jueves, 18 de junio de 2020

El nacimiento del porno y su origen


El nacimiento del porno y su origen
El nacimiento del porno: ¡cosifiquemos a la mujer para el deleite masculino!
Por Ana Morillas Cobo

En Khronos, ya os hicimos un repaso por el arte porno a lo largo de la Historia. En esta ocasión, os voy a contar cómo, cuándo y por qué nació la pornografía – tal y como la entendemos hoy en día –. El origen del porno. ¿Qué?, ¿creíais que el porno se había inventado ahora? ¡Ilusas! Pongámonos en situación: nos encontramos a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. En esa época que se ha idealizado hasta para nombrarla: la Belle Époque (1). Pues bien, resulta que entre tanto encanto y tanta modernura (2), nos topamos con una sociedad profundamente machista (3) y clasista (4). “Lo bello” era para los señoritos burgueses (5), amigas. Porque los currantes vivían de pena (6), y las mujeres, ya fuesen de la clase que fuesen, ¡ni os cuento! – Obvio, si eras mujer y pobre, ¡para qué querías más, hija de mi vida! (7) –.

El caso es que el capitalismo y el consumismo hicieron su entrada triunfal (8), y con ellos, una industria repugnante que sigue cosificándonos hasta nuestros días: el porno (9). Pero, ¿por qué, en este momento, se dio el origen del porno? Sumemos la doble moral sexual que existía y que en estas páginas de la Historia nació el cine (10), y el resultado será este negocio inmundo (11).

Aquí tenéis los pocos minutos que han sobrevivido de Le Coucher de la Mariée (Francia, 1896; se estima que duraba 7 minutos), la primera película erótica (12). Estrenada solo un añito después del nacimiento del cine: (el video se puede ver yendo al enlace al pié de la nota)



El sexo en la Belle Époque: hipocresía machirula en estado puro


El sexo era un gigantesco tabú para la sociedad de la Belle Époque, guiada aun por el puritanismo victoriano (13). Y la doble vara de medir que existía, según fueses de uno u otro sexo, era de risa (14).

Por un lado, estaba la moral impuesta a las mujeres: se esperaba de ellas que llegasen vírgenes al matrimonio, por supuesto (15). Además, se daba por hecho que no tenían ningún tipo de impulso o deseo sexual. ¡Eso era cosa de machotes! (16). Así que eran educadas en la más absoluta ignorancia. ¡No tenían ni la más remota idea de sexo antes de casarse! (17). Imaginad qué cara de susto se le debió quedar a más de una cuando, en la noche de bodas, se encontrase a un falo apuntándola, desafiante… (18). ¡Angelicos!  Y una vez que estuviesen casadas, como Dios manda, se esperaba de ellas que solo fornicasen con su marido y con el único propósito de procrear (19).


Las mujeres de bien: úteros andantes, al servicio del varón


Total, que las mujeres de bien venían a ser úteros con patas, al servicio de la imperiosa necesidad de descendencia de los señores machos. Ya sabéis, dejar su semilla en este mundo refirma muchísimo la masculinidad. El disfrute carnal no era para ellas, ¡no fuesen a mancillar su honra (20)! Es más, tener descendencia era toda una imposición para las mujeres. Hasta eran advertidas por los médicos de cómo no tener hijos tenía efectos negativos en su organismo. Aunque la realidad les demostrase lo contrario: tener muchos hijos sí que era todo un riesgo (21). ¡Y de usar anticonceptivos ni hablar! Hasta había multas y penas de cárcel para quien osase aconsejar o difundir la contracepción. Por eso la marcha atrás y el aborto, aunque era ilegal – y mortal dados los métodos que se seguían –, eran el pan de cada día (22).


Las directrices dirigidas a las buenas damas venían a escupir lindezas como ésta:
 “Ella debe tumbarse y permanecer tan quieta como sea posible. Si se mueve, eso puede ser interpretado como excitación sexual por el marido optimista” (23).

Si esto no suena a violación en el ámbito conyugal, ¡que me aspen!



Excuse me, querido, pero esta mierda no me pone nada


Con este panorama, no es de extrañar que las mujeres se horrorizasen con sólo pensar en el sexo (24). Pero no porque por naturaleza no les gustase. Lo que no les debía gustar era el hecho de ser meras muñecas hinchables, al servicio de sus hombres. Follar lo justito, sin disfrutar y a ciegas, pues oiga, mucho encanto no tenía (25).

Lógicamente, tras tanta fachada puritana, el deseo sexual femenino existió, existe y existirá. ¡Y que nos dure! Algunas hasta se quejaban de la poca maña que tenían sus maridos a la hora de darle rienda suelta a la pasión (26). Cabe señalar que el clítoris, en la bella época, era ese gran desconocido. ¡No se tenía ni idea de la sexualidad femenina (27)!


Las malas mujeres – putas para satisfacer a los machotes


La moral sexual para los hombres era muy distinta. Los machos eran muy machos, y tenían sus necesidades…. (28). Así que se les permitía despacharse con las prostitutas, aunque debían guardar las formas y ser discretos (29). Vamos, que la demanda de prostitutas estaba a la orden del día, porque los hombretones tenían que saciar sus ganas (30). Y para eso estaban las malas mujeres (31), claro. Sus benditas esposas “les servían” para perpetuar su estirpe, mientras que las prostitutas “les servían” para saciar sus bajos instintos. Y estoy hablando de la práctica habitual, no de unas cuantas excepciones (32). Porque aquella sociedad era así de hipócrita: enterraban el sexo, lo extirpaban, públicamente, pero los hombres recurrían a la prostitución asiduamente (33). ¿Alguien dijo patriarcado?

«Groupe de quatre femmes nues» (François-Rupert Carabin; 1895-1910; Musée D’Orsay-París).


“Todos lo hacían, todos sabían que sus compañeros también lo hacían, pero hacían ver que no era así” (34).


El nacimiento de una de las industrias que más cosifica a la mujer: el origen del porno


Ante tanta represión sexual y tanta hipocresía, y teniendo en cuenta que si eras mujer, ya desempeñases el rol de “mujer decente”, o el de “mala y libertina”, tu posición siempre era de sumisión absoluta al varón, y de satisfacer sus necesidades, el origen del porno, su surgimiento, estaba más que cantado. ¡Carajo, que los machotes además de comerciar sexualmente con nuestros cuerpos tenían derecho a alegrarse la vista! Total, ¿qué éramos las mujeres, sino objetos para que nos usasen a su antojo? (35).

Sé que tras haber visto tanta represión en cuanto al sexo, igual estáis alucinando. Pero que la pornografía comenzase a circular tiene lógica, si se piensa. El doble rasero que se gastaban en todo lo referente a la sexualidad, con eso de lo ancho para mí (hombre) y lo estrecho para ti (mujer) – con la enorme dosis de machismo y clasismo que ello conllevaba – (36), despertó la curiosidad machirulesca. Y claro, los muchachos, ante tanto tabú y tanta represión, estaban más salidos que los monos (37). ¡Y ahí había negocio! Así, un mercado negro de fotografías sugerentes – de mujeres, como no – y de relatos erótico-festivos, empezó a rular de forma clandestina (38). Las modelos eran prostitutas, por supuesto (39).


    Fotografías de Jules Richard (1848-1930) – Colección Atrium.


El origen del porno: las stag films – las primeras películas porno


Como el cine estaba de moda y lo estaba petando, también se rodaron las primeras pelis porno (40). Por supuesto, mostraban a mujeres desnudándose, para satisfacer las fantasías de los señoros (41). Y esto ¡reafirmaba su masculinidad que no veas! Y, además, generaba un vínculo entre ellos, en plan hermandad (42). Eran una especie de ritual de iniciación, de paso a la edad adulta (43). ¡Machotes unidos, excitándose con mujeres – objeto! Deseando “observar” y “examinar” los misterios de la sexualidad femenina. Cosificación de la mujer y machismo en modo on (44).

A estas primeras pelis porno se les conoce como stag films (45). Sin título y firmadas bajo pseudónimo, circulaban de manera clandestina y estaban asociadas a los grandes prostíbulos europeos – de lujo – de la época (46). Por ello, solo los más ricachones – aristócratas, políticos de altos cargos o miembros de la realeza – tenían acceso a ellas (47). Eran un caprichito gourmet. Cuando la censura apretó las tuercas, a principios del siglo XX, los europeos cruzaron el charco, hasta Argentina o México, para rodar sus pelis porno (48). En Estados Unidos, se conocían también como smokers, por el humillo de piti que poblaba los salones masculinos donde se proyectaban. Éstos eran secretos y selectos, y estaban repletos de “chicas livianas” (49).


El origen del porno: la cutrez hecha película


Eran películas improvisadas, de pocos minutos y sin narración alguna (50). En definitiva, eran muy primitivas – obviamente, mudas y en blanco y negro – y sus finales eran abruptos (51). Las “actrices” eran las prostitutas del burdel, y se rodaban para el consumo interno de los puteros voyeurs (52). También se usaban como reclamo para que los puteros comprasen los cuerpos de estas mujeres (53). Éste fue el origen del porno.

¿Qué se veía en ellas? Masturbaciones, felaciones y, sobre todo, penetraciones – tanto vaginales como anales –. También eyaculaciones a mansalva y por doquier. Todo muy enfocado al placer y deleite masculino, y muy burdo (54). Y dejaban muy patente el gusto por el voyeurismo de la época: es un elemento más del metraje (55). También se refleja en ellas el gusto por las escenas lésbicas (56). – Los puteros de la época se volvían locos observando cómo practicaban sexo las prostitutas, entre ellas (57) –. Y falos, muchos falos erectos, como símbolo de poder masculino. También por mera curiosidad, ante la represión sexual de la época, y para que el espectador se pudiese identificar bien con el hombre que aparecía en escena. ¿Habría en ello deseos homosexuales ocultos? Quién sabe… (58).


El Satario (Argentina, 1907)


No podemos hablar del origen del porno sin nombrar El Satario. Está considerada como la primera stag film (59). Su nombre posiblemente sea una mala traducción de «El Sátiro» (60). Es quizás la película más elaborada de este género (61). En ella vemos un escenario al aire libre, donde un grupo de mujeres desnudas «se divierten» entre ellas (62). De repente, aparece un demonio – la caracterización, es para verla (63) –, que las persigue hasta que captura a una de ellas (64). Varias tomas nos muestran como la peculiar pareja copula, para terminar con un chorrazo de semen goteando sobre la mujer (65). Todo muy fino…



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             Fotogramas de «El Satario» (1907 – Argentina).

En definitiva, son cuerpos desnudos femeninos a disposición de un macho. La lectura que se hace de la «captura» es bastante obvia, ¿no? Apología de la violación. Y ese semen final, marcando territorio… en fin.


Am Abend (Alemania, 1910)


De diez minutos de duración, comienza con un hombre mirando a través del ojo de una cerradura cómo una mujer se masturba (66). Después, entra a la habitación, se desnuda y pasa a practicar sexo con la mujer (felaciones y penetraciones, básicamente) (67). Como suele suceder en todas las stag films, los primeros planos de las penetraciones muestran claramente la «acción genital» (68).

Una vez más, un cuerpo femenino a disposición del hombre. Que no se contenta con espiar, sino que también irrumpe a fornicar sin pedir permiso. La mujer no es más que un objeto a su disposición.


A Free Ride (Estados Unidos, 1915)


Está considerada como la primera película estadounidense hard-core (69). Es narrativamente más compleja, pues incluye rótulos que van comentando la acción (70). Rodada al aire libre, comienza con dos mujeres paseando. Aparece un coche, conducido por un hombre, que las invita a subir al vehículo. El coche para; el hombre se baja a orinar y ellas espían. Después, sucede al revés (71). Se toman unos tragos, y una de las mujeres y el hombre se van al bosque, se masturban y se ponen a copular (postura del misionero). La otra mujer, los mira y se estimula, y acaba uniéndose a ellos. Vemos la postura del perrito, felaciones y lo que viene siendo un trío. Finalmente, se vuelven a subir al coche y se marchan (72).




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            Fotogramas de «A Free Ride» (1915 – Estados Unidos)

«Un viaje gratis»… poco me queda por decir. Volvemos a ver en ella escenas muy explícitas de como el pene entra y sale (73).


Los años ’20 y The Casting Couch (Estados Unidos, 1924)


Para las décadas de los años veinte y treinta, estas películas, cutres a más no poder, proliferaron y se popularizaron en Francia, en Estados Unidos y en América Latina (74). La cosificación de la mujer y la misoginia en ellas, es apabullante: las mujeres son meros objetos a servicio de la curiosidad y la perversión masculina (75).

Como prueba de ello, The Casting Couch (76). Argumento: una aspirante a actriz se ve abocada a practicar sexo con un director, para poder conseguir su papel soñado (77). El machismo rezuma por los cuatro costados. Y esta joyita no es un caso aislado de la profunda misoginia que desprenden estas stag films de los ’20 (78). Solo es el ejemplo que he escogido para ilustrarla.




              The Casting Couch blue movies película porno
Fotogramas de «The Casting Couch» (1924 – Estados Unidos).

Años después, el porno se democratizará y llegará a todas las clases, hasta convertirse en el fenómeno de masas que es hoy en día (79).



El porno en la Belle Époque era secreto (que las pajillas estaban muy mal vistas)


El origen del porno y todo este tinglado, en la Belle Époque, sucedió de tapadillo, porque socialmente estaba muy mal visto tanto erotismo. Leches, ¡que empujaba a la masturbación! Y eso era algo así como pecado mortal (80).

De la masturbación femenina, se decía que te podía joder la mente, la memoria, la complexión física, la visión… ¡Incluso podías volverte loca! ¡Y era un mal que le podías pegar a tus hijos! (81). Vamos, una auténtica aberración. Aunque, en verdad, se consideraba que la masturbación era un problema de machos – ya sabéis que las mujeres no sentimos deseo sexual de ese –. Y era un problema de los gordos, porque empujaba a la homosexualidad – muy mal vista también en la Belle Époque (82) – y a múltiples perversiones (83). Y no lo decía cualquiera… ¡Lo decía la medicina! Que advertía severamente como masturbarse dejaba a los hombres hechos polvo y los hacía más propensos a las enfermedades. Es más, llamaban a la masturbación self-abuse – maltrato contra uno mismo – (84). El mito de “quedarse ciego” ha llegado a nuestros días…

¿La solución que recomendaban para evitar tanta pajilla? El deporte, que es muy sano y ayuda a desfogar que no veas (85). Y, por supuesto, para aliviarse estaban las prostitutas, ¡mucho mejor que pajearse! (86). Prostitutas que, como no podía ser de otra manera, procedían de los bajos fondos de las esplendorosas ciudades. ¡Para eso servían las mujeres pobres! (87). – Podéis vomitar, lo entendemos –.


Patriarcado que nos convierte en juguetitos


Al final, lo que podemos sacar en claro de todo este mercado es una cultura patriarcal, que defiende por un lado la promiscuidad masculina, y por otro la monogamia femenina (88). Así que del porno no podemos rascar libertad sexual alguna; al menos, no para nosotras (89). Lo que queda claro, desde el origen del porno, es la posición dominante de los hombres, y la sumisión absoluta de las mujeres (90). Nos vomita misoginia y violencia sexual contra la mujer, ¡y lo normaliza! (91). Erotiza la violación y la cosificación de la mujer, y nos convierte en meros objetos a disposición de las fantasías sexuales de los machotes (92). Erotismo y sexualidad definidos por y para los hombres, donde nosotras, desde que comenzó este invento, no somos más que juguetes a servicio de los antojos masculinos (93).

Estamos ante una industria terriblemente vejatoria y machista (94), donde el placer no se encuentra tanto en el sexo, como en el poder que, sobre nosotras, adquieren los hombres. Pues ellos siempre son los “poseedores”, y nosotras las “poseídas”. Y esta es la “educación sexual” que se aprende, y después se reproduce en la realidad (95). Las oleadas de violencia sexual machista que nos estremecen cada día en la prensa, son muestra de ello (96).

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Nota: las imágenes y la letra en negrita están en la nota original.