jueves, 16 de abril de 2020

Flora Tristán: una abolo


Flora Tristán: una abolo
09/04/2020

AUTORA
Esther Santiago Garcia

Educadora social terminando máster de Estudios de mujeres, género y ciudadanía. Escribo sobre desigualdad, género, política, educación, salud y sexualidad.




Si Flora Tristán hubiera vivido en nuestro tiempo y hubiera acudido a manifestarse en Madrid el 8M por los derechos de las mujeres trabajadoras, las parias entre las parias, hubiera sido agredida, porque de seguro habría ido con el bloque abolicionista.

Y es que encontramos en Flora Tristán a una de las primeras «abolos», como han dado en llamarnos el lobby proxeneta y sus secuaces a quienes nos oponemos a la comercialización de la sexualidad de las mujeres más vulnerables. Indagando en su obra, Paseos por Londres, publicada por la autora en 1839, encontramos un capítulo destinado a las «Mujeres Públicas». En él, la escritora feminista francesa comparte los resultados de su investigación de la prostitución en la capital inglesa en un ejercicio vanguardista que podemos encuadrar como periodismo de investigación, aunque tal concepto no nacería hasta 1885, de la mano del periodista William Thomas Stead, quien investigó la prostitución infantil, también en Inglaterra. ¿Pudo este último inspirarse en la obra de Flora Tristán? No deberíamos descartarlo.






Para llevar a cabo su investigación, Flora Tristán viajó a Londres, recorrió las calles en las que se concentraban los prostíbulos, en un barrio al que se llegaba cruzando el puente de Waterloo, acompañada de dos amigos armados con bastones. Habitó los finishes, que hoy conocemos como bares de alterne, durante noches enteras, observando atentamente su funcionamiento, sus normas no escritas, la manera en la que progresaban las conductas de los hombres, desinhibidos por el alcohol, su trato degradante con las mujeres prostituidas… Tristán tampoco dejó de consultar las fuentes más rigurosas existentes en el momento con cifras aproximadas  a la cantidad de mujeres prostituidas en la ciudad (aún hoy no existen cifras exactas sobre las mujeres que se encuentran prostituidas).

La voz de Tristán está presente en todo momento a lo largo del capítulo, sin intentar pasar por falsa neutralidad. Al contrario, su compromiso con la igualdad y la justicia se imprimen en cada palabra, y ella nos lleva de la mano de tal manera que nos parece recorrer Londres junto a ella.

En la primera parte del capítulo, Tristán reflexiona sobre los elementos que originan y sostienen la prostitución como institución, así como de los efectos que esta tiene en la sociedad en su conjunto. La escritora no duda en señalar la «desigual repartición de los bienes de este mundo» como causa primera de la prostitución. Airadamente, Tristán increpa al poder patriarcal como causante de la prostitución de las mujeres con la fuerza de tres olas feministas:

Sí, si no se hubiese impuesto a la mujer la castidad por virtud sin que el hombre a ello fuese obligado, ella no sería rechazada de la sociedad por haber accedido a los sentimientos de su corazón, y la mujer seducida, engañada y abandonada no estaría reducida a prostituirse. Sí, si vos la admitieseis a recibir la misma educación, a ejercer los mismos empleos y profesiones que el hombre, ella no sería más frecuentemente que él propensa a la miseria. Si vos no la expusieseis a todos los abusos de la fuerza, por el despotismo del poder paterno y la indisolubilidad del matrimonio, ella no estaría jamás colocada en la alternativa de sufrir la opresión y la infamia.

Es fascinante cómo la escritora feminista aúna las luchas de las tres olas feministas en un solo párrafo. Por un lado, Tristán se hace eco de la reivindicación de derechos ciudadanos elementales, que permitiesen a las mujeres elegir su propio destino, propia de la primera ola. Por otro lado, aboga por los derechos laborales de las mujeres, para que no fueran más propensas a la miseria que ellos, lo cual entronca con una de las grandes luchas de la segunda ola. Finalmente, critica el doble estándar sexual, como también hicieron las feministas radicales en EEUU en la tercera ola.

Pero, además, Tristán liga el doble estándar sexual a la pervivencia de la prostitución de una manera que conviene analizar. En el Londres victoriano, la virginidad era el pasaje de las mujeres a una vida digna, que no podía ser otra que la vida de una esposa (mejor si era de clase alta). Si perdían ese pasaje, los destinos a los que podía acceder no resultaban nada alentadores, quedando condenadas a la pobreza y, muy probablemente, a la prostitución.

El camino que conduce a las mujeres pobres a la prostitución también es señalado por Tristán: «Y cuando es torturada por la miseria, cuando ve el goce de todos los bienes alrededor de los hombres, ¿el arte de gustar, en el cual ha sido educada no la conduce inevitablemente a la prostitución?». La socialización de las mujeres desde la infancia, que atrofia su independencia e iniciativa autónoma e hipertrofia su dependencia de otros y su búsqueda de agrado (sobre todo de agrado varonil) las empuja hacia la prostitución, es decir, a satisfacer los deseos masculinos para lograr el sustento.

Se trata de un análisis brillante que comienza a perfilar lo que actualmente se conoce como patriarcado del consentimiento, término acuñado por la filósofa feminista Ana de Miguel. En la prostitución también opera el patriarcado del consentimiento, en el sentido de que la sociedad patriarcal educa a las niñas desde pequeñas para gustar, para satisfacer a los varones, como explica Tristán, por lo que, en una sociedad capitalista desigual, las mujeres se verán empujadas a hacer de este mandato social una manera de sobrevivir. Solo desde el desconocimiento o desde la maldad se puede llamar a esto «libertad de decisión».





Aún más, Tristán plantea que, mientras las mujeres no puedan obtener el goce de los bienes sino por la influencia que ejerzan en los varones, la prostitución solo podrá crecer.

Al extrapolar esta afirmación a nuestras sociedades formalmente igualitarias en las que, sin embargo, la prostitución no deja de crecer, se nos aparece claramente la conexión entre prostitución y trata: las mujeres de estas sociedades formalmente igualitarias encuentran más facilidades para acceder al goce de bienes sin tener que satisfacer sexualmente a los varones, pero los varones no han renunciado a su «derecho de pernada democrático», como lo llama Ana de Miguel, por lo que se exporta a mujeres de países empobrecidos que siguen estando en la situación de las mujeres sobre las que escribió Tristán en el siglo XIX.

En la segunda parte del capítulo, Tristán nos conduce por las calles del barrio de Waterloo-road, introduciéndonos en la vida cotidiana de las mujeres prostituidas, que permanecían junto a sus prostituidores (descritos por la autora como hombres jóvenes, guapos y fuertes, pero de aire común y grosero) en los prostíbulos hasta las ocho de la noche, momento en que se dirigían en bandas al West-end de la ciudad para captar «clientes» a la salida de los teatros y otros espacios de ocio. Era tras captar a su «cliente» cuando se dirigían a los finishes, descritos por Tristán como «innobles cabarets o vastas y suntuosas tabernas a donde se van para terminar la noche«.

Si Flora Tristán hubiera vivido en nuestro tiempo y hubiera acudido a manifestarse en Madrid el 8M por los derechos de las mujeres trabajadoras, las parias entre las parias, hubiera sido agredida, porque de seguro habría ido con el bloque abolicionista.

Como buena investigadora motivada por su afán de conocer de primera mano la realidad, Tristán pasó una noche en uno de estos finishes, acompañada por los mismos amigos que la secundaron por las calles de Waterloo-road. En primer lugar, la investigadora resalta la clandestinidad de estos lugares, que vistos desde afuera parecen una casa más.

Tristán encierra en pocas palabras la esencia de estos establecimientos: “¡Los finishes son los templos que el materialismo inglés eleva a sus dioses! Los domésticos que les sirven están elegantemente vestidos, los industriales propietarios del establecimiento saludan humildemente a los convidados que vienen a cambiar su oro por la orgía”.

Como vemos, entonces como ahora, todo un entramado comercial se sostiene sobre la prostitución de mujeres, por lo que no es de extrañar la fuerza del lobby para validar su existencia alterando el orden simbólico.

La escritora observa la transformación de «nobles señores ingleses» bajo los efectos del alcohol, y critica el trato que dispensaban a las mujeres y la terrible manera de dilapidar la fortuna que habían obtenido mediante el trabajo del proletariado. Las anotaciones de la autora merecen ser reproducidas tal cual:

En los finishes hay toda clase de entretenimientos. Uno de los más gustados es el de emborrachar a una mujer hasta que caiga muerta de ebriedad; entonces se le hace probar vinagre en el cual mostaza y pimienta han sido arrojados; este brebaje le da casi siempre horribles convulsiones y los sobresaltos y las contorsiones de esta desgraciada provocan las risas y divierten infinitamente a la honorable sociedad. Una diversión también muy apreciada en esas elegantes reuniones, es la de arrojar sobre las muchachas que yacen muertas de ebriedad sobre el piso un vaso de no importa qué.

No es para nada casual que humillar a las mujeres fuera la práctica estrella en la prostitución del siglo XIX, ni que lo siga siendo ahora, tanto en la prostitución de calle como en la filmada (pornografía). Al fin y al cabo, el putero está accediendo a la dominación de una mujer que no lo desea, pero tiene que ejecutar aquellas prácticas que él reclame si quiere el dinero que él tiene y del que ella carece. La misoginia que los hombres reprimen porque la sociedad o la legislación los rechazaría es proyectada con total impunidad sobre las mujeres prostituidas.

Nos ha impresionado otro aspecto de la prostitución que prevalece a través del tiempo: lo que la activista superviviente de trata y prostitución Amelia Tiganus llama «el tiempo de vida útil de una prostituta». Tanto en el siglo XIX como en el XXI este es de aproximadamente tres años. Citando a Tristán: «Lo quiera o no, la prostituta está obligada a beber alcohol. ¡Qué temperamento podría resistir los continuos excesos! Así tres o cuatro años es el período de existencia de la mitad de las prostitutas de Londres«.




En ambos casos, las mujeres prostituidas están expuestas a drogas para sobrellevar su situación, a enfermedades, tanto de transmisión sexual como de otros tipos, así como a la violencia de los puteros y proxenetas. Actualmente, a los tres años una mujer prostituida está ya demasiado quemada, y si no ha sido asesinada antes, la dejan ir para reemplazarla por la imparable llegada de mujeres de países empobrecidos, convertidas en mercancía.

En la tercera parte del artículo, Tristán se acerca a las fuentes más rigurosas de que se disponía en aquel momento para conocer una aproximación al número de mujeres prostituidas en Londres, su expectativa de vida, el número de defunciones totales al año y las estratagemas de las redes de trata. Para ello recurre al estudio del doctor Michael Ryan, Prostitución en Londres, que reúne los informes de la Sociedad por la Supresión del Vicio, los de la Policía Metropolitana y los de la Sociedad de Londres para Prevenir la Prostitución de la Infancia. Los datos que cita finalmente Tristán son demoledores: «existe en Londres de 80 a 100,000 mujeres públicas, cuya mitad -otros afirman que las dos terceras partes- están por debajo de los veinte años«.



Con respecto a la mortalidad de las mujeres prostituidas, los datos recopilados en el informe elaborado por Ryan no son menos duros:



Clarke, el último Chamberlain de la ciudad de Londres, evalúa en cuatro años la vida de la prostituta, otros la evalúan en siete años, mientras que la sociedad «para prevenir la prostitución de la juventud» estima que en Londres la mortalidad anual de las mujeres públicas es de ocho mil.

En un intento de aproximarse a las dimensiones de las redes de trata, Tristán vuelve a referenciar los datos del estudio Prostitución en Londres:

Ryan evalúa que en Londres hay cinco mil individuos, hombres o mujeres empleados en proveer de mujeres a las casas de perversión, y cuatrocientos o quinientos que él designa bajo el nombre de «trapanners» ocupados en tender redes a las muchachas de diez a doce años para atraerlas de «grado» o por «fuerza» a estas espantosas cavernas. El evalúa que 400,000 personas están implicadas, directa o indirectamente, en la prostitución, y que 8,000,000 de libras esterlinas (400,000.000 de francos) son anualmente gastados en Londres en este vicio.

Pero la investigadora no se limita a referir datos numéricos, y se interesa por las estrategias que adoptan los y las trapanners para captar y retener niñas y jóvenes para la prostitución.

A la hora de captar víctimas las estrategias eran tan variadas como los espacios en los que hacerlo. Entre estos espacios Tristán incluye espacios de comercio y ocio, como arrabales, bazares, parques y teatros, pero también casas de trabajo y establecimientos penitenciarios, donde las jóvenes más precarias quedan expuestas a sus redes.

Tristán muestra las argucias de proxenetas dedicados, asimismo, a los mercados de esclavos del West End, quienes a menudo son enviados a diversas ciudades y aldeas del continente europeo (Holanda, Bélgica, Francia e Italia) para captar chicas jóvenes mediante el engaño a sus familias, que creen estar ocupándolas en un trabajo digno, como bordadoras, modistas, lenceras, músicas, damas de compañía o domésticas. A veces llegan hasta a dar adelantos a los padres, y cuando se han procurado un cierto número de muchachas, regresan a Londres. En palabras de la autora:

Una suma de dinero es dejada a los padres, como garantía para la ejecución del compromiso. Algunas veces está aún estipulado que una parte determinada de los salarios de sus hijas les será enviada todos los trimestres. (…) Y mientras ellas se quedan en el establecimiento que les ha hecho venir, la parte de los salarios prometida es exactamente enviada a los padres, que sin sospechar reciben así los socorros de la prostitución de sus hijas. Cuando ellas dejan la casa, se escribe cartas a sus padres para informarles que sus hijas han dejado su oficio. En consecuencia, las remesas de dinero cesan, pero no se olvidan de decirles que están muy contentas de haber encontrado otra posición no menos respetable para sus hijas y que están muy bien.



Otra estrategia de captación consistía en enviar chicas de dieciocho años a recorrer las calles, tanto de día como de noche, para atraer a otras de su edad o más jóvenes a los proxenetas, lo cual lograban ofreciéndoles que las acompañen a dar un paseo, a visitar a un familiar enfermo, al teatro… o incluso un empleo decente. Tristán, citando a Talbot, añade que muchas chicas son sustraídas por este método incluso en los colegios, a la vista de un profesorado que no sospecha de los alcances de las redes de los proxenetas.




A la hora de retener a las captadas en los prostíbulos, Tristán da cuenta de una práctica consistente en despojar a las jóvenes de su ropa y cambiársela por «trajes rutilantes que han formado el vestuario de las mujeres ricas y que los ropavejeros proporcionan«. Si las jóvenes intentasen escapar o quedarse más dinero del convenido con el proxeneta, las personas encargadas de vigilarlas día y noche las atraparían y las llevarían de vuelta al prostíbulo, donde se las desnudaría y se las dejaría así durante todo el día, sin poder comer y sufriendo la humillación y el frío. Llegada la noche, relata Tristán, las mujeres podrían volver a vestirse y se las mandaría a «hacer la calle». Si no llevasen suficientes hombres al prostíbulo, serían severamente castigadas.

Esta práctica nos recuerda a la que se mantiene actualmente en los prostíbulos, donde se cobra a las mujeres a precios desorbitantes la estancia que ocupa, los preservativos que usa, la comida que come, la ropa, el servicio de lavandería, el de peluquería… toda una serie de gastos que no hacen más que aumentar una deuda con los proxenetas (al hablar de proxenetas no referimos a todas aquellas personas que obtienen dinero de la prostitución ajena, con lo que incluimos a quienes regentan prostíbulos donde las mujeres trabajan «voluntariamente», entre otras). De esta manera, los proxenetas se aseguran la sujeción de las mujeres y que permanezcan en situación de prostitución.

Luchar contra las redes de trata era muy difícil en aquellos momentos, pues las penas de cárcel eran irrisorias, y los legisladores hacían la vista gorda. No debe extrañarnos, dada la ingente cantidad de dinero que movía este negocio criminal en Londres (8.000.000 de libras esterlinas anuales aproximadamente, como vimos), y dada la multiplicidad de los agentes beneficiados económicamente (rentantes de los prostíbulos y habitaciones, finishes, Gin-palaces…).

Aún hoy la situación se mantiene muy parecida: los proxenetas se aprovechan de la laxitud del Estado, que prefiere mirar para otro lado y dejar vacíos legales. Además, múltiples agentes se lucran con la prostitución, que mueve millones de euros al día. En este sentido, el Estado, como denuncia Amelia Tiganus, también es proxeneta.



Por último, Tristán da cuenta de las instituciones que existían en aquellos momentos para ayudar a las mujeres prostituidas a dejar atrás la prostitución y acceder a un trabajo digno. ¡Solo cinco instituciones, con capacidad para ayudar a quinientas mujeres! Se lamentaba la feminista, consciente de lo insuficiente del esfuerzo y de todas las mujeres que quedaban fuera, sin posibilidad de ayuda. De todas las instituciones, comenta, solo una se centraba en la prevención de la prostitución desde la niñez, y, por cuenta de una legislación laxa, solo podía suponer una débil limitación del crimen.



Por ello, para la escritora francesa no habría solución posible hasta que las leyes fueran contundentes contra los proxenetas, ya que en aquellos momentos existían penas más duras para las mujeres que se atrevieran a vender fruta a pie de calle, sin licencia, que, para los proxenetas, que eran recibidos en la cárcel por amistades y que salían muy rápidamente de ella, y eso si llegaban a entrar.

Pero en este capítulo, Tristán no solo aboga por el establecimiento de leyes más duras contra el proxenetismo, sino que, como buena socialista, predica sobre la importancia de superar la desigualdad social que condena a la clase trabajadora a una vida miserable, y, como buena feminista, ataca el doble estándar sexual que penaliza la sexualidad de las mujeres, pero no la de los hombres, así como la prohibición del acceso a igual formación y empleo para mujeres y hombres. Además, Tristán hila tan fino que ya apunta a la ley del agrado que, unida a la dependencia material de las mujeres respecto a los hombres, empuja a las más empobrecidas hacia la prostitución.

Concluyendo, si a todo lo anterior le añadimos que la pensadora francesa jamás acusa ni pretende reprimir a las mujeres prostituidas, sino a sus prostituidores y al sistema prostitucional en su conjunto, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que Flora Tristán, una de las pioneras feministas y socialistas, cuyos escritos inspiraron a figuras destacadas del feminismo y formaron parte de la biblioteca personal de Marx, fue una «abolo». Probablemente, por tanto, hoy aguantaría el ataque violento de los infiltrados que pretenden destruir el feminismo desde dentro, así como el silencio cómplice de un Ministerio de Igualdad que prefiere homenajear a proxenetas como Carmen de Mairena y correr un tupido velo sobre la memoria de nuestras auténticas referentes.

Fuente


Nota: las imágenes están en el original


viernes, 3 de abril de 2020

“Siempre odié ese día porque llegaban más hombres”

Testimonio de prostitución


Esta es una historia conmovedora y repetida, es la de miles de niñas que son captadas por distintas modalidades, la mayoría de ellas sin una violencia directa y evidente. En la edad del desarrollo del cuerpo y la personalidad son quebradas, sus sueños y proyectos aniquilados, la confianza en el otro es suplantada por el sometimiento.
Ellas terminan por aferrarse a ese otro, que aunque su verdugo, es el cercano, y a esa vida pues no tienen otras posibilidades y si las tienen no son capaces de verlas. Ellas como autoprotección, como un modo de retener una identidad, se reconocen entonces putas, prostitutas y más tarde “trabajadoras sexuales”. Distintos nombres para llamar a las mismas escenas trágicas que se repiten noche a noche sobre y en su cuerpo.
Algunas, como Karla, logran salvarse, otras morirán en el camino o envejecerán en los prostíbulos de las afueras, por un plato de comida.
Mientras los puteros-prostituidores pagan y se satisfacen en esos cuerpos de niñas, de jóvenes, ancianas, de mujeres embarazadas, de discapacitadas. A ellos no les importa el verdadero nombre porque no les interesa saber que tienen historia ni por qué están ahí, les basta con tener “un buen servicio”. Aunque las vean con grilletes, aún sabiendo que son víctimas, nada harán ni dirán, ellos no son salvadores, ellos pagan gozan y se van, ellas están ahí “porque quieren” “porque disfrutan” “porque ganan mucho dinero de manera fácil”…
Quienes dicen que la prostitución empodera, que dignifica, que es un trabajo como cualquier otro, abiertamente mienten. Las sobrevivientes de prostitución así lo gritan.
Alberto B Ilieff


 “Siempre odié ese día porque llegaban más hombres”: La explotación sexual aumenta el 14 de febrero

Karla tenía 12 años cuando comenzaron a prostituirla: en San Valentín algunos clientes le confesaban su amor y regalaban flores.
Por Roger Vela
14 Febrero 2019

Artículo publicado por VICE México

Karla tenía 12 años cuando comenzaron a prostituirla. Mientras las niñas de su edad ingresaban a primero de secundaria ilusionadas por conocer nuevos amigos, ella era forzada a satisfacer sexualmente a 30 hombres por día. Para cumplir la cuota diaria que su padrote le exigía para no golpearla, debía someterse a todas las felaciones y posiciones sexuales que sujetos desconocidos le pedían. Para ella no eran clientes, eran violadores. Cuando fue rescatada, cuatro años después, había sido violada más de 43 mil veces. Pero aunque todos los días eran un infierno, algunos eran peores: uno de esos era el 14 de febrero.

Todo comenzó a las afueras del metro Pino Suárez. Como no le gustaba estar en su casa por los maltratos que recibía, se juntaba los fines de semana con otros muchachos en una de las plazas que están por ahí. Casi todos patinaban; a ella le gustaba más el estilo dark. Ahí pasaba buena parte de la tarde para escapar de los golpes de su madre, mirando cómo realizaban trucos en la patineta. Un día sus amigos la dejaron plantada. Los esperó un buen rato pero no llegaron. En cambio llegó Gerardo, un joven diez años mayor que ella. Le hizo la plática y le invitó un helado cerca de la Alameda.

Para ganarse la confianza de Karla, Gerardo le contó todo el sufrimiento que había pasado con su familia. Le dijo que desde niño fue maltratado, que dejó de estudiar para ayudar en su casa, que su padre golpeaba a su mamá. Casi de inmediato Karla hizo match con él. Ese mismo día la invitó a conocer Puebla pero ella no quiso. Una semana después se volvieron a ver, esa vez Gerardo le dio un oso de peluche y una caja de chocolates, un regalo que Karla nunca había recibido. Al otro día se fueron a Puebla. Cuando llegó a su casa, su madre la corrió por llegar de madrugada, así que decidió irse a vivir con él.

Después de tres meses de muestras de amor, cariño y afecto, comenzó el horror. Gerardo le aviso que ahora debía de trabajar y que él sería su padrote. A los 12 años, Karla no entendía ni siquiera lo que significaba esa palabra. “Son los que cuidan a las chicas sexo servidoras. Pero no te preocupes, tú vas a ser mi princesa, me voy a casar contigo y vamos a tener una familia”, le dijo. Después le explicó a detalle cómo debía de trabajar: las posiciones, el tiempo que dura el servicio, cuánto se cobra y hasta cómo poner un condón.

Como su cuerpo apenas comenzaba a desarrollarse aparentaba menos edad, por lo que el dueño del primer hotel al que la llevaron para trabajar la rechazó. Pero esa carencia de masa muscular se convirtió en el fetiche ideal para los clientes de una casa de citas en Guadalajara. Inluso llegó a trabajar en tres ciudades: Puebla, Irapuato y Guadalajara.


Entre viernes y sábado cumplía una jornada de 44 horas de
trabajo sexual con sólo cuatro horas para
dormir. Era una explotación corporal inhumana de 10 de la mañana a 6 de la mañana del día siguiente. Por cada servicio sexual cobraba 150 pesos, y debía de juntar 5 mil pesos al final del día. Terminaba tan cansada que sentía que moría cuando llegaba a casa. Al otro día la misma rutina, con el cuerpo completamente adolorido.

En donde mejor le iba era en Irapuato porque llegaban muchos gringos de la zona industrial a buscar chicas con su complexión, además pagaban en dólares. Por eso en “días buenos”, como navidad o el 14 de febrero, la mandaban a Irapuato para que generara más dinero. Ella los atendía con asco.

Si ya odiaba los fines por las cargas de trabajo, el día del amor y la amistad era una tortura. No sabe cuál de los cuatro días de San Valentín que pasó esclavizada fue el que más clientes tuvo. Prefería no contarlos. Lo que sí sabe es que ese día, cada 14 de febrero, llegaban muchos más clientes de lo normal para tener relaciones sexuales con ella. Desde temprano decenas de hombres hacían lo que querían con su cuerpo a cambio de pagar lo equivalente a una pizza sencilla. Eso sí, como era el día del amor y la amistad, le regalaban juguetes, peluches y chocolates, como si esa niña menor de 15 años fuera su novia.

No era la única. A sus otras compañeras también les regalaban cosas, quizá para compensar de alguna forma el abuso al que las sometían. Con el paso de las horas, la silla donde dejaba su cambio de ropa comenzaba a llenarse de ositos, conejitos, globos, dulces y rosas. Su lugar de trabajo se adornaba con detalles, a diferencia de los otros 364 días en los que permanecía vacío. Era como un salón de clases en día de intercambio. Pero no tenían tiempo de disfrutarlos. No podían perder el tiempo en un día en el que los padrotes les llegaban a cobrar hasta el doble de la cuota diaria.

Karla, además, no podía llegar con regalitos a su casa. No porque Gerardo le pegara, eso lo hacía todos los días hasta con palos, sino porque le pegaba más fuerte y ella no quería darle pretextos para una golpiza. Por eso los peluches y chocolates se los regalaba a los niños de la calle. Las rosas las tiraba.

El 14 de febrero, la mayoría de clientes la trataban como si fueran su pareja. Algunos le preparaban algo especial como música o le daban lencería para que la usara durante los minutos que duraba el servicio. Todos esos detalles y el juego de aparentar ser su novia se le hacían bastante estúpidos. A ella sólo le importaba que le pagarán bien, para tener el dinero suficiente y así lograr que su padrote estuviera en paz y no la golpeara. Tenía suficiente con el maltrato que sufrían sus genitales en uno de los días más complicados del año.

Algunos de los sujetos que solicitaban su servicio le contaban que preferían pagarle a ella que estar son su esposa. “Es que mi vieja ya no es atractiva, ya no se arregla ni se pone minifaldas como tú y en lo sexual puedo hacer más cosas contigo que con ella y pues para no engañarla con otra persona pues me desquito contigo”, le decían. La mayoría de hombres que atendía estaban tristes y ahí se desahogaban. Algunos lloraban. Incluso pagaban por estar con ella más tiempo con tal de ser escuchados. Karla fingía interesarse en lo que le contaban y así obtener más dinero.

En San Valentín algunos clientes le confesaron su amor y le pidieron formalmente que fuera su novia. Otros le ofrecieron pagarle una fuerte suma de dinero por estar con ellos todo el día festejando el 14 de febrero y presentarla ante su familia como su pareja. Hasta le llegaron a comprar ropa que no llamara la atención y enseñarle fotos de sus padres o hermanos para animarla a fingir durante unas horas. Nunca pudo hacerlo porque tenía prohibido salir con los clientes más allá del hotel.


Así que pasaba el día del amor fingiendo amor con uno, otro y otro hombre, encerrada entre cuatro paredes, haciendo lo imposible para cumplir la cuota. A diferencia de otras adolescentes que se mandaban cartitas con sus novios o que se emocionaban por pasar esa fecha con el chico que les gustaba, ella sufría esclavitud sexual durante todo el día. En varias ocasiones fue golpeada por los hombres que pagaban sus servicios. Luego se embarazó de Gerardo y la obligó a trabajar hasta los ocho meses de gestación.
Irónicamente, uno de sus clientes fue quien la ayudó a escapar de ese mundo y a recuperar su vida que había perdido cuando tenía 12 años. Para ese entonces, Karla ya se había convertido en una autómata. Sólo recibía órdenes y no tenía esperanza alguna de cambiar su situación. Su voluntad había sido quebrada. Había aceptado sumisamente su calvario. Calcula que durante los cuatro años que fue explotada sexualmente la violaron más de 43 mil veces: 30 clientes diarios durante más de 1,400 días.

Cuando por fin fue rescatada encontró refugio en la Comisión Unidos Contra la Trata, donde ahora es directora ejecutiva. Se trata de una organización que protege a víctimas de trata de personas y que busca incidir en políticas públicas para erradicar ese delito que genera 150 mil millones de dólares al año y que esclaviza a 45.6 millones de personas en todo el mundo, según cifras de la Organización Internacional del Trabajo.

En 2016, Karla Jacinto fue nombrada como una de las 100 mujeres mexicanas más poderosas por la revista Forbes como reconocimiento a su actividad en pro de las víctimas de trata. Su activismo la ha llevado a conocer varios continentes y estados de la República. Ahora tiene 26 años y está por concluir su prepa en línea en el Tec de Monterrey. Después quiere estudiar cultura de belleza. Han pasado diez años desde que salió del infierno.

“¿Qué piensas ahora del 14 de febrero”, le pregunto.

“No me gusta. Primero porque siempre odié ese día porque en esa fecha llegaban más hombres a tener relaciones sexuales conmigo. Segundo porque se me hace una celebración muy estúpida: el amor no debe ser sólo una fecha. Tercero porque toda la gente se regala rosas y a mí me recuerda mucho a las rosas que me regalaron los hombres que pagaron durante cuatro años por mi cuerpo”.


Fuente


El espantoso camino de una víctima de explotación sexual


Quién podrá dudar, siguiendo el pensamiento impuesto desde el individualismo capitalista, que Candy en todo momento fue conciente de su situación y que aceptó e incluso actuó en función de ser prostituida? En efecto, ella misma se dice culpable de todo este itinerario. Por eso hay quienes hablan de consenso, de prostitución no forzada, libre, por propia voluntad. En definitiva, siguen el hilo capitalista que pone en el explotado la carga de su propia explotación.
Solamente para quien tiene la visión opacada por consignas individualistas, meritocráticas, y en definitiva, culpabilizadoras, la trata de personas está separada de la prostitución. La mayoría de las personas prostituidas, mujeres, hombres, trans, trav, por no decir todas/os, fueron iniciadas en los comienzos de la adolescencia. Ya en la mayoría de edad tienen un largo y penoso camino por el que fueron llevadas y ante el que, como defensa, atinan a decir que lo han hecho por propia elección…
La prostitución no es trabajo, no es elección, es síntoma, consecuencia de un mal anterior.
Alberto B Ilieff


Testimonio de prostitución

El espantoso camino de una víctima de explotación sexual
| CRÓNICA
Candy, de 15 años, es una de las 3 menores de edad que fueron víctimas de una banda de tratantes de personas. Ellos operaban en discotecas de San Juan de Lurigancho. Cumplen 9 meses de prisión preventiva.
Candy estuvo bajo la red de trata de personas con fines de explotación sexual, desde diciembre del 2018 a junio del 2019. (Ilustración: Giovanni Tazza)
Lourdes Fernández Calvo
Actualizado el 15/02/2020 a las 07:30
Debajo de los pósteres de Shakira, Enrique Iglesias y Romeo Santos está la máquina en la que eliges una canción a cambio de un sol. Más allá, en las paredes anaranjadas, están las cámaras de video que apuntan a las diez mesas cuadradas del local llamado El Point. El piso es negro. Al fondo está la única oficina del lugar. Es el sitio de Luis, el administrador, desde donde observa todo lo que pasa. Las habitaciones están arriba, no se puede llegar ahí sin la aprobación de Luis. No todas las chicas llegan a un ‘chongo’, término que utilizan para nombrar a un prostíbulo. Pero Candy, de 14 años, lo hizo. El camino que cruzó fue, como ella dice, de terror.

Cuando la fiscal de trata le pide a Candy que cuente cómo llegó a ese círculo de explotación sexual, ella sonríe nerviosa, suspira e insiste en que el tiempo no le va a alcanzar para detallarle todo. La fiscal le da confianza y le dice que se tome su tiempo, que empiece por el inicio. A Candy le cuesta porque está convencida de que ella es el problema, ha crecido creyendo que es la culpable del abandono de su familia y que es la responsable de sus hermanas menores. Toma valor y empieza.

—El inicio—
Dice Candy que su rebeldía empezó a los 13 años, cuando el Facebook se convirtió en su refugio para olvidar que vivía lejos de sus hermanas pequeñas y su madre, que sufre de esquizofrenia. Su rendimiento en el colegio empezó a bajar y eso provocó que su abuela la cambiara a uno nacional. “Eso me dolió mucho. No me llevaba bien con nadie. Un alumno me rompió el labio. No quería estar ahí”, cuenta.




Entonces, se escapó. Primero a la casa de un exenamorado, y luego fue en busca de su mamá, quien vivía con su pareja en un cuarto alquilado en Zárate. Como él ganaba S/20 diarios, Candy tuvo que salir a buscar trabajo. Lo encontró en un restaurante como ayudante de cocina. Le pagaban S/10 por lavar los platos. Solo pudo reunir S/100 antes de que descubrieran que era menor de edad y la botaran. Su mamá gastó todo el dinero en mudarse a otro cuarto y no les quedó ni para la comida. Ese fue el momento en el que Candy optó por buscar otra solución. “Estaba desesperada buscando trabajo, pero nadie me daba porque era menor. Busqué en Internet y encontré un local donde me podía vender. Estaba en Wiesse, pero como no tenía ni para el pasaje un chico me jaló en su mototaxi. Ni lo conocía y me dijo: ‘No lo hagas, tú eres muy linda, no lo hagas’”, relata.

Así llegó a El Point. Dijo que estaba ahí por el anuncio y Luis solo le respondió: serás dama de compañía, pero no vayas a llorar. Candy le mintió, le dijo que tenía 17 años para que la aceptaran. El ‘trabajo’ consistía en enamorar a los clientes para que compraran jarras de cerveza. Por cada jarra que costaba S/20, la mitad iba para ella. Debía tomar con el cliente y bailar con él si se lo pedía. Aceptó y empezó ese mismo día, pero primero pidió que le dieran comida. Luego, Luis le entregó unos zapatos de taco alto, una falda diminuta y un polo descubierto. Candy obtuvo S/100 ese día. ‘Trabajó’ desde las 8:30 p.m. hasta las 7 a.m. del día siguiente. Luis le dio de comer y le pagó un hotel para que durmiera el resto del día. Ella tomó el gesto como un acto de protección, de amor.

—Espiral sin fin—
Cuando Candy regresó a su casa, con el dinero, le contó a su mamá y a su padrastro lo que hacía en el bar. Él le prohibió volver, ella sí le dio permiso para continuar. “Es que ella está un poco mal, lo permitió solo para que mis hermanas y yo comiéramos”, explica. Esto provocó que su padrastro golpeara salvajemente a su mamá. Candy amenazó con llamar a la policía, y recibió un puñete. El sujeto la tiró al piso y la pateó hasta bañarla en sangre. Los vecinos escucharon los gritos y llamaron a la policía. Fue encarcelado luego de que Candy y su mamá lo denunciaron.

Con la responsabilidad de alimentar a sus hermanas, Candy volvió a la calle. Esta vez, Luis la dejó volver tras tener relaciones con ella. Aceptó porque no quería tener hambre de nuevo. Luego, se fue a Miraflores y San Borja a ofrecer servicios sexuales en la calle y dice que obtuvo S/1.000 en un día. “Ya tenía la plata para la matrícula y volver a mi primer colegio. Me sentí aliviada y dije: ‘Ahora sí me voy a mi casa’”, relata.

En el camino, conoció a unos chicos que le ofrecieron vender drogas en el malecón. Candy aceptó, pero luego se arrepintió porque recordó que había logrado obtener el tercer puesto en el colegio y no quería seguir en ese mundo. Para dejarla salir, uno de ellos la violó y le tomó fotos desnuda para extorsionarla. Cuando logró escapar, tomó un taxi a su casa, pero el taxista desvió la ruta, la llevó a un lugar descampado en Chorrillos y la violó. La dejó abandonada en ese lugar a las 4 de la mañana. Le robó todo el dinero que había obtenido. Candy decidió, entonces, volver a El Point. Esta vez, dice, encontró a más adolescentes como ella.

Su abuela y su tío, quienes ya se habían enterado de su situación, la llamaron y le pidieron que volviera a la casa porque la matricularían en su anterior colegio. Le compraron el uniforme y los útiles, y Candy volvió emocionada. Cuando llegó, su familia la llevó a la Unidad de Protección Especial del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables. “Me llevaron al médico legista y me dieron una última oportunidad para volver al colegio”, dice.

Y Candy volvió, pero encontró el rechazo de sus compañeros. Cuando su familia no tuvo dinero para comprarle un libro de inglés, Candy decidió volver a El Point, una vez más. Llegó en uniforme, y Luis le prestó la ropa y los zapatos para volver a ‘trabajar’. Dice que se sentía bien con él. “Así llegó el día de mi cumpleaños y nadie me saludó, nadie. El viernes Luis me dijo para salir. Ahí me regaló unas zapatillas blancas bien bonitas y me llevó a Rústica. La pasé bonito, pero al día siguiente me dijo que era una perra y una prostituta”. Ese día Candy cumplió 15 años.



Prisión para banda de tratantes
Candy estuvo bajo la red de trata de personas con fines de explotación sexual desde diciembre del 2018 a junio del 2019.

Gracias a su abuela, quien denunció su caso ante la División Contra la Trata de Personas y el Tráfico Ilícito de Migrantes, la policía y la fiscalía lograron capturar a Luis Alberto Ayala Terry (56), Liz Abal Ventura (40), Elmer Jaime Mariños Ninaquispe (42) y Paulo Eugenio Cruzado Rodríguez (29). Ellos fueron reconocidos por Candy y otras dos menores como sus explotadores sexuales.

La detención se realizó tras una megaoperación simultánea que se realizó el pasado 20 de enero en 13 bares y cuatro viviendas relacionadas con los tratantes y explotadores sexuales, en San Juan de Lurigancho, San Martín de Porres y el Rímac. Entre ellos, el bar El Point. También fueron rescatadas otras 22 mujeres peruanas, venezolanas, dominicanas y ecuatorianas.

El Poder Judicial declaró fundado el pedido de 9 meses de prisión preventiva que hizo la fiscalía a inicios de febrero. La medida fue impuesta para los cuatro detenidos y otros cinco coautores de los delitos de trata de personas agravada con fines de explotación sexual, explotación sexual agravada, favorecimiento a la prostitución y rufianismo. La menor quedó bajo el cuidado de un albergue del Estado.


Fuente






El rubro 59 y yo. Breve relato del Estado proxeneta.

Testimonio de prostitución


Soledad Yorg
7 de febrero a las 15:32 
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El rubro 59 y yo. Breve relato del Estado proxeneta.

El agua potable llegó a mi casa cuando me casé, a los 22 años. Hasta entonces nos manejabamos con agua salada y aljibe para consumir. Un aljibe inmenso , que hasta ahora habita nuestro patio. Saben lo que si llegaba diariamente? El diario con el infaltable rubro 59. Recuerdo aún el asombro cuando leí. Ofrecían 8 mil pesos por servir copas en el sur. No había más explicaciones, sólo un Núm.de teléfono y la condición de ser mujer.
Toda mi niñez y adolescencia sin agua potable, sin que el Estado garantice lo básico....eso sí, la posibilidad de hacerte rica por servir copas en el culo del mundo. Créanme de Clorinda a Gallegos es ir al culo del mundo.
Pasaron muchos años, más de 30 para que yo descubra, entienda, sepa de qué basura miserable se trataba esa " posibilidad laboral" detrás del atrapante anunció. Muchas como yo, con el pasaje asegurado viajaban a la cárcel humana más grande q podamos imaginar. Toda una provincia pensada, diseñada para explotar sexualmente día y noche a mujeres. Hermanas que no tenian idea de cuando salía el sol. Rotas. Reglamentadas para garantizar a los puteros que estaban "sanas" . Libretas sanitarias. Muchas no volvieron. Eso sí, ninguna volvió rica
Cuando el Estado no te garantiza lo básico, no te va expulsando a ser víctima de trata ? No es acaso eso lo más parecido a un Estado proxeneta. Como leí hace un tiempo, antes del derecho a prostituirnos, tenemos el derecho a No hacerlo.

#SinClientesNoHayTrata






Testimonio de prostitución

Testimonio de prostitución


Posteado en Facebook por una sobreviviente de prostitución en febrero 2020





Llegaba siempre cantando mimi tomemos un café me decía, y yo media no muy convencida aceptaba, y así se repetía casi una vez por semana durante 6 o 7 años a contarme historias de sus hijos.Sabes que vengo a esto de la prostitución que es un asco y no me queda otra con mis 5 hijos y el desgraciado del padre solo se lleva al mayor para usarlo en su trabajo,y así mucho tiempo. Paso como 2 meses sin verla, alguien nos dijo yo la vi internada en el Open Door hospital neurosiquiatrico para mujeres, allí fuimos a verla con una amiga caminaba ligero con pasos chiquitos nos abrazamos las tres lloramos, no lloren chicas ya voy a estar bien y tomamos café pronto nos fuimos muy triste con la esperanza de verla afuera pronto paso unos meses y fue a vernos, ya no era la misma con tantos medicamentos a los pocos meses se suicidó se tomo todas las pastillas juntas.De estas vivencias tenemos tantas que contar..





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jueves, 2 de abril de 2020

Ocho años de prostitución, 15 hombres por día: “La vida después de la esquina es una vida de posguerra”


Ocho años de prostitución, 15 hombres por día: “La vida después de la esquina es una vida de posguerra” 

Después de la crisis de 2001, Delia Escudilla perdió su trabajo y se quedó sola a cargo de tres hijos. Terminó en hoteles inmundos en Constitución, cobrando por los placeres sexuales ajenos y medicándose para adormecer el dolor. La historia de una abuela que se considera “sobreviviente”, sostiene que la prostitución no es un trabajo y lucha por la abolición
Por Mariana Fernández Camacho
15 de febrero de 2020

"La vida de explotación de las prostitutas nos deteriora y nos deja secuelas hasta el final de nuestros días”, dice Delia Escudilla a Infobae (Gustavo Gavotti)
“La vida después de la esquina es una vida de posguerra. A los 55 años siento que soy una sobreviviente. Hay cosas que ya no puedo hacer: viajar en subte por ejemplo, porque si estoy en un lugar encerrada es como si alguien desde arriba mío no me dejara respirar. Por supuesto también tengo enfermedades físicas y psiquiátricas crónicas. Pero no solo por haber sido penetrada por miles de tipos, sino por haber visto lo que pasa en la calle. La vida de explotación de las prostitutas nos deteriora y nos deja secuelas hasta el final de nuestros días”.

Quince años después, a Delia Escudilla todavía la atraviesa el desconsuelo cuando comparte su historia con Infobae. Su historia es el drama de una mujer que, después de quedarse sin trabajo como empleada doméstica, mantuvo sola a sus tres hijos con el dinero que les cobraba a entre 12 y 15 hombres por tarde en un hotelucho inmundo de Constitución.

El origen
Nació en Chaco y a los 16 años se vino a Buenos Aires. No sabía leer ni escribir. A los 18 quedó embarazada y se casó. Después nacieron Noelia y Fabricio. Sus días dentro de la casa incluían aguantar las palizas del marido que vuelta y media llegaba borracho y descargaba su furia contra ella.

 “Una Navidad casi me mata, delante de nuestros tres chicos. Me salvó un vecino. Y esa noche me prometí que no iba a dejar que me pegara nunca más. Le hice la denuncia, pero en la comisaría no me dieron bola y lo metieron preso por ebriedad. A la mañana siguiente, cuando lo soltaron, me dijo: `Hija de puta, cuidá de mis hijos porque si me entero que les pasa algo te voy a vaciar un cargador en la cabeza´. De alguna manera sus palabras me condenaron, porque fue lo que hice: criar y cuidar a mis hijos a cualquier precio, a pesar de mi propia vida”. Pasaron más de dos décadas de aquella frase, pero Delia se quiebra y llora. Otra vez. Una más. Las que le hagan falta.
Como jefa de familia aprendió el arte del rebusque, y se puso a cocinar churros, bolitas y pan casero que vendía en el barrio mientras sus hijos estaban en la escuela. Hasta que también le dieron ganas de estudiar, y en doce meses de clases aprobó los siete años de primaria con buenas notas y muchas felicitaciones.

Cuando perdió su trabajo de empleada doméstica, Delia comenzó a prostituirse para mantener a sus tres hijos.
Cuando perdió su trabajo de empleada doméstica, Delia comenzó a prostituirse para mantener a sus tres hijos. "Yo soy yiro", le dijo una vecina en el tren, y la invitó a un mundo que ahora considera un infierno.
“Eso me incentivó y me anoté en la secundaria. Pero en el medio pasó el estallido del 2000. Yo tenía un laburito por horas en Capital pero me dijeron que no me podían pagar más. Para colmo a mi hija se le rompieron las zapatillas y durante tres días no la pude mandar al colegio. En ese ir y venir me crucé a una vecina en la estación. Le conté que no sabía qué hacer. Recuerdo que sacó plata de su morral y contestó: `Yo soy yiro. Cuando quieras te llevo y te indico cómo es el trabajo, no podés seguir así´. A la semana nos subimos juntas al tren. Todo el tiempo las mujeres se prostituyen, pero con las crisis se sobrevalora más eso de salir a las grandes urbes a vender lo único que tenés: tu dignidad. Por el hambre, por la necesidad”.

Pobreza feminizada. Impacto de género de los colapsos económicos. En otras palabras: marginación, derechos vulnerados y la genitalidad de las mujeres como opción desesperada (e histórica) de supervivencia.

Delia Escudilla

Caer en la esquina
De 12 a 18 horas. Los primeros tiempos obligaban a circular. La esquina “se gana”. Avenida Garay, Santiago del Estero, Salta. Las instrucciones fueron pocas: caminar y “poner cara de puta” hasta que aparezca un gil. “Yo pensaba en cómo sería la cara de puta. Muchos años después me di cuenta de que la cara de puta es la cara de una mujer pobre”.



"No hay trabajo sexual, hay mujeres sin recursos", dice uno de los imanes de la heladera de su casa, en Ezeiza. "Amor abolicionista", dice otro. (Gustavo Gavotti)
En la jerga se llama “bautismo” al sexo pago del primer cliente, pero también se bautizan las “identidades putas”. “Elegí ser Anita, era mi personaje. Delia estaba como adormecida, asqueada. Pero Anita era fuerte. Después de tres años y pico de prostitución conocí a las chicas del sindicato de trabajadoras sexuales. Empecé a participar en las asambleas, a tomar la palabra, me gustaba que me aplaudieran, que las compañeras me hicieran preguntas. Anita se sentía empoderada”.

Delia va mezclando pronombres durante su relato. A veces habla de Anita en primera persona. Muchas otras parece alejarse y la recuerda como un ser ajeno, la historia de una otra que no tiene nada que ver con ella. “Me costó años sacar a Anita de mi vida. Tenía a la puta incorporada. Por ejemplo una vez, llevaba largo rato cuidando personas enfermas cuando en un viaje a Capital un hombre en el tren me preguntó cómo me llamaba. Le respondí Anita. Aún lejos de la esquina, Anita estaba viva y tenía que matarla”.

Delia creó un personaje llamado
Delia creó un personaje llamado "Anita" para pararse en la esquina. Cuando se alejó de la prostitución, le costó años sacarla de su vida. "Tenía a la puta incorporada", dice (Gustavo Gavotti)
Mientras pasaba las tardes en Constitución, por las noches Delia estudiaba. En ocho años, cursó el secundario, se recibió de Acompañante Terapeútica (AT) y terminó Psicología Social en una escuela de Monte Grande. Tres veces a la semana llegaba a su casa a las once, justo para acostar a sus hijos y revisar los cuadernos. Los otros días podían cenar y mirar tele juntos.

“A medida que avancé en mis estudios empecé a mirar, a entender lo que pasaba en la esquina. Dejé de considerar que lo que hacíamos era un trabajo y me harté de las capacitaciones del sindicato para aprender a darle placer a los penes de diferentes tamaños. Porque no solo vivía mi vida, también veía la vida de las otras mujeres. La de una niña en situación de calle dejándose coger parada por plata. Y nadie hacía nada. Yo tampoco hacía nada, estaba inmersa en ese submundo donde vale todo. O la mujer sordomuda con otra nena esperando un putero. O la vieja que se prostituía para darle de comer a cinco nietos, porque sus hijos y nueras estaban presos por drogas. O mi amiga Érika, que a los 36 años murió porque le explotó la cabeza después de que un cliente la hiciera sangrar por todos lados”. Delia repasa los días como Anita y llora. Otra vez llora.

“Me expuse a situaciones muy peligrosas, porque nos volvemos animales. Una vez, me buscaron cinco muchachos que estaban trabajando en una obra en construcción. Fui sola y los atendí a los cinco, parada, agarrada de una pared, con el cuerpo temblando y ellos penetrándome por atrás, uno por uno. Me pagaron 20 pesos cada uno. Ese día hice buena plata, pero llegué destruida a mi casa: me dolían las piernas, los brazos, la cintura, los puños los tenía cerrados de haber hecho tanta fuerza. Después pensé en que me podían haber matado. ¿De cuántas cosas tremendas me salvé?”.


"Me harté de las capacitaciones del sindicato para aprender a darle placer a los penes de diferentes tamaños", cuenta la autora de "Violación consentida".

El tiempo en una esquina se soporta con otro nombre y muchas drogas. De las legales, como mínimo: ibuprofeno, diclofenac, diclogesic, corticoides, tramadol, morfina. Por boca, pero también inyectables. Y existe un circuito rojo armado alrededor de esas esquinas: hoteles, tres o cuatro farmacias juntas, el santero que vende productos truchos para atraer hombres, la abortera. Todo un entramado a disposición de la enorme industria del sexo.

“Con los años por la gastritis ya no podía tomar nada, entonces me compraba y colocaba sola las inyecciones. De hecho tengo un montón de nudos en la cola por ponerlas mal. Nos drogábamos para apaciguar el dolor físico y de alguna manera el dolor emocional. El dolor que no se ve pero que está presente todo el tiempo”.




Colgar la cartera
Un fin de año de mucho calor, esperando “clientes”, Delia sintió que se moría. La angustia la paralizó. Sus piernas temblaron y no lograban sostenerla parada. Pánico. Una tristeza profunda le tomó el cuerpo. No recuerda cómo pero sabe que apareció en el Hospital Argerich pidiendo que por favor la atendieran porque sino se iba a matar.

“Lo que me acuerdo bien es que hablé durante horas y horas con una doctora. No sé qué le conté pero nunca me olvidé de lo que me dijo: `Veo en usted una buena cepa y va a salir de esto como salió de un montón de otras cosas. La voy a atender siempre yo y va a tener que hacer lo que le digo. Si decidió salir de ese lugar, no vuelva más'. Desde ese día no pisé otra vez la esquina”.

"No es el oficio más viejo del mundo, es el más antiguo privilegio del patriarcado", dicen las pancartas de su casa. En la foto, la batería de remedios que toma (Gustavo Gavotti)

Las primeras semanas Delia necesitó ayuda para el suministro de la batería de remedios que le recetaron en el hospital. Después ya pudo cuidarse sola. Empezó a coser muñecos y ositos para vender en la iglesia de su barrio. Y fue mejorando. Consiguió trabajo como acompañante terapéutica. Arregló su casa. Los hijos crecieron. Hasta se animó a invertir dinero en mercadería para revender como mantera en Tristán Suárez.

Una posición tomada
La semana pasada la artista Jimena Barón promocionó su nueva canción “Puta” con afiches que simulaban los papelitos de oferta sexual pegoteados por toda Buenos Aires. Le siguió además el posteo de una foto en sus redes sociales junto con Georgina Orellano, Secretaria General de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR), que se posiciona desde el trabajo sexual (no la prostitución). Y la polémica estalló. El tema genera revuelo acá y en el mundo, y hace que posiciones distintas se vuelvan irreconciliables.

La semana pasada, Jimena Barón lanzó una campaña que simulaba un volante callejero de una prostituta para promocionar su tema “Puta”. El tema puso en el debate público una discusión que atraviesa y divide al feminismo (@jmena)

Desde 1936 Argentina se declara explícitamente abolicionista a partir de los tratados internacionales firmados y ratificados. Esto supone respetar el ejercicio de la prostitución de manera individual, por considerarla víctima de un sistema prostituyente, pero reprimir y sancionar penalmente al proxenetismo, es decir a quien promueva, facilite o comercialice la prostitución ajena.

Delia vio morir a una amiga
Delia vio morir a una amiga "de la esquina" y el año pasado escribió su historia en el libro “Violación consentida: La prostitución sin maquillaje, una autobiografía” (Gustavo Gavotti)
Delia, que el año pasado publicó el libro “Violación consentida: La prostitución sin maquillaje, una autobiografía”, defiende los argumentos abolicionistas con su propia vida:

“Cuando dejé la prostitución me sentía más entera, pero a cada rato lloraba. Con los años, cuando encontré el feminismo y el abolicionismo, pude matar a Anita. Con el feminismo y el abolicionismo como bandera recuperé mi personalidad, pude volver a llamarme con mi nombre y apellido, escribir, sacar todo para afuera. Pude ‘romper mi caja negra’, como dicen algunas autoras. Empecé a luchar, y mi lucha es por las mujeres analfabetas, por las mujeres pobres, por las que no tienen acceso a vivienda, a educación, a salud, al trabajo. Pero también por las compañeras muertas”.

Fuente

Relato de la hija de una sobreviviente de prostitución



Relato de la hija de una sobreviviente de prostitución que por razones propias no dio a conocer su nombre. Está copiado de facebook


"Hoy quiero hacer este hilo para contarles una historia personal sobre prostitución, explotación sexual, proxenetismo, reglamentarismo y abolicionismo.
Siento que es momento de contarla:

Vengo de una familia de mujeres explotadas sexualmente. Mi mecanismo de defensa fue sumarme al discurso que pone a la prostitución como algo empoderante ¿qué otra cosa iba a hacer? ¿explotar de rabia? mujeres de mi vida se enfrentaban al flagelo de ser explotadas sexualmente y yo bancaba el discurso AMMAR.

Incluso llegué a participar de eventos organizados por ellas. Hasta llegué a tener un vínculo cercano con la referenta de AMMAR Mar del Plata, María Malu López. Lo que yo no sabía era que Malu López estaba explotando sexualmente a mi mamá. Prostituía mujeres en situación de vulnerabilidad y las mantenía "trabajando" bajo amenaza.

Malu López amenazaba a mi mamá con chuparse a mi hermana y a mí. Cuando mi mamá empezó a querer ponerle freno a la situación, Malu tomó represalias físicas contra mi mamá, represalias que no voy a contar porque no me corresponde a mí.

Esta mujer es tan solo otra de las acusadas por trata y proxenetismo de AMMAR. Ahora, desde el "sindicato" tienen un discurso que sostiene que las putas independientes son perseguidas y acusadas por la yuta de los cuerpos, por la policía, por las abolicionistas.

AMMAR es un peligro. Venden a la prostitución como algo empoderante y cool. Tienen llegada a las adolescentes en situación de vulnerabilidad.

Ahora bien, en teoría el feminismo le cree a la víctima, pero eso no vale cuando la víctima fue explotada por referentas de AMMAR. Ensucian a las víctimas, las tratan de mentirosas, se victimizan y dicen que se las está persiguiendo, yuteando, por hacer "trabajo sexual". Cuando mi mamá denunció a Malu López me empezaron a llegar amenazas, incluso Malu me escribió para decirme que tenga cuidado en la calle, que había muchas violaciones.

Más allá de esta historia personal, quiero poner énfasis en lo peligroso que es el discurso de AMMAR y cómo está ganando terreno, teniendo famosas que les hacen propaganda. Esta gente da charlas para adolescentes, tienen lugar en los medios. Son peligrosas. Una vez en una charla de AMMAR a la que fui, una de ellas dijo que hay que "desdramatizar las violaciones". Esa es la línea de AMMAR. Son proxenetas.


No dudo que hay pibas que ejerzan la prostitución por voluntad, pero es malicioso poner eso como si fuesen la mayoría cuando son las menos. La mayoría está en situación de vulnerabilidad y tienen que soportar arrebatos terribles por parte de proxenetas y puteros. Malu López, por ejemplo, sancionaba a sus "compañeras", las tenía bajo amenaza y les cobraba por todo aquello que puedan imaginar. El calvario que mi familia tuvo que vivir cuando mi mamá decidió hacer la denuncia es algo que todavía no estoy lista para contar, sigo pagando las consecuencias.

No sé cuál es el objetivo de todo esto que escribo, pero necesitaba vomitarlo.

Necesito que el discurso de AMMAR deje de cooptar a pibas bien intencionadas, necesito que se le crea a las víctimas, necesito que el daño que sufrió mi mamá no sea gratuito. Necesito que dejen de chuparse pibas, que dejen de prostituirlas. La trata no es solamente desaparecer a alguien. Trata también es el mecanismo extorsivo con el que explotan a nuestras pibas y no tan pibas. Una mujer adulta como mi mamá también puede ser víctima de trata. Trata no es solo la combi blanca secuestrando a una quinceañera. Este flagelo tiene muchísimos matices y necesito que empecemos a explorarlos como sociedad para que les proxenetas no sigan triunfando. Porque sí, están ganando".
SC (la hija de una sobreviviente de explotación sexual).

(Les ruego que lean este relato. Les pido que se tomen un minuto para reflexionar qué es el proxenetismo y cómo funciona. Les suplico que no evadan lo que dice la hija de una víctima. Necesitamos el compromiso antipatriarcal de todxs para terminar con esta mierda. Rechacen toda forma de violencia contra las mujeres y empiecen por esta, que es la más naturalizada.

El último bastión del patriarcado es la legitimación de la prostitución. Por esto desaparecen y matan pibas.

#Prostituciónespatriarcado)