lunes, 20 de noviembre de 2017

Ambar IL-Mi historia es la crónica de una prostitución anunciada

Testimonio de prostitución




Mi historia es la crónica de una prostitución anunciada.

Empieza por las turbias circunstancias que propiciaron el abandono por parte de mis padres, los abusos sexuales y maltrato psicológico que sufrí en la familia a la que el estado otorgó mi custodia desde muy pequeña.

La trabajadora social asignada a mi caso, cuando venía no hablaba nunca a solas conmigo, nunca vio nada, nunca quiso “ver” nada.

Los posteriores años, en mi adolescencia, ella ya ni venía, solo llamaba por teléfono, creyendo a pies juntillas lo que decían mis tutores.

Para ella, su palabra tenía validez, la mía no. Para ella todo iba bien, todo perfecto, una niña encantadora que era feliz y no le faltaba de nada.

Nada más lejos de la realidad, una realidad que nadie quiso ver.

Los tres últimos años de colegio, cuando ya era consciente de los abusos que sufría, me volví una niña muy introvertida.

Mi personalidad cambió radicalmente, me hicieron bullying mis compañeras de clase. Tampoco nadie vio nada, nadie quiso ver nada salvo una compañera a la que yo confesé que tenía un secreto muy grande que no podía contar.

A los catorce años, recién salida de un colegio religioso, sin tener contacto con chicos apenas, algun@s miembros de la familia me llamaban puta, que era una puta como mi madre, que acabaría igual de mal que mis padres.


El maltrato físico y psicológico sobre todo en mi adolescencia era intenso.

Crecí sumisa, crecí manipulada, crecí anulada completamente.                                                               

 Sola, con el entorno llamándome puta, diciéndome a los doce años, que lo que tenía que hacer era buscarme un hombre rico que me mantuviera.
Así que, el destino, prácticamente lo tenía ya forjado. 

  A los diecisiete años tenía un novio al que le pedía cuando teníamos encuentros sexuales que asumiera el papel de mi abusador. Yo no conocía otra manera de tener sexo.

La situación cada vez era más insostenible. Me partieron una botella en la cabeza durante una comida familiar por un absurdo comentario. Es que yo era una rebelde según ellos. Pocos meses después me fui de esa casa, no aguantaba más allí.

Cogí un avión, me marché muy, muy lejos de la que había sido mi ciudad y volé. Volé hacia una engañosa libertad, una libertad que me esclavizó aún más de lo que ya estaba.

Al cabo de unos días de dormir en pensiones de mala muerte, sin prácticamente nada que comer, robando latas de conservas en los supermercados para subsistir, me enseñaron un anuncio que buscaban chicas para azafatas y llamé.

Al día siguiente empecé, empezó mi segundo periodo de esclavitud.

Y lo que siguió, ya fueron casi trece años más de explotación sexual, de proxenetas varios, de anulación de mi persona, física y psicológicamente.

De prolongación de esos abusos, de ese maltrato, de esa denigración, de esa sumisión tan bien adquirida en mi infancia, de la que yo no era ni consciente.

Era muy promiscua, estaba anestesiada física y emocionalmente para el sexo y creía, me convencieron de que era para lo único que servía. 
                                                                                                                                                             Aprendes a disociar física y mentalmente como método de supervivencia. Un robot sentía más de lo que sentía yo. Era una manera de no ver el infierno en el que estaba. 

 Estás tan sola que llegas a creerte que los proxenetas te cuidan, te protegen y que los clientes son tus amigos que miran por ti. Te convences de que haces un trabajo como otro cualquiera, que haces una labor social de atención al cliente y te sientes poderosa, cuando en realidad, estas rota por dentro.                                                                        
Intentaba buscarme trabajos, pero tenía tantas secuelas, estaba tan anulada que seguía creyendo que lo único que sabía, lo único que podía, para lo único que podía servir era para ofrecer sexo agravado por la circunstancia de que en la mayoría de trabajos sufría acoso sexual.  Y volvían a recluirme de nuevo, en esa espiral devastadora   prostituyente.  
                                                                          
Soportaba todo ese dolor con un trastorno alimentario que desarrollé enorme, una anorexia tremenda que posteriormente se convirtió en bulimia. Llegue a pesar 38 kg, frente a la indiferencia que arrastré durante muchísimos años y la marginación de los que tenía alrededor.

Intenté quitarme la vida varias veces. La sensación de soledad, de incomprensión, de ira, de dolor, han sido compañeras de viaje durante muchos años de mi vida.

Yo era la culpable, yo era la que me buscaba parejas maltratadoras, yo era la que adelgazaba, yo era la que comía y vomitaba porque me apetecía molestar a los demás con mi extrema delgadez , con mis trastornos alimentarios, con mis intentos de suicidio.

La que durante dos años tenía que tomar cocaína para aguantar la hora de servicio con un cliente. La que comía y vomitaba, antes y después de estar con un hombre, por el inmenso asco que sentía de lo que hacía, el inmenso asco que me tenía a mí misma. El asco que sentía cuando en casa me preguntaban con cuantos había estado ese día, cuánto dinero había sacado.

Hasta que un día, sentí que me rompía por dentro, no físicamente, puesto que yo estaba ya desde el principio de empezar en la prostitución como he dicho, en modo autómata, robot.



Y ese día dije NO.
NO a que me pusiera más la mano encima ningún hombre de esa manera.
 NO a que me siguieran humillando. 
NO a esa sumisión tan terriblemente arraigada en mi mente.

Y todo esto, analizado con el paso del tiempo, de los años, me ha hecho darme cuenta de lo que han hecho conmigo, de lo mucho que modificaron mi vida, mi personalidad, mi alma, mi integridad como persona. Me dejaron rota.

De la nula ayuda recibida antes para salir de toda esa mierda y de la indiferencia ahora de las personas, las cercanas y las lejanas para poder recuperar mi vida y a mí misma.

Trabajo que tengo que hacer yo sola.

En estos años me he dado cuenta de quién es quién, pero también de quien soy yo, ahora, a día de hoy.

Y soy una mujer que lucha por sanar sus heridas, por recuperar momentos, sensaciones que no viví, por ser feliz en la medida que me sea posible, a pesar del tremendo estrés postraumático diagnosticado que arrastro desde niña y que condiciona de manera brutal mi vida en muchas aspectos.

Una superviviente de abusos sexuales, de incesto, de un sistema prostituyente y de una infancia y adolescencia que me condenaron sin miramientos a una vida que casi acaba conmigo.

Ambar IL.


 Fuente: Comunicación personal. 

NOTA: Las imágenes no pertenecen al original.






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