viernes, 25 de marzo de 2022

“Fui lanzada a la prostitución a los 15″: la dura realidad de las travestis y mujeres trans al día de hoy

 La redacción de la nota así como su contenido y  el propio testimonio de la entrevistada desmienten que la prostitución sea un "trabajo", y mucho menos "sexual". Las personas sometidas, coaccionadas por sus condiciones materiales a llegar a ser prostituidas, mayoritariamente, se niegan a ser consideradas unas trabajadoras como cualquiera otras, y denuncian su situación de exclusión, de derechos negados, que estàn en el inicio de esta vida.

Nada dice la nota de quienes abusaron de ella -la violaron- siendo aún niña ni de quienes actualmente abusando de su situación la siguen usando para su propia satisfacción individual.

En este blog hay muchos testimonios de sobrevivientes de prostitución.

Alberto B Ilieff


Testimonio de prostitución


“Fui lanzada a la prostitución a los 15″: la dura realidad de las travestis y mujeres trans al día de hoy

La entrevista que Carmen Barbieri le hizo a Amalia Granata encendió las redes sociales y puso sobre la mesa la enorme desinformación que sigue existiendo sobre las travestis y mujeres trans; Betiana Valenzuela cuenta su experiencia

17 de marzo de 2022

María Ayuso

LA NACION

“Les pagan por ser trans. Tienen un sueldo. Decime si estoy equivocada” y “A ver, sos trans. No tenés ninguna incapacidad para ir a trabajar”, fueron solamente algunas de las frases que se dijeron durante una polémica entrevista que Carmen Barbieri le hizo a Amalia Granata a comienzos de esta semana, en un programa de televisión. La conversación encendió las redes sociales, provocando una ola de repudio y poniendo sobre la mesa la enorme desinformación que sigue existiendo sobre cuál es la realidad que atraviesan las travestis y mujeres trans en la Argentina.

 

Aunque en los últimos años se lograron varios avances desde lo normativo, continúan siendo parte de los grupos más violentados y excluidos. Diferentes informes dan cuenta de la vulneración histórica a sus derechos en todos los ámbitos de la sociedad, desde la familia, hasta las escuelas y el sistema de salud. En promedio, fallecen a los 35 años (por eso, las travestis y mujeres trans que tienen más de esas edad son consideradas sobrevivientes), y la principal causa de muerte es el VIH o enfermedades asociadas, como la tuberculosis, neumonía o pulmonía (64%), mientras que la segunda son los trans y travestidicios (15%). Por otro lado, seis de cada 10 abandonan sus estudios secundarios a causa de la discriminación y el 83% fueron víctimas de graves actos de violencia y discriminación policial.

 

La exclusión que sufren desde edades muy tempranas, el estigma y la imposibilidad de acceder a un empleo formal, empuja a la inmensa mayoría (el 70%) al trabajo sexual como principal medio de subsistencia, muchas desde niñas: casi el 30% comenzó entre los 11 y 13 años; el 46% lo hizo entre los 14 y los 18 y un 24% luego de los 19. De adultas, el 87% dejaría la prostitución si tuviese acceso a otro empleo, pero las puertas se les siguen cerrando. Los datos se desprenden del informe La Revolución de las Mariposas, elaborado por varias organizaciones que trabajan en la temática.

 

La trayectoria de vida de Betiana tiene puntos en común con la de muchas travestis y mujeres trans del país. Es trabajadora sexual y empezó parando en el Camino de Cintura, a un costado de la ruta, expuesta a todo tipo de violencias. Tenía 15 años y los primeros pesos que ganó, se los gastó en golosinas. En ese tiempo, no se llamaba Betiana ni estaba “armada”: para las lolas, la cola abultada, los pómulos redonditos, los labios carnosos y el lunar tatuado a un costado, a lo Marilyn, todavía faltaba.

 

Hoy, a los 53, trabaja en el mismo monoambiente donde vive, sobre la calle Corrientes. El servicio suele durar una hora y el precio se amolda al bolsillo del interesado. Los nuevos la contactan por páginas web y los mejores días, puede atender a tres o cuatro. Pero eso pasa muy cada tanto y lo habitual es que llegar a fin de mes sea una odisea. “El verano fue bravo por las vacaciones y el bicho este”, dice Betiana sobre el Covid, mientras invita un vaso de gaseosa. Cuando le pregunto si eligió ese trabajo, responde en una frase: “Fui lanzada”.

 



La primera exclusión

Entrando al monoambiente de Betiana, hay una pequeña cocina donde está el teléfono de línea al que la llaman sus clientes. Más adelante hay una mesa, un televisor y una cama. El acolchado es naranja y los almohadones violetas. En la mesita de luz tiene un puñado de preservativos de distribución gratuita y sobre las paredes dos cuadros de Marilyn Monroe. Una heladera, algunos adornos y fotos de sobrinos, completan el espacio. Todo está muy ordenado. Ella se siente cómoda en ese departamento luminoso y bien ubicado, pero pronto va a tener que mudarse, porque los costos se fueron por las nubes. Conseguir un alquiler para una travesti, no es fácil.

 

La primera exclusión para ella, igual que para muchas de sus compañeras, fue de la casa de sus padres. Nació en Ingeniero Budge, que por aquellos años era más descampado que urbe. Eran seis hermanos y muchas veces pasaban hambre. Su papá se dedicaba a la construcción y era alcohólico. Betiana se acuerda que le pegaba mucho a su mamá, que trabaja por horas en una casa de familia en Once. “Mi madre siempre supo quién era yo y me aceptaba. Mi papá se enojaba mucho. Se enteraron de que trabajaba en la calle porque me cruzó un tío mío. Mi padre le dijo a mi mamá: ‘Me contó el Bubi que el gringo anda en pollera por la Recondo, ¿a vos te parece? ¡Vos tenés la culpa!’ Y la cagó a palos”, recuerda Betiana. Bubi era su tío y “el gringo” le decía a ella su padre, porque “era el más clarito de los hermanos”.

 

Desde muy chiquita Betiana sintió en la mirada de los otros que en ella había algo que estaba mal. En el colegio pupilo al que iba en Ezeiza, el cura la obligó a ir a una psicóloga cuando estaba en quinto grado. Ella le dijo cómo se sentía y la mujer le respondió con voz pausada, enfatizando las sílabas: “No, vos sos ne-ne. Y a los ne-nes le gustan las ne-nas”. Tiempo después dejó la primaria y a los 14 pegó el portazo en su casa. Se fue primero a Banfield y después a Villa Itatí, donde conoció a otras travestis más grandes. En la adolescencia empezó a tomar hormonas y a inyectarse siliconas. Al igual que muchas, se expuso a procedimientos riesgosos que se hacían entre ellas mismas, porque acceder al sistema de salud era un imposible. En la calle empezó a escuchar sobre el VIH. Ella no se contagió, pero varias de sus compañeras murieron.

 

En la asociación civil La Rosa Naranja hacen hincapié en un término que busca visibilizar las muertes de todas las que cada año fallecen expulsadas del sistema de salud y de las instituciones en general: travesticidos sociales. El año pasado, en nuestro país y según cifras de la organización, hubo 56.

 

“Otras la pasaron peor”

Sobre cómo le pesó durante tantos años la mirada estigmatizante de la sociedad y su familia, Betiana responde: “Sentía esa cosa de que no encajaba. En ese tiempo la gente estaba más cerrada y nos veían como bichos, no sé”. Se encoge de hombros y toma un sorbo de gaseosa. Después de una pausa, dice: “Pero bueno, mirá nena, hay chicas que han pasado peores, he visto cada cosa. La mayoría ya no está. Muchas por enfermedades, a otras las mataron”. En la calle se exponían a violencias de todo tipo, por parte de clientes y de la policía. Hasta hace unos años, ser una travesti era ser una criminal. Betiana se acuerda de Blanco, un oficial de una comisaría de Burzaco donde además de golpearla le cortaron el pelo y las uñas.

 

Hoy está cursando la primaria de la mano de La Rosa Naranja y muchas veces fantasea con tener otro trabajo. ¿Qué le gustaría? “A mí siempre me gustó el dibujo. Me gustaría pintar cuadros. Y vas a pensar que estoy loca, pero a veces me imagino de traje, trabajando en una oficina. ¡En serio, eh!”, responde. Cree que en parte la sociedad cambió, que ya “no se discrimina tanto”, y esa mirada que le recriminaba su existencia cuando caminaba por la calle, se fue desvaneciendo. Pero sí aparece de una forma más sutil, como cuando no consigue un departamento para alquilar o cuando al verla le piden precios desquiciados.

 




Más información

La asociación civil La Rosa Naranja despliega diferentes programas para restituir los derechos de las mujeres trans y travestis. Además, todos los años llevan un registro de los trans y travesticidios que ocurren en nuestro país. Para saber más, hacer click aquí o escribir a info@larosanaranja.org

Por María Ayuso


Fuente

https://www.lanacion.com.ar/comunidad/fui-lanzada-a-la-prostitucion-a-los-15-la-dura-realidad-de-las-travestis-y-mujeres-trans-al-dia-de-nid17032022/






jueves, 24 de marzo de 2022

Sufrir maltrato y prostitución con 20 años: “No sé decir la cifra de puteros que pasaron en ese tiempo”

 Testimonio de prostitución 


Sufrir maltrato y prostitución con 20 años: “No sé decir la cifra de puteros que pasaron en ese tiempo”

De los 17 a los 22, Sara atravesó un infierno del que ahora empieza a salir: un novio maltratador y unas redes de captación para prostitución le hicieron la vida imposible.

Marina Velasco

Por  Marina Velasco

08/03/2022 06:05am CET

 

 “Tengo 23 años, nací en Colombia, pero llevo en España desde los 6. Ahora mismo estudio un Grado Medio”. Esta es la carta de presentación de Sara (nombre ficticio), una mujer que a pesar de su corta vida ha pasado por una historia de violencia de género, pornografía y prostitución.

 

“Nací mujer, latina y de clase obrera”, dice Sara. No es una justificación, pero sí una base que ha marcado su trayectoria vital. Cuando Sara tenía dos años, sus padres migraron a España y ella se quedó con su abuela en Colombia hasta los seis, cuando su madre pudo recibirla en Madrid. El padre, mientras tanto, vivía en otra ciudad del norte de España.

 

La adaptación de Sara al otro lado del océano no fue fácil. “Aunque hablaba el mismo idioma, mi acento era diferente, mi tono de piel era diferente, y el choque cultural fue fuerte. Siempre intenté encajar en este nuevo mundo, pero fue duro. Recibí bastante discriminación en mi infancia”, cuenta la joven. “Los niños migrantes, o incluso quienes nacen aquí pero son de padres migrantes, tenemos el problema de encontrar nuestra identidad. Estamos en medio de dos culturas, y llevar eso es complicado cuando eres un niño y buscas tu sitio”, dice.

 

Después de una adolescencia difícil, en la que Sara también sufrió un trastorno alimentario, a los 16 años la joven se mudó con su padre al norte de España. Allí, en una asociación con la que empezó a colaborar, conoció a un chico del que acabó enamorándose. Le llamaremos Javier.

 

“Fue anulándome como persona, alejándome de amigos y familia”

La siguiente historia está reconstruida a partir de diferentes entrevistas con Sara y con su psicóloga, de un texto escrito por Sara en el que narra su experiencia y de varios documentos orales y escritos –entre ellos una de las sentencias de condena a su maltratador por violencia de género– aportados por la joven.

 

“Desde el principio [Javier] consiguió engañarme”, relata Sara. “Me hablaba de cómo quería dejar atrás toda la vida que le llevó a hacer cosas de las que no se sentía orgulloso, que solo quería conocer a una chica buena que le ayudara a empezar una nueva vida de tranquilidad”, explica la chica. “Caí en su trampa”.

 

Javier “no tardó mucho en mostrar actitudes y comportamientos violentos” que “alternaba con disculpas y promesas de que no volvería a pasar”, señala Sara. “Fue anulándome como persona, alejándome de mis amistades y familia, poniéndome en contra de ellos y adentrándome en su mundo lleno de drogas, comportamientos problemáticos y peleas callejeras”, dice.

 

Cuando la chica se dio cuenta, ya estaba “atrapada en una relación que solo me aportaba dolor”, y se convenció de que era eso lo que se merecía, que “sus malos tratos eran culpa mía”. En uno de los episodios violentos que sufrió por parte de su entonces pareja en plena calle, la Policía los vio y fueron a juicio. “Nos pusieron una orden de alejamiento y le desterraron de la ciudad en la que vivíamos, pero estas medidas no fueron suficientes para dejar de vernos ni para limitar la influencia que él tenía sobre mí”, reflexiona Sara.

 

 “Cuando pasa un tiempo y solo te dice cosas bonitas, te olvidas de que es la misma persona violenta, el mismo que te ha estampado contra la pared o que te ha dado un puñetazo en el estómago”, reconoce la chica.

 



Sara se convirtió, según sus palabras, “en un ser pasivo con el único propósito vital de no hacerle enfadar”. Sus esfuerzos por calmar a Javier, sin embargo, “nunca fueron suficientes”: “Le pedía continuamente que me matara, solo quería que acabara el dolor”.

 

Con el último puñetazo en el estómago que le dio Javier, Sara sintió “por primera vez rabia”. Avisó a una amiga de lo que había pasado, y la Policía lo detuvo. Tras un juicio rápido celebrado en agosto de 2018, Javier fue condenado a tres años de cárcel por infringir la orden de alejamiento y por los delitos de lesiones contra la mujer. La sentencia señala, como hechos probados, que Javier “la agarró con fuerza de los brazos y la golpeó mediante patadas en las piernas [...], la empujó en repetidas ocasiones, y también contra el armario, y le dio un puñetazo en la tripa, diciéndole el acusado que se lo había dado para evitar seguir con la discusión”.

 

“Le pedía continuamente que me matara, solo quería que acabara el dolor”

 

Javier está en la cárcel, pero ha seguido buscando a Sara desde allí. “Intenté seguir con mi vida de la mejor manera que supe y me mudé”, cuenta la joven. De vuelta de nuevo a Madrid, las cosas no salieron mejor. Sara cursaba segundo de Bachillerato y vivía en casa de la familia de su mejor amiga, que la había acogido ante sus dificultades, cuando cayó en otra espiral que le hizo adentrarse aún más en la angustia.

 

Un día, Sara se quedó “helada” al enterarse de que una amiga recurría a la prostitución para hacer frente a sus problemas económicos. Paradójicamente, esa misma noche ella decidió que podía hacer lo mismo. “La parte autodestructiva de mi mente se apoderó de mí y me dije que, aunque eso era injusto para mi amiga, no lo era para mí, y que yo iba a conseguir el dinero que ella necesitaba”, cuenta Sara.

 

El momento “donde empezó todo”

La madurez y la entereza con las que Sara rememora estos episodios resultan sorprendentes. Su psicóloga confirma estos rasgos de la joven, al tiempo que advierte de que aún tienen “mucho trabajo por delante”. “Ha sido víctima de muchas violencias”, recuerda la psicóloga. “Todavía tiene algo de estrés postraumático por lo que ha vivido, es vulnerable”, incide.

 

Aquella noche Sara se fue finalmente con los puteros que su amiga tenía en la agenda de contactos. La chica iba borracha, ellos se aprovecharon y apenas le pagaron 20 euros.

 

 “Creo que ahí fue donde empezó todo”, dice ahora. No era la primera vez que sufría violencia sexual, pero sí quizás la que más le marcó. “A partir de ahí, estaba bastante deprimida, no lograba centrarme en los estudios, y con todo esto de las redes sociales –OnlyFans y demás–, me convencí de que para lo único que valía era para ser un objeto de consumo para los hombres”, razona.

 

Sara se creó una cuenta de Instagram en la que subía contenido erótico, después se abrió otra cuenta en una red social similar a OnlyFans asociada a una productora pornográfica de contenido amateur, y contactó con esta. “Me propusieron hacer unos vídeos, que ahora mismo están subidos y resubidos en redes. Ahí empecé con la pornografía”, relata.

 




Los entresijos del mundo del porno

Ya metida en ese mundillo, contactó con un fotógrafo para una sesión de fotos eróticas. Resultó que este hombre “se dedicaba a captar chicas para hombres más influyentes” y cameló a Sara con la idea “de que podría llegar a ser figura pública, hacerme famosa, que me iba a relacionar con gente muy prestigiosa”.

 

Fue también él quien la puso en contacto con otro productor español “muy famoso” de la industria del porno, que prometió a Sara que llevaría su carrera y la convertiría “en una actriz superfamosa”. “Fui a visitarle a la ciudad donde estaba. Nada más llegar, me hizo desnudarme… y follarme”, cuenta. “Con él quedé solo dos días, pero todo fue muy rápido: le dio tiempo a hacerme su novia y a proponerme matrimonio, es así como te enganchan. Saben que eres una mujer vulnerable, con carencias emocionales, y se aprovechan”, señala la joven. “Son muy cariñosos, muy atentos, muy cercanos y te venden toda la ilusión de que tienes mucho potencial, de que pueden hacer de ti una estrella”.

 

Sara firmó con él un “contrato de colaboración” –al que ha tenido acceso El HuffPost– por el que se comprometía a generar contenido pornográfico durante cinco años para esta productora, que a su vez se comprometía con ella a darle visibilidad y promocionar su figura en redes. Por suerte para Sara, nunca llegaron a poner en práctica el contrato. Antes de grabar nada para esta productora, salieron a la luz los vídeos que la joven había hecho con la productora amateur. “Les llegaron a mis amigas y, de repente, me explotó todo en la cara. Mis amigas hablaron conmigo, se quedaron horrorizadas, y llegó a todo el pueblo”, cuenta. En ese momento vivía todavía con la familia de su mejor amiga. La familia le dijo que ya no podían seguir haciéndose cargo de ella, “que no sabían gestionar todo eso”.

 

A Sara le dio un ataque de ansiedad y acabó ingresada durante una semana en la planta de psiquiatría de un hospital de Madrid. Después, volvió a casa de su padre, en el norte. La relación con su madre era y es “complicada”, describe la joven.

 

El infierno, un piso de putas

Cuando llegó de nuevo a casa de su padre, intentó “hacerlo otra vez todo bien, los estudios y demás, pero sentía que no era capaz, que no podía llevar una vida normal”. “Sentía que no merecía el apoyo y la solidaridad de los demás, me sentía un parásito”, dice. Angustiada por esos sentimientos, contactó por internet con una mujer que gestionaba dos pisos de prostitutas, uno en la ciudad de su padre y otro a 200 kilómetros. Sara hizo las maletas, dejó un mensaje ambiguo a su padre y se fue a ‘trabajar’ al segundo. “Era un piso en el que se trabaja 24 horas, es decir, estás 24 horas disponible, descansas cuando no hay clientes”, describe.

 

Esto ocurrió en mayo de 2021. “Nada más llegar al piso, tenía un cliente. Era un hombre que estaba muy drogado. Yo nunca me había planteado drogarme, pero nada más llegar me metí una raya de cocaína. Tenía mucha disociación, era una forma de protegerme, creo, para no ser tan consciente de lo que estaba haciendo”, dice. “No había una sola chica que no se drogara”.

 

Eran cinco mujeres en total, que dormían en literas en una habitación del piso. Otras dos habitaciones estaban reservadas para los puteros, y había una cuarta “tipo suite”.

 

Sara aguantó una semana en aquel lugar. Al ser “novedad”, al tener apariencia de niña –“cuanto más aniñada, más se vende”– y al haber perdido el acento colombiano –“me hacían pasar por española, vivimos en una sociedad racista”–, la chica no tuvo descanso. “No te sé decir la cifra de puteros que pasaron en ese tiempo, pero sí que fueron muchos y de todas clases. Apenas descansaba”.

 

“Mis amigas me salvaron”

Una vez más, fueron sus amigas las que dieron la voz de alarma. “Ellas me salvaron”, asegura hoy la joven. “Yo les había mandado un mensaje diciéndoles que estaba drogada y que necesitaba ayuda. Vinieron desde Madrid a sacarme de allí”, relata.

 

La psicóloga de Sara corrobora este extremo. “Ha tenido la suerte de que tiene unas amigas que la han ayudado a salir, y de que ella es muy inteligente”, añade la profesional, especializada en casos de violencia de género.

 

Después de este episodio, Sara volvió a ingresar en psiquiatría durante otra semana. “Salí de ese piso en un estado… no sé, muy fuera de mí. Yo no era yo. Me había convertido en un objeto de consumo, no era más que eso, estaba fuera de mí”, recuerda. En el hospital siguió pasándolo mal: “Estar sola en una habitación luchando contra mis demonios me resultaba muy duro”. Sara acabó firmando el alta voluntaria y volvió a vivir con su padre.

 


Volver a tener “ganas de vivir”

Han pasado pocos meses desde entonces, pero los suficientes como para permitir a Sara darse cuenta de que quiere “sanar [sus] heridas”, de que tiene “ganas de vivir, que es justo lo que me ha faltado todo este tiempo”.

 

También por eso se ha animado a hacer pública su historia. “Sé que callar y esconderlo no me hace bien, me devora por dentro. Y no soy la única, así que a lo mejor con mi testimonio alguna chica susceptible o interesada en entrar a este mundo se da cuenta de que no es un cuento de hadas”, apunta la joven, en referencia al ámbito de la pornografía.

 

A la luz de los casos que está tratando, su psicóloga también se confiesa “bastante preocupada” por “cómo esta industria va en aumento, cómo se crean redes tanto de prostitución como de pornografía que captan a chicas muy jóvenes de una forma peligrosa”. Citando a Amelia Tiganus, víctima de trata, activista y autora de La revuelta de las putas, “la pornografía es el marketing de la prostitución”.

 

“Tú entras ahí de forma supuestamente voluntaria, pero no sabes lo que hay dentro hasta que estás dentro”, confirma Sara. “Sé que ahora mismo muchas chicas de mi edad, o más jóvenes, se están viendo embelesadas por todo lo que les venden. Lo maquillan un poco de empoderamiento a través de tu cuerpo pero, al final, sólo es una estrategia más para venderse como un objeto de usar y tirar”, sostiene. Para Sara, “es muy importante que alcemos la voz y que no nos callemos, porque seguramente hay muchas mujeres a las que podemos ayudar”. “A través de las experiencias de otras mujeres, como Amelia Tiganus, yo me he dado cuenta de muchas cosas y me he quitado muchas culpas”, confiesa.

 

Sara reside ahora en la ciudad del norte a la que se mudó con su padre, está animada con sus estudios y con su nueva vida, pero aun así hay algo que no la deja tranquila: dentro de unas semanas, su expareja y maltratador saldrá de la cárcel.

Fuente

https://www.huffingtonpost.es/entry/testimonio-joven-maltratada-prostituida_es_6220e8ade4b098a3d11f571f