Testimonio de prostitución
Esta entrevista se publicó en el número 41, Febrero/Marzo de
2001, de la revista "La Luciérnaga" de Córdoba Capital . Dicho número
fue dedicado íntegramente al tema de la prostitución, principalmente haciendo
foco en la niñez, como respuesta a una investigación sobre explotación sexual
infantil que UNICEF realizó entre 1998 y 1999, y que se presentó en Córdoba
Capital a fines del año 2000. La nota no tuvo ninguna repercusión. Algunos
meses después, ésta mujer, así como Oscar Arias de la Luciérnaga (al parecer el
autor de esta entrevista), fueron reporteados en el programa televisivo "A
decir verdad" del periodista Miguel Clariá. En ese mismo programa estaba
el entonces Fiscal General de la Provincia, Marcelo Brito, quien dijo que se
ocuparía del asunto. En los días siguientes se allanaron dos o tres prostíbulos
sin resultados positivos.
Inocencia Mutilada
Seguramente desnutrida, ella era también extremadamente
diminuta y callada, casi sombría, pasando prácticamente desapercibida entre sus
pares.
Sin embargo, con sus cortos años y a pesar de su condición
de mujer, ya era líder. Pero no cualquier tipo de líder: ella militaba en esa
categoría de quienes manejan los hilos sin necesidad de acaparar roles,
sabiendo delegarlos en beneficio de un grupo que se sabe así protegido. Al más
fuerte le asignaba el deber de la pelea; al más rápido, el arrebato; al más
astuto, el robo “al descuido”; al más triste la tarea de dar lástima, la tarea
de manguear.
Sus silencios, en algún momento del día, se transformaban en
una explosión de furia y llanto desproporcionado a juzgar por sus motivaciones
aparentes. La mirada de un policía o una de las innumerables “malas palabras”
de un compañero, desataban una reacción feroz que no reconocía consecuencia ni
riesgos.
Algo en ella se movilizaba más allá de su destinatario
circunstancial, como quien enfrenta el mismo fantasma que se encarna en
sucesivos rostros o en multitud de manos.
Todos los días con sus noches, ella y sus compañeros iban
creciendo a cielo abierto, a la vista de todos, en el epicentro mismo del
desamparo: la Plaza Colón de nuestra docta ciudad. Durante años permanecieron
ahí. ¿Podrá alguien explicar la paradoja por la que de tanto mirar se deja de
ver?
Quizás el que sepa responder tenga la clave para la comprensión
de tanto abandono social.
Nos conocimos hace una década aproximadamente mientras
aprendía a dar mis primeros pasos como operador de calle. Ella tenía diez años
y yo veintiséis.
Desde entonces la vida y las circunstancias nos hicieron
coincidir en diferentes escenarios. Debajo del puente, en casas usurpadas o en
la esquina de limpiar vidrios, fuimos compartiendo historias que derivaron
inevitablemente en un vínculo. Quizás sea por eso que me acostumbré a compartir
con ella lo que pienso, como si ella ejerciera cierto “control de calidad”
sobre la pertinencia de ciertas ideas que buscan abarcar la marginalidad de
tantas vidas como la suya. Una manera de legitimar mis lecturas sobre dolores
ajenos, a los que no me acostumbro.
Cuando decidimos hacer una revista sobre prostitución
infantil le dije, sin saber que iniciaba un diálogo del que no salí siendo el
mismo:
- Es un tema muy duro para hablar, casi no sé cómo
preguntarte.
Ella fue al grano, sin sutilezas:
- La gente que me rodeaba cuando era chica, todos estábamos
en ese mundo.
- Te estás refiriendo al tema de la prostitución…
- No sólo existe la prostitución de las nenas chiquitas,
sino también de los varoncitos…Sí, existe de las nenas y los nenes. A la
mayoría de los hombres les gustan las criaturas. ¿Cómo te puedo decir? Las
menores, no sé como se les dice…
- ¿Es diferente la prostitución en los chicos que viven en
la calle?
- Sí. La prostitución es muy común en los chicos que andan
solos en la calle. Porque se prostituyen por necesidad, para que alguien cuide
que nadie les pegue o para comprar fana, para drogarse.
Transcurrió densamente un largo silencio. Un silencio pesado
y delator.
Por un lado, silencio incómodo que invitaba a tomar la
palabra. A la vez, sentía pudor de invadir ese silencio que delataba algo
fuerte ocurriendo en su interior. No sé cuánto tiempo pasó hasta que continuó
diciendo:
- Bueno, te voy a contar una historia… Yo me fugué de mi
casa cuando mi papá se separó de mi mamá, la primera vez, cuando ella se fue…
mi papá le pegaba… Nos fuimos con mis hermanos a la calle, a la Plaza Colón. Y
ahí vino una pareja normal, nos preguntaron si teníamos dónde dormir… Y nos
llevaron a su casa, ahí tenían varios chicos, nosotros no éramos los únicos.
Ellos tenían un celular adonde la gente esa los llamaban. Nosotros creíamos que
eran gente que nos buscaban para dormir en sus casas, pero no era así. Los
llamaban y nos sacaban a todos, en fila y nos elegían. Íbamos a muchos lugares.
Me acuerdo que yo conocí Alta Gracia, Carlos Paz, Río Cuarto… nos llevaban
ellos.
- ¿Qué edad tenías?
- Siete años.
- En Alta Gracia había como un tipo boliche… ahí nos hacían
cosas. No sólo a nosotras las nenas, a los varones también. Bueno, no sé si te
habrás dado cuenta de que no parezco una mujer, no me gusta la ropa de mujer,
no me gusta vestirme como mujer… eso cambió en mí. A mí no me gusta ser mujer,
pero tampoco me gustaría ser hombre. Yo supe tener problemas con mi marido, no
nos llevábamos bien con ese tema. No sé si me entendés…
- Sí, claro.
Otro silencio se
instaló entre nosotros. Pero esta vez ella tembló desencajada, con un llanto
mudo de dientes apretados. Me hubiera gustado abrazarla, pero una vez más
preferí no invadir lo que intentaba decir. Su llanto era también una forma de
decir. Casi balbuceando siguió:
- Ellos nos hacían cosas malas. Y le pagaban a la señora. Y
mi hermano salía a robar también para ellos. Como a los diez años de edad me
alejé y mi hermano también. Creo que en estos momentos están presos.
- ¿Eran un matrimonio de barrio X?
- ¿Los conocés?
- Sí, yo sabía que hacían trabajar a los chicos, pero no
sabía que los hacían prostituir. ¿Era esa gente?
- Sí. Ellos están presos, creo…
- No, no está ninguno preso. Estuvieron por droga, pero ya
salieron. Pero no tengas miedo, esta entrevista es más que anónima…
- Yo no sabía que habían salido.
- Sí, hace mucho.
- Nos hacían mucho más que trabajar. Aparte, teníamos a
veces relaciones entre nosotros.
- Porque dormían en la misma cama…
- Y cuando se drogaban, cuando tomaban.
- ¿Ellos se drogaban y los instaban a que ustedes tengan
relaciones?
El silencio esta vez es una simple metáfora del sí.
- ¿Cuánto duró eso?
- Hasta que tuve diez años. Cuando yo lo conocí a mi marido,
yo seguía en eso.
- A ver si te entiendo: a los diez años vos te fuiste de
ellos y volviste a la calle.
- En Plaza Colón, ahí hay gente que va a levantar chicos…
- O sea que tenías diez años, once años y ya no trabajabas
para esta gente, pero estabas acostumbrada a ganarte la guita así.
- Hasta los doce que yo conocí a mi marido.
- ¿Y él que edad tenía?
- Diecinueve. Él me sacó de todo eso.
- Esos dos años, ¿viviste sola o con tus hermanos?
- No, mis hermanos viajaban con esa gente… Dos de ellos, los
otros estaban en colegios internados (institutos de menores). Uno de mis
hermanos tenía seis años cuando lo engancharon esos tipos…
- Cuándo lo empezaron a hacer trabajar.
- Sí. Y no era siempre gente pobre, éstos más bien parecían
gente de mucha guita.
- Los clientes, los que pagaban.
- Sí. Hasta el día de hoy, no lo pudimos hablar con mi
hermano. Ésta es la primera vez que lo hablo.
- Es increíble que seas tan fuerte. Ni vos lo debés saber…
- No lo soy.
- ¿Cómo que no? Si uno te ve, siempre para adelante,
tratando de llevar la familia, preocupándote por otros. Si eso no es ser
fuerte… Ser la gran madre que sos.
- Ojalá fuera fuerte.
- Quisiera saber si es verdad que los nenes que andan en la
calle, justamente para que no los abusen, andan con olor a casa, olor a pis,
sucios… como una manera de protegerse.
- Mirame a mí, no ando así orinada, soy una mujer, soy madre
y mirame…
- Vos no querés que te desee nadie.
- Claro. Me gustan los hombres, por supuesto, pero…
- Vos no querés que los hombres te elijan, no querés que te
vean… ¿Nunca se te cruzó nadie en el camino para pedirle ayuda?
- No, no podés zafar. Nosotros zafamos porque… no sé. Porque
nos hicieron de todo, y de eso no se zafa. Si vos le das mucha ganancia a
ellos, te buscan, no te dejan ir.
- Esa gente no está más, pero ¿todavía sigue habiendo otra?
- Por supuesto que sigue habiendo. Los chicos de la calle
andan con los que lo levanten… esos, los pucheros, ¿viste? Te levantan y te
pagan por hacerles algunas cosas. Y los chicos lo hacen. Los más buscados son
los más rubiecitos. Eso sí, te visten, te dan de comer bien… pero eso no te
sirve de nada. Yo, cuando limpio vidrios y estoy ahí, hay tipos que te dicen
“Vení, yo te pago allá, porque cambia el semáforo”… y es para eso. Por supuesto
que los rechazo, pero algunos insisten.
- ¿Creés que a esas nenas crecen limpiando vidrios, las
expone más el ser nenas?
- No hay mucha diferencia. Porque el mundo está tan loco que
a los hombres les da lo mismo si es mujer u hombre, si es niño o niño.
- ¿Pensás que a pesar de esto que has vivido, esto tan duro
que te marcó, te quedan esperanzas en la vida, un motivo para soñar?
- La única esperanza que yo tengo es que mis hijos salgan
limpios de toda esta mierda que hay en la calle. Ojalá Dios me dé vida y pueda
ver que mis hijos tengan su familia, que no tengan necesidad de robar, ni hacer
nada, ni andar en la calle. De mí… tengo ya mi edad… ya viví.
- ¿Te tenés fé?
- Sí.
- Yo también.
La Luciérnaga - Nº 41
– Febrero Marzo 2001 – Pgs. 14-16
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