Amelia Tiganus - Testimonios de prostitución
(ver también entrada del 29 de junio de 2.016)
Fui prostituta en más
de 40 clubes de España. Así he renacido
Hace nueve años salí de ese mundo. Me suelo topar con
hombres que me pagaron para tener mi cuerpo
Desde los 18 años hasta los 23 ejercí la prostitución en el
Estado español, en casi todas las comunidades autónomas y en más de 40 clubes.
Pero, ¿cómo se fabrica una puta? Yo nací en Galati (Rumanía) en una familia de
clase media, tradicional. Era la mayor de dos hermanas. Nunca pasé hambre, ni
frío, ni me faltó el acceso al colegio. Mis aspiraciones entonces eran trabajar
y formar una familia pero a los 13 años, todo se truncó cuando me violaron.
Supe que jamás volvería a ser una buena mujer y me cargaron con el peso de la
culpa: "¿Y esa qué hacía allí? ¿Vestida así? ¿Sola?"
Las violaciones siguieron y como ya era una puta mi
"no" no valía. Antes tampoco había servido de nada, pero ahora mucho
menos. Aprendí que resistirme era peor y que lo mejor era quedarme quieta y no
rechistar. Un día pensé: "Esto es así y ya está hecho. Y así quiero que
sea". Me empoderé en el sexo y todo fue más fácil psicológicamente. A
partir de ese momento mis agresores y yo empezamos a comportarnos como colegas.
Amelia Tiganus |
A los 17 años y medio me acostaba con facilidad con
cualquier hombre que se me cruzara en el camino. El modelo a seguir que
teníamos las malas mujeres que aún vivíamos en Rumanía eran las prostitutas que
tenían poder a través del dinero y las propiedades que nos hacían ver que
tenían, así que cuando un chico se ofreció presentarme a un proxeneta que me
podría ayudar a ir a España a trabajar de prostituta, acepté. Después de una
mirada de arriba hasta abajo y viceversa, el proxeneta decidió "darme la
oportunidad" y el chico se llevó 300 euros. Me había vendido.
Durante medio año permanecí en un piso hasta cumplir la
mayoría de edad. Negarnos a tener relaciones con los hombres que pasaban por
ese piso significaba que no éramos lo bastante putas como para merecernos la
oportunidad de salir del país, así que nos acostábamos con todos.
Una vez cumplida la mayoría de edad me sacaron el pasaporte
y viajé a España. Llegamos a un pueblo de Alicante, Guardamar del Segura, donde
tenían alquilado un piso. Un taxi nos llevaba por las tardes y nos traía cada
madrugada a un pequeño club de carretera, a unos 6 km de distancia. Mi primera
noche allí fue horrorosa. Por mucho que me hubiese acostado con un montón de
hombres, aquello era diferente. Teníamos que competir entre nosotras y ganarnos
al cliente en dos minutos. Intentábamos ser la más puta entre las putas para
conseguir privilegios y reconocimientos.
Lloré mucho aquella primera noche. A los clientes no les
importaba mucho; a ratos pensé que incluso les gustaba. Mi proxeneta me
recordaba que cuanto antes empezase a ganar dinero antes pagaría la deuda contratada
y empezaríamos a dividir las ganancias al 50%. Aquello no era justo. Un día él
recibió una llamada avisándole de que esa noche iba a haber redada y que tenía
que darnos los pasaportes para no levantar sospechas. En el taxi mi corazón
empezó a latir muy fuerte mientras mi mente pensaba: "¡Tienes que
escaparte! A saber cuándo volverás a tener tu pasaporte en la mano". Le
pedí ayuda a tres clientes y uno accedió y me llevó a Torrevieja. A otro club
de Alicante. Allí, seguí llorando. Me vi totalmente colapsada, sin un motivo o
un objetivo que me diese fuerzas para aguantar todo aquello.
Todo cambió un día que llamé a un amigo de Rumanía y me dijo
que quería venir a España, trabajar y tener una buena vida, formar una familia.
Eso me motivó mucho. Le dije que iba a alquilar un piso, que le pagaría el
billete y ahorraría dinero para que pudiésemos vivir dignamente mientras
encontrábamos un trabajo. Con cada pase que me hacía me acercaba más y más a mi
sueño de libertad. Alquilé un piso cerca de Burgos, lo preparé con mucho mimo,
hice la compra y preparé la comida. ¡Parecía un hogar! Estaba muy, muy feliz
porque lo había conseguido. Tiré, sin pensármelo un segundo, toda la ropa y los
zapatos de puta.
El chico vino a España, se convirtió en mi novio y todo era
perfecto. Hasta que me di cuenta de que yo no conseguía trabajo, que el dinero
se acababa y él no se esforzaba en buscar trabajo. Mi sueño se terminaba. Mi
loverboy (así se llama a una categoría de chulo) decía que era muy injusto y
que él sufría mucho también, pero que no quedaba otra, que tenía que volver al
club. Que yo "por lo menos, tenía esa oportunidad de ganarme la
vida".
Y así volví de nuevo a los clubes, con un dolor tremendo. Me
dolía el cuerpo, la mente y el alma, pero no quedaba otra. Empecé a
acostumbrarme al sufrimiento y a la violencia, empecé a no pensar para no
sentir.
Muchos, miles de hombres paran todas las noches en los
clubes y beben y tienen sexo a cambio de dinero.
La mayoría casados o con
pareja. Aunque los hay de todas las edades, los más jóvenes van en manada y con
motivo de alguna celebración. No son buenos clientes: exigen sexo duro como en
las películas porno pero a precio muy bajo. Luego están los de entre 35 y 55
años que van normalmente solos o en compañía de uno o más. Estos se distinguen
en dos categorías: los que buscan demostrar su hombría y su potencia sexual
delante de los otros y los majetes, que se hacen los preocupados y necesitan
creer que hacen un acto de humanidad para pagar por follar con una desconocida
e irse a casa con la conciencia tranquila. Aprendí a actuar, a mentir diciendo
lo que cada uno quería escuchar, porque lo que todos, absolutamente todos,
tenían en común era que no querían ver a la persona que había detrás de la
puta.
Otra categoría eran los solitarios, raritos que normalmente
pagan mucho dinero para salir del club e ir a su casa o a un hotel. Estos son
los hombres que odian a las mujeres y el único lugar que les queda muy a mano
para canalizar su odio hacia las mujeres es la prostitución. Yo intentaba
evitarlos al máximo pero, más de una vez y con el dinero como único incentivo,
accedí a estar con ellos. En esas ocasiones sentí mucho miedo, vi la muerte de
frente. Al menos dos chicas no volvieron después de alguna de estas salidas. A
veces pienso en ellas y me pregunto qué les pasó. ¿Y si las mataron y nadie dio
con ellas ni con sus asesinos? La vida de las mujeres vale menos, pero la vida
de una prostituta mucho menos. No somos de nadie y somos de todos, así que no
importa.
Un día, harta de todo aquello y viendo que mi loverboy no
iba a cumplir su parte de la promesa, le anuncié que me iba a sentar en una
silla y no volvería a ejercer jamás. Estuvo dos semanas presionándome para que
yo cambiara de opinión y como no lo consiguió, vino al club donde estaba, me
dejó dos bolsas negras y grandes de basura llenas con mi ropa y mis cosas y se
fue.
Después vi una oportunidad y la aproveche. Le pedí a un
cliente joven que me llevara a su casa unos días para descansar y buscar
trabajo, y aceptó. Le venía bien porque así iba a tener sexo gratis. A los dos
días encontré un anuncio en el periódico para un trabajo de camarera. Llamé,
fui a la entrevista y empecé al día siguiente. Pasé mucho miedo. Todo me
resultaba extraño. La luz del día, la gente, las voces de las personas, las
risas. Tuve que readaptarme a la vida normal después de cinco años de vivir
bajo las luces rojas de neón. Con aquel chico acabé muy mal, con orden de
alejamiento por amenazas de muerte y persecución. Aún así, me di cuenta que ser
víctima de tu pareja sentimental tiene más nivel que ser víctima de un putero.
Después de eso empezó mi renacer como persona.
Hace nueve años salí del mundo de la prostitución y tuve la
gran suerte de encontrar un trabajo en un pueblo muy cercano al último club
donde ejercí. Mis heridas emocionales han sido muy profundas pero poco a poco
he conseguido avanzar y curarme. El feminismo -y en concreto la plataforma
Feminicidio.net, en la que participo, y su directora y amiga del alma, Graciela
Atencio- han tenido mucho que ver. Cuando comprendí que lo que me había pasado,
más que una historia personal era la historia de las mujeres, me liberé por fin
de la vergüenza, de la culpa, del estigma, del peso que conlleva todo ello y
empecé a sanar.
Ahora veo a los clientes desde fuera, veo sus vidas, sus
realidades. Me suelo topar a menudo con hombres que un día me pagaron para
tener mi cuerpo. Pero las otras mujeres solo ven hombres, amigos, hermanos,
vecinos, hijos… Nunca ven puteros. Porque ellos se encargan de crear una realidad
oculta. Se sienten muy seguros y legitimados a hacer todo lo que hacen y están
tranquilos disfrutando de sus privilegios, de tener mujeres a su disposición.
Mujeres privadas y públicas.
Prostituta- Julio César Rodriguez Jaimes |
Después de dos años yo conocí al que ahora es mi marido y
junto a él aprendí a tener relaciones igualitarias, respetuosas y no violentas.
Hoy considero que estoy curada aunque a veces tenga pesadillas y aunque siempre
tenga que dormir con una lucecita encendida, porque cuando me despierto en la
oscuridad me dan ataques de pánico y ansiedad. No soy capaz de darme cuenta de
en qué etapa de mi vida estoy. En la oscuridad no sé si estoy pasando por una
violación, si estoy en un club de carretera, si estoy frente a la muerte que se
ve cuando sabes que la única manera de escapar es quedarte quieta.
Fuente:
http://verne.elpais.com/verne/2016/06/29/articulo/1467190903_598354.html
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