Testimonios de prostitución
Esta es una historia de trata de
personas, pero no nos confundamos, es fundamentalmente una historia de
prostitución, simple y a secas. La trata de personas es la forma penal en la
que bajo determinadas condiciones se produce la captación y explotación sexual.
Constituye el 95% de las personas en prostitución, el resto, el 5% son captadas de manera “suave”, sin una
violencia explícita, pero siempre abusando de una situación previa de
vulnerabilidad, por eso también podrían ser considerados casos de trata de
personas que no encajan en el tipo penal.
Una vez más se comprueba que el
delito de trata de personas es un medio por el cual son sometidas las mujeres
necesarias para el funcionamiento de los burdeles o la prostitución callejera,
de ahí que no puedan ser separadas la trata de la prostitución, son dos caras
de la misma y única moneda. También demuestra que la mayoría de las mujeres y
niñas, no importa cual fuere su condición, no imaginan ni quieren a la
prostitución como una posible salida de sus estrecheces. La llamada
“voluntaria” es minoritaria, estadísticamente irrelevante y cuando se la
explora, encontramos los mismos elementos que en el resto de los casos.
El prostituidor-putero-“cliente”
que va a un prostíbulo o las acecha en la vía pública, podrá saber esto, pero
no le interesa, al contrario, esa situación agrega más condimento al acto
basado fundamentalmente en el sometimiento.
Debemos resaltar el papel que
juega en la vida de muchas de estas personas las organizaciones no
gubernamentales que ponen su esfuerzo y escasos recursos asistiendo a las
personas que han sido llevadas a la prostitución y en casi todos los casos, abandonadas por el Estado.
Alberto B Ilieff
Marcela Loiaza |
Marcela Loiaza, víctima de trata:
"Soy una inspiración de vida y eso me
enorgullece"
La historia de cómo Marcela Loiaza, una
joven colombiana de origen humilde, terminó presa en el infierno, es ordinaria
y cercana a la realidad de cualquier otra jovencita, carente de experiencia y
ansiosa de oportunidades.
Una hija enferma, una pareja ausente, falta
de oportunidades y un señor que olfateó desesperación y que, como tiburón a la
sangre, se acercó a prometerle fama y dinero, fueron suficiente para hacerla
caer en la trampa. Una vez en ella, se desencadenan los hechos que Marcela
cuenta en su libro Atrapada por la Mafia Yakuza en el que cuenta, "con
lujo de detalle" y sin censura, su experiencia como esclava sexual.
Infobae la entrevistó en el marco del II
Foro Internacional sobre Derechos de las Mujeres que se realiza en Mar del
Plata.
De
todas las experiencias que te tocó atravesar ¿Cuál fue la más difícil de
superar?
Fui encerrada y esclavizada en un país
lejano en que no entendía el idioma. Fui violada y golpeada hasta el punto de
acabar en un hospital totalmente desfigurada y quebrada. Fui obligada a
acostarme con unos 20 hombres al día, 7 días a la semana. Si estaba menstruando
debía trabajar igual, me taponaban para que tuviera sexo lo mismo y sólo a la
noche me dejaban poder vaciar y limpiar mi útero. Me separaron de mi madre y de
mi hija. Sin embargo, nada fue tan duro para mí como ver asesinar a otro ser
humano al frente mío y no poder hacer nada. Fue una noche, mientras hacíamos la
calle, los guardianes, como siempre, nos controlaban y nos intimidaban con
baldes de metal y cadenas en sus manos. De pronto comenzó a escucharse un ruido
ensordecedor de motos ninjas y todos comenzaron a correr. Era la mafia china
que disputaba ese territorio a los Yakuza. Con otra compañera corrimos y nos
escondimos en un contenedor de basura, nos cubrimos de basura, cerramos la
tapa, pero podíamos ver por un haz de luz. Sabíamos que los chinos mataban a
las prostitutas de los Yakuza para debilitarlos, porque éramos su principal
fuente de ingresos. De repente vimos a una mujer, también colombiana, que
corría hasta que su tobillo quedó atrapado en unas cadenas que le tiraron unos
chinos, como si fuera ganado. Cuando se acercaron, ella les suplicó que no la
maten, que tenía dos hijos a los que extrañaba y que sólo quería abrazarlos una
vez más antes de morirse, que haría cualquier cosa a cambio. No la escucharon,
comenzaron a destrozarla con golpes de cadena, su sangre brotaba y comenzó a
caernos a nosotras dentro del contenedor. Pienso en ella todos los días y es
por ella y por tantas otras mujeres como ella, que pido que se pare con trata
de mujeres y niñas, con la explotación y con la prostitución.
¿Qué
opinas del sexo comercial?
A ninguna mujer le gusta ser prostituta,
aunque diga que lo hace porque quiere. Yo también decía lo mismo, incluso
cuando logré escaparme de Japón y llegué a Colombia, me metí en la prostitución.
Me costó años entender que yo era víctima de la situación, que había otra cosa
para mí. Creía que estaba condenada a eso, que eran los planes que tenía Dios
para mí. Aún hoy, hablo con mujeres prostituidas y noto que fueron convencidas
de que lo hacen porque quieren y no logran ver que son víctimas de una
explotación. Está la creencia de que es un trabajo como cualquier otro, pero en
ningún lugar te retienen el 50% de las ganancias, no te dejan manejar el
dinero, ni las condiciones de trabajo. Además, lo cierto, es que a ninguna
mujer, a ningún ser humano, le gusta ser ultrajado, abusado, denigrado y usado
como un objeto. Yo les rogaba a los hombres, en mi pobre inglés, "Me,
don´t like it, please" pero ellos sólo me contestaban "oh, yes,
colombiana, si like it" . Todavía no logro entender cómo algunos, a pesar
de verme agotada, enferma o llorando sin parar, no les importaba y se acostaban
igualmente conmigo. Me costó mucho volver a confiar en los hombres después de
las cosas que viví. Hace falta un cambio cultural y que los varones entiendan
el daño que causan cuando pagan por sexo.
¿Cómo
lograste escapar?
Después de haber estado en el contenedor de
basura, ellos me encontraron y me agarraron de nuevo. A pesar de haber pasado
por un hospital, tuve guardia permanente y no podía comunicarme en japonés. Sin
embargo, tras meses de intentar convencer a un cliente fijo, logré que él me
ayude. Me dejó una peluca, una campera y un boleto de tren en el baño de un
local de comidas rápidas. Me disfracé y huí hasta la embajada Colombia. Cuando
llegué golpeaba las puertas y gritaba "soy puta, soy puta" porque ni
aun ahí comprendía que era víctima de explotación, sino que sentía culpa,
responsabilidad y vergüenza por haber caído en eso.
Luego llegué a mi país, mi madre no me
hablaba porque había hecho algo deshonroso. No encontré justicia ni protección
ni la ayuda necesaria y prometida en la embajada y decidí seguir
prostituyéndome hasta que un día, llorando en una iglesia, una monja se acercó
a escuchar mi historia. Ella me hizo entender lo que me estaba ocurriendo y me
ayudó a salir del abuso. Pero, en la Justicia, mi causa
"desapareció", no existe, no figura mi número de expediente ni está
más allí.
¿Podes
estar en paz sin haber recibido justicia?
Trato de no mirar el pasado, sino el
presente y el futuro. Algunos me aconsejan hacerle juicio al Estado, pero yo no
quiero. Yo quiero estar con ellos y no en contra de ellos. Quiero que haya
unión para ayudar a las chicas que hoy están siendo explotadas. Lo mío ya pasó,
lo que importa es lo que ocurre hoy y lo que podemos evitar que ocurra mañana.
Llama
la atención que, a pesar de haber contado tu historia cientos de veces a
familiares, amigos, fiscales, jueces, en tu libro, a ONGs y a otras víctimas,
aún llores tanto al hacerlo y se te vea tan afectada y conmovida.
-Sí, me cuesta mucho. Son traumas y dolores
muy profundos. Al principio no podía hablar, ni siquiera con mi psicóloga. Me
bloqueaba y no me salía ni una palabra sobre lo que viví. Ella me sugirió
escribir los hechos en soledad para luego leerlos en las sesiones. Un día,
después de tres años de terapia, me dijo "Marcela, acá te guardé todas y
cada una de las cosas que escribiste. Deberías considerar publicarlas".
Fue, casualmente, a partir de la publicación de mi primer libro que pude
comenzar a hablar en público de mi historia. Para mí fue como una liberación.
Mi esposo y mi hija me alentaron a hacerlo porque entendieron que mi objetivo
era intentar ayudar a otras mujeres que han pasado o que están atravesando lo
mismo. Si yo pude salir, ellas también pueden. Hay recibo decenas de denuncias
y de cartas, incluso en otros idiomas, como alemán. Trato de ayudarlas desde mi
Fundación. Sé que soy una inspiración de vida y eso me enorgullece. Quiero
inspirar y ayudar a otras personas, del modo en que, por ejemplo, Susana
Trimarco me inspiró a mí en mi lucha.
¿Qué
era lo que te impedía contar lo vivido, la barrera que más te costó vencer?
Tener que decir con cuántos hombres había
estado, sentirme juzgada. Todavía se cuestiona a las mujeres prostituidas y se
dice que quieren victimizarse. Llegaron a cuestionar la veracidad de mi
historia. El primer contacto con la prensa y los periodistas fue una
experiencia horrible para mí. Tenía que aguantar preguntas humillantes y amarillistas.
Les interesaba "eso": saber con cuántos hombres debía tener
relaciones. A mí me resultaba insultante. Luego lo conté pero para que la gente
pueda tomar noción del nivel de explotación y humillación. Cada vez que
terminaba una presentación del libro y a la conferencia de prensa sucesiva,
tenía que irme a llorar detrás del banner. Me hacía no tener más ganas de
seguir. Luego aprendí a tolerar las preguntas bajas y a transformarlas en
respuestas amables y educadoras. Pero los titulares eran del tipo "Puta
arrepentida presenta libro" o "Fracasó como puta y ahora prueba
escribir un libro". Uno, luego de que conté que volví a la prostitución en
Colombia, comentó "vaya, mira que acabó gustándole". Cosas
increíblemente ofensivas y muy duras de aguantar. Pero sabía que tenía que
seguir adelante porque queda mucho por hacer. Hay que sensibilizar a la
población y concientizar a las chicas para que no terminen siendo captadas por
las mafias de la prostitución.
Fuente:
http://www.infobae.com/2014/09/04/1592663-marcela-loiaza-victima-trata-soy-una-inspiracion-vida-y-eso-me-enorgullece
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