Elena, ex prostituta: "En España se compran mujeres por
200 euros"
Elena, exprostituta, posa de espalda para ilustrar su
testimonio.
Denuncia que la legalización de la prostitución solo
beneficia a los proxenetas
Lola Sampedro
16/09/2018
Elena empezó a prostituirse con 18 años y aún recuerda su
primer día, cuando su proxeneta la soltó en un aparcamiento del centro de
Palma. No hablaba español y acababa de aterrizar en la capital balear.
Completamente perdida, aquella noche tuvo sexo con una decena de clientes,
cobraba 25 euros por una felación y 40 por un completo. De ese dinero, ella se
quedaba con menos de la mitad: «Lo hice porque no me quedaba otra opción, igual
que al resto de mis compañeras. Nunca conocí a ninguna que lo hiciera por
deseo».
Hablamos con Elena (nombre que usaba cuando ejercía) en
pleno debate sobre la legalización de la prostitución. Tras la polémica
constitución de un Sindicato de Trabajadoras Sexuales, que el Ministerio de
Trabajo busca ahora cómo anular, desde el Gobierno ya se muestran contrarios a
la legalización que defienden otros partidos como Ciudadanos. En estas últimas
semanas, el Ejecutivo de Pedro Sánchez ya ha señalado su intención de que
España adopte un modelo abolicionista al estilo de Suecia, donde está prohibida
y se persigue al cliente con multas económicas y penas de prisión.
Elena ahora tiene 32 años, consiguió salir en 2014. Sabe por
experiencia que la legalización de la prostitución «sólo empeora la situación
de las prostitutas». Lo sabe porque durante aquella década en la que ejerció
viajó hasta Alemania, donde es legal. Su intención era permanecer allí 21 días,
pero no aguantó ni la mitad. «Aquello era muchísimo peor, porque estaba más
controlada. Éramos 200 mujeres en un club que funcionaba como una gran empresa.
Si se legaliza, los proxenetas pasan a ser grandes empresarios y todo funciona
como tal», recuerda sincera y pragmática.
En el prostíbulo, las chicas eran sancionadas con multas de
30 a 60 euros por poner un pie encima de una silla o llegar cinco minutos
tarde. También tenían que pagar de su bolsillo las pruebas que el ginecólogo
les hacía periódicamente en el baño del burdel. Sólo podían comer si todos los
clientes lo habían hecho ya. Y el trato que recibían por parte de los puteros
era igual de denigrante.
«Yo he visto a proxenetas vender a mujeres en gasolineras de
Alemania. Estamos hablando de bestias», asegura Elena mientras insiste en que
«los países en los que la prostitución es legal son todo lo contrario al cuento
de los paraísos de las putas felices». «Hay trata igual que aquí, pero los
proxenetas tienen el reconocimiento por la parte de la sociedad y del gobierno
como si fueran empresarios. Son ellos los únicos que salen ganando».
«No se puede legalizar algo que va contra los Derechos Humanos»,
asegura 14 años después, lejos de ese mundo, con un trabajo «normal» que
consiguió «después de mucho esfuerzo, porque salir de la prostitución es muy,
muy difícil». Gracias al apoyo de Médicos del Mundo, Elena pudo formarse.
Durante un tiempo, compaginó los estudios con la calle, hasta que consiguió el
trabajo estable de 1.200 euros al mes que hoy tiene.
«Era una esclava. No podía ir sola ni a comprar. Cuando me
iba a depilar mandaba a alguien conmigo, para que me vigilara», recuerda de
aquellos años en los que recibía a una media de 20 clientes cada noche. «Hacían
cola como en el supermercado».
«Los puteros son conscientes de todo, saben que estamos ahí
forzadas y coaccionadas, pero les da igual y algunos hasta se aprovechan de
eso», asegura. Ella tuvo dos parejas durante ese tiempo, dos hombres que antes
habían sido clientes. Durante la relación, les contó cómo funcionaba todo, la
situación en la que estaban las chicas, cómo algunas habían sido vendidas por
sus madres cuando eran menores, cómo la mafia había captado a muchas. «Les dio
igual saberlo todo, cuando lo dejamos, se iban con esas mismas mujeres sabiendo
toda su historia».
Prostitución y trata
«No se puede separar la prostitución de la trata porque,
cuando ejerces, es lo mismo. Nadie te pregunta si eres víctima de trata o no»,
explica desde la experiencia. Elena asegura haber visto cómo «en España se
compran mujeres por 200 euros».
Su proxeneta la amenazaba a diario con matar a su familia en
Rumanía. Aún recuerda cómo un cliente le puso un cuchillo en el cuello. También
el día en que cuatro hombres se pusieron violentos en un coche y ella, para
defenderse de la agresión, usó espray pimienta: «Cuando lo saqué, yo ya estaba
con la Policía al teléfono, pero al final no me dejaron poner la denuncia y
tuve que pagar una multa por llevar el espray».
Elena, sin exageración, sin drama, no olvida que la noche
siguiente el mismo funcionario que la atendió en los Juzgados fue a buscarla,
esta vez como putero, a la calle donde ella solía ejercer. Le pidió un
completo.
«Claro que me sentía violada. Muchas veces lloraba, pero los
clientes nunca paraban. Les damos igual», cuenta Elena, que también conoció la
prostitución de lujo. «Fui muchas veces a yates, con hombres muy ricos,
cobrando mucho dinero. Pero al final, es lo mismo, tienes que hacer las mismas
cosas y te tratan igual. Más allá del dinero, no hay ninguna diferencia, y hay
cosas que no se pueden pagar», explica mientras señala «la ansiedad, la
depresión y los intentos de suicidio que también sufren las putas de lujo».
Para Elena, «la legalización de la prostitución se basa en
los derechos laborales y se olvida de los derechos humanos». «Dime el número de
puticlubs que hay en tu ciudad y te diré el nivel de desigualdad de género que
hay a tu alrededor», señala, segura de sí misma. Y tranquila, suelta una última
reflexión, quizá la que debería sostener los pilares este debate: «No conozco a
nadie que esté a favor de la legalización y desee que su hija, su madre o su
hermana sea prostituta».
Fuente
https://amp.elmundo.es/baleares/2018/09/16/5b9d16f622601d603c8b464d.html
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