Testimonio de Prostitución
Esta es una historia de trata de
personas, pero no nos confundamos, es fundamentalmente una historia de
prostitución, simple y a secas. La trata de personas es la forma penal en la
que bajo determinadas condiciones se produce la captación y explotación sexual.
Constituye el 95% de las personas en prostitución, el resto, el 5% son captadas de manera “suave”, sin una
violencia explícita, pero siempre abusando de una situación previa de
vulnerabilidad, por eso también podrían ser considerados casos de trata de
personas que no encajan en el tipo penal.
Una vez más se comprueba que el
delito de trata de personas es un medio por el cual son sometidas las mujeres
necesarias para el funcionamiento de los burdeles o la prostitución callejera,
de ahí que no puedan ser separadas la trata de la prostitución, son dos caras
de la misma y única moneda. También demuestra que la mayoría de las mujeres y
niñas, no importa cual fuere su condición, no imaginan ni quieren a la
prostitución como una posible salida de sus estrecheces. La llamada
“voluntaria” es minoritaria, estadísticamente irrelevante y cuando se la
explora, encontramos los mismos elementos que en el resto de los casos.
El prostituidor-putero-“cliente”
que va a un prostíbulo o las acecha en la vía pública, podrá saber esto, pero
no le interesa, al contrario, esa situación agrega más condimento al acto
basado fundamentalmente en el sometimiento.
La historia de Sandra es la de tantas niñas y mujeres que son prostituidas, que no se reconocen a sí mismas como víctimas y que son capaces de decir que lo hacen por propia voluntad. No es un caso especial ni extraño, es parte del mundo de la prostitución.
Alberto B Ilieff
14
de setiembre de 2015
Trata de personas: la historia de
Sandra
Es
uruguaya pero pasó también por Argentina y Europa. La primera que la explotó
fue su propia madre. Un accidente de tránsito en Italia la dejó en silla de
ruedas pero, paradójicamente, le permitió liberarse de la red de trata.
El
proxeneta y su esposa iban en los asientos de adelante. Sandra Ferrini comía un
sándwich en la parte de atrás. En cada mordisco dejaba caer las migas sobre el
tapizado, en lo que entendía una inocente venganza. Un camión embistió al auto
en el que viajaban y a otros nueve vehículos. El espectacular choque fue
titular en la prensa italiana. Sandra sobrevivió, pero quedó por un tiempo en
silla de ruedas. Aquel accidente de 2005 fue, paradójicamente, uno de los
momentos más felices de su vida. La red de trata que la explotaba desde hacía
37 años la dejó tirada ?y libre? en la calle.
"La máquina dejó de
funcionar".
Durante
la entrevista con el diario El País de Montevideo pide no abrir las cortinas,
está acostumbrada al encierro. Su historia, como la de 21 millones de personas
en el mundo que son objeto de trata según la Organización Internacional de
Trabajo, transcurre en penumbras. Apenas parte del Estado y las ONG que se
ocupan de dar cobijo a las mujeres explotadas sexualmente, toman dimensión del
asunto. El Paso, una de estas organizaciones uruguayas, atendía hace tres años
a una víctima por semana. Hoy llegan a cinco.
El
dinero, estimado en 150.000 millones de dólares anuales a nivel mundial y
apenas por debajo del narcotráfico, sumado a la larga utilidad del
producto-máquina-persona, explica el poderío de este "negocio".
Sandra llegó a "valer" 1.000 dólares en Italia y el doble en España.
Todo para que la dejaran hablar con su hijo o que su padre permaneciera con vida
un día más.
La
primera vez fue cuando tenía ocho años; su madre la vendió a un vecino del
Cerrito de la Victoria. La niña debió cruzar el cantero que separaba ambas
casas y vio al hombre cuando su esposa no estaba. En el dormitorio, aquel
adulto de rasgos agresivos, recuerda, le hizo algo que a ella le dolía, pero no
lograba comprender qué era. Su madre esperó en el living, cobró y se fue. En
los días? y años? siguientes Sandra fue el recipiente en el que otros vecinos y
sus amigos depositaron su goce y los valores de una sociedad machista.
"A
los 14 años conocí al joven D. Me prometió que iba a sacarme de aquel infierno
y me llevó a vivir a un hotel en Paso Molino. Me contó que robaba y que con esa
plata íbamos a comer", recuerda Sandra como flashes, otra de las secuelas
que le dejó la explotación. Pero al tercer día de su "nueva" vida, el
"compañero" le manifestó que la Policía lo buscaba y que ella debía
salir a la calle. "Ya lo hiciste más de una vez". Esa fue la excusa.
"Si no, mato a tu viejo". Esa fue la amenaza.
Puede
que para cualquier mortal la primera pregunta sea: ¿cómo no escapó? "Es
difícil tener opción cuando la persona está en situación de vulnerabilidad,
sufre maltrato y amenazas", explica Sandra Perroni, coordinadora del
servicio de atención a víctimas de trata de la ONG El Paso y del Mides. Por eso
a la hora del reclutamiento ?el primer paso de toda red? hay un juego de
seducción y otro de fuerza.
A
sus 55 años, Sandra Ferrini no tiene casi familia. Tuvo cuatro hijos: uno murió
a los pocos días de nacer, otro se suicidó, a un tercero lo robó la red en
Italia y al cuarto no lo ve desde que su historia se hizo pública en una
película y sus nietos conocieron el verdadero trasfondo. La madre, a quien
nunca denunció por temor, murió. Su padre, que trabajaba "todo el
día" y era la razón por la cual Sandra intentaba no bajar los brazos,
también.
Más
de una vez Sandra pensó en suicidarse. De hecho, tras el primer parto que fue
complicado y por cesárea, le aconsejaron no volver a embarazarse. Y ella lo
buscó adrede: era su mecanismo para morir feliz. En las muñecas tiene las
cicatrices de los cortes de la adolescencia. En el pecho tiene las marcas de
los senos que le extirparon: el aceite de avión que le obligaron a inyectarse
(por eso de que era "chatita") terminó generándole un cáncer. Y ahora
la huella física que más la aqueja son unos "tumorcitos" en el
cerebro consecuencia de cuando la "surtían a palos".
Sandra
debía trabajar desde la mañana hasta la madrugada. Empezó parándose en Bulevar Artigas
y Francisco Gallinal. Todo el dinero iba para el joven D., quien repartía lo
recaudado con la madre de ella. Luego "atendió" en whiskerías de la
Aduana, en Argentina y el interior. Hasta que la llevaron a Paysandú, con la
excusa del velorio de una conocida del joven D., para sacar un pasaporte falso
(con los años pudo desmontarse esa pata de las redes que contaba con el apoyo
del Estado). Fue así que le ofrecieron-amenazaron para ir a España. "Las
promesas fueron seis meses de trabajo y después la libertad". Pero aquello
fue el infierno. O al menos la puerta de entrada.
El
caso de Sandra es uno más de los testimonios de uruguayas que fueron reclutadas
y llevadas a Europa en la década de 1990. "Esa modalidad aún no
terminó", dice el sociólogo Pablo Guerra. Lo novedoso, explica, es que
Uruguay "volvió a ser un país receptivo de las redes". Es que las
rutas van cambiando según la situación de los países. En 2008, con la crisis
económica que golpeó a Estados Unidos y a Europa, Uruguay pasó a transformarse
en zona de tránsito y destino.
Así
lo advirtió el Departamento de Estado de Estados Unidos el pasado julio:
"Uruguay es un país de origen, tránsito y destino para hombres, mujeres y
niños explotados en tareas de trabajo forzoso y trata con fines sexuales (...)
Mujeres de la República Dominicana (y, en menor medida, mujeres de otros países
sudamericanos) son explotadas en Uruguay".
Solo
en 2014, el Mides atendió 113 posibles víctimas de trata con fines de
explotación sexual y otras cinco por trata laboral. Del total, 97 eran
ciudadanas dominicanas. No en todos los casos la Justicia pudo comprobar el
delito. Hasta ahora ninguno de los dos juzgados especializados en Crimen
Organizado identificó la trata para el trabajo doméstico, una de las
advertencias que realizan las ONG.
Con
todo, muchos relatos continúan ocultos. "Hay veces en que la víctima no es
consciente de que es víctima", explica Perroni. Otras, como en el caso de
Sandra Ferrini, la persona teme denunciar por desconfianza en las
instituciones.
Sandra
no sabe a ciencia cierta cuántos integraban la red que la llevó a Europa.
Recuerda que en el primer viaje eran tres proxenetas uruguayos que sólo se
encargaban de "custodiar" a siete chicas. "En el avión teníamos
prohibido hablar con la gente, conversar entre nosotras y hasta nos negaban ir
al baño", recuerda, pero cada vez que consideraba la posibilidad de
escaparse, la amenaza de matar a su hijo o a su padre aparecía como por arte de
magia y le hacía cambiar de opinión.
En
España no alcanzó a estar un mes. El joven D. y sus secuaces le habían
advertido de no hablar con los gitanos. Si algo aprendió Sandra durante su
explotación es que cuando le impedían "algo", ese "algo"
podía ser su salvación.
En
una de esas noches en que la obligaban a bajar a la plaza para cobrar 34.000
pesetas por 15 minutos de sexo (aún no estaba el euro), fue hasta un bar. Se
puso a jugar con una máquina tragamonedas al lado de un gitano y le rogó que la
ayudara a escapar. Así fue, metralletas mediante, que a la mañana siguiente la
sacaron de la pensión y le dieron dinero para hospedarse en Madrid a la espera
de que el Consulado de Uruguay la repatriara. Fue cuestión de pisar Montevideo
cuando su madre ya le tenía prontas las medias para que se parase esa misma
noche en Bulevar y Gallinal. No tuvo opción.
Con
Sandra lo que funcionó fueron las amenazas y los golpes. Al tiempo de su
regreso a Uruguay, el joven D. la encontró. Le apuntó con un arma y la obligó a
viajar a Italia. Era el Mundial de fútbol, lo que facilitó su ingreso. Estuvo
en Milán, en Roma y en Sicilia. "Ahí eran las peores condiciones... Dormía
en camas que compartía con otras chicas, nos llevaban al supermercado y no nos
dejaban comprar preservativos, teníamos prohibido hablar con desconocidos,
debías ir a trabajar cuando ellos querían, no podíamos estar más de tres veces
con el mismo cliente y cuando estábamos menstruando nos decían: La máquina
pierde aceite". Hace una pausa. "Y desde Uruguay, mi madre me cobraba
US$ 2.500 por hablar con mi hijo por teléfono".
Hasta
que un día, en 2005, la máquina dejó de funcionar. Por los maltratos que
recibió en el hospital, después del accidente, obtuvo dinero con el que
construyó su humilde casa en Uruguay.
Puede
que el joven D. y los otros integrantes de la red sigan trabajando en Italia.
Son los vestigios de esos uruguayos que montaron redes en Europa, los mismos
que fueron "desplazados por los rumanos", cuenta el subcomisario
Mezquita. A Sandra lo único que le importa es que "ninguna chica
pase" por su situación. Pero por ahora, advierte el sociólogo Guerra,
"hasta en el pueblito más chico uno puede encontrarse casos". Y para
eso no hace falta tomarse un avión.
La víctima
Seis
de cada 10 víctimas de trata tuvieron una infancia muy problemática, revela una
investigación de Pablo Guerra. El sociólogo se centró en las mujeres que
ejercen la prostitución, y constató que 3,2% de las encuestadas fue víctima
directa y el 42% tiene conocimiento de algún caso.
El
ofrecimiento de un trabajo muy bien pago y con posibilidad de hacer dinero en
poco tiempo suele ser el mecanismo de seducción.
En
Uruguay no se han comprobado casos de raptos asociados a redes de trata. En
República Dominicana dicen que en Uruguay se gana US$ 2.000 al mes. Otras
estrategias son las amenazas y la utilización de drogas.
El
98% de la explotación sexual a nivel mundial es femenina y de personas trans.
Otros tipos de trata, como la laboral, suelen darse en la pesca, el trabajo
doméstico y el cuidado de adultos.
Fuente:
Diario El País de Montevideo
http://www.elentrerios.com/interes-general/trata-de-personas-la-historia-de-sandra.htm
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