Testimonios de prostitución
Huschke Mau
Por qué los hombres
buscan mujeres prostituidas y qué piensan de ellas
Nota de la traductora: “El putero” se designa en alemán con
la expresión “der Freier” que significa
“el pretendiente” o “el que está libre”.
Al lado de mi escritorio hay una caja en la que guardo los
malos recuerdos. Cada vez que tengo un flashback o un “pensamiento intrusivo”
lo escribo rápidamente en un papel, lo meto en la caja y cierro la tapa. La
caja está prácticamente llena. Hoy he removido algunos recuerdos de esa caja
porque quería escribir un texto sobre los “pretendientes”. Y sí, digo
“pretendiente”, palabra derivada de “cortejar a alguien”, como “ir de cortejo”,
y que es un eufemismo para el abuso sexual que cometen los “pretendientes”
(léase puteros o prostituidores) en la prostitución y uno de los muchos
ejemplos que muestra que vivimos en una sociedad donde la violencia sexual
contra la mujer está aceptada, normalizada y subvalorada. El nombre
“pretendiente” lo uso, sin embargo, por falta de alternativas y porque las
mujeres prostituidas llaman de esta manera a los “clientes” y, sí, porque se
puede escuchar un toque despectivo en este término. Intencionadamente no digo
“comprador de sexo” porque en la prostitución no tiene lugar el sexo, que se
ofrece por una “trabajadora sexual” a un “comprador de sexo”, y que se
promociona en una vitrina.
Sorprendentemente, se habla poco de esas personas que
ejecutan esta forma de violencia, en vez de esto el tema de la prostitución, en
su mayoría, gira en torno de las mujeres que “deberían poder ejercerla”.
Escucho siempre cosas sobre todas esas “orgullosas, amables y simpáticas
putas”, que alguien conoce, pero que a nadie realmente importan, de la misma
manera que también conozco “orgullosas, amables y simpáticas” personas que no
tienen otra opción que vivir de ayudas del Estado y, sin embargo, no me
desalientan a estar en contra del mejoramiento de este sistema. Rechazar la
prostitución no significa rechazar a las mujeres prostituidas, sino haber
comprendido el sistema de la prostitución al hacerles a ellas las preguntas en
un sistema fundado por los puteros a través de su demanda.
Hace poco me preguntaron cómo se reconoce a un putero y tuve
que reconocer que si no está parado frente a ti en el burdel y menea un billete
de 100 euros, es imposible. No, yo tampoco reconozco a los puteros afuera, en
el mundo natural, ni siquiera después de 10 años de haber estado en la
prostitución. La explicación que oímos con demasiada frecuencia es que son
“hombres completamente normales”, algo que aquí y ahora no tranquiliza a nadie.
Cuando se pregunta a los hombres si alguna vez han estado en un burdel, la
mayoría mienten (“Yo nunca haría eso”) o cuentan historias como “yo sólo estuve
una vez y fue tan horrible que nunca más volví” (si alguna vez escucháis eso,
¡CORRED!).
Hay tipos completamente diferentes de puteros. Los hay
representantes de todas las profesiones, grupos de edades y personalidades,
pero todos tienen algo en común que ya veremos más adelante.
Una prostituta sometida a la tortura conocida como
accabusade.
“Será sumergida en el río varias veces y luego será
encarcelada de por vida”.
El putero
Pero, ¿y entonces, cómo son los puteros? Advertencia: el
cuento de que todos los hombres que necesitan la prostitución para satisfacer
sus necesidades son discapacitados no es verdad. En 10 años en la prostitución
no he tenido un sólo putero discapacitado, además de que es discriminatorio
para con los discapacitados calificarlos así, sugiriendo que nadie querría
libremente tener sexo con alguien en su condición. Para la parte femenina de la
humanidad con limitaciones no aplica, porque ellas tienen sexo más
frecuentemente de lo que en realidad quisieran.
De la misma manera, no es verdad que “muchos van solamente a
charlar”. En todo ese tiempo estuvo conmigo exactamente 1 (en palabras: UNO).
Ese tipo de explicación sirve a todas luces para poner a los hombres en el
papel de víctimas (ellos tienen que ser siempre fuertes y dominantes, los
pobres) y, al mismo tiempo, hablar bonito de lo que en realidad pasa en un
burdel.
En cuanto a cómo son los puteros, es completamente variable.
Tuve puteros que querían follarme en la ventana de un edificio y luego
escupirme, hacerme caminar a cuatro patas y luego eyacular sobre mi cara. Tuve
puteros, muchos, que me preguntaron: “¿cuánto cuestas tú?” y con ello quedaba
confirmado que allí no se trataba de sexo sino de comprar a una mujer. Tuve
puteros que me sonreían malévolamente al darse cuenta de que me dolía (el
primero con el que estuve era así). Tuve puteros que trajeron drogas para
consumirlas conmigo. Tuve puteros a quienes les encantaba sobrepasar mis límites y hacer algo que no habíamos
consensuado. Puteros que quisieron mostrarme el armario donde guardaban las armas,
estando en su casa del bosque con dos mastines gigantes (incluidos dos metros
de valla de alta seguridad y sin cobertura telefónica), a quienes les complacía
preguntarme repetidamente: “¿y, ya tienes miedo?”. Algunos se dieron cuenta de que yo no quería
continuar, pero de todas maneras siguieron adelante. Algunos eran pervertidos o
pedófilos, algunos se masturbaban en el pasillo del edificio donde estaba el
apartamento-burdel (sí, así las mujeres no prostituidas también son acosadas
por la prostitución, las inquilinas de los otros apartamentos del edificio
deben haber estado muy agradecidas por ello). Algunos me preguntaban qué edad
tenía yo en mi primera vez o me contaban que les gustaban las jovencitas o los
niños (“Trabajo en una granja de caballos, allí hay jovencitas que se ponen muy
calientes cuando les das la montura correcta”).
Algunos se sintieron impelidos a ofrecerme embarazarme (¿por qué
diablos?); algunos me preguntaron si podían “atacarme”. Hubo puteros que estaban tan orgullosos de sí
mismos y convencidos de su desempeño sexual que yo “debería avergonzarme de,
encima, coger su dinero” pues, al fin y al cabo, yo ya “había recibido bastante
de ellos”. Hubo puteros que regateaban el precio y como no quería bajarlo, me
recriminaban que lo único que me interesaba era el dinero y que debería
“volverme más humana”.
Todo así, como si las mujeres prostituidas fueran una
especie de servicio caritativo para hombres. Tuve puteros que creían que tenían
que “mostrarme de verdad cómo era” porque “allí afuera no se consiguen una así
tan fácil”, y puteros que pensaban que me hacían un halago cosificando mi
aspecto (“Qué buenas tetas”). No sé con qué frecuencia se me preguntó “si me
gustaba follar” mientras yo miraba el techo o el esmalte de mis uñas, no sé
cuántas veces escuché de los puteros que “eso sí que era ganar dinero fácil”.
Algunos puteros se dieron cuenta de que sólo con alcohol o drogas podría estar
con ellos y me las ofrecieron. Muchos se divirtieron torturándome y follándome
por horas hasta que todo me dolía. Uno se paró con una máscara de esquiar en la
puerta y tenía el fetiche de que él era “el malvado enmascarado” que venía a
asustar a las mujeres prostituidas de los pisos de burdel (eso salió mal porque
yo salí de la habitación y tenía todavía el látigo en la mano). Un putero decía
que me había pedido porque él estaba sexualmente fuera de forma, lo había
intentado con una muñeca de goma, pero no era lo suyo, y entonces me buscó a
mí. Uno casi tuvo un paro cardíaco, lo cual me vino bien, otro era Cristo y
después de que se le salió el condón se negó a abandonar su personaje y
compartir los costos de la píldora del día siguiente por ser “algo inmoral,
aparte de asesinato”. Uno quería
obligarme a tener un orgasmo (“Si yo quiero que tengas un orgasmo, lo tienes,
el cliente es el rey”), y muchos se disculparon por no haber tenido una
erección, ya que así yo no podía
disfrutarlo.
Hasta aquí podría pensarse que yo estaba en las calles y por
eso describo el nivel más bajo en la escala de los puteros. De ninguna manera:
todos estos amables caballeros me buscaron en un piso burdel, es decir, en un
servicio de acompañantes (escorts) y, por cierto, los clientes de la calle no
son únicamente hombres con poco dinero. Son sencillamente tipos a los que no
les gusta que les pongan límites y quieren obtener el mayor poder y placer
sexual gracias a la miseria ajena.
Cómplices. Saben
exactamente lo que hacen.
Si se miran los foros de puteros en internet no se obtendrá
un panorama más bonito. Allí hay hombres que se alegran al torturar con
electricidad, en un sótano, a jovencitas que no hablan una palabra de alemán:
“¡Esta empieza a temblar nomás verme!”. La reacción de los colegas puteros del
foro: “¡Mis respetos!”. Los hombres que piden mujeres obligadas a prostituirse
y se alegran de que aún no las han “montado” (“Esta cierra las piernas con
fuerza, ¡qué encanto! Aquí hay emociones de verdad, ésta todavía no es una
máquina. Le di por el culo hasta que no pudo más.”) o desean “ayudar” con la
primera “montada”: “Los primeros seis meses sólo se puede pedir como esclava,
hasta que se haya acostumbrado”, “Ahora mismo le estoy enseñando a hacer
garganta profunda y créeme, va a aprender”, “Ella no sabía que en su anuncio
pone que hace anal y todo sin condón, jajaja, por supuesto que se lo hice, era
lo que me ofrecieron”, “Hace seis meses no hacía sexo anal AO (Alles Ohne: todo
sin condón), eso tuvimos que enseñárselo primero para que lo hiciera”.
Las prácticas son cada vez más fuertes (eyaculación en la
cara, escupir, fisting, cream pie, “pedirlas preinseminadas”, violaciones
tumultuarias, agujas, lluvia dorada, garganta profunda hasta el ahogamiento o
estrangulamiento) y una no se quita la sensación de que eso no se trata de
sexo, sino de tortura, de torturar a alguien, a una mujer. Se pregunta
frecuentemente qué tan resistente es una mujer, cuánto aguanta el sexo anal
duro, cuánto esperma puede tragar sin ahogarse, en resumen, cuánto puede
soportar manteniéndose pasiva, calladita (“Si lo ofrecen así de barato en un
escaparate, ¡tienen que contar con que un hombre quiere más de lo que
dan!”). Lo que tiene que hacer ella en
muchos casos: regalarse. Así lo informa un putero en un foro: una mujer
prostituida le dijo que tenía tres dueños (!), tenía que estar lista para servir
a sus clientes 24 horas al día, hacer “todo sin condón” y no podía negarse a
ningún tipo de práctica, y de los 130 euros la hora sólo se podía quedar con
30. Un comentario empático del putero: “Sí, bueno, eso hace polvo, se nota.
Pero de todas maneras 30 euros son mucho dinero en Rumania”.
No he puesto los vínculos de las discusiones de los foros
intencionadamente, para no producir más tráfico de visitas, pero sentíos libres
de buscar en Google la palabra clave “puteros”.
Sobre otras mujeres.
Esposas y novias.
Y es que los puteros no hablan así solamente de las mujeres
prostituidas, sino también de otras mujeres (“Las alemanas me ponen de los
nervios, esas putas emancipadas”) y sobre sus parejas (pues sí, muchos puteros
piensan igual, calculo que más de la mitad). Algunos dicen que (aún) tienen
buen sexo con su pareja, pero les hace falta variedad (estos se llaman a sí
mismos “gourmet”), que disfrutan de consumir el cuerpo de la mujer como si
fuera un buen vino que definitivamente hay que probar. Muchos ya no tienen sexo
con su pareja, a lo que comentan que ella se niega, que es una mojigata y que
“ella misma se ha buscado” que él tenga que acudir a una mujer prostituida, él
se ha visto “obligado a eso”. Algunos me han contado que su esposa
“lamentablemente” se niega a las prácticas que ellos les proponen, lo que los
entristece mucho, pero en alguna parte tendrán que vivirlas. (Al preguntar por
las prácticas vienen tales perversiones que no es de sorprender por qué sus
parejas se negaron). Lo que queda tremendamente claro es que, primero, los hombres
se sacuden la responsabilidad (¡la mujer es la culpable de que no haya más sexo
o no sea el adecuado!) y, segundo, que mantienen la idea de tener derecho a
tener sexo (y en alguna parte tendrán que recibirlo, por el amor de dios, y si
la vieja no se los da…). Además, no tienen cargo de conciencia: una vez un
hombre me pidió para un “servicio” en su casa.
Se hallaba cómodamente sentado en el sofá y detrás de él había enmarcada
una foto familiar tamaño extra grande. Cuando se dio cuenta de que yo estaba
mirándola me contó alegremente que su esposa estaba en ese momento en el
hospital porque estaba pariendo a sus gemelos. Estaba orgulloso y quería
celebrar, y ya que ella no podía “en ese preciso momento”, me mandó pedir a mí.
Algunos puteros me han dicho incluso que en la niñez de sus esposas tuvo que
haberles sucedido algo terrible y que por ello tenían sexo de mala gana (y
ciertamente nada de sexo anal, oral, tragar semen, fisting, que eyaculen en su
cara, ¡ah, qué lástima!), así que no tuvieron más remedio que ir al burdel.
Queda perfectamente claro que el abuso sexual no les resulta problemático en sí
(el abuso sexual infantil, el abuso del putero hacia su pareja, el abuso del
putero hacia prostituidas), sino que los puteros se sienten además como héroes
porque se “apiadan” de su pareja no ejerciendo su “derecho”. El abuso hacia la
esposa llega tan lejos que puede implicar incluirla parcialmente en sexo con
prostituidas. Con cuánta frecuencia he escuchado “Mi pareja es un poquito bi,
por eso pensé, yo le hago el favor y pido una prostituida y lo hacemos entre
los tres”, y de inmediato me he negado, porque sabía exactamente que la buena
mujer de la que él decía era un poquito bisexual no sabía nada e iba a ser
obligada a algo que no quería. Tanto si ellos las “reemplazan” como si “las
involucran” lo venden incluso como un “favor” que hacen a sus parejas, que
luego se plantea como una bonita oferta: “Oye, me gustaría correrme dentro de
mi esposa y tú se lo sacas chupando mientras yo te follo sin condón, ¿vale?”.
Los hombres se conducen tan seguros de sí mismos en el mundo de la prostitución
porque piensan que es algo a lo que tienen DERECHO. Me acosté en bastantes
camas matrimoniales y escuché muchas frases de sorpresa de las parejas (“Ay,
mira ahora me tengo que ir, ¿sí, cariño? Esto es muy bonito, ¡me alegro de lo
de esta noche!”), y me maravillé nuevamente de lo rutinario, libre de culpa y
seguros que estos hombres se sentían y seguían en lo que estaban, aun frente a
sus parejas, ¿por qué? Cuando alguien hace algo que cree que se merece no tiene
que esconder sentimientos de culpa, ¡porque sencillamente no los tiene! La
razón por la que no debe saberse es solamente porque sería desagradable que se
enterara su pareja.
En un hilo particularmente repugnante, en un foro de
puteros, se leía que un marido tenía como costumbre pedir mujeres prostituidas
a casa para usar el vibrador de su mujer y luego volver a ponerlo en su lugar
sin lavarlo; era su manera personal de vengarse de la mujer que, según él, le
debía sexo y no se lo quería dar. Por no hablar de todos los tipos que
practican el “todo sin condón” y luego regresan a casa y allí continúan. Aunque
para los puteros tanto las prostituidas como las esposas están ahí para eso,
para ofrecerles sexo, los puteros diferencian claramente entre unas y otras.
Siempre se me dijo: “Eres demasiado buena para el burdel, no perteneces a este
lugar”, lo que lleva implícito que hay mujeres que no son lo suficientemente
buenas (¿para ser esposas?) y que sí que deberían de estar en el burdel. Su
desprecio hacia las mujeres va para ambas, parejas y “putas”. Se dirige a todas
las mujeres.
¿Cómo se puede resumir esto? Los puteros son hombres que ven
a las mujeres como ganado. Esto se aprecia claramente en afirmaciones de los
puteros como “No tengo que comprarme toda la vaca si sólo quiero un poco de
leche”. Comparan a las prostituidas con alimentos o bienes consumibles: “En
casa hay siempre sopa de guisantes, y a mí lo que me apetece es cerdo asado” o
“Conducir un Opel es chulo y está bien, pero de vez en cuando dan ganas de algo
más apasionante”.
El putero amable.
Se me pregunta una y otra vez si no hay puteros amables y,
ahí tengo que decir que sí, que sí los hay. Pero no es importante si alguien es
amable o no, sino lo que hace. Tuve uno que quería tomarme de las manos todo el
tiempo e ir conmigo a comer. Las citas eran horrendas porque tardaban
eternidades y así mismo era en la cama. Ese era uno de esos “clientes amables”
que quieren, en su mayoría, “girlfriend sex”, o sea que quieren la cercanía, la
intimidad, los cariños, los besos… todo el paquete, y es agotador porque
sobrepasa los límites personales, implica fingir mejor y estropea completamente
tu intimidad, precisamente porque te la reclaman por completo. Una ya no puede
guardar algo para sí misma cuando también hay que imitar y vender gestos de
dulzura (porque, por supuesto, no son verdaderos) que dejan de pertenecerle a
una, empiezan a hacer parte del repertorio de entretenimiento y por eso dejan
de tener significado y son arrancados del Yo. Estos tienen que rescatarse de
nuevo en un futuro libre de puteros y ser desde el principio nuevamente
aprendidos. Además de esto, junto con la sensación de ser abusada, a través de
la expresión de gestos íntimos de este tipo que llegan a hacer parte misma del
abuso, de la sensación de abusar de ti misma, desaparece todo resto de dureza
que pudiera protegerte del putero. Es como una entrega total, el putero
sobretodo deseaba que yo le actuara el ser su amante. Este era uno de esos
“gourmet” que no podían conformarse con su esposa y regularmente intentaba
hacerme sentir culpable por los demás puteros para los que tenía que
“trabajar”. Nunca se le ocurrió la idea de que él era uno de esos incómodos
puteros: los puteros no piensan en sí mismos como puteros, sólo los demás son
horribles. (A excepción de los sádicos que quieren ser recordados como los más
horribles). Me ofreció bastante dinero para que “no tuviera que seguir haciendo
eso”, pero para los puteros eso no es gratis, los puteros no ayudan así, sin
más, no: una prostituida es un bien público y cualquiera quiere recibir algo de
allí, y preferiblemente “ayudan” para hacerse con su pequeña “puta” personal.
En cuyo caso tendría que encontrarme con él y sólo con él y sin dinero. Quería
prácticamente “comprarme”.
Los hombres piensan tanto que tienen derecho a obtener sexo
que, en realidad, en lo más profundo de su ser, ya no pueden entender por qué
razón tienen que pagar. Si se hace una buena actuación, entonces significa
que “algo de eso” se disfrutó y por lo
tanto el putero no debería pagar (es decir, se crea una ilusión positiva) y si
la actuación no fue lo suficientemente buena, a saber, fue una “ejecución
insuficiente”, pues tampoco tendría por qué pagar. ¡No hay manera de ganar!
La visión de los puteros sobre las prostituidas tiene dos
caras, por un lado, desean una máquina que todos tratan igual (“Tiene que hacer
lo que ofrece, da igual quién venga”, no hay cabida para una negativa por parte
de ella) y, por el otro lado, quieren ser algo especial. O porque son tan
tremendamente buenos en la cama o porque, cuando son sádicos, pueden hacer
polvo a la prostituida. Lo que nunca quieren ser: uno como los demás, el número
8 o el 9 de la lista del día. No, una debería recordarles para siempre, es una
cuestión de ego.
Por qué van los
hombres con prostituidas.
A la pregunta de por qué los hombres van con prostituidas
hay varios estudios que tratan de dar una respuesta. Por desgracia se olvida,
sobre todo entre las científicas alemanas, que los puteros entrevistados
responden como lo espera la sociedad (“Soy romántico”, “Me gusta probar cosas”,
“Ya no tengo sexo en mi casa”) y muestran una imagen suave que no se
corresponde con la realidad (¡en los foros de puteros obtendrían una visión un
poco más fuerte!). Exponentes de esos “estudios” se encuentran, por ejemplo, en
los diarios Süddeutschen y Tagesspiegel.
Y entonces, ¿por qué hacen esto los hombres? Algunos son
sencillamente sádicos que odian a las mujeres y quieren darles una “lección de
sexo hardcore o follar con odio”. Algunos son unos pusilánimes que tienen la
necesidad de probarle su virilidad a una mujer prostituida y otros son
“románticos”, que quieren establecer alguna clase de conexión, de relación, un
romance. Todos tienen algo en común: piensan que tienen el derecho de obtener
sexo, en ellos hay una cierta misoginia inherente y se orientan hacia una
imagen de la masculinidad como algo tremendamente superior. Pero sobre todo:
saben o podrían saber que esas mujeres no se acuestan con ellos por gusto y voluntariamente. Pero esto LES DA
IGUAL.
Se ordena como en un restaurante: “Un francés total por
favor, con anal después”, y luego se busca un cuerpo en particular del menú
para ser consumido. El aspecto de la elección del cuerpo es, a propósito, la
prueba de que el sexo no es un servicio: no da igual quién lo brinda porque no
se trata sólo de sexo, se trata de USAR a una mujer.
Ni siquiera los románticos buscan una cercanía verdadera.
Tienen la imagen de una mujer, se forman una idea de una relación con esa mujer
y pagan por eso, lo que cuenta es recibirlo, sin importar cuál sea la realidad.
Y los sádicos tienen la idea de usar a la mujer de la misma manera y con el
precepto de que la voluntad de ella tampoco importa. La prostitución no funciona
sin ser forzada, nunca habrá suficientes mujeres que se prostituyan
“voluntariamente”. De hecho, una parte tendrá que ser siempre forzada. Los
puteros puede que con frecuencia no sepan si tienen debajo una prostituida
forzada, eso les es simplemente indiferente. El que sean forzadas no les
molesta a los puteros, les molesta sólo si tienen que verlo porque les daña la
imagen que se habían formado en la cabeza. O les parece estupendo (como a los
sádicos), o no vuelven allí (porque la ilusión por la que pagan no se concreta)
o hablan frívolamente del asunto (hace poco en un foro de puteros encontré:
“¿Qué es estar obligado? Yo tengo que levantarme todos los días y comer, eso
también es estar obligado”). Las prostituidas no son mujeres para los puteros,
aunque expresen que tienen dolor “hacen como si nada”. Lo mejor sería tener una
con la que pudieran hacer lo que les da la gana y que, sin embargo, les
sonriera: como una muñeca. El 66% de los puteros saben que muchas mujeres son
forzadas por proxenetas, pero les da completamente igual. El 41% van de todas
maneras con conocimiento directo de que se trata de una víctima forzada a
prostituirse.
De putero a
delincuente.
Aquí incluyo mi experiencia. Cuando todavía estaba en los
pisos de burdel, muchos puteros tenían claro que en la habitación vecina había
alguien sentado, y cuando estaba en el servicio de acompañantes muchos se
sorprendían de que no tuviera un “jefe”, a saber, un proxeneta. Así de
acostumbrados están a esta figura.
Hubo puteros que vieron con claridad mi asco y a quienes no
les importó (“Deja de darte la vuelta cuando quiero besarte”, “Tengo la
sensación de que ya no quieres ver más rabos”), también hubo los que se
excitaron y a los que mi asco les dañó la imagen por la que habían pagado y
nunca más volvieron. Todo es acerca del control, del control sobre las mujeres.
Unos se enfadan si la actuación no fue lo suficientemente buena, los otros se
alegran si a la prostituida se le cae su máscara de autocontrol y ahí es cuando
dan el golpe. La violencia por la que se paga es sólo un lado, el otro lado es
la violencia que no se acuerda: las violaciones, las torturas, las palizas y el
asesinato.
Se trata de tener una mujer bajo control, hacer que haga lo
que se desea, que sea lo que se desea. Y este es el punto central de la
prostitución: todo está centrado en las necesidades del hombre, el sexo está
siempre disponible, él no tiene que hacer nada, tiene para su elección los
cuerpos de las mujeres, el principio del rechazo no se prevé. Aunque a los
puteros les gusta escuchar que una prostituida “rechaza de plano también
clientes” porque les da la sensación de pertenecer a un círculo de élite, ellos
mismos no pueden imaginarse ser el cliente rechazado. Cada vez que he rechazado
a un cliente fue un firme NO, algo que ellos hasta la fecha nunca habían
considerado posible y a lo que reaccionaron con tanta agresividad que era como
si yo les debiera algo, como si yo fuera un baño público al que sólo ellos no
tuvieran entrada, como si yo hubiera roto las reglas del juego.
Quien ahora crea que hablo de la minoría, de un número
reducido de hombres enfermos, se equivoca. Dependiendo del tipo de estadística
que se mire, uno de cada cinco hombres acuden a mujeres prostituidas o 3 de
cada 4. Igual como se calcule, cada día
de 1 a 1.2 millones de hombres van a prostíbulos alemanes, sin contar con los
que ven películas con contenido de prostitución (es decir, pornografía). Porque
ellos en cierta forma también son puteros.
Melissa Farley en un estudio descubrió que los puteros
violan con más frecuencia que los que no lo son. De aquí se concluye que la
prostitución tiene un efecto de aprendizaje sobre los hombres, les enseña que
la violencia contra las mujeres bajo ciertas condiciones está bien. No es sólo
que a la prostitución llegan especialmente muchas mujeres que fueron abusadas,
sino que viven allí aún más violencia, los puteros tienen pocas inhibiciones
frente a lo que la violencia sexual se refiere a la hora de visitar a mujeres
prostituidas. Y todo esto significa que:
La prostitución es el efecto de la violencia contra las
mujeres, es en sí mismo violencia contra las mujeres y es la causa de la
violencia contra las mujeres.
La prostitución es un
asunto de todas las mujeres.
Por todo esto la prostitución importa a TODAS las mujeres.
Si una mujer es comprable, todas lo son: con cuánta frecuencia he escuchado de
los puteros que mejor me pagan a mí, pues “cualquier otra resulta más cara
porque hay que comprarle flores, pagar cenas en restaurantes, etc., y al final
ni siquiera es seguro que ella te dé algo”.
A esto se suma que el putero con frecuencia reajusta las escenas de
violencia pornográfica de burdel pasando de voyerista de violencia sexual a
ejecutor directo de ella, pues ellos definen estas prácticas como normales, realizables
y sin consecuencias, y entonces van y se las proponen a sus parejas, a las que
se dejen. La prostitución no está fuera de la sociedad, es producto de ella y
es necesaria para cimentar este rol tradicional una y otra vez: hombre activo y
agresivo, mujer pasiva y servil. Ella es financieramente dependiente de él
mientras él pueda obtener beneficios sexuales, las necesidades de ella no son
una prioridad. No es casualidad que las defensoras de la descriminalización
total de la prostitución repitan siempre que es mejor que el matrimonio ya que
ambos, matrimonio y prostitución, se basan en un mismo principio fundamental.
Es tan triste que vivamos en una sociedad que no sea capaz de imaginarse una
sexualidad en la que las mujeres no reciban ninguna COMPENSACIÓN porque al fin
y al cabo no se les ha causado ningún DAÑO.
En vez de esto, vivimos en una sociedad que cree que los
hombres tienen el derecho a tener sexo en todas las condiciones y aun cuando
eso signifique que una mujer sea forzada. Es una pena, pero así es, ¿no? El
mundo es sencillamente malo.
Claramente los deseos de los hombres parecen más importantes
que la integridad física y mental de las mujeres, sin olvidar que son más
importantes aún que su propia autonomía sexual.
Porque la prostitución es lo contrario a la libertad sexual,
y los puteros lo saben, pero no les importa, o no lo saben pero tampoco quieren
saberlo. En suma: ¿queremos vivir en una sociedad en la que para los hombres
las mujeres deben reprimir su asco y a los que, EN EL MEJOR DE LOS CASOS, les
da igual?
Los puteros no ven a las prostituidas como mujeres, sólo ven
un objeto, un cuerpo, incluso un accesorio decorativo. No pueden realmente
saber en verdad cómo está ella, por qué está prostituida, qué es lo que
realmente piensa, qué vida ha tenido hasta ahora, si en este momento quiere
estar allí o no. A ellos no les importa. Lo que todos los puteros tienen en
común es que no les importan los derechos de la mujer, su voluntad y sus
sentimientos, les dan completamente igual: indiferencia.
Los puteros pagan por la ausencia de dignidad, de ego y de
voluntad de la mujer, y la pregunta es: ¿por qué necesitamos una institución
que les haga esto posible?
Huschke Mau
huschke.mau@web.de
Traducción: Adriana ZaborskyjTexto original: www.kritischeperspektive.com/kp/2016-34-der-freier/
Fuente:
http://www.tercerainformacion.es/opinion/opinion/2016/12/25/el-putero-por-que-los-hombres-buscan-mujeres-prostituidas-y-que-piensan-de-ellas
Nota: las imágenes son del original.
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