A ‘Lily’ la invitaron al cine y así la convencieron de
hacerse prostituta
MILENIO
Viernes, 16 Agosto 2019 -
Testimonio de una de las miles de jóvenes víctimas del mundo
machista más extremo; el texto, nunca antes publicado en el país, forma parte
de la antología británica ‘The Sorrows of Mexico’.
Si en La Merced ven a una nueva, todos quieren pasar con
ella. (Mónica González) Dijo que tenía 7 departamentos en Puebla en renta y que
iba por 50. Quería lucirse con mi familia y lo había logrado. (Arturo Black
Fonseca)
Labia
Mi papá murió antes de que yo terminara la preparatoria. Así
fue como se desintegró la familia. Mi mamá y mi hermano se fueron a vivir con
mis abuelitos y yo me fui con una hermana de mi mamá, porque mi papá así lo
había decidido. A mi abuelito no le tenía confianza porque le faltaba al
respeto a sus nietas.
Un día mi tía me contó unos chismes: un brujo le había dicho
que yo había robado una cadena de oro y no sé qué otras cosas. Puras tonterías.
Lo que creo es que ella quería que yo me fuera de su casa y se inventaba
pretextos. Así que le comenté a una hermana de mi papá lo que me estaba pasando
con la familia de mi mamá, y ella decidió recibirme en su casa.
A esas alturas yo ya había empezado a estudiar en la
universidad. Tenía 19 años e iba muy avanzada en la carrera de turismo en la
Universidad Tecnológica del Centro de Veracruz, pero tenía que trabajar. Lo
hacía en una zapatería y una tienda donde vendían ropa y accesorios.
Un sábado me dieron media hora para salir a comer. Fui al parque
de la ciudad y a lo lejos vi a un chico. Parecía simpático, iba bien vestido y
me miraba. Me observaba muchísimo, hasta que fue a tirar un envase vacío cerca
de donde yo estaba; creo que lo hizo a propósito. «Hola, ¿cómo te llamas?», me
dijo.
Empezamos a platicar. Me dijo que se llamaba Alex, que era
de Querétaro, que tenía 25 años y estaba esperando a un amigo con el que iba a
buscar empleados para que trabajaran con él en Puebla. Luego me preguntó: «¿Y
tú a qué te dedicas?». Yo le dije que estudiaba y trabajaba y que ya se me
estaba haciendo tarde, así que tenía que regresar a mi trabajo, me estaban
esperando.
Él me pidió mi número de teléfono. Como tonta, se lo di, y
él me dio el suyo, aunque fui sincera y le dije que no tendría dinero para
contestar sus mensajes. Luego él sacó un billete de 100 pesos, pero le dije que
yo jamás recibiría un peso de él. Si quería hacerme una recarga en mi teléfono,
que lo hiciera. Después me puso crédito y solía llamarme y enviarme mensajes.
En los mensajes me decía que yo le gustaba mucho. Un día me
harté de que me mandara tantos mensajes y le dije que si de verdad quería algo
serio conmigo, que le pidiera permiso a mi familia. No tardó en decirme que sí;
de modo que fue hasta mi casa a hablar con mi tía. Mi tía aceptó que fuéramos
novios oficiales, porque lo veía mayor y parecía una persona responsable y
amable.
Era alto, delgado, moreno y a veces los ojos se le veían
aceitunados —creo que se ponía pupilentes—. Usaba un fleco, cabello lacio,
vestía ropa entallada, por lo regular camisetas color fucsia o negras pero
garigoleadas, y pantalones entallados, tipo acampanados, y zapatos picudos o
tenis blancos. Tenía un automóvil Bora blanco que parecía del año. En ese carro
llegó a ver a mi familia. Recuerdo que me sentía muy presionada porque el día
que fue hablar con mi tía me dijo: «Es que quiero que te cases conmigo. Me
gustas mucho». ¡Y apenas acabábamos de conocernos!
No sé qué me pasó en ese momento y le dije: «¿Sabes qué?,
aquí lo dejamos, yo todavía tengo que estudiar»; entonces él se enojó y se fue
rápido en el coche. Le conté a mi tía lo que estaba pasando y me dijo:
"Lily, eres una tonta, se ve que ese muchacho te quiere, es mayor y
responsable". A mi tía le había dicho que él mantenía al hijo de su
hermana y que de vez en cuando apoyaba a su familia, ya que tenía 7
departamentos en Puebla en renta y que iba por 15 y luego por 50 departamentos.
Quería lucirse con mi familia y lo había logrado; entonces me arrepentí y le
mandé un mensaje: «Te quiero ver, perdóname y todo el chorote». «Okey, ahorita
ya voy en camino para Puebla, pero luego te voy a ver», me respondió.
Y luego me iba a ver, salíamos a comer o a cenar. Siempre se
mostró como una persona respetuosa. Me proponía que me quedara con él en un
hotel y yo le decía que eso no era para mí y él me decía: «Okey, si no quieres,
por mí no hay problema, yo te respeto». Hasta que un día le mandé un mensaje
para decirle que me tenía que mudar a otro pueblo de Veracruz a hacer mis
prácticas profesionales. Él me respondió enojado: «Quédate con tus estudios y
la escuela, a ver si te dan amor y felicidad como yo». Después me dijo que si
íbamos a terminar, había que hacerlo bien. Nos citamos enCórdoba, Veracruz, en
el parque. Yo estaba muy triste y él trataba de convencerme: «Vente conmigo,
estarás bien, si quieres, te puedo apoyar para pagarte la universidad». No te
puedes imaginar la labia y el don de persuasión que tenía.
Así que, después de tanto insistir me convenció y me llevó a
Puebla. Esa misma tarde nos fuimos. Le advertí que al día siguiente regresaría
y que él tenía que respetarme, pero no fue así. Al llegar a Puebla hizo conmigo
lo que quiso y al otro día me dijo: «¿Qué?, ¿te vas a ir?» Y yo: «No, ya no,
¿para qué?». Así que tuve que quedarme con él. Los primeros días me trataba
bien, salíamos de compras y paseábamos como una pareja normal.
El príncipe de Persia
Durante los primeros días que viví con él en Puebla, de
repente me empezó a platicar que tenía un amigo cuyas esposas trabajaban como
prostitutas y que ganaban muy bien, hasta 20 mil pesos semanales. Otro día me
dijo: «Si trabajaras para mí, ganarías mucho dinero»; luego empezó a hablarme
de una amiga suya que era muy pobre y que tenía un hijo, a la cual él había
ayudado explicándole cómo estaba el mundo de la prostitución.
Según él, su amiga se metió a trabajar y en un año había
conseguido tener una casa grande de dos plantas en León, Guanajuato, así como
una camioneta nuevecita de agencia. Me platicaba muchas de estas cosas que a mí
no me importaban; también me decía que había tenido novias de Estados Unidos,
de España, de Honduras, de Ecuador, de República Dominicana, y hasta de Kenia,
África, así se llama ese lugar, ¿no? A mí me daba mucho coraje cuando me
contaba eso.
Un día me soltó la pregunta directa: «¿Trabajarías para mí
como prostituta?» Yo le respondí de inmediato que qué le pasaba, que si estaba
loco. Después de eso, todos los días me preguntaba lo mismo. Luego empezó a
insistir más cuando llegaba tomado. Me decía pendeja, loca, estúpida, que la
mujer que no ayudaba a su marido valía mierda y que yo tenía que dar la vida
por él, así como él la daba por mí.
Y ahora puedo ver que, como yo siempre me negaba, un día
decidió cambiar de táctica y me invitó al cine. Yo estaba muy emocionada porque
era la primera vez en mi vida que iba al cine. Fuimos a Cholula, Puebla.
Recuerdo que él me dijo: «Te voy a llevar a ver una película
para que por lo menos digas que tu primer esposo te llevó al cine». Vimos la
película de El príncipe de Persia. De regreso paramos en un restaurante y él me
dijo: «Flaca, estás muy bonita, pero ya no puedo continuar contigo».
Empezó a contarme que su primera opción para casarse había
sido la reina de la feria de Loma Bonita, Oaxaca, que la segunda opción había
sido una chica de Acapulco, y la tercera opción había sido yo, pero como no
quería ayudarlo tendría que dejarme. Siguió hablando mucho hasta que acabó
diciendo: «Te ofrezco tres opciones: la primera es que te doy 300 mil pesos y
te vas y terminas la carrera, pero entre tú y yo ya no habrá nada de nada»; la
segunda opción era que me enviaría mil pesos semanales, aparte de ropa y
comida, con sus empleados, pero que entre yo y él ya no habría nada; «la
tercera opción es que te quedes a trabajar como prostituta para mí».
Me lo había puesto difícil. «Aquí no te voy a decir nada,
mejor nos vamos al departamento y allí hablamos», le dije. Y otra vez pasó lo
mismo; él me intimidaba, me minusvaloraba, me decía: «Tu papá ya no vive, tu
familia no te quiere y, además, si regresas, ¿adónde irás?, si ni casa tienes».
Todo eso me dolía porque tenía razón. Si yo regresaba con mi familia, ya no me
querrían, ni me verían con los mismos ojos. Bueno, por desgracia y después de
insistirme mucho, acepté la última propuesta que me había hecho. Él andaba
súper contento y hasta me llevó al pueblo a ver la tumba de mi papá antes de
que yo empezara a trabajar para él. En el camino me advirtió que no le dijera a
nadie que ahora iba a ser una prostituta. A esas alturas, él ya no era mi
novio. Yo no tenía papá, pero tenía padrote.
El detective que me presentó a Lily
Primero fui dentista y luego, ya mayor, estudié la carrera
de derecho. Por esa época necesitaba hacer un proyecto para una fundación,
porque estaba llevando una clase de desarrollo comunitario y te pedían
colaborar en alguna. Alguien me habló de La Roca, una asociación civil que
ayuda a niños y niñas. Cuando fui allí me dijeron que necesitaban un análisis
legislativo y uno comparativo en el ámbito de la trata de personas, pero luego
se dieron cuenta de que ya estaba hecho. Total, que empecé a involucrarme y
acabé investigando el caso de una niña que estaba desaparecida ¡y encontramos a
la niña! Así empezó todo.
En el caso de Lily, cuando ella se dio cuenta de que no era
la única chica a la que estaba tomando el pelo el mismo sujeto, y que éste
tenía el mismo modus operandi y varias novias y esposas, se desengañó y cayó en
la cuenta de lo que estaba sucediendo.
Pero al principio Lily no se reconocía como una víctima de
la trata de personas. Protegía a ese tipo. El día que decidió cantar, lo hizo
como un pajarito. Recuerdo que estuvo en el albergue unos dos meses y no habló
nada, ni una sola palabra. Cuando finalmente lo hizo, le poníamos una cinta en
la boca.
Viaje a La Merced
Había conocido como esposa de un amigo del padrote a la
chica que me enseñó cómo se tenía que trabajar en ese ambiente y a decirme
cuánto tenía que cobrar. Los dos me habían llevado con un doctor para que me
inyectara no sé cuántas cosas y, al final él me dijo: «Si te quedas embarazada,
tendrás que abortar».
Luego el padrote nos llevó a las dos a la terminal para
tomar un autobús a la Ciudad de México. Durante el viaje nos sentamos en la
parte trasera y ella empezó a contarme todo el rollo. Cosas como cuánto tenía
que cobrar por las posiciones. Llegando a la Ciudad de México, tomamos el metro
rumbo a La Merced. Ella tenía una habitación allí en el hotel Necaxa. Recuerdo
que era la número 206. Allí nos cambiamos, nos arreglamos y luego me llevó
primero al hotel Las Cruces.
A la hora de entrevistarme con el recepcionista, me
preguntó: «¿Qué año naciste?». Yo le dije que en 1991. Él dijo que no se creía
que yo fuera mayor de edad, aunque tenía una credencial de elector. La chica
que iba conmigo le rogó al bendito recepcionista, pero él no quiso, entonces
ella se puso en contacto con otra muchacha. Le mandó un mensaje al celular. La
otra chica estaba en el callejón de Santo Tomás, conocido como La Pasarela.
Fuimos a ese callejón y me quedé con la otra chica. Entramos
en los departamentuchos que había allí; estaba la encargada, una señora a la
que llamaban La Pancha. Era remala, tenía cara de bruja. Sin embargo, me
aceptó, porque la otra chica me recomendó que dijera que yo ya había trabajado
antes en Tijuana. Después llegó la hora de ponernos las zapatillas y yo no me
las quería poner.
Me daba vergüenza porque había visto muchachas en la vía
pública en el hotel Las Cruces. Recuerdo que me las quedaba mirando y me
preguntaba: «¿Así voy a estar? No puede ser». Entonces una de las muchachas me
regañó. Tuve que ponerme las zapatillas y me situé en la entrada, porque las
chicas que iban llegando, las que eran nuevas, se ponían en la puerta, y así
los hombres estaban alrededor y las observaban. Si veían a una nueva, todos
querían pasar con ella.
Enseguida me escogió el primer tipo y pasamos, luego el
segundo y así. Yo no sabía nada y se me ocurrió dejar los papeles de baño que
había utilizado con los otros dos tipos; entonces una de las chicas que llevaba
más tiempo allí me regañó y me dijo: «¡Saca los papeles de los dos que te
tiraste!». Yo casi lloraba, pero no podía llorar porque había gente
vigilándonos, y si veían a alguien así la regañaban.
De hecho, La Pancha regañaba continuamente también a la
chica que estaba conmigo allí, porque ella era como mi maestra o responsable.
La regañaba si yo masticaba chicle, si yo no daba vueltas por la calle, si
hablaba por teléfono, o si no hacía bien la revisión de los clientes. Para
entrar en los cuartos con el cliente, lo primero que hacíamos era revisarlos a
todos. Si tenían celular, se los apagábamos, después tenían que pagar 60 pesos
por el cuarto y 10 pesos por el condón y luego ya entrábamos. Cuando se terminaba
todo, yo tenía que dejar al cliente de nuevo en la salida.
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obra de Giselle Ciardullo Lucero |
Acerca de los halcones
Te voy a contar cómo trabajan esos desgraciados. Analizan el
entorno del mismo modo que un halcón antes de atrapar a su presa: dónde viven,
quién es su familia, dónde se desenvuelve, dónde estudia. Una vez analizado
todo, se acerca a ella y se lleva a su presa.
Hay casos de todo tipo: una niña de Guatemala que si te
enseño sus fotos en Facebook, te quedas de piedra; es guapísima. ¿Y cómo llegó
aquí? Era menor de edad, la durmieron y la trajeron hasta Toluca. En su pueblo
de Guatemala le dijeron que se tomara unas pastillas para el mareo, y ella
despertó en Toluca. La niña sólo quería ser modelo, y fue a un sitio con una
amiga que le dijo: «Acompáñame, vamos por los uniformes». Y sucedió esto.
Todavía no lo entendemos, ¿cómo puede cruzar la frontera una menor dormida y
las autoridades no se dan cuenta?
Las edades desconocidas
El padrote me había dicho que pronto harían un operativo en
La Merced y que cuando lo hicieran, si me preguntaban, yo dijera que no tenía
padrote. Yo tenía que informarle de todo. Le decía cuándo me iba a trabajar y
cuándo terminaba. Además, tenía que decirle cuánto dinero había ganado. Al día
tenía que hacer entre 3 mil o 4 mil pesos para completar la cuota. Me exigía 20
mil pesos por semana. La primera semana sólo le di 15 mil y la segunda, 18 mil.
Todas mis compañeras tenían padrotes, aunque estaba
prohibido decirlo. Cuando hablábamos de ellos pasaban cosas raras. Una vez
recibí un mensaje de él diciéndome: «Ponte a trabajar, chingada madre». Luego
se lo comenté a las demás y resulta que a ellas les habían llegado mensajes
parecidos de sus padrotes justo cuando estábamos hablando de ellos.
Casi ninguna se rebelaba. Bueno, yo en una ocasión me puse
bien loca porque me había bajado la regla y tenía que seguir trabajando
poniéndome una esponja. Hice un show y el padrote tuvo que mandar a una chava
para que pagara a La Pancha y que yo saliera, porque cuando ya estabas dentro
del lugar, no podías salir tan fácilmente. Esa vez me fui a Puebla, y cuando
llegó el padrote me echó una santa regañiza: «Es que tú estás loca, necesitas
un psicólogo, ¿cómo se te ocurre hacer eso?». Me regañó fuerte y yo me quedé
callada, no le decía nada porque era capaz de pegarme y no quería que me
pegara. Ya de por sí había sufrido mucho cuando era chiquita.
Mientras pasaba esto, a veces yo decía: «Dios mío por qué me
diste a una persona así como esposo. Bueno, pues que se haga tu voluntad sobre
mi vida». Yo no sabía qué hacer. Intentaba no llorar delante de los demás, pero
siempre que me quedaba solita no paraba de llorar. Hasta que un día la policía
hizo un operativo y me llevaron a la Procuraduría. Era el 24 de julio de 2010.
Nunca lo olvidaré.
Serían las dos de la tarde. Poco antes de que llegara la
policía, avisaron de que irían, por lo que las compañeras más jóvenes se
escondieron. A mí también me dijeron que me fuera, pero me quedé. Llegó la
policía, nos llevaron a declarar, nos dieron de comer y luego nos enseñaron unas
fotos de unas chicas que trabajaban allí y que habían sido asesinadas y luego
quemadas.
Una de las agentes del Ministerio Público estaba en mi
contra. Decía que yo era menor de edad y que tenía un padrote. Yo le decía que
no. Aún lo negaba todo. Pasaron las horas, las demás chicas salieron y yo aún
seguía allí. Me hicieron unos análisis médicos, ¿y qué crees que pasó? Resulta
que yo no tenía los diecinueve años que creía y que decían mis papeles. Según
los estudios médicos, era todavía menor de edad. Decían que a lo mejor mi mamá
me aumentó la edad de bebé, pero, no sé; está medio raro.
Tlaxcaltecas
De cualquier modo, creo que los tratantes de mujeres no son
tan sofisticados, porque también son gente de bajos recursos. El 80 por ciento
de ellos nacieron en Tlaxcala, son de pueblos como Tenancingo, Zacatencoy San
Pablo del Monte. No sé por qué tantos de ellos proceden de allí. En una ocasión
un antropólogo me platicó que los indígenas tlaxcaltecas, cuando peleaban con
los aztecas, iban por las mujeres, las secuestraban y se las llevaban. Tiene
una explicación antropológica, pues desde aquellos tiempos se daba esa
situación y de hecho continúan llevándose a las mujeres. En esos pueblos nadie
puede entrar; si te metes en Tenancingo como reportero, corres el riesgo de que
te agarren a palos.
En nuestros albergues ya hemos recibido más de 100 jóvenes
de todos los estados de México, de muchos países de América Central (Belice,
Guatemala, Honduras, El Salvador...), así como de Argentina y Cuba. Los casos
son distintos; en algunos casos las engañaron haciéndoles creer que estaban
enamorados de ellas; en otros, fueron secuestradas.
Hemos visto todo tipo de modalidades: la muchacha engañada,
la que vendieron como niña, porque así son los usos y las costumbres en muchos
pueblos, las muchachas de bajos recursos, las de altos recursos, la chica a
quien violaba su padre desde hacía mucho tiempo, la joven a la que enamoraron
porque soñó con que se casaría, la que metió la mano en el fuego y se quemó
siendo menor de edad o incluso siendo mayor de edad... Hemos conocido toda
clase de casos. Pero en estas historias siempre hay un tlaxcalteca, aunque
muchas veces cambian su identidad y aparentan ser de otros lugares de México.
La cámara de Gessel
Como era menor de edad, me mandaron a un refugio de la
Fundación Camino a Casa. Yo estaba muy triste porque a las demás las habían
dejado ir y a mí no. Me recibieron unas niñas que estaban en la cocina
preparándome de comer. Luego me dieron ropa, ya que yo había llegado sin nada. Al
día siguiente llegaron las directoras de la fundación para hacerme unas
preguntas. Yo bien rejega les decía que estaba allí porque quería, que nadie me
explotaba ni me obligaba como ellas decían.
Pasaron muchos días hasta que tuve que ir a la Procuraduría
a declarar. Llegué con un comandante, que me dijo: «¿Sabes qué?, tú sí tienes
padrote. —Me lo quedé mirando—. Tu padrote también tiene a Lucero y a Carolina
trabajando». (Lucero era la chica que me había llevado desde Puebla a México,
la que había sido mi supuesta maestra. Y Carolina era la que me había llevado
al callejón de Santo Tomás, donde estaba La Pancha.) La verdad es que eso me
sacó de onda. El comandante añadió: «Vamos a hacer un convenio. Ese muchacho
que ves sentado ahí se hace pasar por abogado, pero no es abogado.
Supuestamente te quiere ayudar. Le van a dar cierta cantidad de dinero para que
tú salgas y luego te llevará con los padrotes. Quiero que nos ayudes para
seguirte y detener a tu padrote y a todos los demás». Yo le dije que sí y le di
todos los datos que pude. Estaba muy enojada; me decía que denunciaría a ese
estúpido y que la cosa no se quedaría así, ¿cómo podía ser que también fuera el
padrote de la Carolina y la Lucero?
Entonces me fui con el abogado. Me dijo que me llevaría a Circunvalación
y que allí estaría Carolina. Pero ¿qué crees? Llegamos y no estaba Carolina,
sino otra chica; y el comandante a quien quería era a Carolina. Entonces el
abogado llamó por teléfono a Carolina y me la pasó. Yo le preguntaba por el
padrote y ella no me decía nada hasta que de repente el padrote, desesperado,
le quitó el teléfono para decirme: «Chingada madre, que te vayas para Puebla,
¿no ves que te están siguiendo? Métete en el Metro y ve a la central a comprar
un boleto para Puebla, pero no des tu nombre». Él estaba en ese momento con
Carolina escondido en Circunvalación y veía cómo me seguía la policía. Lo sé
porque justo después de colgar vi pasar al padrote por allí a lo lejos. Se lo
dije a la policía y lo persiguieron, pero no pudieron atraparlo porque se metió
súper rápido en el Metro.
Una vez finalizado el borlote, el comandante se llevó a la
muchacha que había mandado Carolina. Tuvieron dificultades para entrevistarla,
porque la chava no sabía ni cuántos días tenía una semana, mucho menos cuántos
meses el año. Estaba muy perdida; había estudiado muy poco, unos años de la
primaria nada más.
El asunto es que al día siguiente dijo que la estaba
llamando su padrote. Cuando sonaba el celular vi el número y me di cuenta de
que era el mismo que el del mío. Me dio mucho coraje otra vez. Ella puso el
altavoz y yo escuché lo que él le decía: «Hola, mi amor, recuerda que tienes
que venir temprano para Puebla, porque tienes que lavar tu ropita y por la
tarde vamos a salir por unos pantaloncitos.
—Luego le preguntó por la bruja. La bruja era yo, y ella le
dijo que no sabía dónde me había metido—. La hija de su madre se tiene que
haber metido entre las piedras», añadió, y luego se rió. Después de eso, el
comandante se llevó a la chica a Puebla porque tenía que estar a una hora
adecuada para reunirse con el padrote y que lo atrapara la policía. Y así fue
como lo detuvieron y lo trajeron al DF. No pude verlo en persona porque me
dijeron que era peligroso, pero me lo pusieron en la cámara de Gessel y lo reconocí
de inmediato.
Entonces me enteré de que el padrote no se llamaba Alex
Guzmán Herreray que tampoco era de Querétaro ni tenía veinticinco años. Se
llama Arturo Galindo Martínez, tenía treinta y cinco años y era de San Pablo
del Monte, Tlaxcala.
Algo mexicano
Han pasado cinco años desde entonces y si hoy vas a La
Merced, las jóvenes siguen en los callejones. Sobre Circunvalación y la calle
que va hacia Arcos de Belén. Ahí están paradas todavía. No se trata de
criminalizar a la mujer, porque la prostitución no es ilegal, pero ahí siguen.
Y todas, las grandes inclusive, son víctimas de la explotación sexual. Aunque
hay quienes dicen que no es cierto, pero la prostitución protege, promueve y
fomenta la trata de personas. Ése es el problema.
Y no es cierto que haya policías que protegen estas redes. A
estas redes las protegen también las autoridades judiciales, administrativas,
de salud, de desarrollo urbano y una larga lista. Llevan 30 años trabajando en
la zona. Hay quienes dicen —y no en broma— que las niñas de La Merced ya son
patrimonio cultural de la Ciudad de México. Lo dicen de verdad. Dicen que es
«pintoresco» y folclórico que esas chicas estén ahí. Que es algo mexicano.
Pero eso no tiene nada que ver con la cultura. Es un
negocio. Una chica como Lily reunía de 3 mil a 4 mil pesos diarios, un mínimo
de 20 mil pesos semanales. El padrote de ella tenía otras cuatro chicas más, o
sea que ganaba unos 400 mil pesos mensuales, una enorme cantidad de dinero.
La Merced es el prostíbulo más grande de América Latina. Son
muchísimas las mujeres que hay allí. En los pasillos de la Procuraduría dicen
que unas 5 mil en total. Si es así, el negocio mensual sería de unos 400
millones de pesos. Por eso digo que esto no tiene nada que ver con la cultura.
Dios como psicólogo
Lily es bonita y núbil. Tiene una mirada brillante en sus
ojos y un cuerpo moreno, tan macizo y estoico como suele permanecer un pájaro
cuando no está en el aire. Su voz emite una rabia solemne cuando me relata su
historia, cuando la canta.
—A lo largo de todos estos días, mientras me has contado lo
que sucedió, te he visto fuerte, Lily. ¿Platicaste con psicólogos o qué
hiciste? —le pregunto.
—No, no necesité de psicólogos, jamás fui con la psicóloga.
Mi único psicólogo fue Dios.
El escape
Cuando Lily te dijo que no vio a una psicóloga después de lo
que sucedió es porque la base del modelo de atención de la fundación es el
aspecto espiritual. A las chicas no las puedes forzar para que se sometan a una
terapia psicológica, pero lo que hacemos es involucrarlas en lo que nosotros
hacemos, en la parte espiritual, que es tener una relación personal con Dios.
Dios tiene algo que opinar, algo que decir, Dios está ahí para escucharte, Dios
está ahí para sanarte, para cuidarte, para protegerte, para reintegrarte, para
todo, pero ¿cómo lo descubres? Teniendo una relación personal con Él, no a
través de ninguna persona. Eres tú con Él.
El encuentro con Dios te va fortaleciendo la autoestima para
que no te vuelva a suceder lo que te ocurrió, para que no tengas ese problema
de autoestima y entonces venga alguien y vea que tienes una necesidad o vives
una circunstancia difícil. ¿Qué hiciste para acabar en esa situación? No estoy
justificando el mal que los padrotes producen, ya que su proceder es
incorrecto, pero ellas tenían una situación vulnerable y acabaron siendo
víctimas de esos tipos y, bueno, nuestro modelo de atención se basa en trabajar
ese aspecto.
Muchos critican lo que hacemos con las chicas. Dicen que
somos demasiado religiosos, que somos de ultraderecha y cosas por el estilo,
pero nosotros sabemos lo que estamos haciendo y ayudamos a muchas chicas como
Lily a escapar de las redes de trata de personas en México, no sólo
físicamente, sino también espiritualmente.
Sabaneta vieja, Sabaneta chica
Cuando era niña vivíamos en una ranchería apartada que se
llama Sabaneta Vieja, y si querías ir a una ciudad tenías que caminar media
hora hasta Sabaneta Chica, donde pasaba un camión hasta Tres Valles, el pueblo
grande de la zona. El recuerdo más bonito de mi vida es cuando mi papá me
llevaba de niña a la escuela. Iba siempre cargándome la mochila y yo era la
niña más feliz del mundo. Un papá es lo mejor que le puede pasar en la vida a
una niña.
* Texto nunca publicado en México. Forma parte de antología
británica The Sorrows of Mexico (McLehohse Press).
Fuente