado todo esto,
cree que mágicamente cuando se cumple la mayoría de edad y se cuelga el
cartelito de “trabajadora sexual” todo el daño desaparece. Crea la ficción de
la libre elección para tranquilizar las conciencias de la sociedad
permitiéndoles dormir tranquilas: la prostitución es una cuestión personal y lo
hacen porque quieren.
El reglamentarismo dice que reconociendo la prostitución
como trabajo, las personas acceden a los beneficios y a la protección del
régimen laboral. Bien sabemos por la experiencia en los países reglamentaristas
y que es corroborada por los dichos de Karina, pues en Uruguay la prostitución
esta reglamentada, que no es así, por el contrario, los proxenetas-tratantes al
ser reconocidos como empresarios tienen más posibilidades, menos límites y por
eso aumentan, no disminuyen, los males. Karina dice: “no podés permitir situaciones de esclavitud, y no denunciarlas. No
podés permitir que se lleven a personas en jaulas de ganado de una parte a otra
del país….”
El testimonio de Karina pesa por sí mismo, aunque se define
como “trabajadora sexual” y es legalmente reconocida como tal, su historia es
la misma que la de cualquier otra mujer o niña en prostitución.
Karina Nuñez
"El Estado es nuestro peor
proxeneta"
Publicado: 16/09/2016
"El Estado es nuestro peor proxeneta"MARÍA JOSÉ
MALLOT
Karina Núñez: "Hay que salir al interior a escuchar las
historias desgarradoras".
A los 12 años cambió sexo por un yogurt. Desde entonces
Karina Núñez es trabajadora sexual y una activista solidaria sin proponérselo.
Por Magdalena Herrera
No la dejan entrar en las whiskerías porque denunció
explotación, tráfico y abuso en esos recintos del Uruguay profundo. Karina
Núñez (52 años) dice que al Estado lo único que le preocupa es que ella y sus
compañeras no transmitan enfermedades a los consumidores de sexo. Que los
gobernantes deberían salir de sus "empolvados escritorios" y
embarrarse los pies para ver la situación en los quilombos del interior del
país.
-¿Cómo era tu familia?
-Yo nací en Fray Bentos y soy hija biológica de una
trabajadora sexual y un proxeneta. Mi abuela fue explotada sexualmente, mi
madre también y luego vine yo. Por suerte logré que con mis hermanas e hijos se
cortara una cadena donde la dignidad era una palabra inalcanzable. Fui educada
por un referente local muy fuerte que sembró en mí esa semilla de la dignidad.
-¿Desde qué edad sos trabajadora sexual?
-En realidad fui explotada desde los 12 y soy trabajadora
desde los 18. Siempre viene de antes. No es que cumplís 18 y te preguntás: ¿qué
voy a ser: princesa o prostituta? No, lleva un proceso mucho más largo. Tengo
compañeras que comenzaron en su niñez.
“ Cuando tenés las tripas pegadas en el espinazo no pensás ”
-También comenzaste en la niñez. ¿Eras consciente?
-No, pero no fue traumático en el momento sino después,
cuando me enteré que lo que me había pasado no debería haber sucedido. A los 12
años era comer algo con mis hermanas o no comer.
-¿Lo hiciste por dinero para comer?
-La primera vez fue por un yogurt. Por cinco pesos para
comprar un yogurt. Ni lo pensé. Cuando tenés las tripas pegadas en el espinazo
no pensás. Nadie que tenga la panza vacía puede decir que decide algo.
-Después de los 18, ¿te cuestionaste sobre hacer otro
trabajo?
-No. Ahí era sobrevivir y criar a mis cuatro hermanas
mujeres. Me dicen mama. Mi madre pasaba un proceso bastante complicado de
consumo de alcohol y no podía hacerlo.
-Sos una persona muy fuerte.
-Somos muchas. Yo siempre le digo a la gente: si ustedes
salieran al interior profundo y pudieran conversar con cada una de las
trabajadoras se enterarían de terribles historias de resignación, de luchas
internas y externas, de resiliencia.
“ Tengo compañeras que con 7 u 8 años fueron violadas y
abusadas por sus hermanos y después vendidas ”
Yo tuve el bonus que me enseñaron sobre lo que era la
dignidad, a no agachar la cabeza y luchar por lo que pienso. Pero muchas de mis
compañeras tienen el virus de la autodiscriminación en sus huesos y eso no les
permite salir de los lugares que les dan seguridad, que son donde más sumidas
están.
Si la institucionalidad se tomara la molestia de salir de
sus empolvados escritorios, tocar tierra y cruzarse con esas realidades, verían
que lo mío es una papa comparado con otras historias.
-¿Te parece una papa?
-Comparado con otras vidas sí. Tengo compañeras que con 7 u
8 años fueron violadas y abusadas por sus hermanos y después vendidas por sus
propios padres o hermanos. Fueron obligadas a parir hijos y venderlos o
comerciarlos frente a sus ojos. Parece de película mexicana pero pasa en
Uruguay.
Esas compañeras han sobrevivido a eso. Ojo, sus saludes
mentales no están bien. Pero como para Uruguay lo único que importa es que no
tengas bacterias que infecten a ningún consumidor de sexo, lo que pase por el
resto del cuerpo de la trabajadora es incumbencia de ella. Y no del Estado que
debe garantizar los derechos a todos sus pobladores.
El gobierno se ocupa de la parte epidemiológica pero no del ser
humano integral que está en ejercicio de la prostitución. Al Estado solo le
interesa que las trabajadoras sexuales no transmitamos cosas.
El tráfico interno es algo que no está visualizado por la
sociedad. Lo toman como algo común que
se consiga un noviecito y la lleve de paseo a Punta del Este.
-En los últimos gobiernos, se han instalado comisiones y el
tema está sobre la mesa. ¿No has notado cambios?
-No ha cambiado mucho. He visto discursos más humanizados
pero solo discursos. O discursos que en la práctica llegan hasta el Santa
Lucía. Hacia afuera, que es donde trabajo, no se ven cambios. He visto crear
comisiones, institutos, ministros hablar, pero las trabajadoras sexuales
seguimos siendo una cosa que pulula dentro del caldo de cultivo de las
vulnerabilidades del Estado, que es el mayor proxeneta que tenemos.
-No entiendo, ¿por qué?
-Si el Estado no te dignifica, te vulnera. Como ciudadanas
somos vulneradas. Nosotros pagamos la luz, el agua, cada cosa que consumimos.
Nosotros estamos nutriendo al Estado más allá que no nos reconozca.
-En este momento, ¿estás trabajando?
-Sí. Trabajo en calle porque me han echado de todas las
whiskerías.
-¿Por qué?
-Por las denuncias que he hecho sobre explotación y abuso a
compañeras. Si tenés un poquitito de amor el prójimo no podés permitir
situaciones de esclavitud, y no denunciarlas. No podés permitir que se lleven a
personas en jaulas de ganado de una parte a otra del país y no denunciarlo. No
podés. Logré que más de 70 personas fueran procesadas vinculadas a las
whiskerías, a redes, por explotación, violencia, tráfico, venta de droga.
“ El único proxeneta que tuve fue mi madre y me libró de
todo el resto ”
-Decidiste transformarte en una activista.
-No, lo mío fue al revés. Me enteré que era activista cuando
vine a Montevideo con una compañera con sida y estuve muchos días con ella en
el Maciel, hasta que murió. Allí se acercaron desde diferentes asociaciones de
trabajadoras sexuales, meretrices y trans.
Antes lo hacía porque me salía así. Siempre iba con mis
compañeras a protestar si no eran bien atendidas, a hacer denuncias o a
sacarlas de la comisaría. Me pasaba jodiendo al sistema. Para mí era
solidaridad, y joder al sistema. Después me enteré que era militancia.
-Has logrado mejorar la situación de muchas compañeras.
¿Cómo te acercás y lo conversás con ellas?
-Mucha gente me ayudó a capacitarme primero en el tema sida
ya que vi morir a muchas compañeras y luego en otras áreas.
Primero hay que estudiar a la persona. Si está muy inmersa,
no podés, porque te manda al frente y te hace matar a palos por el marido. Si
ves que está tocando fondo, ahí se puede conversar algo. Pero como tiene tan
dañada la confianza en el otro es difícil.
Con las que más conversás son con las mayores de 40 años y mayoritariamente
se acercan porque están celosas de las mujeres nuevas de su fiolo. Conversan
contigo por celos pero no porque se visibilicen como víctimas. Ahí le vas
entrando.
Pero tengo compañeras que se han muerto sufriendo porque su
proxeneta las cambió por otra. Y ese hombre les había quebrado todos los
huesos. Las había hecho trabajar toda la vida, abortar, y ellas hasta el día de
su muerte enamoradísimas. Muy en el fondo las trabajadoras sexuales todavía
piensan que existe el príncipe azul y que esa persona que les está haciendo
tanto mal es ese príncipe. Sueñan que lo van a poder transformar solo con su
amor.
-¿Tuviste proxeneta?
-No, yo el único proxeneta que tuve fue mi madre y me libró
de todo el resto. Por lo que vi después, mejor que fuera mamá y no otro.
“ La caja de herramientas con la que largaron a mi mamá a la
vida fue una vagina destrozada ”
-¿Cómo es la relación con tu madre?
-Mi mamá es mi mamá y la quiero. Me dio la vida. Me costó
muchísimo tiempo darme cuenta que no soy quien tiene la potestad de juzgarla.
Ella hizo lo que pudo, lo que le enseñaron a hacer. La caja de herramientas con
la que largaron a mi mamá a la vida fue una vagina destrozada. Más nada. Desde
esa vagina destrozada llegué yo. Por eso mi libro se llama “El ser detrás de
una vagina productiva”.
-Vive contigo, ¿la mantenés?
-Y ella me mantiene a mi. Me mantiene vivo el recuerdo de lo
que no quiero ser cuando llegue a vieja.
-¿Cómo fue tu relación con tus hijos?
-Fue bastante complicada porque fueron hijos del trabajo
sexual. Pero son lo mejor que me pasó en la vida. Si no hubiese tenido hijos
habría caído en manos de alguna red. Una cosa que no hacen los tratantes es
llevarse madres. Solo agarran a aquellas con la que ellos mismos tienen hijos.
Porque después de que las mujeres entran en la red y se hacen resistentes a las
palizas, la única forma que tienen para opacar su rebeldía es apropiándose de
los hijos. Es la manera de mantenerlas.
Ahora mis hijos están grandes, están criados. Igual de todas
formas, debí alejarme de ellos para que no tuvieran que pelear por mi. Porque
la sociedad, aunque te consume no te perdona. Y te cobra con las cosas más
dolorosas que son tus entornos.
Si bien no te dicen puta de frente, porque de noche te dicen
mi amor, sí lo comentan con otros. Y esos otros son los que terminan dañando a
tu entorno.
“ El único factor liberador es la educación ”
-¿Cómo te alejaste de tus hijos?
-No trabajo en la ciudad donde vivo y eso me lleva a estar
alejada mucho tiempo, a veces 15 días, un mes o más. Pero una de las cosas que
me enseñó la recorrida por el país y un trabajo que hice entre 2009 y 2011 con
313 trabajadoras sexuales es que más del 70% de aquellas que no tenían estudios
parían trabajadoras sexuales y proxenetas, y ejercían el trabajo hasta los
últimos días de su vida. Sin embargo las mujeres que habían tenido algún grado
de estudio, sus hijos o hijas no tenían nexo y su trabajo era acotado a 10 o 15
años. No morían changando. El único factor liberador era la educación.
Nosotras somos nómades, como gitanas. Si te vas de un pueblo
y te llevás a tus hijos, pasan contigo todo el día en la whiskería y se mezclan
en tu círculo. Entonces, pensando que sos buena madre porque los pariste y no
los dejás tirados, no te das cuenta que los estás naturalizando en ese entorno.
Es muy normal que se diga ‘mirá está todo el día changando y deja a los hijos
tirados’. Para que no digan eso, te los llevás contigo. Y es al revés.
Cargamos con ese estigma. Te puedo dar fe que he hecho mil
cosas y en mi pueblo no dejan de verme más que como una prostituta. Tuve que
darme cuenta que lo importante es como me veo yo y mi entorno.
En la escuela, me tocó defender a trompadas a mi madre que
para todos era la puta del barrio. Pero para mí era mi mamá. Y que veía la
maestra: la hija de una prostituta peleando con el hijo de un decente que lo
único que hizo fue decir la verdad. Entonces, ¿que pasaba? El círculo de la
escuela se cerraba, tenías malas notas y abandonabas a los 11 o 12 años. El
sistema educativo era el primero que te echaba por ser hija de.
-¿Hoy sucede eso?
-Sí, más solapado pero sucede. Te discrimina más la maestra
que los alumnos. Me pasó con mis hijos. Tuve que cambiarlos de clase para que
no supieran que yo era su madre.
Cuando mi hijo mayor –hoy tienen 25- iba al jardín nunca lo
invitaban a los cumpleaños o paseos. Cuando fue su cumpleaños, un 4 de
diciembre, invitó a todos a una fiestita. No vino ninguno. Cumplía 6 añitos.
Mi madre había ido a la playa y estaba con fiebre. Y
entonces le dije: ‘sabés lo que pasa, tus compañeritos fueron a la playa que
fue la abuela y están todos en cama, mi vida. Por eso no pudieron venir’.
¿Sabes lo que me respondió? ‘Ay mami, y si cortamos torta y les llevamos
pobrecitos’. Como le iba a decir que la culpable era yo.
-¿Cómo es la vida de una trabajadora sexual en el interior?
-Está dada por las edades. La vida de 18 a 25 es una, de 30
a 50 es otra, y de 50 en adelante cambia también. La diferencia está en los
grados de estigmatización. Y cuanto más profundo es el lugar del interior, más
dolorosos son los sistemas de esclavitud que se ven.
“ Pasa en Uruguay. Lo que sucede es que las instituciones no
lo quieren ver ”
-Por ejemplo?
-Tener una persona con 72 años dentro de una whiskería que,
si no entra a trabajar a las 7 de la tarde cuando la patrona abre y no se va
con el último borracho que queda en la barra al otro día, no se le presta plata
para comer. Aunque le hayas atendido clientes toda la noche.
Después están los otros que no te dan de comer pero si de
tomar, entonces te embriagan y sos el muñequito de atracción porque sexo
contigo no tienen porque sos una vieja. Te ven borracha, cayéndote y ellos se
divierten con tu desgracia, mientras la patrona hace plata. Pero al otro día no
te dan ni un mendrugo de pan. Eso para mi es esclavitud.
O aquellas que para ganarse un plato de comida después de
los 60 años, tienen que limpiar todo el lugar a las 9 de la mañana cuando
trabajaron hasta las 7 entreteniendo parroquianos.
Eso se da en los pueblos más chicos. Los mecanismos de
sumisión en los más grandes corren por otro lado: consumo de alguna sustancia,
mecanismo de manipulación psicológica, son más pulidos pero están.
Pasa en Uruguay. Lo que sucede es que las instituciones no
lo quieren ver. Prefieren mil veces dar 5.000 dólares para que se haga
folletería que no la lee nadie que salir de los escritorios y embarrarse las
patas en los pueblos.
“ Antes se captaban por comida. Ahora es por un iPhone, ropa
nueva, paseos ”
Siempre dicen que nos incluyen pero no veo ninguna titulada
conversando con nosotros adentro del quilombo.
-¿Cómo realizás la militancia ahora que no te dejan entrar
en las whiskerías?
-Voy a las policlínicas del interior profundo que es donde
las compañeras pasan.
No es fácil porque han cambiado mucho los mecanismo de
tráfico. Antes se captaban por comida. Ahora es por consumo, por un iPhone,
ropa nueva, paseos. Es mucho más difícil romper esa cadena de consumo que la
del hambre. Se da más que nada entre los 15 y los 17 años.
-¿Con un iPhone se compra una adolescente?
-Con un porro de 50 pesos te las llevas de solapa. El
tráfico interno es algo que no está visualizado por la sociedad. Lo toman como
algo común que se consiga un noviecito y la lleve de paseo a Punta del Este. Y
bueno, que la haga salir con una o dos personas, porque bueno, la llevó a Punta
del Este. Imaginete, la sacó del pueblo.
Fuente
http://ecos.la/UY/13/Sociedad/2016/09/16/7947/el-estado-es-nuestro-peor-proxeneta/