Testimonios de prostitución
Adolescentes en alquiler…
Parecen intemporales. Sobrevivir a cualquier precio
Ambas viven en la ciudad. Se
multiplican y sobreviven en cualquier urbe. Flor (Florencia) y María Elena,
ambas de 16. Llegar a ellas fue suficiente tecleando un número de celular. Dos
veteranos en las lides de noches estiradas, amigos de vivencias no siempre
contables, conocen los grices laberintos de las chicas. Uno de ellos nos
dio una tarjeta impresa en papel cortado con tijeras. Casi irónicamente y
entre signos de admiración se leía ¡Todo servicio! No pueden publicar en
los medios. Está prohibido y son menores. Rectangulares papeles que circulan de
mano en mano. Clientes no les faltan, aseguran.
Por: Miguel Andreis
Por: Miguel Andreis
Al tercer llamado del celular, una voz fémina de
tabaco abundante respondió. Concurrí a la hora y el lugar que indicó. No
tardaron demasiado en ingresar, ni dudaron en acercarse a la mesa. Vaya a saber
en que madrugada dejaron para siempre su anatomía de niñas. Miran si mirar
mientras. Una se come las uñas, la otra mueve el chicle en su boca abierta de un
lado a otro. María Elena, de pantalones ajustados, Flor de cortas polleras.
Arrastran los pies al moverse, como sobrando los mosaicos. Nada parece
importarles demasiado. Aparentan más calendarios de los que sus huesos aún
cartilaginosos portan. Insistieron que querían dinero. Llamaron a la moza
y pidieron sandwiches y gaseosas. La luz roja del grabador pareció
silenciarlas. Por momentos la sensación de las miradas que provenían de las
otras mesas la incomodaban.
Pechos duros, semidescubiertos. Las uñas de una a medio
pintar mezclaban su color de sol furioso con la tierra que se observaba en la
punta de los dedos. Bebían apuradas y más apuradas comían. Comían y hablaban a
la vez. Ninguna tenía corpiño, y el blanco de la que llevaba pantalones ya era
crema claro. En minutos perdieron el temor a esa cajita oscura que archiva las
palabras. Ya no les importó el grabador. Unos y otros nos miraban. La mujer que
nos sirvió, también observaba olvidando el disimulo. Me hizo una mueca de
desdén. Había que empezar.
-¿Tienen algún parentesco?
-“No. Sí. (Se contradicen). Somos primas. La mamá de
ella es tía de mi madrina aclara María Elena. ¿Qué te podemos contar nosotras?…
si apenas vendemos cosas… chucherías”.
Les recuerdo la tarjeta y sus “servicios completos”.
Se miran y clavan la vista hacia la ruta. Se había detenido
un vehículo de “Seguridad Ciudadana “… Esperan hasta que el rodado se ponga en
movimiento nuevamente. Se tranquilizan.
- “Bhue, ya lo sabés. Por vender no estaríamos aquí… Cualquier viejo o tipo grande puede ser un cliente. Y los no tan viejo también. Nos llaman y vamos a sus casas. Solas o las dos. No nos agrada mucho tener que salir en los autos”.
- Intuí que la voz que respondió el celular no era de ninguna de ellas. Pregunté quién había respondido.
- “… Mi tía (indica Flor), ella recibe los contactos es la que nos toma los pedidos y luego le damos una parte. Hasta ahora siempre nos ha ido bien. Nos alcanza para comer y vestirnos y… Todo se complica cuando le decimos la verdadera edad al cliente, la mayoría se borran. Tienen miedo de ir en Así que les mentimos unos años. En Bell Ville, donde vive mi abuelo, tuve un problema, y ahí conocí la policía por primera vez.” Explica Flor y pregunta si puede pedir otra hamburguesa, solo que cambiará la marca de gaseosa
- “Estaba en segundo grado y me agarró un tío postizo. Como él andaba con mi mamá ella no dijo nada. Se quedó en el molde. Un día me puso boca abajo (se señala girando la cabeza y hace un gesto de dolor). Tuvieron que llevarme al Hospital. Llamaron a la policía y fue cuando un juez me mandó aquí, a la casa de mi madrina. Hicieron los trámites para ponerme en el Patronato, pero por suerte zafé”.
- Ninguna de las dos terminó la primaria. “Yo salía con un chico más grande. Todo bien hasta que un almacenero comenzó a regalarme cositas. Me pedía que lo fuera a visitar a la siesta. Un día la invité a ella, fuimos las dos, se puso loco. Cuando la madrina se enteró, ni se enojó. Se fue hablar con el viejo. Al día siguiente el almacenero nos envió una heladera nueva. La tía es la dueña del celular, y también tiene sus cosas”.
- María Elena, interviene: “El mes pasado nos fue muy bien. La tía estaba contenta”.
- Sentí pudor preguntar por lo recaudado..
- Deslizan un comentario sobre un comerciante entrado en años que permanece en una mesa cercana. El encuentro había sido en el bar de una estación de servicio sobre la ruta.
- “No sé si el año que viene vuelvo al colegio –sostiene Flor, me cuesta estudiar. No me gusta ir a la escuela. Siempre me costó sacar cuentas o hacer oraciones. Jamás hago lo que me dicen. Me parece que soy grande para estar con los deberes, parezco una boluda…”.
- ¿Te sentís grande?
- “¿¡Y a vos te parezco chica!? ( no disimula su molestia?… Mirá si a alguien con quien salgo le voy a estar diciendo, dale, apurate que tengo que volver al colegio. Después te casás y chau… para qué querés saber tanto. Con leer y escribir es suficiente”.
- ¿Hay muchas como ustedes, en la calle, ejerciendo…?
- “Sí. Mi madrina siempre dice que cada vez hay más pibas y con menos años. Toda mi familia trabajaba en un campo cerca de Las Varillas, mi viejo se fue con otra mujer, y mi vieja nos desparramó. Yo llegué a la ciudad hace pocos años –vuelve a intervenir María Elena-, fui a parar a la casa de un matrimonio que vivía por la calle Buenos Aires, saliendo, en un chacrita. Me disparé porque me hacía trabajar todo el día y ahora estamos con la madrina. Ella nos trata bien. Bueno, nos trata bien cuando su marido no nos jode. Ya nos dijo que si ve algo raro nos parte la cabeza y nos raja. El tipo es un baboso. Por suerte hace rato que tiene problemas en el hígado y casi no se mueve. Capaz que se muera”.
- -“Te digo que somos muchas las que laburamos… ¿Y qué quieren que hagamos? Días pasados un tipo que es doctor o algo así, cuando subí al auto comenzó a sermonearme, que era muy chica para hacer esto; que estudiara; que sé yo cuántas cosas. No le respondí. Cuando me di cuenta ya estábamos entrando en el mueble. Y por supuesto que me pagó como todos, y hasta me hizo un regalo. ¡Para qué tantos consejos!. Si vieras todas las cosas que me pedía que le hiciera”.
- No escapa el tema del SIDA, saben que existe y punto. Es un problema de otros. Flor aclara que un limpiavidrios del que se hizo amiga está hasta las manos. Salimos y se lo conté a mi madrina. Me llevó al Hospital. No sé cuántos estudios me hicieron, el de Sida también. Todo al pelo. La médica nos habló que están preocupados por la cantidad de pibas enfermas. Sobre la hepatitis brava, esa que tiene una letra. Y que usáramos preservativos” Ambas coinciden que “nadie quiere usar forros y no vamos a perder un cliente…” Lo que ha crecido es el número de travestis”.
- . Las dos tomamos pastillas anticonceptivas. De eso se encarga la madrina todos los días. Nos la dan en el Hospital”.
- ¿Alguna con novio? (Ríen)
- “Las dos. Yo salgo con un casado, es camionero – Flor echa la cabeza hacia atrás como tomando aire. Me tiene loca de amor, aunque es muy celoso. Vive a la vuelta de casa (barrio San Martín). La mujer es una flaca histérica que lo molesta por todo. Conmigo es bueno y siempre me da manija con que no me olvide de tomar las pastillas. Le da miedo de que quede embarazada. Ya tiene tres hijos. Cuando está me cuido en salir. La madrina ya le dijo que si me llega a poner las manos encima lo denuncia por andar conmigo que soy menor. Él lo sabe y se caga”.
- Camina hasta un exhibidor donde hay varios cassettes en oferta, busca uno de Ulises. ¿Me lo comprás? Expresa en voz alta mirándome. Todos se dan vuelta y esperan la respuesta. Continúo hablando con la amiga como si no escuchara, ella levanta más la voz. Asiento con la cabeza. No era un buen momento para mi rostro.
- “Las más grandes andan por los bulevare y otras en los hoteles o confiterías. Allí no va cualquiera. Nosotras ya tenemos los puntos fijos. Lo del teléfono da resultado. Un viejo le cuenta a otro y ese a otro” Ríe sola y un chorro de coca se le cae de la comisura de los labios
- -“ Dale, cóntale al señor lo de ese tipo que te viene a buscar domingo de por medio… dale, total…”
- María Elena da algunos detalles. Le conoce el apellido. “Lo tengo que esperar al ingreso del Subnivel, el guacho deja la mujer en la Iglesia, que va a misa, y pasa a buscarme. Es un viejo raro. Nos vamos a un motel. Siempre me hace un regalito –y muestra las sandalias-. Un día me dijo si no me molestaba que él me afeitara allá abajo… no supe qué responderle. Ahí nomás sacó de una carterita de cuero, espuma en aerosol y una maquinita. Me dio miedo y no quise, dijo que me pagaría más. Me metió bajo la lluvia y luego me afeitó. Después solo quiso que lo tocara. La mayoría de las veces hace lo mismo, y pone la plata. Ya no me molesta que lo haga. Pide comida para los dos y mucha, lo que sobra me lo envuelve para que me lo lleve”
- Intercambian historias, algunas poco creíbles, otras nos muestran de las miserias que somos capaces. El fotógrafo, que llegó más tarde, se suma a la mesa. Firmes, indicaron que no habría fotos. “Ni locas. Querés que vamos en cana”.
- Hablando de policía ¿Nunca las detuvieron?
- “Una vez –María Elena, señala en voz baja- pero por un lío entre la madrina y el marido. Por laburar no. Hace rato, salí con un cana, que después tuvo despelote por otro caso, con una piba también menor. Es mejor llevarse bien con ellos. Hasta ahora no nos joden. Mi madrina corta clavos con la Justicia. Tiene miedo porque si nos enganchan la que va en cana es ella”
- No querían seguir hablando. Seguramente la nota era el tiempo que ocupan con un “cliente”. Algunos gestos la ubican entre aquellas niñas que aún se maravillan con las escenas de títeres. Eso es solo por momentos. Pero ya la vida las marcó con la impronta de un camino del que no es fácil regresar cuando las oportunidades son casi inexistentes. Van aprendiendo los códigos. Los saben y ponen en práctica. No obstante, a lo largo del encuentro intentaron hacer prevalecer la imagen de adolescentes convencidas que poco tienen para descubrir. Es raro, trasladan un retrato en sus ojos, mitad viejos, opacos y cansados, mitad infantiles, vivaces y tiernos. Cuesta sobrepasar esa dimensión. Ellas alquilan un cuerpo que aún no se terminó de conformar, la mayoría de los adquirentes son hombres ensobrados en huesos frágiles y carnes flácidas que sueñan recuperar minutos de placeres jóvenes que por sí sólo ya no volverán. La oferta y la demanda. Las causas y los efectos. Así desandan sus días, entre el discurso moralista de un segmento social con vocación de fiscal, y la respuesta de contención de un Estado que se perdió en los estrépitos de “cosas más importantes”.
- No hay estadísticas sobre la cantidad de prostitutas menores (tampoco de mayores). A mayor exclusión socioeconómica el número aumentará. Simple ecuación matemática. Están conscientes que muy posiblemente pronto nomás deberán acurrucarse en un rincón de cualquier calabozo. Los que pagan por su carne no tendrán el mismo infortunio. Algunos pensarán: son las reglas de juego. Es cierto, la reglas donde siempre pierden los más débiles. Salimos juntos. Flor, se pone el CD de Ulises entre su piel morena y el apretado pantalón, casi tapándole el ombligo: “pobre tipo –dice-, le afanaron un toco de guita y casi un kilo de oro..”.
Fuente
http://www.elregionalvm.com.ar/?p=10412
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