domingo, 27 de agosto de 2017

La historia oculta de Pichincha

La historia oculta de Pichincha
ESCRITA POR: OSVALDO AGUIRRE

1 de 1 - La esquina en la que funcionaba el Cine Teatro Casino, barrio Pichincha.

Es un polo gastronómico, un barrio de culto, un área histórica. Las torres, los nuevos bares y los restaurantes cambian vertiginosamente su fisonomía. Pero el barrio Pichincha no debe su celebridad a los emprendimientos comerciales ni a los desarrollos inmobiliarios que explotan su nombre y su leyenda, sino a la mala vida que albergaron sus calles entre 1875, cuando se promulgó la primera ordenanza en Rosario para reglamentar el ejercicio de la prostitución, y 1933, cuando quedó prohibido el sistema que la hacía posible.



Prostíbulo de Pichincha. Foto Antonio Berni, 1932.
Según un informe realizado en 2005 por la historiadora María Luisa Múgica, entre 1915 y 1922, época del auge prostibulario, funcionaron al menos 31 burdeles legales en unas pocas cuadras del barrio de Pichincha: 4 en la calle Pichincha (hoy Riccheri) al 100 bis; 11 en Pichincha entre el 0 y el 100; 2 en Pichincha al 100; 4 en Suipacha al 100; uno en la esquina de Pichincha y Jujuy, el café cantante El Gato Negro, después bautizado Espléndido; 6 en Jujuy al 2900; 2 en Brown al 2900 y una casa de pensión en Brown al 2000. Previamente, entre 1906 y 1914, la zona roja estaba señalada por la calle Güemes en el tramo del 1900 al 2100.

A esta oferta se sumaban el cine teatro Casino, de la empresa Russo, ubicado en la esquina de Jujuy y Pichincha y que perduró hasta mediados del siglo XX; el café con camareras La Terraza, en Suipacha 143, y otro del mismo estilo, el Café Sport de Pichincha 76, que tenía como gerente a Francisco Stafaccio, luego llamado Sportman; y el garito de Pedro Mendoza, en Pichincha 131, un antro al que frecuentaba lo peor del hampa.

El área de influencia del barrio incluía también al antiguo Cementerio Israelita de Granadero Baigorria, hoy cerrado al público y a las inhumaciones, donde descansan los restos de rufianes, madamas y prostitutas, entre ellos Pincus Helfer (denunciado como rufián en 1930 por el diario Reflejos), Simón Rubinstein (propietario del prostíbulo Venecia), Max Zysman (directivo de la Zwi Migdal, mítica organización de tratantes de blancas, deportado en 1930 y reingresado clandestinamente al país) y Ana Barán (regente del prostíbulo Mina de Oro).

Los prostíbulos se dividían en categorías, de acuerdo a las tarifas de los servicios: el Paraíso (conocido popularmente como Madame Safo, en Pichincha 68 bis) tenía una tarifa de 5 pesos; el Petit Trianon (Pichincha 87), de tres pesos; el Internacional (Jujuy 2937), el Mina de Oro (Pichincha 73) y el Chanteclair (Pichincha 19), entre otros, una tarifa de 2 pesos; y, en el escalón más bajo, el Royal (Suipacha 150), el Venecia (Brown 2950), el Charleston (Pichincha 19 bis) y el Torino (Suipacha 122), entre otros, cobraban un peso.



Prosíbulo el Paraíso, conocido popularmente como Madame Safo, en Pichincha 68 bis.

“En el barrio Pichincha se asentaron entonces la mayoría de los burdeles legales -señala Múgica-. Aún perduran algunas de esas construcciones —refuncionalizadas—, edificios construidos especialmente como casas de tolerancia, que dan cuenta de una arquitectura de burdeles y le imprimen a esta ciudad un sello diferenciador de otras que, si bien reglamentaron la prostitución, no parecen haber desarrollado esos tipos de dispositivos arquitectónicos específicos”.

El paraíso de los rufianes
El Petit Trianon perteneció a un francés, Enrique Chatel, que terminó deportado en 1933 y posteriormente a un tal Basthard Bogain, presuntamente de la misma nacionalidad. La expulsión de Chatel se produjo como consecuencia de la persecución implementada a partir de 1930 contra el negocio de la prostitución en la Argentina. Todavía circulan en manos de coleccionistas las fichas con que administraba el prostíbulo: tenían una imagen femenina que evocaba a la efigie de la Libertad, adornada con la frase discretion et securité, una especie de advertencia dirigida tanto a los clientes como a las prostitutas.

Emilio Sisa López dejó una descripción del burdel, construido en 1912. Tenía “el gran patio cuadrado, de mosaicos blancos y negros, lustrosos. En un ángulo, una victrola. Sillas tapizadas, contra la pared. Algunas parejas bailan, muy formalmente. El Trianon costaba tres pesos, la segunda tarifa en importancia y olía a violetas, no a sudor”. La madama, María Peña López, era la esposa de Chatel.

El Trianon apareció con frecuencia en los titulares de la prensa rosarina. El 18 de diciembre de 1927, el diario La Reacción publicó el artículo “Saneamiento moral del Barrio Norte. Fue multado el Petit Trianon”. La crónica apuntaba contra María Peña López, “mujer escandalosa e insolente, que vive odiada de las demás patronas de prostíbulos, por la forma con que se conduce ella y su marido”, ambos especialistas en “corrupción de menores francesas y trata de blancas”. El diario desarrollaba una campaña contra el prostíbulo y no se daba por satisfecho con una simple multa: “Continúan las cosas en el mismo estado. ¿Hasta cuándo Catalina?”, se preguntaba en su bajada.

El Safo fue el burdel más lujoso e importante de la ciudad entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Pero nunca se llamó así. Como reveló la historiadora María Luisa Múgica, su nombre fue en realidad El Paraíso. El 18 de junio de 1914 el Departamento de Obras Públicas le otorgó al permiso de construcción del burdel al francés Albert Maury, alias Ruffat, en tanto A. Crexell e hijo llevaron adelante la obra, que concluyó en 1916. Los expedientes municipales exhumados por Múgica permiten identificar varias de sus regentas: Alice Ribera, Marcelle Barrière (esposa de Maury), Juana Oscarini y Julia Audelof. En abril de 1929 trabajaban allí quince mujeres.

Maury fue también propietario del Hotel París (Santiago 1669), que funcionaba como posada de primera clase. El encargado del lugar, Francisco Malatesta, de nacionalidad francesa, desapareció sin dejar rastros cuando la policía de Buenos Aires pidió su captura después de que el gobierno nacional decretara su expulsión del país.



Las pupilas, a la espera de clientes en uno de los burdeles de la época.

La leyenda cuenta que el Paraíso, o Madame Safo, tenía una puerta de cedro labrado provista de una mirilla, por la cual la encargada observaba a los que llegaban y ejercía el derecho de admisión. Las mujeres daban vueltas en una calesita, para que las eligieran los clientes. El edificio, provisto de vitrales, techo con cúpula vidriada, motivos orientales y un patio central con habitaciones alrededor, aún se preserva. En 1975 adoptó el nombre de Hotel Ideal, con el que funciona como albergue transitorio.

Madame Safo era también el nombre de la encargada –o de una de las encargadas- del prostíbulo. Se ignora si el lugar tomó su apodo de ella, o bien si las historias elaboradas se proyectaron en la invención de esa figura. La existencia de madame está rodeada por la leyenda, ya que los testimonios proceden en su mayoría de la memoria popular y de la ficción.

El escritor Roger Pla, por ejemplo, la introdujo como personaje en su novela Los atributos. Allí madame Safo es imaginada como una mujer distinguida, que usa una “larga boquilla de espuma de mar y virolas de oro” y se presenta en su idioma natal: “Enchantée. Moi, je suis Madame Safo”. Aunque el autor era rosarino y pudo tener alguna información más o menos directa, el retrato supone una idealización. La madama dirigía la casa y hacía relaciones públicas, pero como destaca el historiador Ernesto Goldar “su misión fundamental era obligar a las meretrices a un trabajo continuo”.



Foto de prontuario de mujer identificada como prostituta.

Sin embargo, en una crónica del diario Rosario Gráfico de abril de 1932 se lee: “Fingida o real, local o internacional, Madame Safo es la mujer con más aureola con que cuenta Rosario, la que primero martillea en la memoria al desembarcar por Sunchales (actual Rosario Norte). Y ella quedará como no ha quedado todavía ningún artista, ningún literato, ningún hombre de negocios. En Retiro, los familiares de quienes viajan con destino a Rosario soplan al oído de éstos frases de sonoridad voluptuosa: “¡Cuidado con la Safo! ¿Van a visitar a la Safo?”

El esperanto del mundo prostibulario

El escritor y periodista rosarino Raúl N. Gardelli confirmó esa apreciación. El “lujo insolente y truhanesco” del prostíbulo, escribió en su libro Conmovida memoria, convocaba a clientes y curiosos de distintos puntos del país. “Supo haber quienes viajaban a Rosario expresamente –apunta-. No venían a Rosario, venían al Madame Safo. Subían al tren en Retiro, bajaban en la estación Sunchales y se zambullían sin demora en el vecino, magno prostíbulo”. Entre ellos se encontró el escritor español Vicente Blasco Ibáñez, quien en 1909 recorrió el país para escribir luego el libro Argentina y sus grandezas, a propósito del centenario de la Revolución de Mayo. Una comisión integrada por intelectuales y vecinos notables lo esperaba en la estación Rosario Norte. Blasco Ibáñez habría pedido ser llevado al Madame Safo. Pero la anécdota fue un producto de la leyenda, ya que en esa época el famoso burdel no existía.

Otro visitante ilustre pudo ser el periodista francés Albert Londres (1884-1932). En su libro El camino de Buenos Aires, investigación de la trata de blancas en la Argentina, contó un viaje a Rosario. Acompañaba a un rufián, Robert Le Bleu, quien iba a arreglar cuentas con una mujer a la que hacía trabajar en un prostíbulo. “Abrimos la puerta (del burdel). Cuán dulce es, estando lejos de casa, encontrar una pequeña patria. Ahí dentro todo el mundo hablaba francés. La patrona era de Montmartre”, escribió Londres. Entre las meretrices había seis parisinas, tres bretonas, dos de Niza, una alsaciana y otra de Compiégne: “Ganan, cada una, de mil quinientos a dos mil francos por día”. Si bien no lo identifica, la descripción del lugar se ajusta a las características del Madame Safo, cuya particularidad entre los burdeles rosarinos consistió precisamente en ofrecer mujeres francesas.

El francés, dice la historiadora uruguaya Yvette Trochon, fue el esperanto del mundo prostibulario. Muchas de las palabras que circulaban en los burdeles tienen su origen en el idioma de Racine: Macró, el proxeneta (de maquereau, pez que vive a expensas de otro); gigoló; michet, el cliente; môme, la mujer del macró; soeur d´amour, la amante o “mujer doble” del macró; poule, la prostituta; cugnotte, la prostituta vieja.


Las francesas eran además las mujeres más caras. Las rodeaba el mito de ser las más codiciadas por sus artes amatorias. “Forman la aristocracia: cinco pesos –escribió Albert Londres-. Las polacas forman la clase inferior: dos pesos”. Los rufianes las internaban –de ahí que se las llamara pupilas- en burdeles de distintos puntos del país y solían arreglar las ganancias con los dueños de los establecimientos. En el Paraíso se utilizaba a tal fin “el sistema a la lata”. El cliente le pagaba a la encargada, a cambio de una ficha de bronce acuñada con el nombre del prostíbulo. Esa ficha, conocida como la lata, era entregada a la prostituta, quien a su vez la derivaba al proxeneta, o mantenido, según el término más exacto que se usaba en la época.

El círculo se completaba cuando el rufián canjeaba las fichas por dinero con el dueño o la encargada del burdel. La mujer no veía un solo centavo. “Asegurada su alimentación, su cama, el planchado, ella abandona su ganancia a su hombre”, dijo Londres, que contemplaba con cierta simpatía a los proxenetas. Mientras los franceses solían manejarse en forma individual, los polacos y rusos tendieron a agruparse en sociedades que remedaban las de socorros mutuos, como la Varsovia, o la célebre Zwi Migdal, cuyo desarrollo y organización investigó el historiador porteño José Luis Scarsi en su libro, aun inédito, Tmeiim. Los judíos impuros.

En la novela mencionada, Roger Pla plantea también un enigma: la identidad de madame Safo. Nadie supo el nombre de la misteriosa mujer. “Así se había hecho llamar la fundadora de la casa, y a partir de entonces cada nueva madama adoptaba ese nombre”, conjetura el escritor. Se dice que murió en la pobreza, que se retiró y vivió en una mansión en la avenida Belgrano, de Rosario, y que tuvo un negocio de antigüedades. La hipótesis de que varias mujeres compartieron el nombre y el título de encargada permite reconciliar las distintas versiones sobre el final de una historia todavía abierta a la memoria y a la imaginación.

Pero la mala vida en Rosario nunca se restringió al barrio de Pichincha. Una prueba de ello fue la radicación del cabaret Montmartre en San Martín 350. Los vecinos de la zona céntrica y la prensa denunciaron reiteradamente los excesos a que se entregaban sus concurrentes, entre orgías y bacanales.

“A la serie de desórdenes que desde que empezó a funcionar se vienen produciendo –decía una crónica de La Capital del 9 de septiembre de 1928- hay que agregar uno más de grandes proporciones (...) Conforme a la costumbre fueron arrojados durante largo rato vasos, sillas, mesas, etc., y otros proyectiles, presenciando el espectáculo los agentes de la comisaría 2ª, que prestan servicios en una de las puertas del antro de referencia”. Tres días después el Montmartre debió cerrar sus puertas. El lugar fue también escenario de los primeros procedimientos contra el tráfico de drogas en Rosario.

Las historias de Pichincha son relatadas a veces como sucesos pintorescos o simpáticos. Sin embargo las prostitutas eran sometidas a un régimen de esclavas y con frecuencia, cuando intentaban liberarse, sufrían terribles represalias.

Dos potencias se saludan

Entre los personajes de Pichincha, el Paisano Díaz ocupó un lugar particular. Fue custodio de caudillos políticos en los años 20 y rufián. Se llamaba Venancio Pascual Salinas y había nacido en San Nicolás el 1º de abril de 1888, hijo natural de Francisca Salinas.

El 27 de septiembre de 1909 inauguró un largo prontuario policial, por causar heridas a un hombre, en Villa Constitución. Luego acumuló entradas por lesiones, atentado a la autoridad, desacato y dos homicidios, uno en zona rural del departamento Constitución y otro en Pérez. Tuvo tres condenas de prisión, hasta que se acercó a caudillos del radicalismo alvearista y se dedicó con tranquilidad a sus negocios.

Su fama creció en la memoria oral. En un testimonio que transcribe Héctor N. Zinni en El Rosario de Satanás, Lito Bayardo recuerda que en 1929 acompañó al cantante de tangos Ignacio Corsini en una visita al célebre barrio. Allí “proliferaban los perigundines (sic) y casas de mujeres alquiladas, con prontuarios enlutados y hombres de acción. Corsini quería conocer algunos de estos personajes de ese submundo, donde reinaba el paisano Díaz, gran admirador suyo”.

Según una crónica publicada por La Capital en 1925, cuando sobrevivió al ataque a balazos de un rival, “Díaz tiene gran ascendiente entre los tenebrosos (rufianes, en el lenguaje de la época), especialmente tratándose de polacos o argentinos. En cualquier asunto que se producía entre elementos del hampa era Díaz el encargado de arreglarlo. La fuga de una de las explotadas, la falta de respeto a un amigo en las relaciones con la mujer del mismo, etc., todo eso corría por su cuenta”. Además, el Paisano vivía de “tres o cuatro mujeres” que ejercían la prostitución.

Pero el episodio central es el que enfrentó a Díaz con Ernesto Ponzio, llamado el Pibe Ernesto, músico legendario en la historia del tango que se radicó en Rosario a fines de los años 20 y encontró empleo como violinista en la orquesta típica del cine Mitre. Además, según versiones periodísticas de la época, prostituía a una mujer en Pichincha.
El escenario fue el garito de Pedro Mendoza, donde se hizo un asado con el objeto de recaudar fondos para fundar un comité del radicalismo alvearista. La catedral del juego clandestino tenía una clientela selecta, “formada por toda clase de profesionales del delito”, según La Capital. No obstante, “el comisario de la sección 9ª tiene orden superior de no molestar, porque Mendoza contribuye con tres mil pesos mensuales”.

La reunión tuvo lugar el 18 de enero de 1924 y transcurrió normalmente hasta que, finalizado el asado, se anunció una partida de taba. “La partida comenzó después de las 3, estando a cargo de un sujeto llamado Venancio Díaz (a) el Paisano Díaz -dijo La Capital-. A medida que transcurría el tiempo la concurrencia fue aumentando”. En ella, al margen de la presencia de Ponzio, “predominaban los franceses y polacos”. Todo terminó con un enfrentamiento a balazos entre el músico y el Paisano, en el cual murió otro parroquiano, Pedro Báez, uruguayo de 31 años.

Circularon varias versiones. Según una de ellas, Ponzio estaba borracho y había hecho un disparo al aire para festejar la comilona y la confraternidad de los miembros del hampa. Otra, en cambio, sostenía que Ponzio y Díaz se tomaron a trompadas y que, al verse superado por su adversario, el Pibe Ernesto sacó su revólver y disparó. Según la versión oficial, El Pibe Ernesto “volvió al galpón dispuesto a que se le diese participación en el negocio que estaba realizando el Paisano Díaz con la taba -apuntó una crónica-. Éste no quiso acceder y aquel pareció que se había conformado con la respuesta recibida, pero no fue así. Al poco rato, cuando lo creyó conveniente, extrajo rápidamente un revólver de entre las ropas y le descerrajó un balazo a El Paisano Díaz (sic), quien resultó ileso porque como había estado vigilando los menores movimientos de El Pibe Ernesto dio un salto en el momento preciso”.

El juez Emilio Pareto condenó a Ponzio a veinte años de prisión, con la accesoria de reclusión indefinida. La condena contra Ponzio era dura, pero el poder político supo mostrar su indulgencia con el músico. Por sucesivas conmutaciones de julio de 1925, mayo de 1926, octubre de 1927 y mayo de 1928, el Poder Ejecutivo provincial le rebajó la pena hasta que la Justicia debió ponerlo en libertad. El Pibe Ernesto siguió su carrera como músico y en 1933 tuvo un papel en la película Tango, de Luis Moglia Barth (https://www.youtube.com/watch?v=frL0EEVRjrA). Ese mismo año, en junio, pasó de nuevo por Rosario, entonces al frente de una orquesta propia. En “Culpas ajenas”, un tango que compuso en la cárcel, prometía “echar un manto de olvido/ al tiempo pasado de su perdición/ luchar y reivindicarse/ con todas las fuerzas/ de un bravo varón”. Y parece que cumplió.

El 27 de septiembre de 1931, Díaz se cruzó con otro personaje célebre de la época: el mayor Carlos Ricchieri, comisario de órdenes de la policía rosarina, quien realizaba periódicas razzias en los bajos fondos rosarinos. Fue en el café El Forastero, de Jujuy 2966, y el militar lo detuvo por portación de armas. El Paisano murió el 15 de marzo de 1963, pero su leyenda permanece y puede encontrarse en dos novelas, la ya mencionada de Roger Pla y Nadie es responsable, de Felipe Aldana, donde aparece como personaje.

El fin de una época, el comienzo de otra
En sus estudios sobre la historia de la prostitución en Rosario, condensados en el libro La ciudad de las Venus impúdicas, María Luisa Múgica ha revelado numerosos episodios desconocidos, como la huelga de prostitutas del café Royal en 1930 (en oposición al precio de alquiler de las piezas en ese lugar) y el conflicto que se desató en 1923 entre dos grupos de madamas por la cantidad de mujeres que podían alojar los burdeles y que enfrentó a Lola Spodek (Pichincha 90), Clara Steinberg (Pichincha 89), Ana Barán (Pichincha 17), Rosa Ritter (Pichincha 105), Elena Smit (Suipacha 150), Ida Ferrero (Suipacha 120), María Peña López (Pichincha 87), Berta Suether (Pichincha 77), Alice Ribera (Pichincha 68 bis), Ana Pansa (sic) (Brown 2950) y María Ríos (Jujuy 2976) contra Anna Levcovitch (Pichincha 82), Diana Prados (Pichincha 29 bis), Rosa Ottich (Pichincha 73) y Ana Marchisio (Suipacha 122).

“Las regentas -dice Múgica- eran comúnmente antiguas prostitutas que hacían "carrera". Algunas continuaban ejerciendo igual la prostitución, sólo que tenían mayores responsabilidades frente al Estado Municipal. Esta función sólo podía ser desempeñada por mujeres, aunque no fueran necesariamente dueñas de los prostíbulos”. Los burdeles “servían al mismo tiempo de local y domicilio para las mujeres que allí trabajaban (prostitutas y personal doméstico), aunque existieron algunas variantes ya que muchas prostitutas no vivían en las mismas casas, sino que iban allí a trabajar. Las habitaciones no podían tener ninguna comunicación interior ni exterior con las casas vecinas y hacia 1930 se estableció que debían contar con lavatorio de cuatro llaves, agua corriente fría y caliente y los respectivos desagües”.

En 1930, en Buenos Aires, Raquel Liberman denunció a su ex esposo Salomón Korn y se inició una investigación judicial que terminó con las actividades de la Zwi Migdal. Si bien en Rosario hubo procedimientos que aparecieron relacionados con esa causa, el desmantelamiento de la red prostibulario local fue el efecto final de décadas de quejas y reclamos de vecinos y medios periodísticos. El 31 de diciembre de 1932 se derogaron todas las normativas, permisos, concesiones y resoluciones que regulaban la prostitución. Ese día terminó la historia y empezó la leyenda.

Fuente:

http://www.rosarioplus.com/enlareposera/La-historia-oculta-de-Pichincha--20170320-0030.html




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