Yasunari Kawabata |
Memorias de las mujeres descartables
El dominio
del hombre sobre la mujer es uno de los temas de
esta obra de Yasunari
Kawabata, Premio Nobel de Literatura, que aborda la realidad de un mundo
inquietante y a la vez refleja la “iniquidad humana”.
Por Margara
Averbach
Para
quienes hayan leído las dos, es imposible leer esta corta novela de Yasunari Kawabata, La casa de las
bellas durmientes, sin establecer una charla entre ella y Memorias de mis putas
tristes de Gabriel García Márquez. En ambas, se analizan los sentimientos de un
viejo que se acuesta en un prostíbulo especial con una o varias muchachas muy
jóvenes, que están profundamente dormidas. Pero en el libro de Kawabata, los
“tristes” son los viejos y eso dice mucho sobre la diferencia de planteo.
Lo que
producía indignación en la novela de García Márquez (dicho esto desde mi visión
personal de mujer, una mujer que sigue releyendo los primeros libros del
colombiano con una admiración deslumbrada), se vuelve a decir aquí desde una
perspectiva completamente diferente, una en la cual el acto de poder del viejo
es parte de la “iniquidad humana”, descripta en una imagen que hiela la sangre
como un águila que vuela sobre un mar embravecido con un animal ensangrentado
en el pico.
En esta
novela, desde la primera de las cinco noches que se cuentan, Eguchi, el
protagonista, es consciente de que la casa de las bellas durmientes es un lugar
imposible, un lugar todopoderoso que convierte a chicas jóvenes en “juguetes
vivientes”. El viejo Eguchi tiene conciencia de eso y su conciencia aumenta con
cada noche.
Ese, el del
dominio del hombre sobre la mujer, es uno de los temas de la historia y aquí,
hablo de “tema” en el sentido musical del término: hay metáforas, sueños,
declaraciones directas y diálogos que son distintas variaciones sobre esa idea.
Dos ejemplos entre muchos otros: “Era el cuerpo de una mujer sin mente”; o “los
labios de un hombre podían hacer sangrar cualquier parte del cuerpo de una
mujer”. No hay aquí perdón para Eguchi, que sabe que el suyo es un “placer
deforme” y que sus relaciones con las chicas no son “relaciones humanas”, pero
que no por eso deja de volver. Vuelve a la casa no una sino cuatro veces
después de la primera, por lo menos hasta que se cierra el libro.
¿Qué busca
con esas noches extrañas? Esa pregunta abre un costado psicológico claramente
masculino a la historia (tal vez lo más cercano del libro al planteo de García
Márquez). En este segundo campo, la historia funciona más bien a nivel
reflexivo. El personaje piensa sus propias reacciones frente a varios motivos
que se le aparecen enredados en los recuerdos que le despiertan las chicas
drogadas: la vejez; el deseo; el sexo; la atracción de lo prohibido; la doble
moral (según se aplique a uno mismo o a otros); el miedo a la muerte; la
envidia de la juventud; la paternidad.
Los dos
carriles de reflexión –el abuso contra las mujeres y los deseos masculinos de
los viejos– se desarrollan siempre dentro del mismo esquema simple: cinco
capítulos; cinco noches; siempre la misma rutina nocturna en el mismo
escenario; un único personaje secundario que habla: la madama, y otros, muy
pasivos: las muchachas dormidas. El lugar, la casa de las bellas, es
inquietante y lo mismo puede decirse del mar que se ve a través de las
ventanas, casi un paisaje interior y de los diálogos, todos muy ambiguos. Hay
miedo en el aire y Kawabata trata de que los lectores crean que el que está en
peligro es Eguchi.
Violencia de género
En la
última noche que se cuenta (no sabemos si habrá otras en el futuro), se vuelve
bruscamente al problema de las mujeres y los hombres y ahí, el otro carril, se
vuelve secundario. Tal vez –digo yo, desde mi punto de vista femenino– pueda
decirse que el lugar inquietante es simplemente este mundo nuestro, el mundo
todo (por algo no hay nada fuera de la casa), en el que se somete a las jóvenes
a una violencia inusitada frente a la cual están totalmente inermes. Esa
lectura explica ciertas conclusiones generales contundentes como: “¿Qué era lo
peor que un hombre podía hacer a una mujer?... Casarse, criar a sus hijas,
todas esas cosas, en la superficie, eran buenas; pero haberlas tenido durante
largos años en su poder, haber controlado sus vidas, haber deformado sus
naturalezas, todas esas cosas podían ser malas”. Eguchi ha hecho todo eso y
más: con las chicas dormidas, con su mujer, con sus hijas. Y sabe por qué: “Tal
vez, engañado por la costumbre y el orden, nuestro sentido del mal se había
atrofiado” (nótense tres palabras: “costumbre”, “orden” y “nuestro”,
sorprendente y brusco en un texto en tercera persona); y entonces “cualquier
inhumanidad se convierte, con el tiempo, en humana”.
Si la casa
es el mundo, tiene sentido que la muerte y el miedo no amenacen al viejo
poderoso sino a las chicas dormidas e indefensas, absolutamente descartables
para todos los que las usan: los hombres con dinero como Eguchi, la madama, el
dueño de la casa.
Sí,
Kawabata estudia en esta novela el deseo de posesión total que tienen los
hombres pero a diferencia de lo que hace García Márquez, lo juzga desde el
espanto, desde el horror, en una prosa intensísima y violenta en un gesto que
es un grito de alarma original, necesario, y completamente inesperado.
Fuente
http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/resenas/Yasunari_Kawabata-La_casa_de_las_bellas_durmientes_0_454754798.html
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