sábado, 12 de abril de 2014

Apuntes para una geografía de la prostitución en Buenos Aires 1904-1936

Comparto un extracto del libro: “Apuntes para una geografía de la prostitución en Buenos Aires 1904-1936” del Arq. Horacio Caride Bartrons, publicado el 25 de septiembre de 2009 por el Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas, que se puede hallar completo en

http://www.iaa.fadu.uba.ar/publicaciones/critica/0162.pdf


Horacio Caride Bartrons
Geogra fía de la prostitución
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3. UNA GEOGRAFÍA PROSTIBULARIA PARA BUENOS AIRES

3.1 La salud del cuerpo urbano

Cuando Buenos Aires se convierte oficialmente en Capital Federal de la República Argentina en 1880, ya contaba con algunos años de disposiciones higienistas que darían marco a diversas actividades urbanas. Sin embargo, fue esta modificación en el status jurídico de la ciudad el verdadero motor de cambios. Los disparadores de estas primeras regulaciones y reglamentos sanitarios en la ciudad son hechos bien conocidos.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX se desarrollaron varios ciclos epidémicos que escribieron algunas de las páginas más siniestras de su historia. En el año 1870, una epidemia de cólera significó la antesala de aquella -de fiebre amarilla- que al año siguiente mató a cerca de trece mil personas (el 8% de su población). 41 En ese lapso, unas cincuenta mil más abandonaron la ciudad. Otras enfermedades como la viruela, el sarampión y especialmente la tuberculosis también se estaban cobrando gran cantidad de vidas. Mucho se ha escrito y discutido sobre las consecuencias de aquellos eventos, pero resulta indudable que determinaron un punto de inflexión con respecto a una nueva conciencia sanitaria, en cuanto a la percepción de los habitantes y a la responsabilidad de las autoridades.

Comprometidos con una agenda que determinaría una serie de cambios en la imagen y funcionamiento de la ciudad, un amplio conjunto de profesionales y técnicos –médicos, higienistas, abogados, políticos, ingenieros, urbanistas- impulsaron y llegaron a concretar una serie de medidas. Guillermo Rawson (1821-1890), Pedro Mallo (1837- 1899), Eduardo Wilde (1844-1913), y Emilio Coni (1855-1928) son probablemente las figuras paradigmáticas de ese grupo de médicos, políticos e intelectuales que buscaban cumplir con la agenda higiénica establecida a partir de la fiebre amarilla.
En un discurso al congreso de la Nación 1871, con el horror de las muertes provocadas por la epidemia vivo en las conciencias, el presidente Sarmiento presentó los lineamientos esenciales de un plan de acción. 42
Las tareas pudieron verificarse en todos los niveles. Por ejemplo, en el ámbito académico, en 1873 Guillermo Rawson tuvo a su cargo la recién creada cátedra de Higiene Pública en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, cuyas conferencias fueron publicadas en París tres años después. También a través de la prédica disciplinar, condensada en la páginas de la Revista Médica Quirúrgica, que fundó Pedro Mallo junto a Angel Gallardo en 1864 y que terminará dirigiendo Emilo
Coni en su última etapa, hasta su desaparición en 1888.

En cuanto a la “urgente” creación de infraestructura sanitaria, el sistema de provisión de agua potable y cloacas que el propio presidente le encargó John Bateman, se inició en 1874 pero tuvo que esperar hasta la Federalización para ponerse verdaderamente en marcha 

 Entre 1885 y 1895 se realizó un tramo importante de las obras y para 1914, el Censo Nacional indicaba que unas doce mil hectáreas, es decir, toda la ciudad consolidada, estaba servida con agua potable y una parte significativa, con cloacas.43
Desde 1883, la ciudad contaba con Asistencia Pública.

La antigua y omnipresente metáfora de la ciudad como cuerpo, había encontrado terreno fértil para echar raíces en la modernización urbana. 44 Habida cuenta del diagnóstico, y con la particularidad de haber padecido –y sobrevivido- a la enfermedad, la salud de la ciudad requería de imperiosas acciones terapéuticas. Así, también en la necesidad de generar pulmones estables cuyo aire limpio alejase las miasmas, puede entenderse la inauguración del Parque Tres de Febrero en 1875. Además, se hacía indispensable generar los mecanismos de control de aquellos focos que podían ser potencialmente peligrosos para la salud del cuerpo social.

Desconociendo en su momento la etiología de las enfermedades que habían causado semejantes tragedias (pero con poderosas intuiciones), ese mismo año se organizó la Comisión Municipal para la recolección de residuos y se creó el Cementerio de la Chacarita, como consecuencia directa de las muertes ocasionadas por las pestes de los años anteriores.

El dispositivo de control conllevaba al mismo tiempo la creación y consolidación de nuevas pericias científicas, nuevos espacios de discusión y nuevos instrumentos de regulación. En 1875 se creó también la cátedra de medicina legal cuyo primer titular fue Eduardo Wilde. Desde ese mismo año, más específicamente desde el 5 de enero, la prostitución pasó a tener un marco regulatorio para su ejercicio dentro del radio de la ciudad de Buenos Aires.

3.2 Primer ciclo: control higiénico y moral, 1871 – 1904.

El reglamento de 1875 fue la primera pieza jurídica que tuvo por objetivo regular las prácticas prostibularias en la ciudad, en sus posibilidades de ejercicio y de ubicación.
Pero no se trataba de una ordenanza aislada. A ese mismo año pertenece también la ordenanza que regulaba el servicio doméstico y otra que refería al funcionamiento de las casas de inquilinato, actualizando la existente desde 1871. 45

 Desde diferentes narraciones y con distintos objetivos, varios autores han visto en estas medidas, la construcción de un dispositivo de control que articulaba la atención del trabajo de las mujeres de clase baja, con la vigilancia de los conventillos. El hacinamiento y la promiscuidad en que vivían sus habitantes, en general los convertían en lugares convenientes para las prácticas de prostitución clandestina, con el consecuente peligro de incubación de enfermedades, como la fiebre amarilla y el cólera;
de la transmisión de otras, como la sífilis y la gonorrea; o directamente su gestación causada por las relaciones sexuales, como la tuberculosis. 46

Dentro de la misma lógica interpretativa, unos años después, en el “Estudio sobre la casa de inquilinato de Buenos Aires”, escrito por Guillermo Rawson y publicado en 1884, se reconocía que en la ciudad había (en 1883), mil ochocientas sesenta y ocho casas de inquilinato (o “conventillos”), la mayoría de los cuáles y “(…) con raras excepciones si las hay, son edificios antiguos, mal construidos en su origen, decadentes ahora y que nunca fueron calculados para el destino que se les aplica”. 47

Esta ambigüedad programática a la que hacia referencia Rawson era fácilmente reconocible en la letra de la propia ordenanza que reglamentaba el ejercicio de la prostitución dentro de una casa de tolerancia desde 1875. En efecto, por su artículo 6, “(…) Las casas de prostitución serán consideradas, para los efectos de las Ordenanzas sobre higiene y seguridad, como casas de inquilinato; sin que esto autorice para que pueda haber inquilinos en ellas”. 48

De esta calificación es posible interpretar que, al menos en lo que respecta a ciertos aspectos tipológicos, y a los efectos de ser objetos de habilitación municipal, tanto los conventillos como los prostíbulos podían participar -como doble condición- del mismo esquema de distribución espacial y de ser regulados por las mismas normas de salubridad.

En estos casos, el Reglamento de 1875 también reconocía implícitamente que un burdel podía devenir tanto de la adaptación de un edificio existente como también de una construcción ex novo. Por el artículo 4 del Reglamento, “Cualquiera que regentee algunas de las casas de prostitución que actualmente existen en la ciudad, deberá presentar antes de los quince días siguientes a la sanción de esta Ordenanza, una Solicitud ante el Secretario de la Municipalidad, en la cual se exprese el número de la casa que ocupan, el número de prostitutas que tenga a su cargo, su nombre, patria, edad, un duplicado del retrato fotográfico en tarjeta, de cada una de ellas, y un certificado médico por el cual conste que en el día de la presentación todas las prostitutas se encuentran perfectamente sanas de enfermedades venéreas y sifilíticas, y por separado, una carta de un médico por la cual conste que en adelante será el que asista en la casa”. 49

El artículo siguiente se dedicaba a las nuevas casas de tolerancia, dejando abierta la posibilidad de ser construidas par tal fin. “Las casas que se abriesen nuevamente, además de las prescripciones del artículo anterior, deberán cumplir las siguientes:
“a) La casa será de un solo piso y en caso de tener varios no podrán ser ocupados sino
por las prostitutas.
“b) La casa deberá encontrarse a distancia de dos cuadras cuando menos de los templos, teatros y casas de educación; las que actualmente se encuentren en cualquiera de estos casos, serán removidas en el plazo de cuarenta días”. 50

El temor a la propagación de enfermedades siguió siendo el norte que guió a las autoridades en los pasos siguientes de esta primera etapa reglamentarista. Siguiendo acaso a los médicos franceses de fines del siglo XVIII, la lucha de los higienistas porteños adquiría -en su calidad médica y política- (Rawson y Wilde participaban de ambas), ciertos ribetes épicos. Dicho en otras palabras, “la primera tarea del médico, es
por consiguiente política. La lucha contra la enfermedad debe comenzar por una guerra contra los malos gobiernos: el hombre no estará total y definitivamente curado más que si, primeramente es liberado”. 51

En un contexto de contralor creciente, la visión de las autoridades sobre las actividades prostibularias se debatía entre una tolerada necesidad, y su aislamiento del cuerpo social. En cuanto a la ubicación de los burdeles, el reglamento 1875, sólo imponía restricciones de distancia a escuelas, teatros y edificios religiosos (dos cuadras), una disposición que –fielmente observada- no impedía su concentración. En 1894, un nuevo
Reglamento fue sancionado, aumentando la lista de los lugares cuyos radios de dos cuadras debían estar libres de prostíbulos. A las iglesias, escuelas y teatros, la norma agregó espacios públicos, como mercados y plazas. Pero esta disposición regía únicamente para los burdeles pequeños (con no mas de dos prostitutas) quedando exceptuados el resto. 52 A esta normativa perteneció la primera mención que constituirá un punto central de la legislación posterior en el seno del debate social: “Las casas de tolerancia no tendrán signos exteriores que las distingan de las casa de familia”. 53 La sociedad podía tolerar la actividad de los prostíbulos, mientras que su presencia no afectara –al menos visualmente- la imagen urbana socialmente instituida.

Después de algo más de una década de prostitución legal, el Censo Municipal de 1887 informaba de unos seis mil prostíbulos en la ciudad. Si el dato parece exagerado, lo cierto es que el grado de aglutinamiento en ciertas calles era formidable. Los reglamentos de 1871 primero y posteriormente el de 1894 no pudieron (o supieron) impedirlo. Para estos años y en base a los registros de habilitación conservados en los
archivos municipales, se estimó que sólo en la calle Cuyo (Sarmiento), se habían instalado entre las alturas del 0 al 400, treinta y seis casas de tolerancia; en Esmeralda, del 0 al 300, cuarenta y cinco. En la calle Libertad se concentraron sesenta prostíbulos,  
sólo entre la altura 0 a 400; cantidad similar a la de la calle 25 de mayo, entre 0 y 500.54

Semejante movimiento estaba destinado a escandalizar a los vecinos de la zona. En una nota de La Nación, fechada en octubre de 1904, un periodista manifestaba haber sido alertado “…por las familias que viven en la calle, Corrientes entre Libertad y Talcahuano, así como Libertad de Cuyo a Lavalle” que eran molestadas a diario por personas de “moralidad altamente dudosa”. La nota culmina con una recomendación a la Inspección General para que organice una batida. 55

Poco más de un mes después, un nuevo Reglamento de la Prostitución, sancionado con fecha 17 de noviembre de 1904, buscó corregir los errores cometidos en la norma decimonónica (en ciertos aspectos al menos), y adaptarse a las nuevas circunstancias, aplicando medidas más restrictivas.

El artículo 5 de la nueva ordenanza prescribió: “No podrán establecerse casas de prostitución sin permiso de del D. E*. que los acordará de acuerdo a las siguientes condiciones:

“a) No se permitirá más de una por cuadra, comprendidas ambas aceras, no pudiendo
establecerse en las cuadras donde hubiere iglesias o establecimientos de educación.
“b) Estas casas no se distinguirán por ningún signo interior o exterior, llenarán todas
las condiciones que se establezcan y estarán sujetas a inspección municipal.
“c) En cada casa no podrán alojarse más de dos mujeres, las que serán responsables
de todas las infracciones al reglamento”. 56

Mientras se flexibilizaba la ubicación relativa con respecto a iglesias y escuelas (los teatros al parecer perdieron respetabilidad), se alentaba la desconcentración. También el movimiento de clientes (y la posibilidad de escándalo) descendía en picada al autorizar sólo dos prostitutas por burdel. Por fin, se imponía un completo disimulo en la fachada del edificio.

La aplicación de este instrumento intentó terminar con las zonas rojas (término que, aunque algo anacrónico, resulta gráfico), buscando diluir (y ocultar) la actividad prostibularia en toda la traza de la ciudad. La protesta y presión de las organizaciones de rufianes y de los políticos relacionados con el negocio, indicó que la medida tuvo algún grado de éxito temporario. 57

En este proceso podría interpretarse el completamiento de un primer ciclo sobre la prostitución legal, dominado por la necesidad de control, tanto en su dimensión higiénica cuanto moral. Sin embargo, modificaciones a la ordenanza, sancionadas sólo a siete meses después de la anterior, confirman que no se verificó el cumplimiento del fin perseguido. En definitiva, quebrado el cerco de la concentración de prostíbulos en zonas con cierta “tradición” histórica, las nuevas disposiciones abrían la posibilidad para que
se emplazaran quilombos por toda Buenos Aires.


3.3 Segundo ciclo: difusión masiva, 1904 -1917

Estas instrucciones, que autorizaban una sola casa de tolerancia por cuadra (incluyendo ambas márgenes de la calle) evitaron la concentración de los prostíbulos pero lograron ubicarlos en la mayoría de las manzanas de la ciudad. Las redadas que culminaban con cierres de burdeles ilegales podían alcanzar el número de hasta ochenta o noventa establecimientos por noche.

La prensa seguía denunciando que el prostíbulo continuaba en zonas restringidas, disfrazado con nuevos ropajes. “De algún tiempo a esta parte se han multiplicado en la Capital, bajo la denominación de ‘cafés cantantes’, las salas de espectáculos en que procura entretener a los clientes de alguna forma”, que terminaron convirtiéndose, según el cronista, en “…centros de vicio y corrupción que reclaman la acción tutelar de las autoridades”.58 Una alerta temprana sobre el rápido proceso de “colonización” por parte de los nuevos prostíbulos, del que estaba siendo objeto el resto de Buenos Aires -desde el centro a los barrios- lo dieron los vecinos de la Parroquia de la Piedad, cuyos límites hacia 1900 lo constituían las actuales calles Uruguay, Córdoba, Moreno y Junín. Se hablaba del “…desenvolvimiento prodigioso que en dicha Parroquia ha alcanzado la prostitución, al amparo de la ordenanza sobre la materia actualmente vigente. Raras son las cuadras de dicha parroquia, según la comisión auxiliar, en las que no abren sus puertas o sus similares: posadas y casas amuebladas”.59

Bajo estas últimas denominaciones (junto a las de “café cantante” y “café de camareras”), las casas de tolerancia sorteaban la restricción municipal de ubicación y asentamiento, logrando instalarse y reagruparse en su camino hacia el noroeste, que poco más de una década después convertiría al barrio de Balvanera en uno de sus mayores y más problemáticos enclaves dentro de la ciudad.

Como respondiendo a un acto reflejo, dos semanas después de publicada la protesta de los vecinos de La Piedad, una breve ordenanza municipal del 27 de julio de 1905 impuso nuevas restricciones, incorporando las nuevas tipologías prostibularias. Su texto completo dice:

“Art. 1º En las casa en que se subalquilen piezas, no podrá vivir más de una prostituta y siempre que en ellas no habiten menores de 18 años.
“Art. 2º Ninguna persona podrá regentear o tener inscripta a su nombre, sino una sola posada o casa amueblada, etc. Cuando en ellas vivan prostitutas.
“Art. 3º Los hoteles, casa amuebladas, posadas, etc., donde se alojen prostitutas no podrán instalarse en adelante, sino uno solo por cuadra.
“Art. 4º Cuando en la misma cuadra funcionen una de las casa señaladas en el artículo anterior, y un prostíbulo, sus locales no podrán ser contiguos”. 60

Esta modificación –mejor destinada a calmar los ánimos que a solucionar el problema- imponía mayores restricciones al número de prostitutas que (bajo el subterfugio del subalquiler de habitaciones) también habría logrado sortear las restricciones al respecto y también buscaba evitar la organización de redes de burdeles, concentradas en pocas manos. Pero claramente dejaba abierta la convivencia entre diferentes clases de
actividades prostibularias, incluso dentro de una misma cuadra. Hacia fines de aquel año, una vez mas los periódicos registraron la indignación popular, entendiendo que la última sanción no hizo otra cosa que agravar la situación: “Dictada con propósitos de moralización, pero insuficientemente meditada, la referida ordenanza puso bien pronto de manifiesto tantos y tan graves inconvenientes de todo orden, que su vigor por más tiempo encierra un peligro para la moralidad pública (…). La ciudad está materialmente plagada de estas casas de tolerancia, instaladas infaliblemente a una por cuadra, donde no hay dos, y como si esto no bastara quedan todavía las tituladas casas amuebladas y posadas que, sin restricciones en cuanto a su número, se multiplican día a día, siendo más peligrosas aún puesto que ejercen su comercio libremente, a puerta abierta, a la vista de todo el mundo y haciendo de la vía pública el lugar predilecto de todas sus transacciones”.61

Acaso no sea totalmente injusto señalar que, nuevamente, dentro del nuevo orden urbano impuesto para las actividades prostibularias, no molestaba tanto el ejercicio real ni el verdadero problema social que implicaba, como que las acciones (o “transacciones”) quedaran ocultas o, al menos, se dieran en lugares menos visibles de la ciudad. De hecho, este espíritu animó claramente la letra de la nueva ordenanza de 1907.

“Artículo 1º Consiéntase el ejercicio de la prostitución en locales especiales, en las calles cuya longitud se inferior a 301 metros y que determine D. E y en las demás del municipio no comprendidas en el radio de exclusión. En aquellas podrán establecerse tantas casa cuantas admita su extensión; en otras no podrá haber más que una cada dos cuadras, comprendidas ambas aceras y siempre que, en uno como en otro caso, en la cuadra donde se instalen no haya templo ni establecimientos de educación reconocidos como tales por autoridad competente.
“Dentro de la zona comprendida por las calles San Juan, Entre Ríos, Callao, Juncal, 25 de Mayo y Balcarce, abarcando ambas aceras limítrofes, queda prohibida la instalación de prostíbulos, con excepción de los que se establezcan en calles de longitud inferior a 301 metros”.62

Estas evidencias analizadas a la luz de los hechos posteriores indican que las nuevas reglamentaciones constituyeron el inicio del gran proceso de difusión de los burdeles en toda la ciudad. En cierta medida, también dejaron abierta la posibilidad al desarrollo de organizaciones delictivas, cosa que realmente ocurrió en los años siguientes. Los burdeles se desconcentraron de las avenidas y calles principales pero no desaparecieron. El artículo 4º de la misma norma admitía la existencia de locales de varios pisos. En el siguiente, autorizaba que el número de prostitutas correspondiese a la misma cantidad de dormitorios, que no se restringían en cantidad. En este sentido, la llamada “zona de exclusión” fue en realidad un eufemismo para quitar de la vista inmediata de los
transeúntes a los prostíbulos del centro, ya que cuanta cortada y pasaje existía de unas hasta tres cuadras de extensión comenzó a ser objeto de concentración prostibularia.63

Con mayor proliferación de burdeles, la ley de cercanía a iglesias y a escuelas de 1904 también fue objeto de flexibilización: solo excluía la ubicación de una casa de tolerancia en las cuadras donde existiese alguno de estos edificios.64 En cuanto a la arquitectura prostibularia se mantuvo la vieja norma de 1875 de conservar en silencio las fachadas y aislarse con medianeras de no menos de tres metros de las casas vecinas, y cuyas puertas debían alejarse al menos un metro de los accesos colindantes. 65

Pero desde que había sido sancionado el Reglamento prostibulario de 1875, el cambio físico, la extensión y consolidación de la ciudad no tuvo otro ritmo que el que marcó el acelerado compás de su aumento poblacional. Los habitantes, que en 1869 eran algo menos de ciento noventa mil, para 1914 habían pasado a ser casi un millón seiscientos mil. Con un nuevo reglamento, que comenzó su vigencia el 1º de enero de 1918, podría pensarse el comienzo de un último ciclo para la prostitución regulada de Buenos Aires

3.4 Tercer ciclo: la ciudad de los prostíbulos, 1917-1936

Los años de la Primera Guerra Mundial significaron un interregno en los procesos de inmigración masiva y, consecuentemente, en el tráfico de prostitutas provenientes de Europa. Obviamente esto repercutió en el establecimiento de nuevos burdeles. Pero concluida la contienda, la situación regresó como un tema de suma preocupación para las autoridades municipales. Un nuevo Reglamento, de comienzos de 1917, revisó las normas de ubicación de 1904 y 1907, profundizó algunas y aligeró otras.

No por conocido menos determinante, es el dato de que la prostitución en Buenos Aires estaba definitivamente relacionada con el aumento de varones dentro la población económicamente activa (esto es, mayores de 14 años de edad), como consecuencia de la inmigración masiva. En la década que va desde el reglamento de prostíbulos de 1904 hasta el levantamiento del Tercer Censo Nacional de Población, levantado en 1914, los datos resultan esclarecedores.

Por esos años, casi el 65% de la población de la ciudad de Buenos Aires era extranjera (algo más de setecientas mil personas). Los varones mayores de catorce años en condiciones de empleo conocido, alcanzaban casi el 60% de aquel porcentaje. En cuanto a los argentinos registrados bajo las mismas condiciones etarias y laborales, de los algo más de cuatro cientos mil, el 51% eran hombres.


En el rubro “artes manuales”, que consignaba el censo, las profesiones relacionadas con las construcción, registraban los mayores porcentajes entre la población masculina. De los totales generales, el 2,29% se declaraban albañiles, de los cuales casi el 85% no había nacido en el país. Eran seguidos por los carpinteros (1,53%), los mecánicos (0,95%) y los
herreros (0,90%). Las profesiones mayoritarias de las mujeres se vinculaban a la indumentaria como costureras y modistas (1,70% en ambos casos). Los valores absolutos pueden consultarse en el Cuadro 1.

Mientras la fisonomía de la urbe del siglo XIX prácticamente había desaparecido, la extensión de la ciudad, primero gracias al tranvía (eléctrico desde 1897) y luego al colectivo (a partir de 1928), había logrado llegar a “capitalizar” algunos territorios que la ley había considerado como alejados, cuando se establecieron sus límites en 1887. Luego de la ordenanza de 1907, los prostíbulos ya no tuvieron un enclave privilegiado. Para la época del Centenario, se repartían por toda la ciudad consolidada de aquellos años.

En el Reglamento de 1917, el sistema de exclusión entre los prostíbulos y otras actividades, que fue siempre motivo de disputa y eterna modificación de las ordenanzas, volvió a cambiar. Con las nuevas medidas, la puerta de acceso del burdel fue tomada como centro de un radio de doscientos metros donde no podía encontrarse –como siempre- ni escuelas ni edificios religiosos, a los que entonces se les sumaron también
asilos, hospitales, teatros (que recuperaron el status perdido) y cinematógrafos. 66

La legislación fue mucho más específica en cuanto a las condiciones de habitabilidad de los locales, exigiendo que todos los cuartos destinados a mantener sexo con prostitutas tuviesen “bidet y lavatorio servido con aguas corrientes”. Por primera vez se exigió que los frentes de los prostíbulos estuviesen “revocados imitación piedra”, buscando acaso con la utilización de materiales nobles, su asimilación estética a otras construcciones. Se asumió el funcionamiento de burdeles en edificios de varios pisos y se permitió una sutil pero significativa señal de la actividad, que si bien no era totalmente exterior, tenía acceso directo desde el mismo: “el botón de la campanilla en la puerta cancel, (…) deberá estar teñido de rojo y de un cm. de diámetro como máximo”.67

No obstante, ese mismo año, la Intendencia Municipal también pensó en la concentración de las actividades prostibularias en zonas exclusivas destinadas a tal fin (Figura 19).

Si bien el original del plano del “barrio prostíbulo” es probable que ya no exista, la copia heliográfica conservada en los archivos municipales al menos nos informa de su ubicación que, no obstante tiene otras fuentes de registro. Ante los reiterados intentos de ordenar y controlar la ubicación y dispersión de los burdeles en determinados puntos de la ciudad durante más de tres décadas, una alternativa fue directamente concentrarlos en determinados sectores. El proyecto general fue encargado a la de la Dirección de Obras
Públicas de la Municipalidad por el Intendente Joaquín Llambías (1868-1931).

Con estudios en Berlín, se trataba de un médico de prestigio, titular de la cátedra de anatomía patológica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Entre sus antecedentes figuraba el haber sido presidente de la Asociación Médica Argentina y, más significativamente, director el Hospital San Roque, que desde fines del siglo XIX venía operando como unidad de atención de salud para prostitutas. En aquella función con toda probabilidad tomó contacto con la problemática de la prostitución. Cuando fue designado Intendente de Buenos Aires por el presidente Hipólito Yrigoyen, cargo que ejerció entre noviembre de 1916 y noviembre de 1919, intentó poner en marcha un nuevo esquema de reubicación de los lupanares. 68




Figura 19. Anónimo. Emplazamiento de un barrio prostíbulo, 1918
Fuente: Archivo de la MCBA, R. 234 sin titulo, 16 de mayo de 1918.
 
En la instalación de este primer barrio prostíbulo -se previó la construcción de cuatro en total- se destaca su relativa cercanía a la obras del Puerto Nuevo, en plena construcción desde 1911 y que verá su culminación recién en 1928. La Memoria del Departamento de Obras Públicas de la Municipalidad de 1918 precisa los límites y nos da una idea definitiva de la magnitud del predio que se afectaría a tal fin. “Interpretando las ideas expuestas en el mensaje del Señor Intendente al H. Consejo, de fecha Junio 9/1917, esta Dirección General ha proyectado: Un barrio Prostíbulo que servirá de modelo a tres. A construirse en otros puntos de la Ciudad. Ubicación: terraplén del F .C. C. A. Río de la Plata y calle Caning, con una superficie de 150.000 m2 (…)”.69 De las quince hectáreas que hubiese ocupado el barrio, sólo tres habrían sido ocupadas con la construcción de pabellones. El resto serían destinadas a parques, jardines y al conjunto de calles
interiores. 70


Es probable que estos ensayos urbanos, buscando soluciones más “radicales” al emplazamiento de los burdeles como la de su “concentración” en barrios prostibularios diseñados por al Municipalidad, también hayan sido una consecuencia indirecta de la aplicación de las nuevas ordenanzas. El nuevo Reglamento de 1917 había establecido para la ya conocida “zona de exclusión” (Figura 20), determinada para el área central de la ciudad, la prohibición completa de radicación de burdeles que, no obstante, con otra escala y emplazamiento, seguirían desarrollándose de forma menos conspicua. De hecho años después, algunas fuentes registraban las actividades de los prostíbulos disimuladas en las calles del centro.

A mediados de la década de 1920, Albert Londres nos informó sobre los códigos que él conocía para ubicar los pequeños prostíbulos de la comunidad francesa, con dos o tres (no más) prostitutas por vivienda: “Pasaba de Cangallo a Sarmiento, de Corrientes a Lavalle, de Tucumán a Viamonte. Iba desde el número 200 al 2000. Tímidamente levantaba la vista: ¡una cortina rosada! Bajaba la vista. Recorría cien metros más, una cortina crema.
Andaba. Seguí andando. / Fatigado por las calles perpendiculares, tomaba las calles paralelas. Se me veía en Suipacha, en Esmeralda, en Maipú, en Florida. Bajaba hasta la 25 de mayo después subía hasta Medrano: cortinas, siempre cortinas, ¡más cortinas!71

Pero la crónica del periodista francés daba cuenta de un sector minoritario en el conjunto de la ciudad. Por esos años, el grueso del comercio prostibulario estaba en manos de asociaciones mafiosas lideradas por Zwi Migal., ingresando en esta etapa a la página más controvertida y turbia de la historia prostibularia de Buenos Aires.

Un dato esencial para comprender y contextualizar este período es la cantidad de prostitutas manejadas por la organización mafiosa. La obra pionera de Goldar asume una cifra impresionante: 30.000 mujeres que trabajan en dos mil prostíbulos. 72 No obstante, autores posteriores, como Ricardo Feirstein han refutado ampliamente esta cifra, revisando el dato original que dio en los años treinta el comisario Julio Alsogaray, a quien se debió la desarticulación final de la Migdal. 73 La cifra asumida es un 10% de la indicada por Goldar, es decir, 3.000 prostitutas, lo que consecuentemente también reduciría la cantidad de prostíbulos en proporciones semejantes. De hecho, el listado que el propio Alsogaray publicó en 1933 incluye 219 burdeles legales (junto a la nómina de sus propietarios), que él califica como de “instalados”, es decir, que cumplían en general las normas establecidas de salubridad e higiene, nómina que se ha reproducido y ordenado alfabéticamente en el Cuadro 2. No obstante, el propio comisario reconocía que para ese
tiempo los prostíbulos clandestinos harían esa cifra considerablemente mayor, en la medida de que cualquier casa, su baño o cocina, cualquiera de sus habitaciones o tan sólo la separación con un biombo podía convertirse en un lupanar. 74

El mapa, elaborado expresamente para este trabajo, que se incluye en la Figura 20, muestra la distribución geográfica de la lista de Alsogaray. Y la “zona de exclusión” prevista en el reglamento de 1917. Aunque los cambios en las alturas entre la década de
1930 y la actualidad han hecho dudosa la ubicación de algunos burdeles, la dispersión confirma ciertas áreas predominantes que se corresponden en buena medida a los núcleos urbanos más consolidados de aquellos años.75 Los enclaves de los barrios de San Cristóbal y especialmente Balvanera, teniendo como epicentro el cruce de Junín y Lavalle presentaban la mayor concentración: son las cuadras que habrían sido territorio de las mafias polacas y rusas como la Askenasum y la Zwi Migdal.


Figura 20. Diego Benvenuto. Ubicación de los prostíbulos legales de Buenos Aires en 1933 y “zona de
exclusión” determinada en el Reg lamento de 1917.
Fuente: Elaboración del autor según la lista preparada por el comisario Julio Alzogaray, Trilogía de la trata de blancas, Editorial
Tor, Buenos Aires, 1933, pp. 291 – 297.


Se pueden observar otros lugares repartidos por el Centro y el Bajo, especialmente por Paseo Colón, que estarían ocupados con mayor probabilidad por la prostitución de origen francés y algunos sitios de la “meretricia calle del Temple” como la denominó Borges en su Historia del tango, para los años en que aún no se había convertido en Viamonte. 76

Otros núcleos más alejados de las áreas centrales, fueron los centros de Flores y en menor medida Belgrano, pero especialmente ase concentraba en los barrios del sur, que habrían sido aquellos en donde se diseminó parcialmente la prostitución local.

En aquellos parajes pobres y prostibularios de La Boca y de Barracas, Manuel Gálvez ubicó el drama de los personajes de aquella que sería su novela más famosa, Historia de Arrabal: "Mejor vestida, con habilidades que antes no sospechara para arreglarse y gustar a los hombres, Rosalinda conoció, en el sur de la ciudad, por medio de otras muchachas, varios disimulados lugares de mal vivir”.77

Pero no todos los lugares de mal vivir eran tan disimulados. Más aún, el autor describió vividamente un prostíbulo de comienzos de la década de 1920, cuya curiosa tipología hace pensar que las formas de estas construcciones –precarias o no- cumplían con funciones para una sociabilidad más compleja que los burdeles de la zona norte de la ciudad: A la protagonista le llama la atención el movimiento de personas: “(…) Eran las gentes que salían de un lugar próximo, frecuentado por marineros e individuos maleantes, mezcla de cinematógrafo y prostíbulo, llamado el Farol Rojo porque ostentaba al frente un inmenso fanal de luz bermeja”.78

Unas páginas después, ampliará aquella descripción preliminar, confirmando que se trataba de un lugar bien conocido en la zona, de cuya existencia real no quedaban dudas:“(...) A pocos pasos, el fanal sangriento de El Farol Rojo derramaba su luz trágica sobre las calles y las vecinas casas (...) Entraron en aquel lugar, que Rosalinda no conocía. Era una mezcla de bar, salón cinematográfico y lenocinio. Un largo patio de tierra, un techo de cinc y cuartos cuadrando el patio. 79 Algunos años después -en 1929- un poema de Enrique Cadícamo, que quizás fue la letra de un tango del que se desconoce la música, regresó al lugar y dio algunas presiones. Se llamaba (como si no) El farol colorado:
“Hubo hace muchos años,
en la Isla Maciel,
un turbio atracadero de la gente nochera,
ahí, bajaba del bote la runfla calavera,
a colocar su línea y tirar su espinel.
Se llamaba ese puerto El Farol Colorado,
Y en su atmósfera insana, en su lodo y su intriga,
Floreció la taquera de la lata en la liga,
de camisa de seda y de seno tatuado.
……………………………………………
La pianola picaba los rollos de los tangos.
El cine picaresco iba horneando el ambiente
Y del patio llegaba una copla indecente”.80


Según Albert Londres, La Boca era también el reino de los polacos, es decir de la mafia de Migdal. Su relato sucede sólo en cinco años al de Gálvez y es casi contemporáneo al poema de Cadícamo, lo que hace pensar más en un tenso deslinde de jurisdicciones que en una convivencia pacífica entre bandas. No obstante, allí también aparecen los prostíbulos organizados, que “(…) son las casitas de La Boca. Son insospechables. Las
salas de recepción son simples patios, solamente iluminados por un farol. Este patio no me despierta otro recuerdo que el del corredor secreto de un fumadero de haschish en El Cairo. / Ni una palabra, ni un gesto. Los hombres, en lugar de estar encuclillados están parados, las espaldas apoyadas contra la pared. Humildes, pacientes, resignados, como pobres que esperan en invierno en la puerta de la oficina de beneficencia”.81

El disimulo y el bajo perfil sostuvo también aquí, como un valor inalienable, a la actividad prostibularia. Pero no obstante, es posible que el relato que mejor haya condensado la complicada trama de valores culturales, intereses económicos y órdenes sociales que se daban cita en los burdeles, sea el presupuesto necesario para instalar un prostíbulo, que el Astrólogo pone a consideración del resto grupo, en Los siete locos:

“10 juegos de dormitorio, usados…..……….… $ 2000
Alquiler de la casa mensual………………….…” 400
Depósito, tres meses………………………..…...” 1200
Instalación, cocina, baños y bar………………..” 2000
Coima mensual al comisario…………………...” 300
Coima al jefe político para la concesión.............” 2000
Impuesto municipal mensual………..….........….” 50
Piano eléctrico……………………………...….” 1500
Gerenta…………………………………………” 150
Cocinero………………………………………...” 150
TOTAL……………………….…….……….….” 9900”.82

El texto, escrito en 1929, puede tomarse, además como el cierre de este último ciclo, al menos en el sentido que refiere a un cambio de mentalidad. A comienzos de la década de 1930, el prostíbulo deja de ser el gran problema de discusión para las autoridades que fue en las dos décadas precedentes. La ironía y el tono satírico que se permite Arlt revelan que las problemáticas que aquí se banalizan está dejando lugar a otras, acaso tanto o más serias y determinantes.

Luego del Reglamento de 1917, se dictaron varios decretos, resoluciones y ordenanzas de distinto calibre sobre la prostitución en 1919, 1924, 1925, 1927, 1932 y 1934 pero ninguno de ellos implicó un cambio de rumbo sustancial en cuanto a los hechos reconstruidos en los años anteriores. El proceso abolicionista que había comenzado justamente en aquel año de 1919, tuvo éxito recién en 1936, con la ley Nacional Profilaxis. En la Capital Federal y en todo el resto del país la prostitución pasó a ser un delito. 83

UN CIERRE PROVISORIO

Las primeras dos secciones expuestas tuvieron objetivos muy concretos. En “La prostitución como objeto de estudio en la historia social”, se tuvo que dar un paso tan arriesgado como ineludible, tanto y en cuanto buscó establecer un estado de la cuestión para un tema, con presupuestos teóricos disciplinarmente traducidos. No obstante la revista, aunque somera, de la historia social de la prostitución, entiendo fue el único corpus crítico al que podía acceder para dar dimensión historiográfica y cierta apoyatura teórica a un objeto de estudio sin demasiados antecedentes y que, básicamente, carecía de ella en relación a sus aspectos físicos y urbanos.

La segunda parte, “Espacios privados, cuerpos públicos” que a los ojos de algunos puede resultar innecesaria, realmente lo fue para mi. Me refiero a la necesidad estricta de sistematizar algo del conocimiento –disperso y poco accesible- que se tiene de la arquitectura y los lugares prostibularios en general dentro de los recorridos clásicos de nuestra cultura occidental. Se trató de “un largo aliento” que puede tener puntos azarosos pero no arbitrarios. Debo admitir que la reunión de ese material llevó más tiempo de lo esperado y que los resultados no fueron los imaginados. Aun así quise exponerlo a la consideración pública.

En cuanto a la tercera parte quiero detenerme bastante más. Si bien en esta etapa de la investigación me resulta un poco temerario arriesgar conclusiones de cierto espesor conceptual, supongo que el trabajo ha sido útil para identificar algunos nudos problemáticos. Creo que los más significativos son:

1. El uso de fuentes para una historia de la prostitución desde la perspectiva de la historia urbana o, dicho de otro modo, la posibilidad metodológica de construir una historia de los burdeles y no de las prostitutas. La primera sección de este trabajo intentó mostrar algo de un universo, que fue recorrido muchas veces por otros autores bajo las lógicas impuestas por los objetos de estudio que desarrolla la historia social, por no
mencionar a la problemática de género o a la antropología urbana, cuyas epistemologías escapan enteramente a mis posibilidades interpretativas.
Un ejemplo claro son los textos de la abundante cantidad de reglamentaciones consultadas, que casi siempre fueron citados según artículos considerados no relevantes o complementarios por los historiadores sociales. 
No obstante, falta trabajo y existe plena conciencia de la ausencia que implica una importante cantidad de autores que aún no han sido revisados y de muchas fuentes significativas que aún no fueron consultadas.

2. La relación entre la implantación y el lenguaje arquitectónico de los prostíbulos y la imagen de la ciudad, que en rigor fue uno de los ejes de debate más transitados en la legislación correspondiente. En primer lugar, debe anotarse la necesidad histórica de asimilar a los burdeles con un entorno urbano “respetable”, unida a los continuos esfuerzos por mantener a las casas de tolerancia alejadas, no sólo de otras actividades
cotidianas como la educación y el culto y otras diversiones más “sanas” como el cine y el teatro, sino también de alejarlos de los espacios públicos importantes o su cercanía, como lo fueron plazas, mercados y avenidas principales. Es posible que esta relación constituya una nueva vía de análisis sobre el pensamiento (y las lógicas y las representaciones) de algunos sectores de la sociedad de Buenos Aires sobre si misma.

En segundo término, un desprendimiento de estas cuestiones es la manifestación explícita de que un prostíbulo, además de generarse por la adaptación de cualquier construcción existente –desde el reglamento de 1875 hasta el “presupuesto” de Roberto Arlt- pudo haber sido construido ex profeso para ese fin. Así lo indican las normas sobre implantación, cantidad de cuartos, pisos, fachadas e instalaciones sobre las que abundaron las reglamentaciones. Este tema, esbozado apenas, espero constituya el núcleo central de la fase siguiente de la investigación.

3. La necesidad de estructurar la narración a través de ciclos, no por la periodización impuesta por el método histórico en general, sino por la posibilidad comprensiva que ofrece una lectura por fases o etapas. Se puede afirmar que, más allá de la existencia de una historia social de la prostitución, es posible reconstruir una narración que dé cuenta de los hechos, desde una metodología generada por la dinámica misma del objeto de estudio.
Más allá de lo afortunado o no de los eventos seleccionados, la secuencia de la legislación pertinente, tuvo la ventaja de partir de un corpus consistente de ideas y una fuente homogénea para un recorrido diacrónico.
Los cambios de reglamentos hablan de un debate y un problema que no era otro que el debate y el problema de la ciudad misma, que tenia que cambiar al ritmo que el ingreso de los cambios a todo nivel le estaba imponiendo. El hilo conductor establecido, también permitió iluminar estos cambios, en la medida de que el problema prostibulario resultaba un microcosmos de la propia Buenos Aires.

4. Pensar en definitiva que el prostíbulo pudo obrar como un microcosmos de la cultura porteña de las tres primeras décadas del siglo XX, en la medida que tuvo la capacidad de condensar la mayoría de los grandes temas de la ciudad y de la sociedad de aquellos años, según los pares dialécticos de saludable y enfermo; puro e impuro; privado y público; legal y clandestino; nacional y extranjero; inmigrante y criollo; central y
barrial; moderno y tradicional; decente e indecente; culto y popular.

Con estas ideas esperamos emprender la próxima etapa, donde la construcción de un campo problemático deje lugar a la formulación de hipótesis con mayor consistencia.

Horacio Caride Bartrons, invierno de 2009


41-   En 1894, Enrique Revilla, un médico asesor de José María Ramos Mejía en el Departamento Nacional de Higiene calculó las muertes en dieciocho mil, es decir exactamente el 10% de la población de la ciudad. Cit y cfr. Salessi, Jorge, p. 87.
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   En 1894, Enrique Revilla, un médico asesor de José María Ramos Mejía en el Departamento Nacional
de Higiene calculó las muertes en dieciocho mil, es decir exactamente el 10% de la población de la
ciudad. Cit y cfr. Salessi, Jorge, p. 87.
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mil, es decir exactamente el 10% de la población de la
ciudad. Cit y cfr. Salessi, Jorge, p. 87.
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42 - Cfr. Armus, Diego, 2000, p. 509 y ss.
43- Cfr.Bourdé,Guy,p.115.
44- Cfr. Caride Bartrons, Horacio, pp. 67 y ss.
45-  Cfr, Carretero, Andrés, p. 27. Si bien se trata de reglamentaciones conocidas, aún no he podido acceder al texto original de las mismas. No así la ordenanza de 1871 sobre los inquilinatos, cuyo ejemplar se conserva en la biblioteca de la Legislatura de la Ciudad
46-  Cfr,. Armus, Diego, 2007, p. 176; Carretero, Andrés, pp. 42-44, Guy, Donna, p. 130 y Salessi, Jorge, p. 76. Es un hecho conocido que su momento se ubicó el origen de epidemia de 1871 en un conventillo de San Telmo
47- Rawson, Guillermo, pp 82-84
48 - Ver Apéndice documental, texto Nº 1
49 – Ibidem
50 Ibidem.
51-    Foucault, Michel, p. 59. A continuación, Foucault cita a François Lanthenas: “¿quién deberá denunciar por lo tanto al género humano a los tiranos si no son los médicos que hacen del hombre su estudio único, que todos los días en casa del pobre y del rico, en casa del ciudadano y del más poderoso, bajo la choza y las moradas suntuosas, contemplan las miserias humanas que no tienen otro origen que la tiranía y la esclavitud?”.
52- Actas del H. Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires del año 1894, p. 629
53- Ibidem
54- Cfr. Carretero, Andrés, pp. 57 y 58.
55-  “Excusiones urbanas. Por todos los barrios”, La Nación, viernes 21 de octubre de 1904.
56- Ver Apéndice documental, texto Nº 2. D. E*. , Departamento Ejecutivo
57- Cfr. Guy, Donna, pp. 80 y 81
58 “Espectáculos inmorales. Represión Necesaria”, La Nación, lunes el 5 de junio de 1905.
59-   “Sobre moral y salud públicas. Co misión au xiliar de la Piedad”, La Nación, viernes 14 de julio de 1905.
60- Ordenanzas de la Municipalidad de Buenos Aires sancionadas en el año 1905, p. 116.
61- “Moralidad pública. Las casas amuebladas”, La Nación, domingo 5 de noviembre de 1905.
62- Ordenanzas de la Municipalidad de Buenos Aires sancionadas en el año 1907, pp. 168-169.
63- Ibidem, p. 169.
64-   Esta alteración tenía un antecedente en la ordenanza del 16 de diciembre de 1895, que había permitido la radicación de prostíbulos a sólo una cuadra iglesias y escuelas, en la Parroquia de San Juan Evangelista.
65- Ordenanzas de la Municipalidad de Buenos Aires sancionadas en el año 1907, p. 169.
66- Ordenanzas de la Municipalidad de Buenos Aires sancionadas en el año 1917, p. 425.
67- Ibidem, p. 426
68-  Acaso por razones profilácticas u otras que aún resta establecer, el intendente Llamb ías fue un defensor de la prostitución legal, oponiéndose a los intentos de abolirla durante su mandato,como el encabezado por concejal socialista Angel Giménez. La aparición de los documentos relativos a los barrios prostibularios matizan (acaso cuestionan) la interpretación de Donna Guy sobre el papel de Llambías en este proceso. Cfr. Guy, Donna, p. 141.
69-  De Ortú zar, Alejandro, “Temas generales. In iciat ivas de la Dirección General del Departamento de Obras Públicas de la Municipalidad de Buenos Aires durante el año 1918”, revista La Ingeniería, Buenos Aires, enero de 1919, p. 467.
70- Cfr. Ib idem.
71- Londres, Albert, p. 94.
72- Cfr, Go ldar, Ernesto, p. 75.
73- Cfr . Feirstein, Ricardo, p. 279
74- Cfr. Alsogaray, Julio, p. 159.
75- En este punto quiero reiterar mi agradecimiento a Diego Benvenuto por la elaboración de este mapa. Para su construcción se utilizó un Mapa Interactivo del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires http://mapa.buenosaires.gov.ar/sig junto a otro de Google Maps – Buenos Aires, Argentina. Somos concientes del anacronismo resultante de aplicar una base de plano actual a una ciudad de la década de 1930, pero la carga de datos no permitía otra posibilidad. Confiamos que un trabajo posterior, podrá solucionarlo.
76- Borges, Jorge Lu is, tomo 1, p. 159.
77 Gálvez Manuel, p. 50
78- Ibidem, p. 11.
79- Ibidem, p. 46.
80  http://martignoni.wordpress.com/2007/ 11/ 26/apuntes-para-una-historia-de-la-prostitucion-en-buenos-aires-1920-1940/ Citado el 09 09 2009.
81- Londres, Albert, p. 136.
82- Arlt, Roberto, p. 141.
83- Su texto co mpleto, en Apéndice documental, Texto Nº 3.









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