Cuando la República
dijo sí a la abolición de la prostitución
1932 fue el año en el que el debate sobre la prostitución
llegó al Congreso, con un discurso ejemplar de Clara Campoamor. Hasta 1935 no
se aprobaría por decreto el abolicionismo, como una forma de garantizar la
igualdad entre hombres y mujeres. Sin embargo, para muchos sectores, fue una
resolución poco ambiciosa.
BARCELONA 11/11/2018
ANA BERNAL-TRIVIÑO
“Queda suprimida la reglamentación de la prostitución, el
ejercicio de la cual no se reconoce en España a partir de este Decreto como
medio lícito de vida”. Este fue el artículo 1 del decreto del 23 de junio de
1935. Muchas son las personas que hoy día se declaran republicanas pero
regulacionistas de la prostitución, cuando justo la República Española fue la
que se declaró, por decreto, abolicionista.
Las circunstancias sociales de entonces no son las de ahora,
marcadas por la dificultad de controlar las enfermedades venéreas de forma
eficaz. Pero, para llegar a la fecha de ese decreto, antes varias mujeres
reflexionaron sobre la prostitución, en un marco idéntico al que el propio
feminismo desarrolló desde el comienzo de su historia.
Un punto de partida
“La prostitución es para la mujer el más horrible de todos
los males”, decía Concepción Arenal en La Mujer del Porvenir, institución a la
que también califica como lepra. Se queja del trato que recibían estas mujeres,
entre otras cuestiones. “Nunca me conmueve tan tristemente mi ánimo como al
entrar en un hospital de mujeres donde se curan las enfermedades consecuencia
de la prostitución. Allí las enfermas no suelen quejarse, saben que a nadie
inspiran lástima y procuran sofocar el dolor físico lo mismo que el dolor
moral”, matiza en la misma obra.
Emilia Pardo Bazán ya reflexionaba en una conferencia en
1899, que las mujeres se veían arrastradas al “matrimonio, al servicio
doméstico, a la mendicidad y a la prostitución”, como únicas salidas posibles.
Nadie como ella explicó en cuentos y discursos las violencias contra las
mujeres, como se relata en el libro El encaje Roto (Contraseña). Años más
tarde, en 1904, Consuelo Álvarez Pool, que firmaba como “Violeta” en la prensa,
escribió un texto titulado “Del matrimonio” donde denunciaba la misma
situación: “¡Cuántas mujeres se ven en el duro trance, en la cruel alternativa
de casarse con el primero que llega… o prostituirse! Entonces la elección no es
dudosa: se casan y hasta creen amar a su marido porque en él ven la tabla
salvadora a que asirse en el naufragio de su pobreza”.
En 1918, salía publicado el libro La condición social de la
mujer en España, de Margarita Nelken, quien se preguntaba de dónde venían las
prostitutas y marcaban que las de alta categoría procedían de la clase media
cuya educación no se había “preocupado de proporcionarles un medio de vida y
que el día que necesitan bastarse a sí mismas se lanzan o caen poco a poco en
la prostitución”. Las más pobres, indicaba, venían del campo a la capital y
denuncia que caían “fácilmente seducidas por fantásticos espejuelos”. Es aquí
donde hace una crítica de clase a aquellos “señoritos” que abusan sexualmente
de sus sirvientas y que, con un hijo a su cargo, tenían que buscarse la vida.
Pero también lanza críticas hacia la religión.
“España es quizás, hoy día, el único país en donde no se
hace nada por impedir que las prostitutas lleguen a su triste condición y en
donde al mismo tiempo se quiera corregir la prostitución con castigos, que no
otra cosa es la reclusión forzada en un convento”. Y, ante todo, en su discurso
dejaba claro que era un problema de Estado. “Dios sabe todavía hasta cuando la
prostitución española seguirá siendo una vergüenza, no para las prostitutas,
sino para todo el país socialmente culpable y responsable”.
En 1921, una manifestación feminista, encabezada por Carmen
de Burgos llega al Congreso. Entregan a su Presidente un documento con la
petición de derechos para la mujer, desde el derecho al voto, a la igualdad
respecto al hombre en el Código Penal. El artículo 9 de ese documento es
tajante: “Que desaparezca, en virtud de una ley, la prostitución reglamentada y
que se persiga”.
Camino hacia la
abolición: el discurso de Clara Campoamor
Todo este pensamiento se reforzó durante la II República
Española. Escobedo remarca en un estudio que el regulacionismo había sido
alimentado por la ideología burguesa, para quienes la prostitución era un “mal
necesario”. Rivas Arjona señala en una investigación que la lenta penetración
del modelo abolicionista se produjo, por un lado, por la tradición
regulacionista y por otro, por los beneficios que “determinadas instituciones”
recibían. Sin duda, no se hubiese producido sin el marco de la lucha
abolicionista desarrollada de Josephine Butler en Inglaterra, que atravesó
fronteras de toda Europa y entró en nuestro país a través de los protestantes,
los masones y las propias ideas republicanas, según apunta Rivas Arjona. De
hecho, la propia República encabeza también una reforma sexual alejada de la
religión.
Los diarios de sesiones del Congreso bien reflejan el debate
que llevó hacia la abolición de la prostitución. El día 12 de enero de 1932,
Rico Avello, de la Agrupación al Servicio de la República, decía a la Cámara
que la “prostitución reglamentada es absolutamente incompatible con la dignidad
humana” y defendía que no cabía en esta materia otra postura que no fuera la
“pura y simple de la teoría abolicionista”. Tres días después, el diputado
Carlos Martínez y Martínez expresó que la abolición debía ir acompañada de una
nueva educación, y demandó ofrecer al pueblo “una noción nueva, clara y valiente
de qué es la sexualidad”. Además, apuntó la que prostitución estaba asociada a
la pobreza y que debía implantarse una “libertad económica que permitirá a la
mujer desenvolverse”.
Ese mismo día, Clara Campoamor, diputada del Partido
Radical, explicó de forma tajante ante la cámara que “la ley no puede
reglamentar un vicio”. Habló sobre la vergüenza de que el Estado perpetúe esta
situación, a la que definía de una “quiebra para la ética”. Pero en su
discurso, la diputada fue más allá y expuso el contexto de que España estaba
representada en la Sociedad de Naciones de Ginebra y que existía una comisión
de protección a la mujer y contra la trata para la desaparición de lo que, por
entonces, denominaban “trata de blancas”. Sobre ello, Campoamor dejaba claro
que “las casas de prostitución reglamentadas, autorizadas por el Estado,
percibiendo directa o indirectamente de ellas tributos el Estado-tributos, de
una corrupción, de un vicio, son los centros de contratación de la trata de
blancas, en donde se pueden albergar fácilmente todas las mujeres, que un
vividor, delincuente de oficio, traspasa de ciudad en ciudad y lleva de mercado
en mercado”.
El discurso de la diputada continuó con la demanda de que el
Estado se declarase de una vez abolicionista. En aquel momento, además, las
víctimas de la prostitución eran, en mayoría, mujeres menores. A esa edad les
estaba prohibido firmar un contrato o adquirir un préstamo pero “no le rindan
protección alguna cuando se trata de la libertad de tratar su cuerpo como una
mercancía”, denunciaba la diputada. Para terminar, Campoamor afirma que de
permitirse la prostitución, el Estado permitiría un vicio y apuntaba las que,
para ella, son las dos consecuencias más graves: “la posibilidad de la
degradación de un enorme número de mujeres y la posibilidad de la degradación
de un enorme número de hombres, a quienes las leyes les dicen que puedan
acercarse a una mujer sin amor, sin simpatía, sin siquiera un gesto cordial de
estimación”.
Días más tarde, el 26 de enero, el diputado de Acción
Republicana, Sánchez Covisa recuperó el discurso y calificó a la prostitución
de un estigma, vergüenza, y un “incumplimiento del precepto constitucional, que
hace iguales los dos sexos, puesto que no puede aplicarse a la mujer una ley de
excepción”. Meses después, se organizó la 'Semana abolicionista' en un intento
de acercar esta postura a la sociedad, donde se contaría con la presencia de
Campoamor.
Hasta tres años después, no se declaró el Estado como
abolicionista en un decreto del 28 de junio del Ministerio de Trabajo, Sanidad
y Previsión, con la justificación de que el Gobierno quiere sumarse al
abolicionismo “que impera desde hace años en los países más avanzados desde el
punto de vista sanitario”. Entre sus artículos, además del reconocimiento del
principio de igualdad entre el hombre y la mujer, también se prohibía “toda
clase de publicidad que de manera más o menos encubierta tendiera a favorecer
el comercio sexual”.
Las ‘Mujeres Libres’
No obstante, como puntualiza Escobedo en una de sus
investigaciones, surgieron críticas frente a esta aprobación por mantener
algunas normas reglamentaristas, como que las autoridades sanitarias vigilar a
las prostitutas por la transmisión de enfermedades venéreas. Se esperaba un
decreto aún más ambicioso en el sentido abolicionista, aunque la sociedad de la
época tampoco dejaba mucho margen de maniobra, junto a todas las reformas que
la República estaba realizando.
Mientras aquello ocurría en las paredes del Congreso, Amparo
Poch y Gascón, una de las tres fundadoras de Mujeres Libres, escribía en “La
Vida sexual de la mujer”, en 1932, cómo la prostitución ponía también en riesgo
a las mujeres que vivían con sus parejas. Para ella, la prostitución o el
alcoholismo formaban parte de lo que consideraba como “higiene matrimonial”.
La formación feminista anarcosindicalista creó lo
liberatorios de prostitución, “no como solución, sino con un fin paliativo”. En
ellos se centraban en la investigación y tratamiento médico-psiquiátrica, la
curación psicológica y ética, orientación y capacitación profesional, ayuda
moral y material en el momento que les fuera necesario, aún después de haberse
independizado de los libertarios.
En el número 9 de la revista que editaban estas mujeres, se
dedicó un espacio al “problema sexual y la revolución” y lanzaban a sus
lectoras la siguiente pregunta: “¿quién puede negar que la esclavitud sexual de
la mujer no ha sido en principio y a través de los siglos una consecuencia del
problema económico?”. Inciden en que justo la guerra había agudizado el
problema económico de la mujer que, sin trabajo, se veía obligada a la
prostitución sin otra alternativa. Por ello, intentaba desde aquellas páginas
concienciar a los camaradas de que “si de veras queremos la Revolución social,
no olvidemos que su principio primero está en la igualdad económica y política,
no solo de las clases, sino de los sexos” y que “el problema sexual es una
problema económico-político a la vez”, que si no se producía en conjunto con la
Revolución, “la dejaría manca, declarando utópicas todas las ansias de
liberación de la Humanidad”.
Unos números después, también retoman el tema en la revista
y señalan que la reglamentación supone la creación de unos impuestos para el
Estado, y que la erradicación de la prostitución va más allá de leyes para
adentrarse en la propia mentalidad de la sociedad. Y repiten, sin cesar, que la
mujer “ha de ser económicamente libre”. Por eso, detallan que solo la libertad
vendrá a través de una “igualdad de salarios, una igualdad de sueldos, una
igualdad de acceso a los medios trabajadores de todas clases, (...) porque
todas las acciones en favor de la familia, de ese ficticio color hogareño,
mantienen a la mujer en su posición de siempre: alejada de la producción y sin
derecho alguno”.
En los últimos números de la revista, en septiembre de 1936,
señalaban que “la empresa más urgente a realizar en la nueva estructura social
es la de suprimir la prostitución. Antes que ocuparnos de la economía o de la
enseñanza, desde ahora mismo, en plena lucha antifascista aún tenemos que
acabar radicalmente con esta degradación social. No podemos pensar en la
producción, en el trabajo, en ninguna clase de justicia, mientras quede en pie
la mayor de las esclavitudes: la que incapacita para todo vivir digno”. Para
ello querían capacitar a las ex prostitutas para ser mujeres libres y
conscientes, ofreciendo ayuda moral y material.
Montseny, ministra de Sanidad y Bienestar Social en 1937,
señaló que más allá de ley, la prostitución solo quedaría abolida cuando “las
relaciones sexuales se liberalicen, la moral cristiana y burguesa se
transforme, las mujeres tengan profesiones y oportunidades sociales de
asegurarse el sustento, la sociedad se establezca de forma que nadie quede
excluido, cuando la sociedad pueda organizarse para asegurar la vida y los
derechos de todos los seres humanos”.
Todas estas intenciones y el espíritu abolicionista de la
República, quedaron bajo tierra tras el golpe de Estado y la victoria del
franquismo, que regresó al reglamentarismo por decreto el 27 de marzo de 1941.
A partir de entonces, la prostitución aumentó, junto al estigma, la
criminalización y la persecución de las prostitutas.
Fuente
https://www.publico.es/sociedad/abolicionismo-republica-dijo-abolicion-prostitucion.html?fbclid=IwAR3HWmtzRSuh6Tp-w5Kf8Pq3Q25EqWMDYgIXINY2GERybOYZj5UZFkUHnd4
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