Mi historia es la
crónica de una prostitución anunciada.
Empieza por las turbias circunstancias que propiciaron el
abandono por parte de mis padres, los abusos sexuales y maltrato psicológico
que sufrí en la familia a la que el estado otorgó mi custodia desde muy
pequeña.
La trabajadora social asignada a mi caso, cuando venía no
hablaba nunca a solas conmigo, nunca vio nada, nunca quiso “ver” nada.
Los posteriores años, en mi adolescencia, ella ya ni venía,
solo llamaba por teléfono, creyendo a pies juntillas lo que decían mis tutores.
Para ella, su palabra tenía validez, la mía no. Para ella
todo iba bien, todo perfecto, una niña encantadora que era feliz y no le
faltaba de nada.
Nada más lejos de la realidad, una realidad que nadie quiso
ver.
Los tres últimos años de colegio, cuando ya era consciente
de los abusos que sufría, me volví una niña muy introvertida.
Mi personalidad cambió radicalmente, me hicieron bullying
mis compañeras de clase. Tampoco nadie vio nada, nadie quiso ver nada salvo una
compañera a la que yo confesé que tenía un secreto muy grande que no podía
contar.
A los catorce años, recién salida de un colegio religioso,
sin tener contacto con chicos apenas, algun@s miembros de la familia me
llamaban puta, que era una puta como mi madre, que acabaría igual de mal que
mis padres.
El maltrato físico y psicológico sobre todo en mi
adolescencia era intenso.
Crecí sumisa, crecí manipulada, crecí anulada completamente.
Sola, con el entorno llamándome puta, diciéndome a los doce años, que lo
que tenía que hacer era buscarme un hombre rico que me mantuviera.
Así que, el destino, prácticamente lo tenía ya forjado.
A los diecisiete años tenía
un novio al que le pedía cuando teníamos encuentros sexuales que asumiera el
papel de mi abusador. Yo no conocía otra manera de tener sexo.
La situación cada vez era más insostenible. Me partieron una
botella en la cabeza durante una comida familiar por un absurdo comentario. Es
que yo era una rebelde según ellos. Pocos meses después me fui de esa casa, no
aguantaba más allí.
Cogí un avión, me marché muy, muy lejos de la que había sido
mi ciudad y volé. Volé hacia una engañosa libertad, una libertad que me
esclavizó aún más de lo que ya estaba.
Al cabo de unos días de dormir en pensiones de mala muerte,
sin prácticamente nada que comer, robando latas de conservas en los
supermercados para subsistir, me enseñaron un anuncio que buscaban chicas para
azafatas y llamé.
Al día siguiente empecé, empezó mi segundo periodo de
esclavitud.
Y lo que siguió, ya fueron casi trece años más de
explotación sexual, de proxenetas varios, de anulación de mi persona, física y
psicológicamente.
De prolongación de esos abusos, de ese maltrato, de esa
denigración, de esa sumisión tan bien adquirida en mi infancia, de la que yo no
era ni consciente.
Era muy promiscua, estaba anestesiada física y
emocionalmente para el sexo y creía, me convencieron de que era para lo único
que servía.
Aprendes a disociar física y mentalmente como método de supervivencia.
Un robot sentía más de lo que sentía yo. Era una manera de no ver el infierno
en el que estaba.
Estás tan sola que llegas a creerte que los proxenetas te cuidan, te
protegen y que los clientes son tus amigos que miran por ti. Te convences de
que haces un trabajo como otro cualquiera, que haces una labor social de
atención al cliente y te sientes poderosa, cuando en realidad, estas rota por
dentro.
Intentaba buscarme trabajos, pero tenía tantas secuelas,
estaba tan anulada que seguía creyendo que lo único que sabía, lo único que
podía, para lo único que podía servir era para ofrecer sexo agravado por la
circunstancia de que en la mayoría de trabajos sufría acoso sexual. Y volvían a recluirme de nuevo, en esa
espiral devastadora prostituyente.
Soportaba
todo ese dolor con un trastorno alimentario que desarrollé enorme, una anorexia
tremenda que posteriormente se convirtió en bulimia. Llegue a pesar 38 kg,
frente a la indiferencia que arrastré durante muchísimos años y la marginación
de los que tenía alrededor.
Intenté quitarme la vida varias veces. La sensación de
soledad, de incomprensión, de ira, de dolor, han sido compañeras de viaje
durante muchos años de mi vida.
Yo era la culpable, yo era la que me buscaba parejas
maltratadoras, yo era la que adelgazaba, yo era la que comía y vomitaba porque
me apetecía molestar a los demás con mi extrema delgadez , con mis trastornos
alimentarios, con mis intentos de suicidio.
La que durante dos años tenía que tomar cocaína para
aguantar la hora de servicio con un cliente. La que comía y vomitaba, antes y
después de estar con un hombre, por el inmenso asco que sentía de lo que hacía,
el inmenso asco que me tenía a mí misma. El asco que sentía cuando en casa me
preguntaban con cuantos había estado ese día, cuánto dinero había sacado.
Hasta que un día, sentí que me rompía por dentro, no
físicamente, puesto que yo estaba ya desde el principio de empezar en la
prostitución como he dicho, en modo autómata, robot.
Y ese día dije NO.
NO a que me pusiera más la mano encima ningún hombre de esa
manera.
NO a que me siguieran humillando.
NO a esa sumisión tan terriblemente
arraigada en mi mente.
Y todo esto, analizado con el paso del tiempo, de los años,
me ha hecho darme cuenta de lo que han hecho conmigo, de lo mucho que
modificaron mi vida, mi personalidad, mi alma, mi integridad como persona. Me
dejaron rota.
De la nula ayuda recibida antes para salir de toda esa
mierda y de la indiferencia ahora de las personas, las cercanas y las lejanas
para poder recuperar mi vida y a mí misma.
Trabajo que tengo que hacer yo sola.
En estos años me he dado cuenta de quién es quién, pero
también de quien soy yo, ahora, a día de hoy.
Y soy una mujer que lucha por sanar sus heridas, por
recuperar momentos, sensaciones que no viví, por ser feliz en la medida que me
sea posible, a pesar del tremendo estrés postraumático diagnosticado que
arrastro desde niña y que condiciona de manera brutal mi vida en muchas
aspectos.
Una superviviente de abusos sexuales, de incesto, de un
sistema prostituyente y de una infancia y adolescencia que me condenaron sin
miramientos a una vida que casi acaba conmigo.
Ambar IL.
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