viernes, 15 de mayo de 2020

Así es la vida dentro de un burdel en uno de los países más pobres del mundo


Kajol y un cliente. Ella cree que tiene 17 años, pero no está segura de su edad. Estuvo casada 9 años y tiene un hijo de 6 meses. Su tía la vendió al burdel y apenas dos semanas después de tener a su bebé la obligaron a tener sexo de nuevo (Sandra Hoyn).


Así es la vida dentro de un burdel en uno de los países más pobres del mundo
[TresB]
TresB22 de agosto de 2016

Bangladesh es uno de los países más pobres del mundo. Su población, unos 157 millones de personas, según los datos del Banco Mundial, vive en unas condiciones muy precarias y una parte muy importante de ella (más del 30%) viven por debajo de la línea de la pobreza. Además los sueldos son miserables y las condiciones laborales bordean la esclavitud con jornadas maratonianas que superan holgadamente las 8 horas.


Papia, de 18 años, con dos clientes en el burdel. Sus padres murieron pronto y ella se casó joven. Estuvo en la cárcel por consumo de heroína y allí una mujer la atrajo hasta el prostíbulo (Sandra Hoyn).


Mujeres esperando a clientes a las puertas del burdel (Sandra Hoyn).



Sin embargo, una de las cosas más llamativas es que la prostitución está legalizada completamente, pese a que el país es de mayoría musulmana (más del 90%). La fotógrafa Sandra Hoyn quiso documentar esta realidad y viajó al país cámara en mano.



El burdel de Kandapara es el más antiguo y el segundo más grande. Ha existido durante 200 años. Más de 700 trabajadoras sexuales viven aquí con sus hijos (Sandra Hoyn).

Así es la vida dentro de un burdel en uno de los países más pobres del mundo




Dipa, de 26 años, está llorando. Está embarazada de dos meses de un cliente del burdel (Sandra Hoyn).


Allí visitó el burdel de Kandapara y fotografió a sus residentes. Situado en la ciudad de Tangail, alberga más de 700 trabajadoras sexuales. Hoyn tuvo que ganarse la confianza de las prostitutas y después ya pudo fotografiarlas en un ambiente más íntimo.


Condones usados en el exterior del burdel de Kandapara (Sandra Hoyn).

Dos gemelos de 5 años descansan en la cama. Una trabajadora sexual de 20 años dio a luz. Aún no tienen nombre (Sandra Hoyn).



Confiesa que una de las experiencias más duras fue ver a una chica de 15 años que no quería tener sexo con un cliente. Había llegado con un grupo de cuatro amigos más y todos querían mantener relaciones con la menor. El proyecto se llama ‘The Longing of Others’ (los deseos de otros).


Pakhi, de 15 años, y Mim de 19. Ambas son trabajadoras sexuales en este burdel (Sandra Hoyn).




Un cliente intenta besar a Priya en la mejilla (Sandra Hoyn).




Mim se ducha en el prostíbulo (Sandra Hoyn).




Fuente







Fotografías de esclavitud contemporánea: trata de personas, prostitución infantil y decadencia


19 de enero de 2017
Fotografías de esclavitud contemporánea: trata de personas, prostitución infantil y decadencia            
El Ciudadano







Creemos imposible que la esclavitud y la explotación sexual sean cosas que ocurren aún en nuestros días. En la antigua Roma, los esclavos eran la base de la sociedad y aún así, eran considerados cosas, peores que un animal. Pero ahora, nos decimos, nuestra sociedad avanzada, tecnológica y científica, nunca tendría ese problema. La realidad es otra.

En Europa, América, África y Asia las cosas aún parecen estar en el medioevo. Mujeres, hombres y niños desaparecen sin rastro. Los familiares esperan una señal de vida, una llamada nocturna, una carta ansiada, incluso algún vecino que sepa el destino de aquél que ha desaparecido. Los resultados casi nunca son favorables.


Niña menor de edad que es trabajadora de un bar en Camboya.


El tráfico humano es cosa de todos los días y gracias a esos seres humanos que yacen secuestrados, la sociedad tiene un flujo constante de dinero. Los esclavistas engañan  con falsas promesas de un futuro mejor. Los involucran en planes que parecen una maravilla y después de encerrarlos en bodegas, apilados, deshidratados y casi sin poder moverse, los venden al mejor postor.


Chica vietnamita menor de edad trabajadora de un bar en Camboya.

Uno de los delitos más vergonzosos de la humanidad se convierte en el mejor negocio para hombres y mujeres sumamente poderosos que, a través de mafias y la compra de poder, hacen que circulen cantidades absurdas de dinero que nunca serán para quienes trabajan por él.




Labores forzadas o explotación sexual son los principales motivos para vender humanos. Un negocio criminal internacional que cobra millones de víctimas. Las ganancias ascienden a unos 3 mil millones de dólares por año. Las víctimas no reciben un céntimo. Los más marginados son las presas más fáciles cuando aquellos que los secuestran prometen un futuro mejor.

Chicas en la calle de Pattaya, Bangkok.




No sólo se trata de trabajar gratis. Las golpizas brutales, la constante pelea por un lugar dónde dormir, falta de higiene, de servicios de salud, una condición de vida estable… nada de eso es posible. No existe vida, sólo se trata de existir y sobrevivir.





 Sreyeng de 19 años fue forzada a tener sexo con clientes y sobrevivió a un ataque con cuchillo de su padrote. No tiene ningún contacto con su familia y continúa trabajando como prostituta en la calle mientras vive en unas ruinas en el área de Phnom Penh.


Las que tienen más posibilidades se enfrentan a subastas millonarias para ser esclavas del mejor postor: un hombre gordo, millonario y pervertido que seguramente la recluirá para servicios sexuales. Otras tantas simplemente reciben un vestido de lentejuelas, tacones del número 12 y maquillaje, saben que tendrán que estar despiertas casi 24 horas y muy drogadas para sobrevivir los intensos roces y los golpes que algún desquiciado fetichista le dará.



Sreyeng de 19 años, una chica adicta a las drogas. Fue vendida por su madre cuando tenía 14 años al dueño de un bar.

Otros hombres, destinados a los peores trabajos, esperan un futuro a puerta cerrada. Probablemente sin ver la luz un día más. Su cama estará al lado de su lugar de trabajo, sus esperanzas de sobrevivir sólo aparecerán cuando ocasionalmente puedan descansar del vertiginoso trabajo en serie que los hará colocar etiquetas falsas a prendas suntuosas o simplemente pescar en estanques de sol a sombra.


Niña inmigrante ilegal proveniente de Camboya en la ciudad fronteriza de Poipet. La policía la encontró en Tailandia.

Los niños, secuestrados y casi abandonados a su suerte en medio de la calle, deben valerse de su carisma, ojos grandes y llorosos, poder de convencimiento y habilidades para causar lástima para recibir un centavo más que el niño que yace al lado, cuya función es exactamente la misma: pedir monedas o vender cualquier dulce a los transeúntes.




En Asia, este negocio fructífero y atroz, fue retratado por la fotógrafa Sandra Hoyn, quien se caracteriza por la crudeza de sus fotografías a color. Con cada serie nos cuenta tragedias distintas alrededor del mundo. Vidas que nunca quisiéramos tener pero que, con un grito interior, desearíamos parar.





Con series como la de los burdeles de Bangladesh, llamada “The Longing of the Others”, nos muestra la vida de ésas que no tienen otra opción que saldar sus deudas prostituyéndose hasta enamorar a un candidato que las saque de la miseria. Su serie de niños indios que son recluidos en orfanatos como un negocio cruel o “Los últimos Orangutanes” y “Viviendo con el volcán”, nos hablan de las problemáticas naturales a las que hoy diversas comunidades, tanto humanas como animales, están expuestas en el mundo.

En esta serie llamada “Import-Export”, en referencia a las personas que entran y salen de un país como mercancía, plantea la crisis atroz que se genera con uno de los negocios ilegales más prolíficos del mundo. “En mis travesías por Asia, conocí a muchas personas que vivían en estas circunstancias. Comencé con la primera parte del foto-ensayo en Tailandia y Camboya. Camboya es un lugar donde se envían, reciben y transitan personas que forman parte del tráfico en la subregión de Mekong”.


Pie de una prostituta vietnamita en Camboya.

Estos dos países son ampliamente conocidos por su turismo sexual. De hecho, la ANESDAV (que cuida y protege los derechos humanos y forma severa de violencia de género) asegura que el 22 % de los turistas a Camboya lo hacen por motivos sexuales. Las barreras lingüísticas se convierten en el mejor aliado para los secuestradores, quienes fácilmente las drogan, abusan de ellas y las convierten en la carnada perfecta para todos aquellos que visitan el país.




Pederastas viajan a lugares pobres o envueltos en guerras que lo único que intentan es sobrevivir por lo que, si se considera que las rentas per cápita son de 260 dólares al año y una niña virgen puede venderse en 150 dólares, no es de extrañarse que los menores sean víctimas de sus propias familias que lo único que quieren es un futuro mejor para los otros niños a los que deben mantener.

Quienes están recluidos, muchas veces sólo son forzados a trabajo doméstico pero la mayoría son esclavas sexuales. Aproximadamente un tercio de las mujeres y chicas en la prostitución de Camboya son de Vietnam, las camboyanas en cambio, son vendidas a otros países como Tailandia y Malasia para los mismos propósitos. Nadie conoce a nadie y no tienen cómo huir.

Niña de la calle pidiendo limosna frente al palacio Real, en Phnom Penh.


Fuente
http://www.elciudadano.cl/2017/01/19/352636/1fotografias-de-esclavitud-contemporanea-trata-de-personas-prostitucion-infantil-y-decadencia/






domingo, 10 de mayo de 2020

Mary Luz López, la activista de las mujeres explotadas sexualmente desaparecidas

Testimonio de prostitución

La prostitución NO es trabajo.
En la prostitución no hay consentimiento, esta vida no se desea, no se busca como objetivo, como aquel sueño tenido en la infancia. Si alguien dice que esto empodera, que es fácil, que se gana buen dinero, que es lo que quiere, miente o es enferma/o.
Basta leer esta parte de una historia de vida para que no queden dudas.
Acá la noticia





Mary Luz López, la activista de las mujeres explotadas sexualmente desaparecidas
3 May 2020 -
Colombia en Transición


Fue víctima del conflicto armado: la reclutaron, la violentaron y le desaparecieron a su esposo. Dice que la escritura la ha dignificado y la impulsó a trabajar por sus compañeras "que hoy nadie recuerda". Espera que la justicia transicional esclarezca qué sucedió con ellas.




Mary Luz López, en una de las presentaciones de su libro Alzo mi voz, en la que narra su vida en la prostitución en medio del conflicto armado.Archivo particular


Contarle la vida a una desconocida por celular no estaba dentro de los planes de Mary Luz López. "La pandemia no nos deja otra opción", le digo. Ella, después de un suspiro de resignación, responde: "Hagámosle". Le interesa que la gente conozca su historia. Que en Colombia se sepa cómo la guerra quedó inscrita en el cuerpo de decenas de mujeres que, como ella, vivieron la violencia y esclavitud sexual, la prostitución, el desplazamiento y el reclutamiento. Pero también, para esta escritora, es igual de importante relatar cómo se pasa la página del conflicto y la desigualdad. Y que después esas memorias sean útiles para dignificar a quienes no sobrevivieron, para armar el rompecabezas de la paz, para reclamar una justicia que hoy sigue distante. 

Nació en el municipio de Nariño (Antioquia) y muy pequeña, junto a su mamá, dejó su tierra. Se desplazaron por la violencia intrafamiliar. Su madre se cansó de los golpes de su esposo y arrancó con sus niños hacia la Comuna 8 de Medellín, donde vive hoy. Aunque parecía que ese hecho la alejaría de la violencia de género, fue tan solo el primero de una larga lista.

"Llegamos a una casita de madera que tenía muchos huecos, pero mamá hacía una cosa de maicena con agua y cubría las paredes con el periódico para así aislarnos del frío. Yo era muy chismosa y cuando empecé a leer, practicaba leyendo las paredes de mi casa. No veía la hora de que mi mamá cambiara las paredes improvisadas para leer otras cosas. Ese era el único acceso que tenía a la lectura. Bueno, y las casas de familia donde trabajaba como empleada doméstica, pero no los podía tocar porque eran de los ricos. Para mí, en ese momento, los libros, eran también de ellos". Desde entonces, relata Mary Luz, sentía afinidad por las letras, aunque esa verdad tardaría décadas y algunos dolores en llegar.

La estadía en Medellín duró muy poco. Luego volvió al oriente antioqueño, porque la ciudad era invivible. El mundo criminal era un vecino que sólo era separado por una reja endeble. Pensando que todo sería distinto en aquel campo tranquilo que recordaban, decidieron asentarse en La Florida, una vereda en Carmen de Viboral. Sin embargo, allí los grupos armados merodeaban y el hambre era el amo y señor de las tierras que antes eran prósperas. Una vez más se enfrentaron a la violencia: "Allá me llevó un grupo armado ilegal. Tenía 14 años. Me llevaron en medio de una reunión a la que fue gente, pensando que ellos eran los salvadores", rememora Mary Luz.

Esta mujer rubia, alta y de facciones finas dice que en esa experiencia se sintió "como un inodoro". Un comandante de escuadra y un integrante raso abusaron sexualmente de ella. Les pedía a sus agresores salir de ese lugar para abrazar a su mamá. Uno de ellos le dijo que lo haría, no sin antes aprovecharse varias veces más. Hoy prefiere no nombrar el grupo armado ni los responsables, aunque su caso está siendo investigado. Ha sido una de las pocas mujeres que han denunciado ese agresor y por eso teme de las represalias.

En el grupo armado duró tres meses: "La gente de adentro notó lo que pasaba conmigo. Me dieron $ 5.000. Me dijeron que era difícil ajusticiar a un compañero, así que me sacaron. Y me pidieron que no abriera la boca, porque ellos sabían dónde vivía mi familia". Mary Luz pensó que en el camino le iban a disparar. Sólo supo que estaba a salvo cuando se montó en una tractomula en la vía Medellín-Bogotá. Después de horas y horas de andar, llegó a su casa y su mamá casi se desmaya del susto: "Pensaba que yo estaba muerta. Cuando se dio cuenta que no, fue una alegría enorme".

La alegría duró poco. La comunidad de la vereda le pidió que se fuera, porque otro grupo armado estaba en la zona y sabía que ella "era del otro bando". Una vez más, agarró la ropa que le regalaron y volvió a Medellín, a esa ciudad hostil que ya la había expulsado una vez:  "Llegué a la famosa Comuna 13 con 15 años. Ahí tenía un conocido de la vereda. Él me dio posada en la casa. Luego terminamos juntos. Es el papá de mis hijos. Yo hoy pienso que solté los muñecos de plástico, cogí el fusil y cogí los muñecos de carne, mis niños".

La prostitución en la guerra
El papá de sus hijos era un maltratador. No respondió nunca por ellos y terminó preso por ladrón, así que ella asumió las riendas del hogar a los 20 años. Al principio trabajó en una cafetería, pero la remuneración era baja y sólo la llamaban una vez a la semana. El hambre y el desespero la llevaron a la prostitución. Cuando Mary Luz explica cómo empezó, lo hace de afán, como queriendo salir de un momento incómodo: "Eso fue muy duro. No te das cuenta cuándo estás adentro. Luego lo dejaba y cuando estaba ahogada volvía. Pero en ese primer momento estuve poco hasta que encontré otra cosa limpiando quebradas con el Instituto Mi Río".
Limpiar quebradas le parecía un trabajo digno y bien pago, pero tampoco duró mucho. En esa época— aunque también continúa hoy —la violencia afectaba la Comuna 13 y en medio de una jornada, un grupo de hombres armados encerró a los trabajadores en una cueva: "Eran milicias. Nos quitaron los machetes. Nos amenazaron. Ha sido uno de los momentos más duros que he vivido porque pensé que nos iban a matar. No lo hicieron. Eso sí, nos pidieron que enviáramos un mensaje a los patrones, que terminó devolviéndome a mi muerte, a la prostitución: que no contrataran a nadie de por ahí". Desde ese momento, Luz Mary asegura que "la guerra la subió a los zapatos de tacón".

En la Comuna 13 tuvo que vivir varias operaciones militares que, manifiesta, se hacían con la colaboración de los paramilitares. Señala que la Operación Orión, ocurrida en 2002, fue sólo un pedazo de la historia de terror y dolor que vivieron en esa loma de Medellín: "Recuerdo falsos positivos, niños que asesinaron en un parque y los uniformaron. Recuerdo helicópteros y militares, muchos militares".

Estaba tan cansada de la guerra que se fue a Doradal a seguir trabajando en la prostitución. En ese momento comprendió que la guerra no estaba focalizada, todo el país vivía el mismo infierno y al llegar supo que los paramilitares también tenían poder allí: "Usted no sabe cómo manejaban la prostitución ellos", exhala.

Mary Luz vio y vivió la violencia de los grupos armados contra las mujeres prostituidas. Muchas compañeras fueron desaparecidas, aún desconoce el número exacto. Recuerda afligida a una mujer cercana con quien trabajó y de un día para otro no se supo nada más de ella. Cuando la buscaron, su cuarto estaba revolcado. Años después ella le escribiría el poema "Te busco" y entendería que la guerra se ensañó contra las mujeres, sobre todo contra ellas, las más vulnerables:

¿Dónde quedaste peregrina? Parece que recorriste el país entero. No quería ese fin para ti...¿Querías estar acunada en brazos de mamá o seguir entre bambalinas y aplausos nocturnos? Tal vez de la cintura hacia abajo sólo veían un tazón, pero yo en todo el cuerpo veía tu corazón. Te busco en el valor que no te dieron los hombres... Te busco porque es lo correcto, porque me lo exige el alma a todo pulmón. Te busco por todas las mujeres que no tienen voz, por las vidas que han callado para siempre; según los violentos por no tener valor. Te busco porque encontrarte será encontrarme, será encontrarlo, será encontrar paz".

Cuenta que los paramilitares las obligaban a hacerse pruebas médicas y luego ellos las reclamaban. Si alguna mujer tenía un enfermedad grave, como SIDA o VIH, la desaparecían. También eran víctimas de desnudez forzada, violencia sexual, lesiones personales y "la conejeada", cuando los hombres les pedían un servicio y no les pagaban. "Una vez me obligaron a estar con una compañera. Yo no hacía ese tipo de servicios, pero me amenazaron. Nos metieron en un tanque, nos hicieron bailar a punta de pistola. Ahora puedo contar esto. Durante mucho tiempo me metía debajo de una mesa para narrar estas historias".

Esos episodios la hacen afirmar con vehemencia que la prostitución no es trabajo, como todos lo llaman: "Los cuerpos de los seres humanos no deben ser comprados, no son mercancía. Yo he estado ahí y lo he llamado "trabajo" para no sentirme mal. Pero eso solo deja un montón de heridas emocionales... ¿sabe por qué me cuesta hablar de esto? porque aún me derrito del dolor, de la vergüenza. Desde que dejé la prostitución soy feliz, soy persona. Antes sólo era una basura".

Mary Luz dice que el amor la impulsó a dejar la prostitución. Volvió a Medellín a la Comuna 8 y se enamoró de Andrés. Es el único hombre que nombra: "Esa persona, un campesino humilde, me hizo muy feliz. A pesar de que la familia le decía que no se metiera conmigo, que yo era una "puta", él se quedó y vivimos felices mucho tiempo. Tuvimos problemas porque ninguno tenía trabajo y el hambre entró por la puerta grande. Nos separamos un tiempo. Después nos seguíamos viendo, hasta el 12 de diciembre de 2008, el día que lo desaparecen".

Como miles de personas en el país, nunca supo que pasó. Andrés era mayordomo en fincas de Puerto Valdivia y sólo le dijeron que lo mataron y lo echaron al río Cauca. "Hay muchas preguntas que quedaron al aire — solloza — y nunca pude ir a buscarlo porque nos amenazaron". Durante años decidió no volver a nombrarlo, pero su cuerpo le recordaba que Andrés le dolía, que su ausencia la enfermó. Aunque intentó volver a la prostitución, no pudo: "Empecé a tener episodios de ansiedad. Pensé que me iba a enloquecer. Ahí fue cuando en 2014 me juré nunca volver a esa explotación, a buscar otras maneras, así me comieran los bancos". 

La escritura, la salvación
Dejar la prostitución fue una decisión que tomó con el apoyo de una psicóloga que la acompañó cuando declaró, casi diez años después, algunos de los hechos que había vivido: "Ella me ayudó a ocuparme de mí, ella me dijo que escribiera y eso me hizo bien. Escribí mi primer texto llamado "Años perdidos". Hice varias copias y se los dejé a mis compañeras, aunque en vano. Es muy difícil persuadirlas que dejen la prostitución. Aunque más fácil que una mosca logre salir de una telaraña".

Luego escribió, de manera muy intuitiva, un texto sobre la desaparición de Andrés. Lo leyó primero en un encuentro con víctimas. Después se lo encontró en otros espacios donde se buscaban a personas dadas por desaparecidas e incluso supo que sus palabras eran declamadas en entregas dignas.

"— Señor mar, majestuoso mar, respóndame por favor, el río me dijo que tú tienes a mi amor.
—¿Quién eres y por qué lo reclamas?
— Yo soy la mujer que más lo amó, y él es el hombre que más me amó, ¿podrías ser tan amable de  devolvérmelo? Es que si tú lo haces, volvería la felicidad a mi vida, volvería a vibrar mi corazón, ya no cuidaría tanto de mis flores, porque él estaría y no envejecería sola, él sería mi compañía.
— Mira, Mary, no te puedo devolver a Andrés. Él está en mis profundidades, y cuando llegó no tenía aliento de vida, él decidió quedarse aquí y yo lo recibí, siempre lo hago, es mi deber
—¡¡No, no!! Lo quiero, ¡dámelo!
— No puedo, Mary, por favor entiende
— ¿Me puedes hacer un favor señor mar?
— Sí claro, dime.
— Me le das el más profundo de los besos, el abrazo más fuerte que hayas dado, le dices que no se imagina cuánto lo amo y extraño y el día venidero que tú devuelvas a tus muertos, Dios me permitirá vernos, mientras tanto, cuida de él como yo lo haría. Gracias por escucharme y darme noticias de él.
— Tranquila, Mary, cuando gustes ven a mis orillas para que lo sientas cerca. Y ten presente que yo velo por él".

Mary Luz entendió rápidamente que sus palabras conmovían a los demás y también la liberaban del peso de la violencia. Que los escritos le devolvían la dignidad que en tantas ocasiones sintió perder. Que por fin, y como pocas veces, los demás se preocupaban por su existencia. Se empapó de información sobre el conflicto armado y las víctimas. Hizo un diplomado en atención psicosocial para trabajar con ellas y desde entonces no ha parado.

Primero encontró un grupo de mujeres llamado Ave Fénix y juntas crearon El refugio del Fénix: el final de una noche de agonía, un libro de relatos de siete víctimas del conflicto armado que sufrieron y resistieron a diferentes tipos de violencia. Las unió, explica Mary Luz, "la posibilidad de renacer de sus cenizas". Allí volvió a escribir sobre Andrés: "Derramaría una o mil lágrimas si tuviera una tumba donde llorarte".

Ese texto fue solo el inicio, porque después siguió trabajando con la Universidad de Antioquia y el Instituto Capaz en la creación de textos sobre la guerra. Participó, además, en la construcción de informes del Centro Nacional de Memoria Histórica, como Medellín BASTA YA y La guerra inscrita en el cuerpo, este último sobre la violencia sexual en el conflicto armado.

Sólo cuando se lanzó ese informe, Mary Luz pudo hablar de su vida en la prostitución: "Yo no hablaba de la mujer prostituta, me daba vergüenza. Era fácil reconocer mis violencias en el conflicto armado, pero hablar de ese pasado me costaba. Empecé a contar las historias con una protagonista llamada Samantha. Luego llegó la construcción del informe y solté. Conté lo que viví".

Hoy en el Museo de, Memoria Paz y Reconciliación, en Bogotá, reposan sus tacones, que le recuerdan su valentía para reconstruir su memoria y la de decenas de mujeres víctimas de violencia sexual. Antes de entregarlos exclamó: "Dicen que los zapatos de cristal solo son para princesas de libros infantiles. les presento los míos, no son de cuentos, son reales, talla 37. Cantidad de veces me los quitaron, me los admiraron, se los intentaron poner. No escogí tener estos zapatos y este oficio. De cierta manera, la guerra me volvió una mujer de cuatro letras. Como yo hay muchas mujeres que esta violencia las ha llevado a prostituirse. Cerrar el corazón y abrir las piernas es muchas veces lo que queda. Hoy me despido que creí que usaría toda la vida, de mis guerreros de cristal".

Actualmente, trabaja con el colectivo Putamente Poderosas, que ayuda a las mujeres explotadas sexualmente en la prostitución y a resignificar la palabra "puta": "Yo lo hago para hablar de las violencias que como mujeres vivimos. No desde el empoderamiento, porque no es un trabajo digno. No hay derechos, no hay reconocimiento. Y puedo asegurar que el 90% de las mujeres que lo vivió está ahí porque le toca, no por una decisión pensada y voluntaria. Pero ellas existen y no puedo juzgarlas por tener otras opciones, sino apoyarlas. Yo sé qué es estar ahí y no contar con nadie que te de un espaldarazo para elegir otros caminos".


Mary Luz trabaja con el colectivo Putamente Poderosas para resignificar el concepto de "puta".
Archivo particular




Mary Luz señala que, si bien a esas actividades les imprime su corazón, su proyecto más importante está con la justicia transicional. Hoy está trabajando arduamente, con otras compañeras e investigadoras, para reunir casos y memorias sobre la victimización de las mujeres prostituidas en el conflicto armado y entregarle esa información a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas y la Comisión de la Verdad: "Yo empecé a hablar de mi marido, pero él impulso para hablar de esas compañeras que hoy nadie recuerda, nadie reclama y a nadie le importan. No quiero que sus historias queden sin repuestas".

El año pasado participó en el encuentro de la Comisión llamado Mi cuerpo dice la verdad, con otras víctimas de violencia sexual, y en otros espacios de procesos de búsqueda. Ha sido guía para quienes buscan esclarecer qué sucedió y por qué. Sin embargo, por la pandemia, sus reuniones con estas entidades están postergadas, pero eso no detiene su compromiso de reivindicar a sus compañeras y encontrar a su esposo.

Su voz se une a la de decenas de mujeres y organizaciones, quienes le han reclamado a la JEP, desde su creación, que se abra un macrocaso para investigar los delitos de violencia sexual. Los estudios sobre los efectos del conflicto armado han demostrado una verdad ineludible: el paso de la guerra por el territorio causó afectaciones particulares y diferenciadas en las mujeres en relación con aquellas sufridas por los hombres. Tanto Mary Luz como las demás quieren que el país conozca sus historias y esas victimizaciones.

Por ahora sigue en Medellín y abre las puertas de su casa para enseñarles a los niños y niñas de su comuna a escribir y a leer: "No quiero que terminen como los de aquí, metidos en malos pasos. Con ellos quiero empezar el cambio". Eso le ha traído problemas, amenazas y hostigamientos. Aún así, seguirá con su liderazgo y con su proyecto de escritura, que inició con su primera publicación "Alzo mi voz", en el que narra con más detalle sus historias y decisiones. Ahora su fe está puesta en que crezca: "Estoy escribiendo mi novela autobiográfica. confío en que lo que escribo es honesto, potente. Y quizá yo no sé de prosa, soneto, versos, pero sí de la vida. Y para eso no se necesita estudio, sólo vivirla".


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Nota: las imágenes están en la nota original









Un proxeneta: «Te mando ganado nuevo»



Para proxenetas tratantes las niñas y mujeres que prostituyen son simple mercadería vendible, para el putero apenas un objeto para obtener su satisfacción.  Es "ganado", para ellos son animales que se deben amaestrar con látigo y premio, someter hasta lo más abyecto porque cuánto más bajo mayor es el precio.
La reglamentación no frena esto, al contrario, le da protección legal, todo daño se convierte en gaje del oficio.
Dirán: puede haber prostitución sin proxeneta tratante, lo que es difícil porque nadie va a querer renunciar tranquilamente a ganancias elevadas sin mayor costo y siempre quedará la violencia del putero.
La prostitución no es un "trabajo más" ni siquiera es trabajo. La prostitución daña, mata.
Ahora comparto la noticia



Un proxeneta: «Te mando ganado nuevo»

Miles de mujeres siguen confinadas y explotadas en pisos de alterne a merced de sus «dueños». El consumo de sexo de pago no ha cesado; la Policía ha desmantelado dos redes en una semana
Cruz Morcillo
Madrid 16/04/2020

A las once de la mañana del Martes Santo, un hombre llamó al teléfono contra la trata de la Policía Nacional. «Conozco a una mujer que está encerrada en un piso de Estepona donde la obligan a prostituirse». A las siete de la tarde, la pareja que regentaba el prostíbulo clandestino ya estaba engrilletada: un español y una paraguaya. Los agentes liberaron a tres mujeres de esa nacionalidad. La víctima que alertó de su encierro había acabado allí por una oferta de trabajo para cuidar niños. Desde enero, ella y sus compañeras apenas habían podido pisar la calle dos veces, una para comprar droga con un cliente.

Es la última operación contra la trata de seres humanos con fines de explotación sexual y confirma lo que se sospechaba: los puteros burlan como pueden el estado de alarma. La mayoría de grandes prostíbulos han cerrado, pero miles de mujeres siguen confinadas en pisos de alterne, obligadas a trabajar las 24 horas, como las víctimas paraguayas, y en peores condiciones que antes. Las deudas con los proxenetas se acumulan y algunas no tienen ni para comer. La «diaria», lo que deben entregar, no se perdona.

La pareja de Estepona se distribuía las tareas: ella concertaba las citas sexuales con los clientes y su marido los surtía de drogas. Las víctimas, según contaron a los agentes, tenían que entregarles la mitad de lo que cobraban y estaban controladas día y noche. La pareja detenida llevaba un exhaustivo control de los pagos en cuatro agendas que fueron intervenidas.

Desde que empezó el estado de alarma la Policía Nacional ha recibido 141 comunicaciones sobre hechos relacionados con trata, que han activado quince investigaciones, una de ellas la de Málaga. Dentro del Plan contra la trata de seres humanos con fines de explotación sexual, la Policía cuenta con el teléfono 900 10 50 90 (anónimo y que no deja rastro en la factura), y el correo electrónico trata@policia.es.



Denuncias anónimas
«Creíamos que los ciudadanos iban a colaborar menos, pero no ha sido así. Nos llaman cuando saben que hay una casa de citas cerca o en su bloque o si detectan anuncios en páginas», explica el inspector jefe José Nieto, jefe de servicio operativo en la Ucrif Central.

Nieto, uno de los mayores expertos en este tráfico de personas, cuenta que se han complicado las vigilancias porque igual que se alerta de pisos clandestinos también se avisa si hay dos personas en un coche de paisano. «Hay compañeros a los que han ido a identificar policías locales sin saberlo, claro».

Advierte de la situación extrema en la que han quedado muchas de estas mujeres. «Se están dando casos en los que las ONG tienen que llevarles comida o productos básicos, como pueden». «Estamos volviendo a una situación tercermundista con mujeres hacinadas en pisos obligadas a pagar la deuda y, por supuesto, con puteros que las reclaman», dice Rocío Nieto, presidenta de la asociación Apramp, que lleva años rescatando a estas víctimas y buscándoles una salida laboral.

Prostitución en los invernaderos
El estado de alarma no amilana a los proxenetas. El mismo día que se declaró un avión aterrizó en Madrid con una veintena de mujeres colombianas traídas para usarlas como mercancía. La Policía llevaba meses detrás de esa organización que tenía varios pisos de prostitución en Jaén. «Te mando ganado nuevo», le dijo uno de los proxenetas a otro miembro del grupo. Esa nueva remesa unida a la denuncia de secuestro presentada en Colombia por unos familiares precipitó la operación. Al entrar, los agentes descubrieron que había una menor. A las de veintipico las llamaban «viejitas». Fueron detenidos siete individuos y liberadas doce víctimas.

«Es inexplicable pero los victimarios (clientes) utilizan cualquier pretexto: desde sacar al perro hasta ir a trabajar a los campos de Almería y solicitar mujeres en los invernaderos», dice Rocío Mora, directora de Apramp. En Madrid cuentan con una unidad móvil que identifica puntos de explotación ocultos y mantienen comunicación como pueden con las víctimas. Muchas no sabían lo que era el Covid-19; otras tenían síntomas y algunas han desaparecido. «Están sometidas a más violencia, más presión y más aislamiento que nunca», asegura.

Las supervivientes cosen mascarillas
Uno de los talleres de empleo de Apramp, dedicada a combatir la explotación sexual y la trata de seres humanos, es el de costura, que ha colaborado con diseñadores de moda y se ha convertido en una salida laboral para víctimas arrancadas de las redes de prostitución. Con el estado de alarma, el taller se ha reconvertido y en él catorce mujeres trabajan a pleno rendimiento cosiendo mascarillas y batas para sanitarios. Ya han entregado partidas de 8.000 prendas para residencias de ancianos y para que las reparta la Comunidad de Madrid. Tienen en marcha otra de 5.000.

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