lunes, 18 de noviembre de 2019

“Ustedes no son nada. Les pego un tiro, las entierro en una gruta y nadie pregunta”


OPERACIÓN CARIOCA
“Ustedes no son nada. Les pego un tiro, las entierro en una gruta y nadie pregunta”
La instructora del mayor caso sobre proxenetismo en España describe el terror de las víctimas en los clubes de Lugo
SILVIA R. PONTEVEDRA
Lugo 17 JUN 2019 -



José Manuel García Adán, cabecilla de la red de proxenetismo desmantelada en la Operación Carioca, en 2015. PEDRO AGRELO



El juzgado guarda un fúnebre dibujo infantil pintado por la hija del tipo más duro de Lugo. Durante la instrucción de la Operación Carioca, la mayor causa contra el proxenetismo que ha habido en España (275 tomos), la niña explicó que su pintura representaba a "una chica enterrada". La pequeña vivió durante un tiempo en el Queen's, uno de los dos prostíbulos de su padre, José Manuel García Adán, y allí jugaba entre las mujeres víctimas, los clientes y los agentes del orden que supuestamente tejían la red corrupta que blindaba al proxeneta. Algunos de estos funcionarios de los cuerpos de seguridad habían estado en la vida de la cría desde el principio, tanto que hasta aparecen como invitados en el vídeo de su gran fiesta de bautizo, que forma parte de las pruebas del sumario.

Adán "se había granjeado la amistad de varios funcionarios policiales y miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado", afirma en el auto de transformación en procedimiento abreviado Pilar de Lara, titular del Juzgado de Instrucción 1 de Lugo. "Algunos eran asiduos a sus clubes", Queen's y La Colina, y esto "coartaba la voluntad de las mujeres prostituidas a la hora de interponer cualquier denuncia". A lo largo de un centenar de folios, el escrito judicial desmonta la propuesta de las fiscales del caso, que a finales del año pasado defendieron librar del banquillo a todos los agentes imputados en una de las principales piezas de la causa. Tras una década de investigación, el auto de De Lara es uno de los últimos antes de que el asunto caiga en manos de la Audiencia Provincial para su juicio y posiblemente también uno de los postreros antes de la marcha de la magistrada. A falta de resolver un recurso de la juez, el Consejo General del Poder Judicial ha acordado apartarla de su plaza y de sus casos por lo que considera que son "retrasos injustificados" en la instrucción de las mayores causas anticorrupción de Galicia, que están a su cargo.

"Allí había más de 2.000 euros y gritó: 'quien me la chupe, se queda con el dinero"

La magistrada mantiene las imputaciones, además de para los proxenetas, para un policía local que cree que era socio del negocio del Queen's; para otro municipal del que sospecha que suministraba munición al jefe de la trama; y para un agente nacional investigado por colaborar supuestamente desde el aeropuerto de Barajas en el tráfico ilegal de personas.

Entre unos 370 testigos de la Operación Carioca que relataron en el juzgado sus vivencias, Y.C. declara que cuando acudió a la comisaría a denunciar que Adán le había pegado una paliza y le había puesto una pistola en la cabeza, se encontró con que el jefe de la trama había llegado antes y "los policías se negaron" a recogerle a ella la denuncia. S.F.O., otra de las trabajadoras de los clubes, reproduce en otra parte del sumario la amenaza con la que supuestamente el proxeneta imponía su ley y les recordaba su indefensión: "¿Quiénes son ustedes? Nadie, ustedes no son nada. Si les pasa algo, ¿quién va a preguntar por ustedes? Nadie. Yo les pego un tiro y las llevo a enterrar a una gruta y nadie pregunta", narraba esta mujer traída de Latinoamérica, utilizando en su declaración pronombres de cortesía más propios de su país de origen que de un burdel donde, según De Lara, las mujeres "trabajaban en régimen de auténtica esclavitud".

Patrocinador del fútbol de los policías
Según la magistrada, Adán "las sometía a un régimen de control absoluto", "amenazándolas, gritándoles, insultándolas y agrediéndolas", "en un extremado clima de violencia". En los primeros registros le fueron incautadas cinco pistolas y abundante munición. Buena parte de los proyectiles aparecieron escondidos en el pozo del Queen's. El proxeneta, pendiente de los juicios de la Operación Carioca pero ya en prisión por violencia de género contra su esposa, "exhibía armas y hacía gala del poder que ostentaba", "presumía de sus magnificas relaciones" con policías y guardias civiles, a los que invitaba a sexo y copas. Incluso "patrocinaba un equipo de fútbol" formado por agentes, y así "desmotivaba por completo a las mujeres" a la hora de denunciar el "absoluto clima de presión, sometimiento, intimidación y terror" que reinaba.

"Muchas fueron agredidas o amenazadas por Adán", que solía "hacer prácticas de tiro sobre la parte de atrás del club, en la zona del gallinero, del pozo y en una furgoneta", recuerda De Lara. Algunas declaran que "las humillaba lanzando el dinero por los aires para que se agacharan a recogerlo", o que las llamaba "putas fracasadas", "vacas gordas", “sinvergüenzas”. E.P. asegura que presenció "cómo Adán se subió a la mesa del comedor, se quitó su pantalón, se quedó en calzoncillos y tiró al suelo un montón de billetes". "Allí había más de 2.000 euros y gritó: 'quien me la chupe, se queda con el dinero", cuenta la testigo.

En el hospital le preguntaron a qué se debían las heridas. Mintió por miedo: dijo que se había "caído por las escaleras"
Después de una noche que ella recuerda como terrorífica, Y.C. comunicó al jefe su intención de abandonar el club y él, recoge el último auto, "reaccionó de forma violenta". La chica dice que la llamó "muerta de hambre" y que la "agredió brutalmente", la "golpeó", la "agarró por el pelo", la "arrastró por el suelo" y siguió pegándole hasta que "pudo ponerse en pie". Entonces, Adán ordenó a un empleado que "fuera a buscar la pistola que tenía guardada en la oficina": "José, búscame la 38, que le voy a dar a esta, que a los huevos mismos va a quedar". Luego le puso la pistola en la cabeza: "Te voy a matar". S.F.O. describe también un momento en que fue encañonada por el dueño del Queen's con un arma "que sacó del cinturón": "Mira lo que te puede pasar", asegura que le dijo el hombre entre risas, al comprobar que a ella le "temblaban las piernas". Otras veces les pegó "puñetazos" y "patadas" a ella y a una amiga. La mujer explica que después Adán "cogió sus cosas, las tiró a la calle" y la amenazó de muerte si denunciaba.

E.P. narra cómo un día el cabecilla de esta supuesta mafia de proxenetismo "lanzó un cuchillo desde la puerta de entrada al salón hasta la puerta del baño", y allí "quedó clavado" después de pasarle a ella "como a cuatro centímetros de la cabeza". En otro episodio de "cólera" distinto, Adán la golpeó, la arrastró afuera "cogiéndola por los pelos", le siguió pegando y le gritó: "Quédate fuera, puta, que si vuelves a entrar te mato". La víctima tuvo que acudir al hospital. Dice que allí le preguntaron a qué se debían las heridas, un corte en el labio y hematomas "por todo el cuerpo". Y que mintió por miedo: sostuvo ante el médico que se había "caído por las escaleras".

En otra pieza de este procedimiento pendiente de juicio, Adán supuestamente obliga a abortar a una chica de 18 años que no quería hacerlo, en una intervención sin anestesia y con la máquina de aspirado de la clínica atascada. El niño no podía llegar a nacer porque su existencia podría complicar la vida del supuesto padre, un conocido empresario local que gastaba miles de euros en el club.

Entre los clientes había "reconocidos empresarios", alguno "llegó a gastar más de 4.000 euros en una noche"

"Tanto Adán como, sobre todo, su encargado, José Manuel Pulleiro Núñez, aprovechándose del miedo, la soledad, el aislamiento y la vulnerabilidad y debilidad de las mujeres, mantenían relaciones sexuales con ellas, especialmente con las que llegaban nuevas a los establecimientos", afirma la magistrada de Lugo. "Numerosas declaraciones ponen en evidencia cómo Pulleiro solía 'catar' o 'probar' a las jóvenes", continúa en su auto, e incluso "no cobraba la suma diaria de 43 euros" en concepto de alojamiento "ni imponía multas a las que mantenían relaciones sexuales con él". "Entre los amigos lo llamaban El Semental", detalló en su declaración un allegado: "Le gustaban sobre todo las brasileñas y colombianas"; "todas acababan acostándose con él".
En el Queen's y en La Colina "existía un consumo generalizado de drogas, particularmente cocaína, que facilitaba el propio dueño". Muchas mujeres esnifaban "para soportar las duras condiciones laborales", dice el escrito judicial. "Adán conseguía engancharlas y garantizar la permanencia en sus locales, tanto de las mujeres como de los clientes, mayoritariamente reconocidos empresarios" entre los que alguno "llegó a gastar más de 4.000 euros en una sola noche".

En el auto, De Lara ofrece a la Xunta de Galicia personarse como acusación en virtud de la ley gallega de violencia de género. Recuerda al Gobierno de Alberto Núñez Feijóo, además, que, en 2009 en el Queen's ejercía una menor. La muchacha fue localizada durante una redada pero "inexplicablemente", en palabras de la juez, ni los policías ni los funcionarios de Extranjería "detectaron" la falsedad de su pasaporte, con un año de nacimiento ficticio, sobrescrito por ella misma a bolígrafo. Más tarde la niña, con 17 años, ejerció en otro burdel lucense. Pero las fiscales decidieron exculpar, en otra pieza del sumario, al dueño de este segundo negocio, famoso entre la clientela por las supuestas facilidades que daba para practicar sexo sin condón.

Las mujeres llegaban, sobre todo, del Estado brasileño de Goiás, con una deuda contraída de entre 3.000 y 4.000 euros, en viajes orquestados por la trama con operadores del país americano. Los investigadores lograron identificar a más de 40 chicas que entraron así en España, muchas, supuestamente, con la instrucción específica de acceder por la puerta 16 del aeropuerto de Barajas, donde la magistrada sostiene que había un policía nacional conchabado al que mantiene imputado en este auto. Uno de los contactos que gestionaban los viajes de las mujeres desde Brasil llegó a recibir 89.682 euros en 84 operaciones de envío de dinero de la red lucense. Ya en los clubes, las trabajadoras tenían que saldar sus deudas ejerciendo la prostitución. Según la juez, ocurrió varias veces que, tras el viaje, alguna de las mujeres escapaba y la amiga que quedaba bajo el control de Adán y Pulleiro era obligada a asumir el precio y pagar el doble


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Nota. La imagen es del original







Sin seguridad y con miedo, así sobreviven las prostitutas de carretera


Sin seguridad y con miedo, así sobreviven las prostitutas de carretera
Las condiciones en las que trabajan las personas que se prostituyen en los caminos de Castellón son de todo menos seguras. EL MUNDO habla con 'Laura', ex prostituta de la zona
EL MUNDO
Madrid / 07.03.2019

La seguridad de las mujeres y hombres que se dedican a la prostitución en caminos y carreteras de Castellón escasea en todos los sentidos. La falta de luz, de agentes de seguridad de paisano y de controles a los coches, sobre todo en días de fiesta, hacen que el trabajo de las prostitutas equivalga a jugarse la vida todas las noches.





El viernes pasado se encontró el cuerpo sin vida de una persona trans en la zona del Caminàs de Castellón, un área en el que se ejerce la prostitución. Por el momento, hay dos detenidos en prisión en relación con el crimen, sin embargo, la Policía Nacional sigue las investigaciones pertinentes para resolver el caso.

Este homicidio ha despertado la alerta entre los ciudadanos pero, sobre todo, entre el colectivo de mujeres que se dedican a la prostitución en la capital de La Plana. Laura, seudónimo que utilizaba un joven en su trabajo en el mundo de la prostitución, dejó el Caminàs hace tres años, tras iniciarse en la 'profesión' siendo menor, con 17, y hasta los 22 años. “No me ha sorprendido el caso del homicidio del viernes, de hecho conozco el caso de una compañera que no salió a la luz, y la chica desapareció y no se supo nada más de ella. El miedo está ahí”, confiesa el joven.

La ex prostituta ha hablado con EL MUNDO para reivindicar la falta de seguridad en la prostitución de Castellón: “No hacen falta los típicos controles de policía, sino que haya guardias de paisano que velen por la seguridad de las chicas”. En el entorno del Caminàs, cuando él trabajaba 'ejerciendo', había tres chicas ofreciendo servicios sexuales, como mucho cuatro. Cada una tenía su parcela y entre ellas se dividían el camino.

Laura cuenta cómo se repartían las posiciones: “Las veteranas siempre estaban más fuera, a la vista, y las novatas tenían el puesto de dentro, el menos privilegiado”.

INTENTO DE VIOLACIÓN
Los riesgos de las prostitutas, según cuenta Laura, van desde adquirir cualquier enfermedad de transmisión sexual, hasta sufrir agresiones de cualquier tipo. A él, personalmente, le intentaron violar en una ocasión, en la que recurrió a a los cuerpos de seguridad que se llevaron detenido al 'no cliente'. “La peor situación que yo he vivido prostituyéndome aquí en Castellón fue en periodo de Magdalena. Un coche de niños borrachos se pusieron delante de mi hoguera y me empezaron a tirar piedras y a insultarme”, afirma Laura.

Las prostitutas que frecuentan la zona no se sienten protegidas por las fuerzas de seguridad. Laura, en este caso tuvo suerte, ya que un policía con el que hizo amistad se pasaba por su zona todos los días simplemente para comprobar que estuviese bien, y todo por la vocación profesional del policía a la que le estará “agradecida siempre”.

Laura es español y 'compartía camino' con dos chicas de diferentes nacionalidades, que también atendían a clientes de todos los sitios del mundo. Había a alguno que por cuestiones de seguridad personal las chicas tenían que negarse a prestarle servicios. “Me fiaba más de los jóvenes que venían con su humilde coche, que de los que venían trajeados y con coches de alta gama”, subraya.

COLECTIVOS LGTBI
Por otra parte, los colectivos que siempre les han ayudado mucho en temas médicos y de precaución de enfermedades de transmisión sexual (ETS) son los relacionados con la defensa del colectivo LGTBI. Estos les proporcionaban constantemente preservativos y otras ayudas para que su trabajo fuese mas seguro.

Más de 500 personas han disfrutado de los servicios sexuales de Laura durante cinco años consecutivos, la mayor parte de ellos jóvenes de entre 16 y 30 años, según lo que ha contado a este medio: “Hay que quitarse la idea de la cabeza de que solo vienen viejos, aquí hay de todo. Los mismos niños que te insultan cuando pasan con sus amigos son los que luego vienen”.

ENTRE NARANJOS
El procedimiento del trabajo para las mujeres del Caminàs es el mismo para todas: “Para el coche, nos subimos, acordamos las tarifas con los clientes y después nos metemos para dentro del campo de naranjos. El coche se deja en un punto y ya vamos con el cliente más para adentro. Entre naranjos tenemos las relaciones sexuales, que hay de todo tipo”. Esto quiere decir que las condiciones de trabajo de las prostitutas dependen también de las condiciones del clima.

“Si hace sol nos morimos de calor, si hace frío lo pasamos aun peor, y si llueve y el cliente quiere servicio igualmente, que suele ser así, nos tenemos que adaptar y trabajar bajo la lluvia, admite Laura.
Cuando se le plantea la opción de ejercer la prostitución en un club, donde en teoría está más controlada, él no duda en decir que prefiere el Caminàs: “En el Caminàs eres libre, puedes cobrar lo que quieras y hacer con el dinero lo que quieras, en los clubes no, por eso preferí antes la calle que lo que se supone que es la opción más segura”.

Otra de las cosas que causan incertidumbre entre las mujeres que se dedican a la prostitución es qué tipo de servicio va a querer el cliente. En el caso de Laura se ha encontrado con personas que han tenido como fetiche el hecho de estar manteniendo relaciones sexuales con un hombre travestido.

“En muchas ocasiones ni si quiera ha habido contacto físico, simplemente el cliente se ha querido masturbar viéndome”.
El joven vivió cinco años de la prostitución, a la que recurrió para salir de la mala racha económica. Este es un caso que demuestra que este ejercicio es un “absoluto desconocido” para toda la sociedad, que juzga y prejuzga sin saber lo que hay en el interior del oficio.



Fuente
https://www.milenio.com/internacional/prostitucion-en-carreteras-se-juegan-la-vida-todas-las-noches


Nota: la imagen es del original.








Fotografías de Sahar Fadaian sobre cómo viven las prostitutas transgénero en la India



Fotografías de Sahar Fadaian sobre cómo viven las prostitutas transgénero en la India
Lunes, 7 de mayo de 2018
Alejandro I. López 5.6k  fotografias de sahar fadaian

La fotógrafa Sahar Fadaian se internó en los barrios más marginados de Bangalore, una de las ciudades con más contrastes de la India, para conocer cómo es la vida de las mujeres trans en ella.



La tradición hindú, llena de figuras religiosas con características de ambos sexos, influyó en el reconocimiento de personas con rasgos andróginos, reconocidas como ciudadanos dignos de derechos mientras su carácter estuvo vinculado a la mitología local; sin embargo, a partir de la ocupación británica del subcontinente la situación cambió radicalmente: las leyes contra la diversidad sexual endurecieron y aún en el presente las propuestas de ley avanzan a paso lento hacia la despenalización de la homosexualidad.



A pesar de que en 2014 las personas transgénero fueron reconocidas legalmente como un "tercer sexo" por el tribunal más importante de la India, la realidad es que la discriminación es un obstáculo con el que luchan a diario.


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La desigualdad que impera en el subcontinente asiático lejos de los centros financieros de Mumbai o Nueva Delhi, aunada a que la condición de las personas trans es vista como un estigma por el resto de las personas, provoca un éxodo masivo desde las distintas provincias hacia las grandes ciudades con la esperanza de encontrar educación, trabajo y mejores oportunidades; pero la mayoría sólo encuentra más discriminación y una vida de mendicidad en los suburbios.



La fotógrafa iraní Sahar Fadaian combina su activismo con series documentales y su trabajo como freelance. Mientras vivió en Bangalore, una de las ciudades más contradictorias de la India conocida como "el Silicon Valley hindú", Fadaian recorrió los barrios más marginados en busca de historias de personas trans y sus condiciones de vida.


 






«Durante los años que viví en Bangalore, había un grupo de personas que me resultaban imposibles de pasar por alto en las calles: las mujeres transgénero, un sector reconocido por las "personas normales" por sus ocupaciones de mendigos y prostitutas, ignorando que su vida personal, las leyes, los tabúes culturales y el abandono de sus familias no les dan otra opción para subsistir».




Más del 90 % de las personas trans dejan sus hogares a temprana edad y ante la imposibilidad de pagar un piso por sí mismas, deciden unirse a otras que también se identifican como transgénero. La mayoría rentan pequeños cuartos en las zonas más alejadas del centro, donde las condiciones de pobreza son evidentes.










La organización al interior de estas viviendas sólo tiene una líder: una madrina, la mujer con más experiencia, quien decide quiénes son aceptadas y quiénes deben buscar otro hogar. Al interior, es la única que tiene una cama y el resto le da una parte de sus ínfimos ingresos aceptando su jerarquía.



En estas casas las personas trans están lejos de la discriminación, a pesar de que la mayoría encuentra en la prostitución el único camino para subsistir. Antes de que caiga la noche, las mujeres se maquillan, rezan algunas oraciones frente a sus altares improvisados y salen a trabajar, esperando que la jornada sea productiva para poder volver a casa, al menos durante la siguiente noche.












Fuente
https://culturacolectiva.com/fotografia/fotografias-de-sahar-fadaian-sobre-las-prostitutas-transgenero-en-la-india/











lunes, 11 de noviembre de 2019

La increíble vida y las tres muertes de la cortesana Marie Duplessis, la amante mejor paga del París del Romanticismo


La increíble vida y las tres muertes de la cortesana Marie Duplessis, la amante mejor paga del París del Romanticismo

Fue una niña castigada, prostituida y vendida por un padre borracho, pero el destino y las amistades la convirtieron en una de las mujeres más importantes y extravagantes de su época. Admirada por Dumas y Dickens, entre otros, su vida inspiró “La Dama de las Camelias” y la ópera “La Traviata”
Por Alfredo Serra
4 de noviembre de 2019

Acuarela sobre Marie Duplessis en el teatro, de Camille Roqueplan



Su vida, desde la desdicha de los primeros años hasta la fugaz gloria y el temprano fin (tenía 23 años) fue un abuso del Romanticismo. Y se escribió tres veces: en la cruda realidad, en la novela y en la ópera…

Nonant-le-Pin, Baja Normandía, enero 15 de 1824. Nace Rose-Alphonsine Plessis, cuando la razón (el Neoclasicismo, la Ilustración) dará paso a la explosión de los sentimientos: semilla germinada del movimiento prerromántico alemán Sturm und Drang (Tempestad y Pasión).

Nace, y es ya un arquetipo de la desgracia. Hija de Marin Plessis y de Marie-Anne-Michel Deshayes, su padre es una extraña mixtura: hijo de una prostituta y un cura que jamás lo vio… Pero su madre ostenta prosapia: viene del lustroso linaje de los Du Mesnil d´Argentelles, aunque en la ruina. Sus tierras y sus títulos desaparecieron en las ordalías de la Revolución Francesa. Las dos hermanas, Rose-Alphonsine y Delphine, crecen bajo el látigo de la pobreza y las brutales borracheras de su padre.

Niñas todavía (cuatro y cinco años), su madre las abandona, y no volverá a verlas: ama de llaves en casa de una amiga, muere en Suiza muy poco después, consumida por la tuberculosis. Según algunos biógrafos, Rose-Alphonsine, a sus doce años, fue arrojada por su padre a la prostitución a cambio de un puñado de monedas…

Por fin, a los quince, después de trabajar en un mesón de mala muerte y en una fábrica de paraguas, se fuga a París (¿vendida por su padre?) en el carromato de una compañía de gitanos cirqueros (recurso de muchos novelones y folletines presuntamente “naturalistas”).



Marin Plessis, su madre, poco antes de morir. Esta pintura anónima se encuentra en el Museo de La Dama de las Camelias, en Normandía


Los trabajos y los días –no los de Hesíodo, del 700 antes de Cristo– se suceden: una verdulería, una boutique de lencería (allí descubre el fru-fru de la seda), hasta que en un baile conoce a un restaurador de la Galería Montpensier. Primer escalón. El caballero, hechizado por la belleza de la vendedora, es su primer amante, protector y benefactor: la muda a un pequeño piso parisino…

Algo más tarde, aparece la primera gran conquista: el conde Antoine Alfred Agénor de Guiche, que también escalaría posiciones hasta ser canciller de Napoleón III. El pequeño piso es ahora más grande y lujoso. Cambio al que corresponde una mutación de su nombre. Decide llamarse Marie, y agregar al Plessis el breve “Du”, que le suena aristocrático. Toma entonces el nombre que la volvería inmortal: Marie Duplessis.

El conde Guiche, cual Pigmalion, la transforma en una dama: paga clases de escritura, de buen francés, de piano, de danza, de literatura, de historia, de modales… Ambos son felices. Pero los Gramont no toleran que el nombre de la familia quede entre las sábanas de una mujerzuela…, sin contar las acaso tantas mujerzuelas ocultas en su escudo de armas.

Hora del adiós. Pero las costosas lecciones, bien aprendidas, dan resultado. La desichada niña de aldea es una cortesana. Según la palabra en inglés, “Eufemismo por escolta, amante o prostituta que usa su belleza y refinamiento para atraer a clientes ricos, poderosos o influyentes”.



"La Traviata", la ópera más popular de la historia tuvo su origen en "La dama de las Camelias". En esta versión la puesta de Sofía Coppola y Valentino para la Opera di Roma


Y esos clientes y sus dineros ya no cesan: Ferdinand de Montguyon, Roger de Beauvoir, Henri de Contades, Olimpio Aguado, Adrien de Plancy, Pierre de Castellane, Eduard Delessert…, que la conocen y son pescados nada menos que en el Jockey Club de París –la piscina perfecta–, del que Marie es socia merced a la influencia de algún prohombre de peluca empolvada.

En 1841 –no ha cumplido dieciocho años– conoce al conde François-Charles-Edouard Perregaux. El encuentro promete un largo verano en la mansión de Bougival, suburbio de moda a trece kilómetros de París, que el conde acaba de regalarle. Pero el estigma de la tuberculosis, el mal obligado del Romanticismo antes de la penicilina, empieza a erosionarle los pulmones.
Viaje urgente a Baden-Baden, famoso por sus aguas termales. Y retorno con malas noticias: el conde de Perregaux está al borde de la bancarrota. Imposible afrontar los altos gastos de Marie. Vende la mansión y se muda a Londres. Pero le deja un rumboso título: Marie Du Plessis, condesa de Perregaux…

Mientras, los bacilos de Koch siguen su letal tarea.

En 1844, durante sus baños termales en Bagnères-de-Luchon, conoce al embajador ruso en Francia, conde Gustav Ernst von Stackelberg, de algo más de setenta años, que la convierte en su protegida, al parecer porque le recuerda a su hija, muerta por el mismo mal. Opulento, además de darle un regalo cada día, alquila para ella un lujoso entrepiso en el Boulevard de la Madeleine. Algo alejada de los amoríos, eleva el lugar a una especie de club cultural, muy pronto poblado de escritores, filósofos, actores, que alargan las cenas y tertulias hasta el alba.




Eugène Sue, Charles Dickens y Alexandre Dumas (padre), tres de los grandes autores que la denominaron


Eugène Sue, Charles Dickens y Alexandre Dumas (padre), tres de los grandes autores que la denominaron "La Divina Marie"
Es común ver entrar a Alexandre Dumas (padre), Alfred de Musset, Eugène Sue, Charles Dickens, que le otorgan un nuevo título: “La Divina Marie”. Qué menos para una dama que gasta 200 mil francos oro por año, pasea en un cupé azul tirado por caballos pura sangre por el Bois de Boulogne, come en la célebre Maison Dorée, y ocupa los mejores palcos de los teatros con un ramo de camelias blancas –las más delicadas de la especie– entre las manos…

Pero algo más sucede en 1844, mes de septiembre. Conoce al escritor Alexandre Dumas (hijo), hijo natural de Alexandre Dumas y la costurera Marie-Catherine Labay. Su padre lo reconoció legalmente, lo separó de su madre (las leyes lo permitían), y le pagó la mejor educación posible. La soledad y la agonía de su madre le inspiraron su novela El Hijo Natural (1858), en la que expone una teoría moral: quien trae al mundo un hijo ilegítimo esta obligado a reconocerlo y casarse con la madre. Murió el 27 de noviembre de 1895, a sus 71 años, y dejó doce novelas y varias obras teatrales.

Su relación con Marie no llegó a cumplir un año: apasionada, pero enferma de reproches y celos. Que él terminó con esta carta: “No soy lo bastante rico para amarte como quisiera ni lo suficiente pobre para ser amado como quisieras tú. Olvidemos todo. Adiós. Tienes demasiado corazón como para no entender el motivo de mi carta, y demasiada inteligencia como para no perdonarme. Mil recuerdos. 30 de agosto, a medianoche.”
Cuatro años después publicó La Dama de las Camelias, novela de más valor anecdótico –histórico, incluso– que literario. En ella, la condesa Marie Du Plessis es Margarita Gautier…




Alexandre Dumas (h) y "La Dama de las camelias"



Poco después de separarse de Dumas vivió su última conquista: Franz Liszt. Pasión volcánica y fugaz que acabó cuando el músico intuyó el gran suceso que tendría en el resto de Europa, y partió sin más culpa que una carta post mortem: “No soy partidario de las Marions de Lorme o las Manons Lescaut, pero Marie Du Plessis era una excepción. Tenía buen corazón. Fue sin duda la más absoluta y perfecta encarnación de la Mujer que jamás haya existido. Y ahora está muerta, y no sé qué extraño acorde de elegía vibra en mi corazón en recuerdo suyo”.

En cuanto al adiós de Dumas, sus amigos juraron que no fue por los motivos explicados en la carta, sino “por su terror a contagiarse la tuberculosis”. Enferma sin remedio, Marie se casó en febrero de 1846, en Londres, con su antiguo amante y protector, el conde de Perregaux. Al volver a París, ella encargó su propio escudo de armas, vajilla y papel de cartas, y puerta de su coche de caballos, grabados con el nombre “Madame la comtesse Edouard de Perregaux”: la fórmula de moda.

La tuberculosis la arrancó del mundo a las once de la noche del tres de febrero de 1847 en su piso del Boulevard de la Madeleine 11 (hoy 15). La amortajó su sirvienta. La veló su protector, el conde ruso Gustav von Stackelberg, que en las últimas semanas no abandonó la cabecera de la cama.

El funeral, dos días después, en la Iglesia de la Madeleine, y a los diez días, tumba y lápida definitivas en el Cementerio de Montmartre. Lápida lacónica si las hay: “Ici Repose ALPHONSINE PLESSIS Née le 15 Janvier 1824”.

Tenía apenas veintitrés años.



Tumba de Duplessis en el Cementerio de Montmartre



Cinco después, Giuseppe Verdi compuso la música para el libreto que Francesco Maria Piave escribió sobre La Dama de las Camelias. Y fue La Traviata, estrenada en el teatro La Fenice el seis de marzo de 1853. Fracaso rotundo. Pero un año más tarde, en París, éxito colosal. Tal vez porque Marie, en la ópera llamada “Violetta Valery”, y su amante, “Alfredo Germont”…, volvió a su cuna.

Hasta hoy, La Traviata es la ópera más representada de la historia.

Fuente

Las mujeres no son comida rápida


Las mujeres no son comida rápida
 septiembre 05, 2019

Aumento de "Drive-Thru Burdeles" (Burdeles de autoservicio)
Artículo original de Michelle Kelly en Medium Corporation: Women are Not Fast Food; the Rise in ‘Drive-Thru Brothels’
Traducción por Front Abolicionista


Un artículo reciente en The Guardian “Burdeles de autoservicio: por qué las ciudades están construyendo' infraestructura sexual” mostró la planificación en Alemania para construir “Burdeles de autoservicio” o áreas designadas donde los hombres pueden elegir a una mujer para servicios sexuales y luego conducir con ella a un puesto de estacionamiento especialmente diseñado.

Si bien el artículo ha provocado una reacción, esto no es realmente nada nuevo; Otros países como Suiza han tenido estructuras similares durante años. Al leer esto no me sorprendió particularmente.
Lo que me sorprendió fue el tono acrítico del artículo. Estos llamados 'puestos de sexo' se describieron como 'planificación urbana' e 'infraestructura' como si estuviéramos discutiendo sobre bloques de baños públicos o una piscina. Seamos realistas aquí. Estas son pequeñas estructuras baratas construidas en un intento de contener la amenaza en que se ha convertido la legalización de la prostitución en Alemania.

Con mega burdeles que ofrecen una tarifa plana de 'todo lo que puedas follar' y diferentes pisos que muestran diferentes servicios que incluyen mujeres embarazadas, adolescentes 'apenas legales', gangbangs e incluso bestialidad, el estado de la prostitución en Alemania ha llevado al país a ser denominado “burdel de Europa” en medios nacionales e internacionales. En casos recientes de alto perfil, los propietarios legales de burdeles han sido encarcelados por tráfico sexual.
En una industria legalizada y, por lo tanto, en auge, es imposible mantenerse al día con la demanda, por lo que los traficantes se instalan. La investigación ha demostrado que cuando se legaliza la prostitución, aumenta la trata. Esto es exactamente lo contrario de lo que prometió el lobby del comercio sexual que insistió en que la legalización/descriminización haría que la “industria” fuera más segura.




Estos burdeles 'drive through' (auto-servicio) son otro intento de desinfectar y regular un comercio en auge que trata a las mujeres y niñas como carne fresca para ser consumida y desechada. En ninguna parte es esto más evidente que en el concepto mismo de un burdel autoservicio.

Sin embargo, el artículo de The Guardian no menciona ninguno de los problemas de la industria del sexo en Alemania, aparte de un breve asentimiento al alcalde alemán de Mitte, Von Dassel, sino que presenta las opiniones de aquellos que creen que los "puestos de sexo" son una buena idea. Incómodamente, von Dassel "quiere que la ciudad considere cuestiones más amplias relacionadas con el “trabajo sexual”, como el tráfico de personas, el abuso de drogas y la violencia".

Saltando rápidamente sobre preguntas tan molestas, el artículo cita extensamente a Catherine Healy, del Colectivo de Prostitutas de Nueva Zelanda, que fue fundamental para despenalizar el comercio sexual allí. Los NZPC son una organización controvertida que, bajo el pretexto de 'apoyar a las trabajadoras sexuales', argumentan que las 'trabajadoras sexuales menores de edad' (léase; niños explotados y maltratados) deberían quedarse solos para elegir prostituirse.

El NZPC tampoco tiene tiempo para las supervivientes de la prostitución cuyas experiencias del comercio sexual de Nueva Zelanda no coinciden con su narración blanqueada. Una vez más, la voz de la 'trabajadora sexual' más privilegiada se escucha por encima de las innumerables voces de las personas coaccionadas, maltratadas, explotadas o traficadas en la industria. Las que son tratadas como "comida rápida".

Sin embargo, el artículo, y la propia Healy, socava la narrativa a menudo impulsada por grupos de 'trabajadoras sexuales' (tenga en cuenta que el término 'trabajadora sexual' generalmente abarca proxenetas, pornógrafos y propietarios de burdeles) de que la prostitución es 'un trabajo como cualquier otro' y no tiene más riesgos inherentes que cualquier otro lugar de trabajo.
Estos puestos de sexo están diseñados para garantizar que la mujer pueda huir fácilmente, con botones de pánico, pero es un diseño que significa que una vez dentro solo se puede abrir la puerta del pasajero. Estos detalles de diseño de esta nueva infraestructura muestran claramente que la prostitución se trata realmente de abuso.

Los puestos de sexo están diseñados en gran medida para contener la prostitución callejera y hacerla más agradable al ojo público. Las mujeres atrapadas en la prostitución callejera se encuentran entre las más vulnerables y hasta el 95% son adictas a las drogas de clase A.
Obligar al sexo a las personas más marginadas de nuestra sociedad, que claramente no están allí por una elección informada, sería abuso sexual en cualquier otra situación. Sin embargo, cuando se trata de prostitución, lo llamamos 'trabajo sexual' y construimos infraestructura para que los puteros continúen explotando a su placer a estas mujeres, predominantemente mujeres. ¿Cómo podemos justificar esto?

Necesitamos preguntarnos en qué nos estamos convirtiendo como sociedad cuando la explotación de una persona vulnerable se compara con la compra de una hamburguesa.

Las mujeres no son carne. Hacerlo mejor.

ESCRITO POR:
Michelle Kelly, autora más vendida de 'When I Wasn't Watching' y 'Eyes Wide Open'.
Sobreviviente de comercio sexual y violencia doméstica.

Fuente







lunes, 4 de noviembre de 2019

Los Acapulco Kids

Testimonios 


Los Acapulco Kids
Tailandeses manejan la prostitución infantil en el puerto de Acapulco, Guerrero, convertido ahora en el paraíso de los pederastas
Por periodistasdigitales - 20 Abr 16 en Foro libre
Por Alejandro Almazán/emeequis

Acapulco, Gro.- La primera vez que Jarocho me ofreció a una niña por 300 pesos le dije que sí, que a eso había ido al Zócalo aquella noche. El tipo, que cuidaba autos frente al Malecón, se echó la franela al hombro y sonrió de tal manera que los dientes le brillaron en el oscuro rostro, reventado por el acné. Luego, cuando se dispuso a traerla de un callejón, dije que no, que mejor volvería más tarde.

—De una vez, brother, el yate llega a la una de la mañana y ahí vienen gringos ya rucos que se llevan a las más morritas. Orita hasta te puedo conseguir una de nueve o diez años –dijo con cara de “tú me entiendes, no te cuento nada nuevo”, y sentí tremendo retortijón en el estómago.
—Regreso antes de esa hora, nada más no vayas a fallar.
—¿Qué pasó, brother? Los hombres sabemos hacer negocios. Y como me caíste a toda madre, te la voy apalabrar pa que te dé un servicio chingón. Ái tú te arreglas con ella si quieres cosas más perversonas.

Volví después de que el yate Aca Rey había tocado tierra firme. Entonces supe que Jarocho sólo era un mero cazador de clientes, que trabajaba para un proxeneta y que la niña que llevaría esa noche se llamaba Allison. Era adicta a la piedra –esa droga barata que embrutece más que otras– y no pasaba de los 12 años.


Tailandeses manejan la prostitución infantil en el puerto de Acapulco, Guerrero, convertido ahora en el paraíso de los pederastas  (imagen de la nota original)



***

Un día Acapulco se cubrió de verde y de cerdos salvajes que desafiaban los caminos de tierra. Las gargantas de los pescadores toltecas cantaban a los dioses, los bambúes crepitaban con el viento y los mangos petacones engordaban. Mil años después, los aztecas traerían la plaga hasta que Hernán Cortés y su gente la aplastaron a su vez con la gonorrea y la virgen de La Soledad.

Luego de 500 años de ensangrentar destinos, llegaron los grandes edificios a la bahía y dividieron la ciudad en dos: la cara bonita y el patio trasero. Agustín Lara le cantó a María Félix, Pedro Infante compró casa y Tintán amó al puerto por siempre. Entonces cayó el nuevo milenio y bajo el brazo trajo un racimo de pedófilos estadounidenses y canadienses que se hartaron de que en Cancún los señalaran. Ellos fueron los que corrieron la voz y, al poco tiempo, Acapulco se transformó en el paraíso de la carne más joven.

Desde entonces, los pederastas acarrearon consigo padrotes intocables, madrotas disfrazadas de mujeres abnegadas, nuevas estadísticas del VIH, tendejones para emborrachar a las niñas, revólveres, pobreza de la que unos se enriquecen, vientres abiertos, noches para velar a los chicos, home pages para ver el mapa y saber dónde encontrar niños; hoteleros y taxistas para el trabajo sucio. Rencor y noches y días de ajetreo.

Han traído hordas de niños al Malecón, al Zócalo, al canal que lleva las aguas negras a Hornos, al Oxxo que está rumbo a Telecable, a la Soriana de la Costera, a las canchas de la Crom, al asta bandera, a Caleta y Caletilla, a la barda del restaurante Condesa, a la vuelta del salón de belleza Xóchitl, a la calle La Paz, al hotel Real Hacienda, al puente de la Vía Rápida, al semáforo de Aurrerá, a La Redonda que todos conocen como Las Piedras de la Condesa, a la playa que Cortés bautizó como Puerto Marqués, y a los puteros del centro.

Y es por ello que Unicef califica ya a Acapulco como la ciudad mexicana número uno en lo que a prostitución infantil se refiere. Ha desbancado a Cancún y a Tijuana.

En estos 1 882 kilómetros cuadrados se concentra casi todo lo que necesita un pederasta: playas increíbles, droga barata y en cantidades pasmosas, ojos que nunca ven y bocas que nunca hablan, hoteles 50% off, un bando municipal que estipula que en Acapulco no se multa a los turistas, prostíbulos donde la mayoría de edad se alcanza desde chicos, padres que piensan que los hijos son moneda de cambio, y niños, muchos niños, que por un bote de PVC o un poco de mariguana están dispuestos a encarar la vida y despistar la muerte con sus cuerpos.


***


En las callejuelas del centro, esas que suben dolorosamente hacia el cielo, está el bar Venus. Es una construcción vieja de dos pisos, pintada de mala gana. Es de un naranja parecido con el que Van Gogh pintó el melancólico cuadro The Old Tower in the Fields. La desvencijada puerta es azul, como si quien la cruzara fuera directo al paraíso. Pero no: los ventiladores giran sin énfasis, hay mesitas de lámina extenuada y los clientes son una bola de infelices a los que sólo les queda emborracharse para combatir el calor y la tristeza. Quizá lo más deprimente sea la pista donde bailan las mujeres de vientres poderosos: es una enorme ostra de concreto que arroja luces rojas y verdes. Todo aquello parece sacado de las películas o de los cómics de Alejandro Jodorowsky.

Mía bailaba en el tubo como una boa adormecida mientras de la rocola salía la voz de Noelia con eso de“tú, mi locura, tú, me atas a tu cuerpo, no me dejas ir”.

Mía, que en realidad se llamaba Ariadna, había cumplido los 14 años el 3 de septiembre pasado y estaba orgullosa de su edad porque eso le ayudaba a que los clientes se pelearan por ella.

Intentó sentarse en mis piernas y la mandé a la silla.
—¿Qué, eres joto? –preguntó con un hablar pastoso. Ya estaba algo ebria.
—No, pero tienes la edad de mi sobrina – y Mía miró como si me hubiera vuelto loco. Luego, ordenó una cerveza mientras enumeró sus reglas:
Me tienes que dar 40 pesos por estar aquí contigo; con eso ya pagas mi cerveza. Si quieres algo más, allá atrás hay cuartos. Cuestan 100 pesos y yo te cobro 200. Si quieres que te la chupe, son 100 más.
—A mí sólo me gusta platicar, soy reportero.
—Bueno, dame los 40 y platicamos.

Al sacar el dinero la miré bien: los ojos, de negro intenso, casi se perdían en la cara; estaba maquillada como los muertos, tenía papada, los pechos apenas le estaban creciendo y su cuerpo rechoncho era de un irreparable color cobrizo.
Pagué. Entonces Mía me contó que ese nombre se lo puso ahí un viejo, amigo de la patrona. A ella se le hacía muy estúpido, pero debía aguantarse. “Yo hubiera escogido un nombre como Esmeralda o algo así”. Era de Tierra Caliente, pero había llegado a Acapulco hace medio año para trabajar en un Oxxo, pero cuando le dijeron que en el Venus podía ganar 800 pesos al día mandó al diablo la idea de ser una cajera vestida con uniforme rojo con amarillo. “Ahí en el Oxxo iba a ganar como 50 pesos y a mí me gusta comprarme ropa”. Su mamá no sabe a qué se dedica y, si lo supiera, no le preocupa:“Porque yo la mantengo a ella, a mi abuelita y a dos sobrinos; como mi papá se fue a California y nunca regresó, necesitamos el dinero”.

Prostituirse no le quita el sueño. “En mi pueblo venden a las mujeres desde chiquillas, con eso pagan la tele que compran o las cervezas que no pagaron”. También dijo que le gustaría probar las drogas y que un día quiere ser actriz de telenovelas.
No habló más porque un gordo, al que le faltaban varios dientes y andaba todo andrajoso, la llamó con la mano en la cartera para que se sentara con él. Se bebieron una caguama como si ambos desfallecieran de sed. Luego, cuando en la ostra gigante bailaba una mujer que parecía haber ido con un carnicero a que le hiciese la cesárea, el tipo se llevó a Mía. Fueron a los cuartos.


***


—Mañana tendré dos chicos; acá nos vemos y te paso a uno.

Andrew tendrá unos 60 años y sus tres hijos ya le han dado cuatro nietos. Su segunda esposa, según contó, es 10 años menor que él y jura quererla igual que el día en que se conocieron. Puede que sea cierto. Andrew tiene cabello blanco, su piel está lo bastante bronceada como para parecer un trozo de marlin ahumado, y sus ojos son de un gris encendido. Su español es mordisqueado, pero da para platicar.

Supuestamente vive en Boston y trabajó en un pub donde los hombres le confiaron nostalgias y proezas de machos. Yo hice eso para acercarme a él mientras comíamos un cóctel de camarones en la playa Caleta. Andrew fue el único gringo que creyó que los niños también eran mi debilidad. Los otros con los que intenté conversar fueron displicentes y no sirvieron de mucho. Desde hace unos cinco años, cuando Jean Succar Kuri calentó Cancún, Andrew entró a las páginas de los pedófilos en Internet y supo a dónde emigrar: Acapulco. Y, sobre todo, a la playa Caleta.

—Me dijeron que en Caleta uno consigue niños, pero no sé cómo —le solté cuando Andrew combinaba los camarones con una coca cola de dieta.
—Es fácil –dijo con el tono de quien no miente–. Hay que tratar con aquellas mujeres —y señaló a las indígenas que aquella mañana vendían artesanías mal hechas y otras baratijas.
—¿Y qué les tengo que decir? —pregunté a Andrew y él me miró como quien le tiene lástima a un pordiosero.
—Cómprales algo de lo que venden o dales para que vayan a comer; el chico ya va en el precio.
—Como el desayuno…
—Sí, como la barra libre.

Para ser honestos, no supe si hablar más o propinarle ahí mismo un puñetazo. Nos quedamos callados porque no se nos ocurrió otra cosa y miramos el mar y sus virutas. Por ahí pasó un par de viajeros con mochilas al hombro, un tipo que vendía raspados, una costeña que hacía trencitas, un viejo que alquilaba cámaras de llanta para usarlas como flotadores, un par de pescadores que mostraban mojarras de 10 kilos, un matrimonio con su hijo en brazos, y unos niños que, como si fuesen cachorros, se revolcaban en las olas. A ellos, Andrew los escudriñó como hacen los críticos de arte.

—No les digas a las mujeres que eres mexicano, mejor háblales en inglés –Andrew rellenó el silencio.
—No me lo creerían. Creo que ya me jodí.
—Mañana tendré dos chicos; acá nos vemos y te paso a uno. Son tan inocentes…
—¿Y hoy no se puede? —No, anoche fue de locos
–replicó y ordenó media docena de ostiones con unas gotas de salsa Tabasco.

Cuando me despedí para no verlo nunca más, fui con algunas indígenas y, aunque hablaron en su lengua, entendí que me fuera al carajo.

Con la misma importancia me trató el salvavidas de la playa. Usó una lógica absurda y cínica para responder por qué no hace nada contra tipos como Andrew: “Yo nomás cuido que nadie se ahogue”.

PD: En el DIF municipal, Rosa Muller, una mujer con un corazón enorme, había contado que las indígenas tienen el hábito de vender a sus hijos a los extranjeros. A mexicanos no. Quién sabe por qué. Otro dato: Adriana Gándara, funcionaria del Centro de Atención a Víctimas de Delito de la PGR, ha dicho que al menos la mitad de los más de dos mil niños que se prostituyen en Acapulco son indígenas.


***


Agenda Amarilla del Novedades, El diario de la familia guerrerense. Viernes 21 de noviembre. Dos anuncios:

¡Chavita de secundaria! Tiernita, Bebita hermosa y sexy. ¿Qué esperas?
Chiquilla bonita. Soy estudiante de secundaria. Delgadita. Bustona. Llámame.

Llamé de un teléfono público. En el primer anuncio contestó un tipo que sabía su negocio. No recuerdo el nombre de la niña que ofrecía, pero la describió con tal labia que no dejaba resquicio alguno para creer que no existía cintura más delgada ni trasero más redondo y levantado que el de ella.

—Me hablas de una mujer de calendario, compa.
¿Estás seguro de que va en la secundaria?
—Te lo juro por Dios, carnal. La chamaca está garantizada, por eso te la estoy dejando en mil 500 pesos. Ira: ella va a tu hotel y después de dos horas me la regresas.
—Deja hospedarme y te llamo otra vez.
—Pásame tu celular.

Le di un número viejo que dejé de usar.

En el segundo anuncio clasificación xxx respondió una mujer con voz de niña. Suponiendo que sí era una estudiante de secundaria, dijo llamarse Lulú, se jactó de tener experiencia y reiteró que estaba dispuesta casi a todo. Cobraba 2 mil pesos y 500 más por tener sexo anal. Nada de fotos, nada de video.

—Estoy hospedado en el Mayan Palace –mentí–. ¿Y si no te dejan entrar?
—Ya he ido ahí. No te preocupes, me gusta su alberca, está bien grandota.
—Pues deja pensarlo y te busco.
—Anímate ya, más tarde voy a estar ocupada.
—¿Y no te da miedo que sea un asesino o algo así?
No me conoces.
—Tú tampoco.
—¿Y si te dijera que soy reportero y ando contando historias de niñas como tú?
Colgó.


***


Tú ponle ahí que me llamo Manuel. Tengo 16 años, pero me prostituyo desde hace 10, cuando me salí de la casa porque mi mamá nomás quería a mi padrastro, un viejo cabrón que sabe que si se mete conmigo mi banda de Ecatepec le pone en su madre. He andado por el DF, Hidalgo, Puebla, Veracruz, Cuernavaca y Chilpancingo. Aquí, a Acapulco, ya tiene que llegué como desde 2004. Y está chido.

[Estamos en el albergue del DIFmunicipal llamado PlutarcaMaganda de Gómez, una religiosa a la que nadie recuerda. Aquí llegan los niños prostitutos que la directora del lugar, Rosa Muller, busca en las calles de Acapulco para darles comida, ropa, dejarlos que se duchen y, si quieren, vivir hasta que cumplan los 18. Ningún chico es obligado a quedarse.

Manuel es uno de esos niños que entra y sale del albergue dependiendo de las ganas que tenga de drogarse. Para comprar piedra y mariguana, con lo que le fascina dinamitarse el cerebro, sabe que debe cumplir con el círculo vicioso de escapar, prostituirse, comprar su cóctel letal y ropa nueva que le ayuda a alardear entre la banda de que él ha triunfado; luego vuelve al albergue.

Cuando está afuera, gana unos 6 mil pesos a la semana. A él se le hace una fortuna.]

En esto siempre hay clientes. La mayoría son viejos, pero hay de todo: gabachos, de Canadá, franceses y mucho mexicano. No es cierto que nomás los turistas de otros países nos busquen. Hay batos más dañados. Checa: está el payaso del Zócalo, el Chapatín; ese nomás quiere que uno le dé y nos regala drogas. Está el del Tsuru gris; es de Cuernavaca, le cae una vez al mes y levanta a dos o tres; paga bien. Está otro cabrón de la taquería Los Tarascos. Está un güey del hotel Real Hacienda que nos deja dormir y él tiene mucha piedra y PVC. Otro güey es uno que anda en una moto rojo; también es padrote. La que también le entra duro es una doña que luego vende burbujas de jabón en el centro; a ella le gustan las niñas y es madrota de mayates. Y está Fátima, una gringa ya señora que vive por el Fiesta Inn.

[Manuel no tendría por qué mentir, así que es mejor seguir escuchándolo.]

El precio que manejamos casi todos es de 200 pesos, más 100 por quedarnos a dormir. Los gabachos y las gabachas dan más: 400. Y lo chido también de ellos es que te llevan al parque Papagayo, a Recórcholis o se hospedan en hoteles bien chingones. Yo he ido al Avalón, al Hyatt, al Presidente, al Emporio y al Princess. Son muy bonitos. Pero no creas que me apantallan los gabachos. Sé inglés. Bueno, me defiendo. Sé decir cómo me llamo, mi teléfono, de dónde soy y todas las groserías. Así conquisté a una gringa. Tenía como 50 años. Es la gabacha más vieja con la que he estado. ¿La más chica? Una de 30, cuando yo tenía como ocho años.

[Manuel trae el cabello teñido de las puntas. Es un chico pura fibra con una mirada zigzagueante. Presume sus jeans Fubu o algo así, como si fuesen unos Versace. Lleva dos días sin drogarse.]

Eso es lo que no puedo dejar: las drogas. Los chochos no me gustan porque me amensan. Los hongos me ponen tonto y la coca me quita el sueño. Por eso prefiero la mariguana y la piedra. Unos se paniquean con la piedra, creen que los andan siguiendo, se les entume el cuerpo; a mí no. Ni siquiera me ha dejado loco. Ah, porque la piedra es cabrona. Muchos de la banda se han quedado idos, bien babosos. Con esos ya ni puedes platicar. Ni les entiendes lo que dicen. Pero te decía, con la mota y la piedra la hago. A veces también al PVC, pero poco porque se me mete el diablo. A ese le hago porque la lata cuesta 50 pesos y a mí, el de la ferretería, me lo da a 35. Es que hay noches que me quedo con él y me lo da más barato.

[Mientras habla, Manuel bosteza y parpadea como si lo hubieran sacado a patadas del sueño. Se despertó hace cosa de media hora. Por ahí de la una de la tarde.]

¿Qué más te puedo decir? Pues que aquí me ha tocado ver muchas muertes. A un jotito con el que me juntaba lo treparon a un carro y lo apuñalaron. No sé si eran sus clientes, pero yo vi caer al bato. Otro se murió de cáncer y una morrita de sobredosis. Ángel, el gordo, murió de sida. Yo hasta eso soy negativo. Aquí en el albergue nos hacen la prueba a cada rato. No le tengo miedo al sida. Soy un cabrón con suerte.


***


Allan García, uno de los editores de La Jornada Guerrero, tiene una memoria implacable para los datos duros y escalofriantes:

Hay paquetes exclusivos para pederastas que incluyen hotel y niño. Costos: de 200 a 2 mil dólares, según el grado de pubertad. El chico sólo recibe 20 dólares. Desde los cinco años se prostituyen. A los 18 ya no sirven. Los que controlan la prostitución infantil en Acapulco son, sobre todo, tailandeses. Después del turismo y la venta de droga, la prostitución infantil es la actividad que deja más ingresos en Acapulco.

Allan recuerda bien esas cifras porque hace menos de un mes, durante la semana que el DIF Acapulco organizó para hablar del tema, los funcionarios locales de la PGR abrieron sus bases de datos.

En esas reuniones también se contó la historia del autobús con un azteca grabado en el parabrisas. Circula por todos lados, menos en su ruta. No levanta pasaje. Suben niñas que se van con hombres decrépitos cada vez que el camión se detiene. De hecho, a la hora de lavar el bus, en el río El Camarón, las chicas se pelean por hacer la limpieza porque el chofer no paga con dinero. Paga con droga y clientela que gasta a puño suelto.


***


Eric Miralrío, un acapulqueño que sirvió de guía al reportero, sugirió que buscáramos a Nayeli en el Malecón. La conocía porque apenas este año le había tomado algunas fotografías durante la realización de un documental. Por lo que le escuché decir, la chavita no pasaba de los 16 años, a los 13 fue mamá y su padrote le pegaba para imponer respeto. Parecía un gran personaje.

La segunda noche en que la buscamos, otro niño de la calle llamado Chucho nos dijo con su lengua drogada que a Nayeli la habían asesinado de 25 puñaladas. Ya no dijo más porque el PVC lo traía hecho un zombi.

Un día después, Rosa Muller, la directora del albergue del DIF municipal, contaría la historia de una Nayeli que resultó ser la misma que Eric conocía.

Y esto es lo que viene en la libreta de apuntes: Nayeli era una costeña que desde que nació fue linda. Antes de cumplir los siete años ya era parte del catálogo que un padrote mostraba a los clientes. A los 13, el proxeneta la hizo madre y le quitó el bebé porque le dijo que una adicta como ella lo terminaría matando. Nayeli se la pasó en las calles hasta que un chico de la banda se enamoró de ella y juntos lograron rentar un cuartucho allá por las fábricas. A principios de mayo pasado, salió drogada de su casa y se la tragó la tierra. Los reporteros de la nota roja la encontraron tirada en las calles, con 25 puñaladas. También la degollaron. Muller se enteró del asesinato por las páginas de El Sol de Acapulco, el diario que contabiliza a los muertos.

Lo que las autoridades llegaron a saber es que, por unos cuantos pesos, Nayeli delató un quemadero (lugar donde se consume droga). Y los traficantes no perdonan esas cosas. Cuando el DIF quiso recoger el cadáver en el forense para entregárselo a la familia, ya había desaparecido. Nadie quiso saber más del asunto. Muy pocos le lloraron.





Esa mañana la radio dijo que Acapulco estaría fresco, a no más de 33 grados. A Samy, sin embargo, el sol le caía como un piano en la cabeza: traía una tremenda resaca. Lo conocí en la playa Condesa porque un pescador con un ojo de vidrio llegó a ofrecer de todo: ostiones, el paseo en el paracaídas, hasta que aterrizó en el asunto de la mariguana y los niños.

—Conozco a los jotitos de Las Piedras, le puedo decir a uno que venga acá contigo o, si quieres, te lo puedes coger ahí mismo, no hay pedo. Todo el mundo lo hace ahí.

Samy traía un pantaloncillo rojo, la playera en el hombro y una sed endemoniada. Le dije que era reportero desde el arranque. Quién sabe si pudieron más las ganas de beberse una Yoli, pero se quedó un rato.

Primero dijo que nada más había ido a Las Piedras porque le urgía dinero. Pero ya en el tren de confesiones, presumió que su mejor experiencia fue con una pareja de cubanos, hace un año: mientras él recorrió el cuerpo de la mujer, el hombre lo grabó. Le dieron 100 dólares y con eso se fue a nadar al parque de diversiones Cici, comió en una taquería del centro, se compró dos camisetas y lo demás se lo inhaló. Dejó en claro que no era homosexual: “Yo nomás doy y tengo novia”, remarcó con la pose del Valiente de la lotería.

—¿Y usas preservativos? ¿Te cuidas?
—No me quedan.
Se fue hundiendo sus pies en la arena.
No lo he mencionado, pero Samy tiene nueve años.


***


Si Rosa Muller se lo propusiera, probablemente sería capaz de contar un millar de historias.

Por ella me enteré cómo Yahaira, una niña de Pachuca, llegó un día hasta la casa de Muller con un pastel de cumpleaños, una pierna gangrenada, una tuberculosis invencible y un VIH que le arrojaba dardos a las últimas defensas de su organismo. Murió hace un par de meses.

Otra historia que le duele a Muller es la de Oliver, de 12 años. Hasta hace unas semanas, además de prostituirse, se dedicaba a vender drogas. Se le hizo fácil consumir y no pagar al dueño del negocio. Para que escarmentara, para que entendiera que eso no se hace, lo amarraron con cinta canela a un árbol. En 15 días, sólo le dieron agua, sopa de pasta y un centenar de golpes. Así llegó al albergue. A los médicos les llevó varios días salvarle las manos y a él cinco minutos volverse a escapar. Muller, que sabe por qué dice las cosas, jura que a estas alturas Oliver debe estar muerto.

La historia más atractiva, sin embargo, es la de la propia Muller. Es decir, la de Mamá Rosy, como todos los chicos la llaman.

Resulta que su hijo, hoy de 13 años, solía ir a un internet ubicado atrás del hotel Oviedo, en pleno centro de Acapulco. Iba ahí porque le prestaban el playstation sólo por dejarse tomar fotografías. Además, como el dueño del lugar le decía que en la casa de Mamá Rosy había fantasmas, al chico no le interesaba volver a su recámara si su madre no se encontraba.

Un día, a Mamá Rosy le llamó la atención que, súbitamente, su hijo fuese huraño, sudara por las noches y hablara de espíritus malignos a los que nadie podía derrotar. La curiosidad la llevó a indagar y a saber que en el café internet siempre había muchos extranjeros que a simple vista no resultaban nada confiables. Con el tiempo, contactó a la policía cibernética de la PFP y en pocas semanas se descubrió que aquel café internet era el centro de operaciones de una banda de pederastas.

En abril de 2003, las autoridades arrestaron a 18 pedófilos, 12 de ellos extranjeros, y rescataron a 10 niños. Entre los detenidos iba Enrique Meza Montaño, hijo del entonces regidor por Convergencia, Óscar Meza Celis. Enrique fue el único que obtuvo su libertad a las pocas horas. No importó que él, de 29 años, fuese el dueño del internet llamado Ikernet ni que fuese arrestado cuando estaba en compañía de dos menores.

A los otros, la PFP los presentó como parte de una banda que operaba en Europa, Estados Unidos, Canadá y México, además de vincularlos con dos artistas de la pedofilia: Robert Decker y Timothy Julian, ambos sentenciados en cárceles californianas. La edad promedio de los detenidos era de 65 años. Un par de ellos tenía VIH y se “suicidarían” después en las mazmorras acapulqueñas.

Ese hecho marcó a Mamá Rosy y fundó una ONG para proteger a los niños. De la gasolinera de su familia sacó los recursos y los chicos la fueron queriendo.

El próximo 31 de diciembre terminan los tres años de Mamá Rosy. Los chicos están tristes, dicen que volverán a las calles porque nadie los ha cuidado como ella. Muller, de ascendencia alemana, tiene pensado rentar una casona vieja para llevarse a los niños. “Ya veré cómo le hago, pero no quiero dejarlos, son presa fácil”, dice mientras se acomoda sus anteojos para la miopía. Lo que sí es un hecho es que su hijo poco a poco ha ido saliendo. Ya no ve fantasmas.

PD: El pasado miércoles 26 de noviembre, la estadounidense Patricia Katheryn O’Donovan denunció que el neozelandés Murray Wilfred Burney, también conocido como Mario Burney, estaba reclutando a menores de edad para reorganizar la red de pederastas que Meza Montaño y otros dejaron a la deriva.


***


Yo era de ésas que andaba vendiendo droga. El buenero (narco) hasta me dio una pistola para defenderme. Era una 22, bien perrona. Le entré porque a mí no me gustó eso de acostarme con los gringos. Bueno, lo que pasa es que un día uno me pegó y ya no quise. De ahí les tiré la onda a las mujeres, pero hubo una, creo que era de Italia porque hablaba bien chistoso, que se puso bien loca en el cuarto, como que quería matarme. Era flaquita y yo, ya ves, pues estoy llenita, así que le puse unos madrazos y me fui. Por eso me metí de dealer. Bueno, me metieron.

¿Cómo te explico? Aquí hay mucho buenero que nos agarra para vender porque a nosotros no nos meten a la cárcel, nomás nos quitan la droga y nos dan unos zapes. Y le entras porque le entras. Si no quieres, te pegan. Dicen que a uno hasta lo mataron. Ya luego me harté y mejor me vine al albergue. No sé qué haré ahora que Mamá Rosy se vaya. Es todo lo que puedo contar. Tengo una vida aburrida.

[Silvia, se llama Silvia. Para tener su edad, 14 años, es lo bastante fuerte como para destrozar un piso entero en un arrebato. Le gustaría tener una muñeca.]


***


Yo soy Norma. Crecí en Tepito, ahí en la calle de Jesús Carranza. Me fui de ahí porque mi mamá se murió. Tenía sida. Yo digo que mi papá la contagió; siempre fue muy mujeriego, pero quién sabe, mi mamá también tuvo sus novios y cuando andaba drogada no se fijaba.

[Otra vez en el albergue Plutarco. Otra historia. Otra niña invisible. Otro cigarro para aguantar.]

De lo otro, de cómo empecé a prostituirme, no me gusta hablar. Me da ansiedad. Pero ya estoy aquí, ya qué. Me voy a abrir. Mamá Rosy nos ha dicho que lo hablemos, que eso que trae uno es como una piedra en el zapato o como un anillo que se nos atoró en el dedo. A ver, ahí te va.

[A Norma, de 16 años, le han estado sudando las manos desde que sentó. Se la ha pasado secándolas sobre el short de basquetbolista que viste. Trae el cabello mal cortado, como si alguien le hubiese mordido la cabeza. Huele a jabón barato. Hace bombas con el chicle y tiene una sonrisa exacta.]

Tendría que empezar a contar que a los seis años me violó un primo. Luego, como a los ocho, me violó un tío, hermano de mi papá. Ya tenía como 11 años cuando mi papá llegó drogado y quiso hacérmelo. Sólo Dios sabe por qué no pudo. Si me lo hubiera hecho, seguro yo también tuviera sida. Desde ahí ya no me gustaron los hombres. Me dan asco. Pero hace como cuatro años cuando llegué a Acapulco, me dijeron que había señores que se acostaban con la chamacada. Yo, al principio, no quise. Luego ves que les regalan cosas y que la banda trae dinero. Entonces dije “chingue a su madre, le entro”. Eso sí: siempre lo he hecho bien drogada. Como que en mi juicio no se me da, hasta me dan ganas de vomitar. La bronca es que luego ni te acuerdas de lo que te hicieron. Yo luego he despertado con dolores en todo el cuerpo y con moretones. Con quienes sí me ha gustado, la verdad, es con las gringas. A ellas sí se los hago como con amor. Había una que me buscaba mucho. Ella me regaló un celular y ropa. Me dijo que quería llevarme a Estados Unidos para que viviera con ella, pero ya nunca volvió.

[Norma se levanta, dice que va al baño. Se ve rara, ansiosa, sin saber por qué. Todo empezó porque le pregunté si ese tatuaje mal rayado que dice Faby era en honor a la gringa y ella dijo que no, que Fabiola es una historia que ahora que vuelva va a contar. Regresa y cumple con su palabra.]

Fabiola fue mi novia, pero me hizo como trapeador. Era una cabrona. Decía que me quería y andaba con hombres. Yo le lloré, le dije que mi hijo, ¡ah!, porque tengo un hijo de cuatro años que no he visto hace mucho, necesitaba una mamá como ella. Le valió madre. Nomás me engañó. Hasta los papás de ella me querían, decían que algo como yo era lo que Fabiola necesitaba. Ahora la odio y amo a Diana, la chava que hace rato vino acá con su bebé. Diana sabe que ahora que termine de estudiar enfermería voy a cuidar de ella y el bebé. Lo malo de Diana es que todavía actúa como una niña y luego no sé ni lo que quiere.

[Intempestivamente, Norma me pregunta que si ya se puede ir. No puedo obligarla. Al poco rato, la psicóloga llega como un ventarrón con la mala noticia de que Norma se ha enterrado las uñas en la cara y que se la ha pasado quemando las cartas que le escribió a Fabiola. Me siento un imbécil.

Mamá Rosy irá a tranquilizarla y Norma volverá con el rostro sangrante. “No hay bronca, luego me pongo locochona”, dice con el tono de quien asume toda la culpa sin tenerla. “Ahorita me curo yo, ya me enseñaron en la escuela cómo hacerlo”. Lleva medio curso para auxiliar de enfermera. Se lo paga Mamá Rosy. Me dice que ahora que se reciba vaya a su graduación.]


***



Frente al bar Barbaroja, en la playa Condesa, abordé un taxi en la Costera Miguel Alemán.

—¿Tú sabes dónde puedo conseguir morritas?
—Ahorita, por la hora, nomás en el Tavares, el Sombrero o en las casas de cita. Ya son las cinco de la mañana.
—Pero tengo gustos raros: quiero niñas, o niños –dije mirándole los ojos por el espejo retrovisor. El conductor, como si le hubiera dicho que necesitaba comprar un perro, buscó entre su celular ciertos números de contactos.
—Conozco a un cabrón que tiene pura chamaquita.
Ya he trabajado con él, es seguro, no te roban y todo es muy discreto. Deja llamarle.
Habló con tal desenvoltura que bien podría renegociar el TLC.
—Dice que las tiene ocupadas. Es que ya es tarde, el bisne hay que hacerlo a media noche.
Aliviado, me bajé en un hotel que no era el mío. La cara del taxista, en la duermevela, no me dejó en paz.


***


Es viernes por la tarde y en el Zócalo de Acapulco hay una cacofonía sostenida. Cuando mis padres me traían yo sólo veía boleros libinidosos, indígenas que se la pasaban expulgando a sus hijos, jóvenes que llevaban en sus cabezas cubetas en equilibrios imposibles, perros comiendo basura, al vendedor de globos, una catedral cuya entrada olía a excremento, basura y tamarindo; un puesto de periódicos que sólo vendía malas noticias, la nevería, policías que se la pasaban rascándose la cabeza, un quiosco donde los gringos se tomaban fotografías con las indígenas, como si las mujeres fuesen unos macacos, y una acera de restaurantes donde uno terminaba con diarreas interminables.

Hubiese visto ese mismo zócalo si no fuera porque Mamá Rosy me hizo un croquis de lo que uno nunca ve.

Entonces vi que, en efecto, la banca que está frente al Oxxo es para que se sienten las mujeres que buscan niño. Unos metros adelante, a la derecha de sur a norte, hay otra banca que rodea un árbol. Esa es para las niñas. Los pederastas lo saben muy bien. Quien busca acción con manos infantiles tiene que sentarse donde trabajan los boleros; la mercancía llega sola. En la noche, con sacar el celular y mantenerlo encendido, basta para que los chamacos se ofrezcan. Ahí está la gorda que vende burbujas, metida en unas mallas de lycra, al lado de un tipo cuya cara parece retrato hablado de la PGR. Es la misma a la que tanto las autoridades del DIF municipal como los chicos ubican como madrota. Vi la lonchería Chilacatazo atestada de indígenas, pero no vi a gringos. Supuestamente, ahí las indígenas ofrecen a sus hijos a cambio de comida. Vi al viejo en short y zapatos que se la pasa ejercitándose mientras escoge a qué chico llevarse. Los extranjeros, sobre todo estadounidenses, comen en El Kiosco. Se la pasan analizando a los chicos como si fuesen catadores expertos.

Ni el mosquerío sabía de qué color ponerse por la pena.


***


Alexa, Chucho y El Quemado hunden sus rostros en los platos donde les han servido un vomitivo alambre de carne al pastor. Estamos en una taquería por los rumbos del Malecón.

Y como hablarán hasta que terminen de comer, sólo queda verlos. Sobre todo a Alexa.

Es muy delgada. Dicen que no estaba así. Que de un tiempo para acá trae diarreas. Su cabello tiene un color pariente muy lejano del rubio. Es casi negra. Trae una mochilita rosa donde guarda la lata de PVC. Ella es la menor de los tres: tiene 17 años y una década en la calle. El Quemado y Chucho, que ya rebasan los 20, contarán luego que la niña es huérfana y que qué bueno, porque sus padres le pegaban.

–¿Entonces qué quieres saber? –la voz de El Quemado repta por las paredes.
–Todo lo que quieran contar.
Alexa y Chucho, ya con el estómago medio lleno, se rehúsan a hablar. Pero El Quemado, quien ha perdido todo escrúpulo, resume la vida de ambos:
—A Alexa todo mundo se la ha cogido. Y el Chucho ha sido mayate.
—Cálmate, güey –reprocha Chucho, un tipo bajito que se cree luchador.
—Es la neta, ¿no? ¿Para qué nos hacemos pendejos?
Hay que decir las cosas como son.
—Pero ya no lo hago con hombres –se defiende Chucho.
—¿Pero le hicistes, qué no?
—Nomás un tiempo, de los ocho a los 14 años.
Alexa se mantiene callada. Nada la hará cambiar de opinión: dejará que El Quemado cuente lo que quiera.
No le importa.
—Aquí todos hemos sido mayates –dice El Quemado–.
Uno necesita el dinero. Neta que si nos dieran trabajo dejamos esto, pero como que le valemos madre al gobierno. Ve a la Alexa, toda puteada. Ve tú a saber si está enferma.

La plática se interrumpe porque el mesero nos ha corrido de la taquería. La gente que comía en la otra mesa exigió que se largaran los tres pordioseros y el cliente con más dinero manda.

Camino a las canchas de la CROC, donde los tres duermen, El Quemado irá contando que ya no tienen tanta ropa desde que un canadiense al que familiarmente llamó Cris dejó de ir a Acapulco.

—¿Él se las regalaba? ¿Era religioso o algo así?
—No mames, compa, ese cabrón era un pinche cogelón de morritos. Venía muy seguido al Malecón porque tenía un velero. Ese bato nos daba un chingo de ropa y las drogas que quisiéramos por acostón.
—¿Y qué fue de él?
—Pues mira: el Cris tenía la maña de pegarles a los morros. Un día, un cuate al que le decimos El Querétaro no se dejó y le puso sus madrazos. Lo mandó al hospital. Ya tiene como un año que el Cris no se para por aquí.
—¿Y qué hay de Alexa? Se ve muy mal.
—Simón. Es el sida, esa morra ya tiene sida. Pero uno no le dice para que no se agüite.
—¿Y qué hay de tu vida? ¿Por qué te dicen El Quemado?
—Porque cuando era morrito me quemé en la casa del Padre Chinchachoma. Se me prendió el suéter por andar de cabrón. Tengo toda la espalda como chicharrón.
—¿Y tus padres? ¿Tienes hermanos? ¿De dónde eres?
—No, no, no. De mí no vamos a hablar. Además ya te conté mucho y ni un pinche refresco quisistes comprarme.
El Quemado se fue. Chucho se despidió con una pirueta de luchador. Y Alexa dijo que odiaba a los reporteros.


***


Jarocho, con sus pies descalzos y su hedor agrio, llevó a Allison hasta el auto. La niña traía un perfume grosero, el cabello lacio, estaba bronceada, apenas le estaban saliendo los pechos, y usaba sandalias y una pulsera de HelloKitty.

—Bueno, yo los dejo –dijo Jarocho con sus 100 pesos en la mano por haber sido el intermediario y a mí me dio la desesperación.
Allison iba triste o asustada. No avancé mucho. Me estacioné por la Playa Tamarindos. Estaba por decirle que sólo platicaríamos, y nada más, cuando una camioneta me echó las luces. Pensé que era la policía. Me imaginé en la cárcel y en la contraportada de La Prensa. Pero no, era algo peor: una Lobo blanca doble cabina con vidrios polarizados.
—Es el que nos cuida –dijo Allison y volví a experimentar uno de esos momentos cuando el mundo parece detenerse.
—¿Y por qué nos sigue?
—Porque quiere ver en qué hotel voy a entrar.

Empecé a sudar y me sentí pegajoso. Lo único que se me ocurrió fue acelerar. Tan preocupado iba que pasé los semáforos en rojo. Entonces ahí sí me detuvo la policía. Bajé del auto y, entre murmullos, les tuve que decir que era reportero y que la niña era parte de la historia. Uno de ellos, el de mandíbulas potentes, le echó la luz a Allison y ella sonrió de tal manera que en ese momento hubiese podido venderle cocaína a cualquier cártel. “Pues si ya le pagaste, cógetela”, dijo el oficial y yo quise romperle la cara. “Sale, te vamos a dar el servicio”, dijo el otro con su diente de oro como Pedro Navajas. Ahí reparé que la Lobo blanca doble cabina no estaba. Llegamos al estacionamiento del hotel.

Cuando Allison, que en realidad se llamaba Gregoria, intentó bajarse del auto para entrar al local, la paré:
—Sólo me interesa que me cuenten historias.
Allison arrojó un gesto de incredulidad.
—Primero págame los 300 pesos y pon una canción de Belanova.
—No tengo ninguna de ella. ¿No te gusta U2?
—Pon lo que quieras, pero menos en inglés. Es que me gusta cantar, eso quiero ser de grande: cantante.
Caifanes se escuchó en las bocinas y ella echó a perder la canción.
Entonces Allison tomó la palabra:
—Vengo de por allá de Zihuatanejo, allá tengo un novio europeo que luego viene a visitarme acá. Me trata bien. Me compra lo que yo quiera. Él me regaló un celular rosita. Nada más que el que nos cuida me lo quitó, dijo que eso no es para mujeres de mi edad. ¿Esto quieres que te cuente o algo más cachondo?
—Así está bien.
—Eres bien raro –y le dio una bocanada violenta al cigarro–. Bueno: pues a mi papá lo mataron y mi mamá está en la cárcel. Creo que se robó algo, no sé bien. Y como allá mis tíos me pegaban, pues mejor me vine para acá. Nomás terminé la primaria. Me gusta el color rojo y casi a diario el que nos cuida nos regala piedra.
Esa soy yo.
—¿Y vives en una casa, rentas un cuarto de hotel?
—Ahora me quedo en la casa del que nos cuida. Somos como siete y dos chamacos que se la pasan fregando.
—¿Y pueden salir solas?
—Depende.
—¿De?
—Depende.
—¿Y a quién prefieres: gringos, canadienses o mexicanos?
—Depende. Me gustan los que tienen dinero. Una vez un gringo me llevó a Cancún como un mes. Allá está muy bonito, no sé si conozcas. Aquí, una pareja me llevó una semana a su casa, nomás para estar con ellos, dormirme en medio de los dos y nadar sin ropa. No sé si lo sepas, pero cada cliente es distinto –lo dijo como si hubiese descubierto la rueda.
¿Qué es lo mejor y lo peor que te ha pasado en este negocio?
—Lo mejor es conocer gente de todos lados y que además de pagarte te regalan ropa o piedra. ¿Lo peor?
Cuando nos pega el que nos cuida.
–¿Les pega mucho?
–Nomás cuando anda drogado. En su juicio es muy bueno. ¿Cómo te diré? Es cariñoso.
Jarocho me había dicho que no me excediera de la hora para no tener problemas y que dejara a Allison a un lado del bar Barbaroja, que ahí alguien la recogería. El plazo estaba por cumplirse. Allison se fue cuando Los Caifanes decían algo así como que “no dejáramos que nos comiera el diablo”. Cuando amaneció me largué de Acapulco, odiándolo.

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