sábado, 8 de abril de 2017

Adolescentes en alquiler…



Testimonios de prostitución


Adolescentes en alquiler…
27 de marzo de 2017

Parecen intemporales. Sobrevivir a cualquier precio   


Ambas viven en la ciudad.  Se multiplican y sobreviven en cualquier urbe. Flor (Florencia) y  María Elena, ambas de 16. Llegar a ellas fue suficiente tecleando un número de celular. Dos veteranos en las lides de noches estiradas, amigos de vivencias no siempre contables, conocen  los grices laberintos de las chicas. Uno de ellos nos dio una tarjeta impresa en papel cortado con tijeras. Casi irónica­mente y entre signos de admiración se leía ¡Todo servicio!  No pueden publicar en los medios. Está prohibido y son menores. Rectangulares papeles que circulan de mano en mano. Clientes no les faltan, aseguran.
Por: Miguel Andreis

 Al tercer llamado del celular, una voz fémina de tabaco abundante respondió. Concurrí a la hora y el lugar que indicó. No tardaron demasiado en ingresar, ni dudaron en acercarse a la mesa. Vaya a saber en que madrugada dejaron para siempre su anatomía de niñas. Miran si mirar mientras. Una se come las uñas, la otra mueve el chicle en su boca abierta de un lado a otro. María Elena, de pantalones ajustados, Flor de cortas polleras. Arrastran los pies al moverse, como sobrando los mosaicos. Nada parece importarles demasiado. Aparentan más calendarios de los que sus huesos aún cartilaginosos portan. Insistieron que querían dinero.  Llamaron a la moza y pidieron sandwiches y  gaseosas. La luz roja del grabador pareció silenciarlas. Por momentos la sensación de las miradas que provenían de las otras mesas la incomodaban.
Pechos duros, semidescubiertos. Las uñas de una a medio pintar mezclaban su color de sol furioso con la tierra que se observaba en la punta de los dedos. Bebían apuradas y más apuradas comían. Comían y hablaban a la vez. Ninguna tenía corpiño, y el blanco de la que llevaba pantalones ya era crema claro. En minutos perdieron el temor a esa cajita oscura que archiva las palabras. Ya no les importó el grabador. Unos y otros nos miraban. La mujer que nos sirvió, también observaba olvidando el disimulo. Me hizo una mueca de desdén. Había que empezar.

-¿Tienen algún parentesco?
-“No. Sí. (Se con­tra­di­cen). So­mos pri­mas. La ma­má de ella es tía de mi ma­dri­na acla­ra Ma­ría Ele­na. ¿Qué te po­de­mos con­tar no­so­tras?… si ape­nas ven­de­mos co­sas… chucherías”.
Les recuerdo la tarjeta y sus “servicios completos”.
Se mi­ran y clavan la vista hacia la ruta. Se había detenido un vehículo de “Seguridad Ciudadana “… Esperan hasta que el rodado se ponga en movimiento nuevamente. Se tranquilizan.
  • “Bhue, ya lo sabés. Por ven­der no es­ta­ría­mos aquí… Cual­quier vie­jo o tipo grande pue­de ser un clien­te. Y los no tan vie­jo tam­bién. Nos lla­man y va­mos a sus ca­sas. So­las o las dos. No nos agrada mucho tener que salir en los autos”.
  • Intuí que la voz que respondió el celular no era de ninguna de ellas. Pregunté quién había respondido.
  • “… Mi tía (in­di­ca Flor), ella recibe los contactos  es la que nos toma los pedidos y luego le damos una parte. Has­ta aho­ra siem­pre nos ha ido bien. Nos alcanza para comer y vestirnos y… To­do se com­pli­ca cuan­do le de­ci­mos la ver­da­de­ra edad al cliente, la ma­yo­ría se bo­rran. Tie­nen mie­do de ir en   Así que les mentimos unos años. En Bell Ville, don­de vi­ve mi abue­lo, tu­ve un pro­ble­ma, y ahí conocí la policía por primera vez.” Explica Flor y pregunta si puede pedir otra hamburguesa, solo que cambiará la marca de gaseosa
  • “Es­ta­ba en se­gun­do gra­do y me aga­rró un tío postizo. Co­mo él an­da­ba con mi ma­má ella no di­jo na­da. Se quedó en el molde. Un día me puso boca abajo (se señala girando la cabeza y hace un gesto de dolor). Tuvieron que llevarme al Hospital. Llamaron a la policía y fue cuando un juez me man­dó aquí, a la casa de mi madrina. Hicieron los trámites para ponerme en el Patronato, pero por suerte zafé”.
  • Ninguna de las dos terminó la pri­ma­ria. “Yo sa­lía con un chi­co más gran­de. To­do bien has­ta que un al­ma­ce­ne­ro co­men­zó a re­ga­lar­me co­si­tas. Me pe­día que lo fue­ra a vi­si­tar a la sies­ta. Un día la invité a ella, fui­mos las dos, se puso lo­co. Cuan­do la ma­dri­na se en­te­ró, ni se eno­jó. Se fue hablar con el viejo. Al día siguiente el almacenero nos envió una heladera nueva. La tía es la due­ña del ce­lu­lar, y tam­bién tiene sus cosas”.
  • María Elena, interviene: “El mes pa­sa­do nos fue muy bien. La tía estaba contenta”.
  • Sentí pudor preguntar por lo recaudado..
  • Des­li­zan un co­men­ta­rio so­bre un co­mer­cian­te en­tra­do en años que per­ma­ne­ce en una me­sa cer­ca­na. El en­cuen­tro ha­bía si­do en el bar de una es­ta­ción de ser­vi­cio sobre la ruta.
  • “No sé si el año que vie­ne vuel­vo al co­le­gio –sos­tie­ne Flor, me cues­ta es­tu­diar. No me gus­ta ir a la es­cue­la. Siem­pre me cos­tó sa­car cuen­tas o ha­cer ora­cio­nes. Ja­más ha­go lo que me di­cen. Me pa­re­ce que soy gran­de pa­ra es­tar con los de­be­res, pa­rez­co una bo­luda…”.
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  • ¿Te sentís gran­de?
  • “¿¡Y a vos te pa­rez­co chi­ca!? ( no disimula su molestia?… Mi­rá si a al­guien con quien sal­go le voy a es­tar di­cien­do, da­le, apu­ra­te que ten­go que vol­ver al colegio. Des­pués te ca­sás y chau… pa­ra qué que­rés sa­ber tan­to. Con leer y es­cri­bir es suficiente”.
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  • ¿Hay mu­chas co­mo us­te­des, en la ca­lle, ejerciendo…?
  • “Sí. Mi ma­dri­na siem­pre di­ce que ca­da vez hay más pi­bas y con me­nos años. To­da mi fa­mi­lia tra­ba­ja­ba en un cam­po cer­ca de Las Va­ri­llas, mi vie­jo se fue con otra mu­jer, y mi vie­ja nos des­pa­rra­mó. Yo lle­gué a la ciudad  ha­ce po­cos años –vuelve a intervenir Ma­ría Ele­na-, fui  a pa­rar a la ca­sa de un ma­tri­mo­nio que vi­vía por la ca­lle Bue­nos Ai­res, sa­lien­do, en un cha­cri­ta. Me dis­pa­ré por­que me hacía trabajar todo el día y aho­ra es­ta­mos con la ma­dri­na. Ella nos tra­ta bien. Bue­no, nos tra­ta bien cuan­do su ma­ri­do no nos jo­de. Ya nos di­jo que si ve al­go ra­ro nos par­te la ca­be­za y nos ra­ja. El ti­po es un ba­bo­so. Por suer­te ha­ce ra­to que tie­ne pro­ble­mas en el híga­do y ca­si no se mue­ve. Ca­paz que se mue­ra”.
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  • -“Te digo que somos muchas las que laburamos… ¿Y qué quie­ren que ha­ga­mos? Días pa­sa­dos un ti­po que es doc­tor o al­go así, cuan­do su­bí al au­to co­men­zó a ser­monear­me, que era muy chi­ca pa­ra hacer esto; que es­tu­dia­ra; que sé yo cuán­tas co­sas. No le respondí. Cuan­do me di cuen­ta ya es­tába­mos en­tran­do en el mue­ble. Y por su­pues­to que me pa­gó co­mo to­dos, y has­ta me hi­zo un re­ga­lo. ¡Pa­ra qué tantos con­se­jos!. Si vie­ras to­das las co­sas que me pe­día que le hi­cie­ra”.
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  • No es­ca­pa el te­ma del SI­DA, sa­ben que exis­te y pun­to. Es un pro­ble­ma de otros. Flor acla­ra que un lim­pia­vi­drios del que se hizo amiga está hasta las manos. Salimos y se lo conté a mi ma­dri­na. Me lle­vó al Hospital. No sé cuántos estudios me hicieron, el de Sida también. Todo al pelo. La médica nos habló que están preocupados por la cantidad de pibas enfermas. Sobre la hepatitis brava, esa que tiene una letra. Y que usáramos preservativos” Ambas coinciden que “nadie quiere usar forros y no vamos a perder un cliente…” Lo que ha crecido es el número de travestis”.
  • . Las dos to­ma­mos pas­ti­llas anticonceptivas. De eso se encarga la madrina todos los días. Nos la dan en el Hospital”.
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  • ¿Al­gu­na con no­vio? (Ríen)
  • “Las dos. Yo sal­go con un ca­sa­do, es ca­mio­ne­ro – Flor echa la ca­be­za ha­cia atrás co­mo to­man­do ai­re. Me tie­ne lo­ca de amor, aun­que es muy ce­lo­so. Vi­ve a la vuel­ta de ca­sa (barrio San Martín). La mu­jer es una fla­ca his­téri­ca que lo mo­les­ta por to­do. Con­mi­go es bue­no y siem­pre me da ma­ni­ja con que no me ol­vi­de de to­mar las pas­ti­llas. Le da mie­do de que que­de em­ba­ra­za­da. Ya tie­ne tres hi­jos. Cuan­do es­tá me cui­do en sa­lir. La ma­dri­na ya le di­jo que si me lle­ga a po­ner las ma­nos en­ci­ma lo de­nun­cia por an­dar con­mi­go que soy menor. Él lo sa­be y se ca­ga”.
  • Ca­mi­na has­ta un ex­hi­bi­dor don­de hay va­rios cas­set­tes en ofer­ta, bus­ca uno de Ulises. ¿Me lo com­prás? Ex­pre­sa en voz al­ta mi­rán­do­me. To­dos se dan vuel­ta y es­pe­ran la res­pues­ta. Con­ti­núo ha­blan­do con la ami­ga como si no escuchara, ella le­van­ta más la voz. Asien­to con la ca­be­za. No era un buen mo­men­to pa­ra mi ros­tro.
  • “Las más gran­des an­dan por los bu­le­va­re y otras en los hoteles o confiterías. Allí no va cualquiera. No­so­tras ya te­ne­mos los pun­tos fi­jos. Lo del te­léfo­no da re­sul­ta­do. Un vie­jo le cuen­ta a otro y ese a otro” Ríe so­la y un cho­rro de co­ca se le cae de la co­mi­su­ra de los la­bios
  • -“ Dale, cón­ta­le al señor lo de ese ti­po que te vie­ne a bus­car domingo de por medio… da­le, to­tal…”
  • Ma­ría Ele­na da algunos detalles. Le conoce el ape­lli­do. “Lo ten­go que es­pe­rar al ingreso del Subnivel, el guacho de­ja la mu­jer en la Igle­sia, que va a mi­sa, y pasa a buscarme. Es un vie­jo ra­ro. Nos va­mos a un motel. Siem­pre me ha­ce un re­ga­li­to –y mues­tra las san­da­lias-. Un día me di­jo si no me mo­les­ta­ba que él me afei­ta­ra allá aba­jo… no su­pe qué res­pon­der­le. Ahí no­más sa­có de una car­te­ri­ta de cue­ro,  es­pu­ma en aerosol y una ma­qui­ni­ta. Me dio mie­do y no qui­se, di­jo que me pa­ga­ría más. Me me­tió ba­jo la llu­via y lue­go me afei­tó. Des­pués so­lo qui­so que lo to­ca­ra. La ma­yo­ría de las ve­ces ha­ce lo mis­mo, y pone la plata. Ya no me molesta que lo haga.  Pi­de co­mi­da pa­ra los dos y mucha,  lo que so­bra me lo en­vuel­ve pa­ra que me lo lleve”
  • In­ter­cam­bian his­to­rias, al­gu­nas po­co creíbles, otras nos muestran de las miserias que somos capaces. El fo­tógra­fo, que llegó más tarde, se su­ma a la me­sa. Firmes, indicaron que no ha­bría fo­tos. “Ni lo­cas. Que­rés que va­mos en ca­na”.
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  • Ha­blan­do de po­li­cía ¿Nun­ca las detuvieron?
  • “Una vez –Ma­ría Ele­na, se­ña­la en voz ba­ja- pe­ro por un lío en­tre la ma­dri­na y el ma­ri­do. Por la­bu­rar no. Ha­ce ra­to, sa­lí con un ca­na, que des­pués tu­vo des­pe­lo­te por otro ca­so, con una pi­ba también menor. Es me­jor lle­var­se bien con ellos. Has­ta aho­ra no nos jo­den. Mi ma­dri­na cor­ta cla­vos con la Justicia. Tie­ne mie­do porque si nos enganchan la que va en cana es ella”
  • No querían se­guir ha­blan­do. Se­gu­ra­men­te la no­ta era el tiem­po que ocu­pan con un “clien­te”. Al­gu­nos ges­tos la ubi­can en­tre aque­llas ni­ñas que aún se ma­ra­vi­llan con las es­ce­nas de títe­res. Eso es solo por mo­men­tos. Pe­ro ya la vi­da las mar­có con la im­pron­ta de un ca­mi­no del que no es fácil re­gre­sar cuan­do las opor­tu­ni­da­des son ca­si ine­xis­ten­tes. Van apren­dien­do los códi­gos. Los sa­ben y ponen en práctica. No obs­tan­te, a lo lar­go del en­cuen­tro in­ten­ta­ron ha­cer pre­va­le­cer la ima­gen de ado­les­cen­tes con­ven­ci­das que po­co tie­nen pa­ra des­cu­brir. Es ra­ro, tras­la­dan un re­tra­to en sus ojos, mi­tad vie­jos, opa­cos y can­sa­dos, mi­tad  in­fan­ti­les, vi­va­ces y tier­nos. Cues­ta so­bre­pa­sar esa di­men­sión.  Ellas al­qui­lan un cuer­po que aún no se ter­mi­nó de con­for­mar, la ma­yo­ría de los ad­qui­ren­tes son hom­bres en­so­bra­dos en hue­sos frági­les y car­nes fláci­das que sue­ñan re­cu­pe­rar mi­nu­tos de pla­ce­res jóvenes  que por sí sólo ya no vol­ve­rán. La ofer­ta y la de­man­da. Las cau­sas y los efec­tos. Así de­san­dan sus días, en­tre el dis­cur­so mo­ra­lis­ta de un seg­men­to so­cial con vo­ca­ción de fis­cal, y la res­pues­ta de con­ten­ción de un Es­ta­do que se per­dió en los es­trépi­tos de “co­sas más im­por­tan­tes”.
  • No hay es­ta­dís­ti­cas so­bre la can­ti­dad de pros­ti­tu­tas me­no­res (tam­po­co de ma­yo­res). A ma­yor ex­clu­sión so­cioeco­nómi­ca el núme­ro au­men­ta­rá. Sim­ple ecua­ción ma­te­máti­ca. Están conscientes que muy posiblemente pron­to no­más de­be­rán acu­rru­car­se en un rin­cón de cual­quier ca­la­bo­zo. Los que pa­gan por su car­ne no ten­drán el mis­mo in­for­tu­nio. Al­gu­nos pen­sa­rán: son las re­glas de jue­go. Es cier­to, la re­glas don­de siem­pre pier­den los más débi­les. Sa­li­mos jun­tos. Flor, se po­ne el CD de Ulises entre su piel morena y el  apre­ta­do pan­ta­lón, ca­si ta­pán­do­le el om­bli­go: “po­bre ti­po –di­ce-, le afanaron un toco de guita y casi un kilo de oro..”.
 Fuente
http://www.elregionalvm.com.ar/?p=10412






lunes, 3 de abril de 2017

Huschke Mau- Carta la Ministra Manuela Schwesig



 Testimonios de prostitución
 
Huschke Mau



Carta a la ministra    Huschke Mau
c/o Kofra
Baaderstraße 30
80469 München

A la Ministra Manuela Schwesig
Ministerio de Familia, Tercera Edad, Mujeres y Juventud.
Glinkastraße 24
10117 Berlin
21 Abril 2015

Estimada Señora Ministra Schwesig
Me dirijo a usted con este escrito porque he visto que en el proyecto de reciente publicación de la reforma de la Ley de Prostitución está claramente marcado el sello que distingue a los grupos de presión de los burdeles y el proxenetismo. Por ello quisiera pedirle que ahondara en la realidad del barrio rojo en lugar de seguir escuchando a personas que cuentan el cuento de putas felices autoafirmadas.

Quisiera en primer lugar presentarme brevemente: soy una superviviente de la prostitución, en la que he pasado 10 años. Así que sé bien de lo que hablo. Las razones para mi entrada en ella fueron varias: una familia biológica difícil, en la que a través de violencia masiva, también de índole sexual, contra mi madre y contra mí, resulté traumatizada. Contribuyeron asimismo, en aquel momento, los cuentos masivamente difundidos de prostitutas felices, una necesidad financiera ineludible y la falta de ayuda social y psicológica.

Sí, si usted así lo quiere, he entrado voluntariamente; soy una de las harto citadas prostitutas voluntarias, pero ¿qué hay de voluntario, señora Schwesig, cuando una persona traumatizada por un abuso infantil toma esta decisión? Para mí la prostitución era un ascenso, en el que aprendí que yo, debido a que soy una chica más o menos indefensa y sin derechos, seré sexualmente abusada, y por lo tanto, así podría al menos tomar dinero por ello y asegurarme así mi supervivencia y limitar el número de abusadores.

Si ahora usted piensa que yo pueda ser un triste caso aislado, debo tener que contradecirla. En esos 10 años he conocido a muchas prostitutas, y no hubo ni una entre ellas que no hubiese sido abusada de niña, golpeada o violada de adulta. Con estrés psicológico, con el trauma volviéndose a repetir una y otra vez en la prostitución y con el sentimiento de autoestima destruido debido a los actos violentos, así es como he visto a muchas prostitutas. Sobre la violencia del barrio rojo o las cosas que nos hacen los “clientes” que usted no querría imaginar ni en sus peores sueños, no quiero empezar a detallar aquí. Esas son las realidades del barrio rojo, señora Schwesig, las que se refieren solo a “prostitutas voluntarias”, y sí, también ellas sufren su estrés postraumático, su disociación, su adicción al alcohol o las drogas, porque no lo pueden soportar. Del 90% de todas las prostituidas en este país  que no son alemanas, quisiera hablar aún menos. Su fantasía será suficiente para imaginarse como son las circunstancias en las que viven.

El pasado noviembre escribí una carta abierta porque no podía soportar durante más tiempo que el lobby pro-prostitución contara historias tales como la de la puta libre y autodeterminada. La he adjuntado a este escrito, en el caso de que quiera usted leer como es en realidad prostituirse.

¿Por qué tan pocas veces ha oído todo esto? En primer lugar, porque el lobby pro-prostitución nos intimida (desde que publiqué la carta recibo e-Mails malvados, he sido insultada y amenazada); y en segundo lugar, porque las superviventes estamos demasiado traumatizadas para hablar.

Le ruego encarecidamente, por tanto, que se informe sobre quién está detrás del lobby pro-prostitución. En la revista Der Spiegel hubo recientemente un artículo sobre ello.
En la muy buena página web http://www.trauma-and-prostitution.eu/ puede seguir informándose sobre cómo actúa la prostitución con las mujeres. O lea el libro de la superviviente de la prostitución Rachel Moran “Was vom Menschen ubrig bleibt”/ “Lo que queda del ser humano”, que dibuja claramente las realidades del barrio rojo.

También muchas mujeres que no se prostituyen se ven afectadas por la prostitución, pues los puteros que son sus maridos, llevan al dormitorio lo que han aprendido en el burdel, es decir, a despreciar a las mujeres, a comprarlas, a torturarlas. La sociedad está brutalizada, señora Schwesig, es un bucle sin fin: si la prostitución es legalizada, aumenta la demanda (porque los hombres aprenden que está bien comprar el cuerpo de las mujeres, transgredir los límites, tener poder para abusar). La trata aumenta para cubrir la demanda (con lo que hay todavia mas tráfico de mujeres) y de nuevo se acrecienta la aceptación de la prostitucion en la sociedad, la demanda sube de nuevo, etc.

Actualmente el 90% de los hombres alemanes ha estado ya en un burdel. Uno de cada tres lo hace regularmente. Sabe usted lo que pasa por sus mentes, señora Schwesig? Yo lo sé, porque lo he experimentado en la habitación de un prostíbulo, y los hombres que hoy estrechan su mano amablemente, mañana escupen a una prostituta en la cara durante el acto, gozan con su asfixia cuando deben tragarse el esperma y aprenden a sentir placer al torturar mujeres.

Por favor, no lo permita! Usted es miembro de la Agencia de Protección a la Infancia, no puede querer que debido al abuso y la violencia, niñas traumatizadas se conviertan en prostitutas, que tengan que experimentar todo aquello de nuevo una y otra vez. A través de la legalización los hombres aprenden que todo esto está bien. ¿Quiere vivir en una sociedad así? Esa no puede ser su visión!

No habrá nunca una sociedad con equidad de género mientras los hombres puedan comprar mujeres y puedan abusar de ellas. Y no hay ninguna prostitución “limpia”.

Le ruego encarecidamente que no se informe sólo por los/las defensores/as de la prostitución (que en su mayoria son dueños de burdeles o son controladas y financiadas por ellos) escarbe mas en la ciénaga y se encontrará con los traficantes de personas y la delincuencia organizada; escuche también a psicoterapeutas especialistas en trauma y a supervivientes. El lobby de la prostitución no habla por nosotras, las prostituidas y exprostituidas! Este lobby consiste en no más de 100 personas, que a nosotras, las 300.000 prostituidas en Alemania, no nos representan, sino que nos intimidan y trabajan contra nuestros intereses.

Nosotras no queremos hacer este “trabajo”. No necesitamos ninguna legalización. No necesitamos a los que sostienen que no queremos registro, ni obligación de usar condón, etc.

Lo preferible para nosotras seria que no tengamos que hacer más este “trabajo”. Y que los hombres que abusan de nosotras fueran castigados. Necesitamos alternativas, no un desenfreno aun mayor de las destructivas y deshumanizantes fuerzas que se mueven en el barrio rojo (y con ello también en la sociedad).

Querida señora Schwesig, no hace tanto tiempo que lo dejé: tres años. Con 18 tuve mi primer “cliente”.
¿Sabe lo que a lo largo de los diez años que estuve en la prostitución, en los que he sido golpeada, violada, retraumatizada, despreciada, deshumanizada, enfermada en cuerpo y espíritu, hubiera necesitado mayormente? : Ayuda y una sociedad sensibilizada con el tema, que no me suponga gozando de la vida y divirtiéndome además con todos los abusos del barrio rojo.

No conozco a ninguna prostituta que lo haga libremente. No conozco ninguna exprostituta que no tenga estrés posttraumático. Todas las mujeres que conozco han sido destruidas en la prostitución.

Por favor, no se deje engañar por las mentiras del lobby proxeneta por más tiempo. Hable con personas que no estén controladas por los hombres que se benefician del “abastecimiento” de sus burdeles con víctimas de tráfico de seres humanos y con mujeres traumatizadas o por las mafias que traen a estas mujeres a los burdeles.

Por favor, abola la prostitución, es inhumana e indigna del ser humano. Y si a usted eso no le es posible, coártela tan fuerte como sea posible (registros, etc.) Que no continúe más una situación que ha convertido a Alemania en “El Dorado” de puteros y proxenetas. Como ministra no puede desear eso para las mujeres. 

Esto está pasando cada día, y con ello hay también hombres que torturan, maltratan y aprenden a despreciar a mujeres que no son prostituidas. Está entre nosotros. ¿Sabe usted lo que está pasando en los burdeles y en las casas-burdeles de un par de calles más allá?

Por favor, no deje de insistir, no se desentienda. Necesitamos una prohibición de la compra de sexo y en el camino hacia ello una fuerte restricción, la más fuerte que pueda imponerse.

Muchas gracias por haber leído mi carta.
Le deseo lo mejor.
Huschke Mau

Traducción: Concha Hurtado. Arquitecta Técnica residente en Alemania. Activista y ex-Vicepresidenta de Iniciativa Feminista de España.

Fuente
http://www.lrmcidii.org/wp-content/uploads/2015/05/Estimada-Sra.-Ministra-Schwesig-1.pdf

Por qué los hombres buscan mujeres prostituidas y qué piensan de ellas



Testimonios de prostitución

Huschke Mau 


Por qué los hombres buscan mujeres prostituidas y qué piensan de ellas
Nota de la traductora: “El putero” se designa en alemán con la expresión “der Freier”  que significa “el pretendiente” o “el que está libre”.

Al lado de mi escritorio hay una caja en la que guardo los malos recuerdos. Cada vez que tengo un flashback o un “pensamiento intrusivo” lo escribo rápidamente en un papel, lo meto en la caja y cierro la tapa. La caja está prácticamente llena. Hoy he removido algunos recuerdos de esa caja porque quería escribir un texto sobre los “pretendientes”. Y sí, digo “pretendiente”, palabra derivada de “cortejar a alguien”, como “ir de cortejo”, y que es un eufemismo para el abuso sexual que cometen los “pretendientes” (léase puteros o prostituidores) en la prostitución y uno de los muchos ejemplos que muestra que vivimos en una sociedad donde la violencia sexual contra la mujer está aceptada, normalizada y subvalorada. El nombre “pretendiente” lo uso, sin embargo, por falta de alternativas y porque las mujeres prostituidas llaman de esta manera a los “clientes” y, sí, porque se puede escuchar un toque despectivo en este término. Intencionadamente no digo “comprador de sexo” porque en la prostitución no tiene lugar el sexo, que se ofrece por una “trabajadora sexual” a un “comprador de sexo”, y que se promociona en una vitrina.
Sorprendentemente, se habla poco de esas personas que ejecutan esta forma de violencia, en vez de esto el tema de la prostitución, en su mayoría, gira en torno de las mujeres que “deberían poder ejercerla”. Escucho siempre cosas sobre todas esas “orgullosas, amables y simpáticas putas”, que alguien conoce, pero que a nadie realmente importan, de la misma manera que también conozco “orgullosas, amables y simpáticas” personas que no tienen otra opción que vivir de ayudas del Estado y, sin embargo, no me desalientan a estar en contra del mejoramiento de este sistema. Rechazar la prostitución no significa rechazar a las mujeres prostituidas, sino haber comprendido el sistema de la prostitución al hacerles a ellas las preguntas en un sistema fundado por los puteros a través de su demanda.

Hace poco me preguntaron cómo se reconoce a un putero y tuve que reconocer que si no está parado frente a ti en el burdel y menea un billete de 100 euros, es imposible. No, yo tampoco reconozco a los puteros afuera, en el mundo natural, ni siquiera después de 10 años de haber estado en la prostitución. La explicación que oímos con demasiada frecuencia es que son “hombres completamente normales”, algo que aquí y ahora no tranquiliza a nadie. Cuando se pregunta a los hombres si alguna vez han estado en un burdel, la mayoría mienten (“Yo nunca haría eso”) o cuentan historias como “yo sólo estuve una vez y fue tan horrible que nunca más volví” (si alguna vez escucháis eso, ¡CORRED!).

Hay tipos completamente diferentes de puteros. Los hay representantes de todas las profesiones, grupos de edades y personalidades, pero todos tienen algo en común que ya veremos más adelante.






Una prostituta sometida a la tortura conocida como accabusade.
“Será sumergida en el río varias veces y luego será encarcelada de por vida”.










 El putero
Pero, ¿y entonces, cómo son los puteros? Advertencia: el cuento de que todos los hombres que necesitan la prostitución para satisfacer sus necesidades son discapacitados no es verdad. En 10 años en la prostitución no he tenido un sólo putero discapacitado, además de que es discriminatorio para con los discapacitados calificarlos así, sugiriendo que nadie querría libremente tener sexo con alguien en su condición. Para la parte femenina de la humanidad con limitaciones no aplica, porque ellas tienen sexo más frecuentemente de lo que en realidad quisieran.

De la misma manera, no es verdad que “muchos van solamente a charlar”. En todo ese tiempo estuvo conmigo exactamente 1 (en palabras: UNO). Ese tipo de explicación sirve a todas luces para poner a los hombres en el papel de víctimas (ellos tienen que ser siempre fuertes y dominantes, los pobres) y, al mismo tiempo, hablar bonito de lo que en realidad pasa en un burdel.

En cuanto a cómo son los puteros, es completamente variable. Tuve puteros que querían follarme en la ventana de un edificio y luego escupirme, hacerme caminar a cuatro patas y luego eyacular sobre mi cara. Tuve puteros, muchos, que me preguntaron: “¿cuánto cuestas tú?” y con ello quedaba confirmado que allí no se trataba de sexo sino de comprar a una mujer. Tuve puteros que me sonreían malévolamente al darse cuenta de que me dolía (el primero con el que estuve era así). Tuve puteros que trajeron drogas para consumirlas conmigo. Tuve puteros a quienes les encantaba sobrepasar mis  límites y hacer algo que no habíamos consensuado. Puteros que quisieron mostrarme el armario donde guardaban las armas, estando en su casa del bosque con dos mastines gigantes (incluidos dos metros de valla de alta seguridad y sin cobertura telefónica), a quienes les complacía preguntarme repetidamente: “¿y, ya tienes miedo?”.  Algunos se dieron cuenta de que yo no quería continuar, pero de todas maneras siguieron adelante. Algunos eran pervertidos o pedófilos, algunos se masturbaban en el pasillo del edificio donde estaba el apartamento-burdel (sí, así las mujeres no prostituidas también son acosadas por la prostitución, las inquilinas de los otros apartamentos del edificio deben haber estado muy agradecidas por ello). Algunos me preguntaban qué edad tenía yo en mi primera vez o me contaban que les gustaban las jovencitas o los niños (“Trabajo en una granja de caballos, allí hay jovencitas que se ponen muy calientes cuando les das la montura correcta”).  Algunos se sintieron impelidos a ofrecerme embarazarme (¿por qué diablos?); algunos me preguntaron si podían “atacarme”.  Hubo puteros que estaban tan orgullosos de sí mismos y convencidos de su desempeño sexual que yo “debería avergonzarme de, encima, coger su dinero” pues, al fin y al cabo, yo ya “había recibido bastante de ellos”. Hubo puteros que regateaban el precio y como no quería bajarlo, me recriminaban que lo único que me interesaba era el dinero y que debería “volverme más humana”.

Todo así, como si las mujeres prostituidas fueran una especie de servicio caritativo para hombres. Tuve puteros que creían que tenían que “mostrarme de verdad cómo era” porque “allí afuera no se consiguen una así tan fácil”, y puteros que pensaban que me hacían un halago cosificando mi aspecto (“Qué buenas tetas”). No sé con qué frecuencia se me preguntó “si me gustaba follar” mientras yo miraba el techo o el esmalte de mis uñas, no sé cuántas veces escuché de los puteros que “eso sí que era ganar dinero fácil”. Algunos puteros se dieron cuenta de que sólo con alcohol o drogas podría estar con ellos y me las ofrecieron. Muchos se divirtieron torturándome y follándome por horas hasta que todo me dolía. Uno se paró con una máscara de esquiar en la puerta y tenía el fetiche de que él era “el malvado enmascarado” que venía a asustar a las mujeres prostituidas de los pisos de burdel (eso salió mal porque yo salí de la habitación y tenía todavía el látigo en la mano). Un putero decía que me había pedido porque él estaba sexualmente fuera de forma, lo había intentado con una muñeca de goma, pero no era lo suyo, y entonces me buscó a mí. Uno casi tuvo un paro cardíaco, lo cual me vino bien, otro era Cristo y después de que se le salió el condón se negó a abandonar su personaje y compartir los costos de la píldora del día siguiente por ser “algo inmoral, aparte de asesinato”.  Uno quería obligarme a tener un orgasmo (“Si yo quiero que tengas un orgasmo, lo tienes, el cliente es el rey”), y muchos se disculparon por no haber tenido una erección,  ya que así yo no podía disfrutarlo.

Hasta aquí podría pensarse que yo estaba en las calles y por eso describo el nivel más bajo en la escala de los puteros. De ninguna manera: todos estos amables caballeros me buscaron en un piso burdel, es decir, en un servicio de acompañantes (escorts) y, por cierto, los clientes de la calle no son únicamente hombres con poco dinero. Son sencillamente tipos a los que no les gusta que les pongan límites y quieren obtener el mayor poder y placer sexual gracias a la miseria ajena.


Cómplices. Saben exactamente lo que hacen.
Si se miran los foros de puteros en internet no se obtendrá un panorama más bonito. Allí hay hombres que se alegran al torturar con electricidad, en un sótano, a jovencitas que no hablan una palabra de alemán: “¡Esta empieza a temblar nomás verme!”. La reacción de los colegas puteros del foro: “¡Mis respetos!”. Los hombres que piden mujeres obligadas a prostituirse y se alegran de que aún no las han “montado” (“Esta cierra las piernas con fuerza, ¡qué encanto! Aquí hay emociones de verdad, ésta todavía no es una máquina. Le di por el culo hasta que no pudo más.”) o desean “ayudar” con la primera “montada”: “Los primeros seis meses sólo se puede pedir como esclava, hasta que se haya acostumbrado”, “Ahora mismo le estoy enseñando a hacer garganta profunda y créeme, va a aprender”, “Ella no sabía que en su anuncio pone que hace anal y todo sin condón, jajaja, por supuesto que se lo hice, era lo que me ofrecieron”, “Hace seis meses no hacía sexo anal AO (Alles Ohne: todo sin condón), eso tuvimos que enseñárselo primero para que lo hiciera”.
Las prácticas son cada vez más fuertes (eyaculación en la cara, escupir, fisting, cream pie, “pedirlas preinseminadas”, violaciones tumultuarias, agujas, lluvia dorada, garganta profunda hasta el ahogamiento o estrangulamiento) y una no se quita la sensación de que eso no se trata de sexo, sino de tortura, de torturar a alguien, a una mujer. Se pregunta frecuentemente qué tan resistente es una mujer, cuánto aguanta el sexo anal duro, cuánto esperma puede tragar sin ahogarse, en resumen, cuánto puede soportar manteniéndose pasiva, calladita (“Si lo ofrecen así de barato en un escaparate, ¡tienen que contar con que un hombre quiere más de lo que dan!”).  Lo que tiene que hacer ella en muchos casos: regalarse. Así lo informa un putero en un foro: una mujer prostituida le dijo que tenía tres dueños (!), tenía que estar lista para servir a sus clientes 24 horas al día, hacer “todo sin condón” y no podía negarse a ningún tipo de práctica, y de los 130 euros la hora sólo se podía quedar con 30. Un comentario empático del putero: “Sí, bueno, eso hace polvo, se nota. Pero de todas maneras 30 euros son mucho dinero en Rumania”.
No he puesto los vínculos de las discusiones de los foros intencionadamente, para no producir más tráfico de visitas, pero sentíos libres de buscar en Google la palabra clave “puteros”.

Sobre otras mujeres. Esposas y novias.
Y es que los puteros no hablan así solamente de las mujeres prostituidas, sino también de otras mujeres (“Las alemanas me ponen de los nervios, esas putas emancipadas”) y sobre sus parejas (pues sí, muchos puteros piensan igual, calculo que más de la mitad). Algunos dicen que (aún) tienen buen sexo con su pareja, pero les hace falta variedad (estos se llaman a sí mismos “gourmet”), que disfrutan de consumir el cuerpo de la mujer como si fuera un buen vino que definitivamente hay que probar. Muchos ya no tienen sexo con su pareja, a lo que comentan que ella se niega, que es una mojigata y que “ella misma se ha buscado” que él tenga que acudir a una mujer prostituida, él se ha visto “obligado a eso”. Algunos me han contado que su esposa “lamentablemente” se niega a las prácticas que ellos les proponen, lo que los entristece mucho, pero en alguna parte tendrán que vivirlas. (Al preguntar por las prácticas vienen tales perversiones que no es de sorprender por qué sus parejas se negaron). Lo que queda tremendamente claro es que, primero, los hombres se sacuden la responsabilidad (¡la mujer es la culpable de que no haya más sexo o no sea el adecuado!) y, segundo, que mantienen la idea de tener derecho a tener sexo (y en alguna parte tendrán que recibirlo, por el amor de dios, y si la vieja no se los da…). Además, no tienen cargo de conciencia: una vez un hombre me pidió para un “servicio” en su casa.  Se hallaba cómodamente sentado en el sofá y detrás de él había enmarcada una foto familiar tamaño extra grande. Cuando se dio cuenta de que yo estaba mirándola me contó alegremente que su esposa estaba en ese momento en el hospital porque estaba pariendo a sus gemelos. Estaba orgulloso y quería celebrar, y ya que ella no podía “en ese preciso momento”, me mandó pedir a mí. Algunos puteros me han dicho incluso que en la niñez de sus esposas tuvo que haberles sucedido algo terrible y que por ello tenían sexo de mala gana (y ciertamente nada de sexo anal, oral, tragar semen, fisting, que eyaculen en su cara, ¡ah, qué lástima!), así que no tuvieron más remedio que ir al burdel. Queda perfectamente claro que el abuso sexual no les resulta problemático en sí (el abuso sexual infantil, el abuso del putero hacia su pareja, el abuso del putero hacia prostituidas), sino que los puteros se sienten además como héroes porque se “apiadan” de su pareja no ejerciendo su “derecho”. El abuso hacia la esposa llega tan lejos que puede implicar incluirla parcialmente en sexo con prostituidas. Con cuánta frecuencia he escuchado “Mi pareja es un poquito bi, por eso pensé, yo le hago el favor y pido una prostituida y lo hacemos entre los tres”, y de inmediato me he negado, porque sabía exactamente que la buena mujer de la que él decía era un poquito bisexual no sabía nada e iba a ser obligada a algo que no quería. Tanto si ellos las “reemplazan” como si “las involucran” lo venden incluso como un “favor” que hacen a sus parejas, que luego se plantea como una bonita oferta: “Oye, me gustaría correrme dentro de mi esposa y tú se lo sacas chupando mientras yo te follo sin condón, ¿vale?”. Los hombres se conducen tan seguros de sí mismos en el mundo de la prostitución porque piensan que es algo a lo que tienen DERECHO. Me acosté en bastantes camas matrimoniales y escuché muchas frases de sorpresa de las parejas (“Ay, mira ahora me tengo que ir, ¿sí, cariño? Esto es muy bonito, ¡me alegro de lo de esta noche!”), y me maravillé nuevamente de lo rutinario, libre de culpa y seguros que estos hombres se sentían y seguían en lo que estaban, aun frente a sus parejas, ¿por qué? Cuando alguien hace algo que cree que se merece no tiene que esconder sentimientos de culpa, ¡porque sencillamente no los tiene! La razón por la que no debe saberse es solamente porque sería desagradable que se enterara su pareja.
En un hilo particularmente repugnante, en un foro de puteros, se leía que un marido tenía como costumbre pedir mujeres prostituidas a casa para usar el vibrador de su mujer y luego volver a ponerlo en su lugar sin lavarlo; era su manera personal de vengarse de la mujer que, según él, le debía sexo y no se lo quería dar. Por no hablar de todos los tipos que practican el “todo sin condón” y luego regresan a casa y allí continúan. Aunque para los puteros tanto las prostituidas como las esposas están ahí para eso, para ofrecerles sexo, los puteros diferencian claramente entre unas y otras. Siempre se me dijo: “Eres demasiado buena para el burdel, no perteneces a este lugar”, lo que lleva implícito que hay mujeres que no son lo suficientemente buenas (¿para ser esposas?) y que sí que deberían de estar en el burdel. Su desprecio hacia las mujeres va para ambas, parejas y “putas”. Se dirige a todas las mujeres.

¿Cómo se puede resumir esto? Los puteros son hombres que ven a las mujeres como ganado. Esto se aprecia claramente en afirmaciones de los puteros como “No tengo que comprarme toda la vaca si sólo quiero un poco de leche”. Comparan a las prostituidas con alimentos o bienes consumibles: “En casa hay siempre sopa de guisantes, y a mí lo que me apetece es cerdo asado” o “Conducir un Opel es chulo y está bien, pero de vez en cuando dan ganas de algo más apasionante”.

El putero amable.
Se me pregunta una y otra vez si no hay puteros amables y, ahí tengo que decir que sí, que sí los hay. Pero no es importante si alguien es amable o no, sino lo que hace. Tuve uno que quería tomarme de las manos todo el tiempo e ir conmigo a comer. Las citas eran horrendas porque tardaban eternidades y así mismo era en la cama. Ese era uno de esos “clientes amables” que quieren, en su mayoría, “girlfriend sex”, o sea que quieren la cercanía, la intimidad, los cariños, los besos… todo el paquete, y es agotador porque sobrepasa los límites personales, implica fingir mejor y estropea completamente tu intimidad, precisamente porque te la reclaman por completo. Una ya no puede guardar algo para sí misma cuando también hay que imitar y vender gestos de dulzura (porque, por supuesto, no son verdaderos) que dejan de pertenecerle a una, empiezan a hacer parte del repertorio de entretenimiento y por eso dejan de tener significado y son arrancados del Yo. Estos tienen que rescatarse de nuevo en un futuro libre de puteros y ser desde el principio nuevamente aprendidos. Además de esto, junto con la sensación de ser abusada, a través de la expresión de gestos íntimos de este tipo que llegan a hacer parte misma del abuso, de la sensación de abusar de ti misma, desaparece todo resto de dureza que pudiera protegerte del putero. Es como una entrega total, el putero sobretodo deseaba que yo le actuara el ser su amante. Este era uno de esos “gourmet” que no podían conformarse con su esposa y regularmente intentaba hacerme sentir culpable por los demás puteros para los que tenía que “trabajar”. Nunca se le ocurrió la idea de que él era uno de esos incómodos puteros: los puteros no piensan en sí mismos como puteros, sólo los demás son horribles. (A excepción de los sádicos que quieren ser recordados como los más horribles). Me ofreció bastante dinero para que “no tuviera que seguir haciendo eso”, pero para los puteros eso no es gratis, los puteros no ayudan así, sin más, no: una prostituida es un bien público y cualquiera quiere recibir algo de allí, y preferiblemente “ayudan” para hacerse con su pequeña “puta” personal. En cuyo caso tendría que encontrarme con él y sólo con él y sin dinero. Quería prácticamente “comprarme”.
Los hombres piensan tanto que tienen derecho a obtener sexo que, en realidad, en lo más profundo de su ser, ya no pueden entender por qué razón tienen que pagar. Si se hace una buena actuación, entonces significa que  “algo de eso” se disfrutó y por lo tanto el putero no debería pagar (es decir, se crea una ilusión positiva) y si la actuación no fue lo suficientemente buena, a saber, fue una “ejecución insuficiente”, pues tampoco tendría por qué pagar. ¡No hay manera de ganar!

La visión de los puteros sobre las prostituidas tiene dos caras, por un lado, desean una máquina que todos tratan igual (“Tiene que hacer lo que ofrece, da igual quién venga”, no hay cabida para una negativa por parte de ella) y, por el otro lado, quieren ser algo especial. O porque son tan tremendamente buenos en la cama o porque, cuando son sádicos, pueden hacer polvo a la prostituida. Lo que nunca quieren ser: uno como los demás, el número 8 o el 9 de la lista del día. No, una debería recordarles para siempre, es una cuestión de ego.



Por qué van los hombres con prostituidas.
A la pregunta de por qué los hombres van con prostituidas hay varios estudios que tratan de dar una respuesta. Por desgracia se olvida, sobre todo entre las científicas alemanas, que los puteros entrevistados responden como lo espera la sociedad (“Soy romántico”, “Me gusta probar cosas”, “Ya no tengo sexo en mi casa”) y muestran una imagen suave que no se corresponde con la realidad (¡en los foros de puteros obtendrían una visión un poco más fuerte!). Exponentes de esos “estudios” se encuentran, por ejemplo, en los diarios Süddeutschen y Tagesspiegel.

Y entonces, ¿por qué hacen esto los hombres? Algunos son sencillamente sádicos que odian a las mujeres y quieren darles una “lección de sexo hardcore o follar con odio”. Algunos son unos pusilánimes que tienen la necesidad de probarle su virilidad a una mujer prostituida y otros son “románticos”, que quieren establecer alguna clase de conexión, de relación, un romance. Todos tienen algo en común: piensan que tienen el derecho de obtener sexo, en ellos hay una cierta misoginia inherente y se orientan hacia una imagen de la masculinidad como algo tremendamente superior. Pero sobre todo: saben o podrían saber que esas mujeres no se acuestan con ellos por  gusto y voluntariamente. Pero esto LES DA IGUAL.
Se ordena como en un restaurante: “Un francés total por favor, con anal después”, y luego se busca un cuerpo en particular del menú para ser consumido. El aspecto de la elección del cuerpo es, a propósito, la prueba de que el sexo no es un servicio: no da igual quién lo brinda porque no se trata sólo de sexo, se trata de USAR a una mujer.

Ni siquiera los románticos buscan una cercanía verdadera. Tienen la imagen de una mujer, se forman una idea de una relación con esa mujer y pagan por eso, lo que cuenta es recibirlo, sin importar cuál sea la realidad. Y los sádicos tienen la idea de usar a la mujer de la misma manera y con el precepto de que la voluntad de ella tampoco importa. La prostitución no funciona sin ser forzada, nunca habrá suficientes mujeres que se prostituyan “voluntariamente”. De hecho, una parte tendrá que ser siempre forzada. Los puteros puede que con frecuencia no sepan si tienen debajo una prostituida forzada, eso les es simplemente indiferente. El que sean forzadas no les molesta a los puteros, les molesta sólo si tienen que verlo porque les daña la imagen que se habían formado en la cabeza. O les parece estupendo (como a los sádicos), o no vuelven allí (porque la ilusión por la que pagan no se concreta) o hablan frívolamente del asunto (hace poco en un foro de puteros encontré: “¿Qué es estar obligado? Yo tengo que levantarme todos los días y comer, eso también es estar obligado”). Las prostituidas no son mujeres para los puteros, aunque expresen que tienen dolor “hacen como si nada”. Lo mejor sería tener una con la que pudieran hacer lo que les da la gana y que, sin embargo, les sonriera: como una muñeca. El 66% de los puteros saben que muchas mujeres son forzadas por proxenetas, pero les da completamente igual. El 41% van de todas maneras con conocimiento directo de que se trata de una víctima forzada a prostituirse.

De putero a delincuente.
Aquí incluyo mi experiencia. Cuando todavía estaba en los pisos de burdel, muchos puteros tenían claro que en la habitación vecina había alguien sentado, y cuando estaba en el servicio de acompañantes muchos se sorprendían de que no tuviera un “jefe”, a saber, un proxeneta. Así de acostumbrados están a esta figura.

Hubo puteros que vieron con claridad mi asco y a quienes no les importó (“Deja de darte la vuelta cuando quiero besarte”, “Tengo la sensación de que ya no quieres ver más rabos”), también hubo los que se excitaron y a los que mi asco les dañó la imagen por la que habían pagado y nunca más volvieron. Todo es acerca del control, del control sobre las mujeres. Unos se enfadan si la actuación no fue lo suficientemente buena, los otros se alegran si a la prostituida se le cae su máscara de autocontrol y ahí es cuando dan el golpe. La violencia por la que se paga es sólo un lado, el otro lado es la violencia que no se acuerda: las violaciones, las torturas, las palizas y el asesinato.

Se trata de tener una mujer bajo control, hacer que haga lo que se desea, que sea lo que se desea. Y este es el punto central de la prostitución: todo está centrado en las necesidades del hombre, el sexo está siempre disponible, él no tiene que hacer nada, tiene para su elección los cuerpos de las mujeres, el principio del rechazo no se prevé. Aunque a los puteros les gusta escuchar que una prostituida “rechaza de plano también clientes” porque les da la sensación de pertenecer a un círculo de élite, ellos mismos no pueden imaginarse ser el cliente rechazado. Cada vez que he rechazado a un cliente fue un firme NO, algo que ellos hasta la fecha nunca habían considerado posible y a lo que reaccionaron con tanta agresividad que era como si yo les debiera algo, como si yo fuera un baño público al que sólo ellos no tuvieran entrada, como si yo hubiera roto las reglas del juego.

Quien ahora crea que hablo de la minoría, de un número reducido de hombres enfermos, se equivoca. Dependiendo del tipo de estadística que se mire, uno de cada cinco hombres acuden a mujeres prostituidas o 3 de cada 4.  Igual como se calcule, cada día de 1 a 1.2 millones de hombres van a prostíbulos alemanes, sin contar con los que ven películas con contenido de prostitución (es decir, pornografía). Porque ellos en cierta forma también son puteros.

Melissa Farley en un estudio descubrió que los puteros violan con más frecuencia que los que no lo son. De aquí se concluye que la prostitución tiene un efecto de aprendizaje sobre los hombres, les enseña que la violencia contra las mujeres bajo ciertas condiciones está bien. No es sólo que a la prostitución llegan especialmente muchas mujeres que fueron abusadas, sino que viven allí aún más violencia, los puteros tienen pocas inhibiciones frente a lo que la violencia sexual se refiere a la hora de visitar a mujeres prostituidas. Y todo esto significa que:

La prostitución es el efecto de la violencia contra las mujeres, es en sí mismo violencia contra las mujeres y es la causa de la violencia contra las mujeres.


La prostitución es un asunto de todas las mujeres.
Por todo esto la prostitución importa a TODAS las mujeres. Si una mujer es comprable, todas lo son: con cuánta frecuencia he escuchado de los puteros que mejor me pagan a mí, pues “cualquier otra resulta más cara porque hay que comprarle flores, pagar cenas en restaurantes, etc., y al final ni siquiera es seguro que ella te dé algo”.  A esto se suma que el putero con frecuencia reajusta las escenas de violencia pornográfica de burdel pasando de voyerista de violencia sexual a ejecutor directo de ella, pues ellos definen estas prácticas como normales, realizables y sin consecuencias, y entonces van y se las proponen a sus parejas, a las que se dejen. La prostitución no está fuera de la sociedad, es producto de ella y es necesaria para cimentar este rol tradicional una y otra vez: hombre activo y agresivo, mujer pasiva y servil. Ella es financieramente dependiente de él mientras él pueda obtener beneficios sexuales, las necesidades de ella no son una prioridad. No es casualidad que las defensoras de la descriminalización total de la prostitución repitan siempre que es mejor que el matrimonio ya que ambos, matrimonio y prostitución, se basan en un mismo principio fundamental. Es tan triste que vivamos en una sociedad que no sea capaz de imaginarse una sexualidad en la que las mujeres no reciban ninguna COMPENSACIÓN porque al fin y al cabo no se les ha causado ningún DAÑO.

En vez de esto, vivimos en una sociedad que cree que los hombres tienen el derecho a tener sexo en todas las condiciones y aun cuando eso signifique que una mujer sea forzada. Es una pena, pero así es, ¿no? El mundo es sencillamente malo.

Claramente los deseos de los hombres parecen más importantes que la integridad física y mental de las mujeres, sin olvidar que son más importantes aún que su propia autonomía sexual.

Porque la prostitución es lo contrario a la libertad sexual, y los puteros lo saben, pero no les importa, o no lo saben pero tampoco quieren saberlo. En suma: ¿queremos vivir en una sociedad en la que para los hombres las mujeres deben reprimir su asco y a los que, EN EL MEJOR DE LOS CASOS, les da igual?

Los puteros no ven a las prostituidas como mujeres, sólo ven un objeto, un cuerpo, incluso un accesorio decorativo. No pueden realmente saber en verdad cómo está ella, por qué está prostituida, qué es lo que realmente piensa, qué vida ha tenido hasta ahora, si en este momento quiere estar allí o no. A ellos no les importa. Lo que todos los puteros tienen en común es que no les importan los derechos de la mujer, su voluntad y sus sentimientos, les dan completamente igual: indiferencia.

Los puteros pagan por la ausencia de dignidad, de ego y de voluntad de la mujer, y la pregunta es: ¿por qué necesitamos una institución que les haga esto posible?

Huschke Mau
huschke.mau@web.de
Traducción: Adriana ZaborskyjTexto original: www.kritischeperspektive.com/kp/2016-34-der-freier/
Fuente:
http://www.tercerainformacion.es/opinion/opinion/2016/12/25/el-putero-por-que-los-hombres-buscan-mujeres-prostituidas-y-que-piensan-de-ellas

Nota: las imágenes son del original.