Víctimas
24|05|20
Por Stella Maris Gil
Planilla de sanidad- La Pampa- Argentina |
En la esquina de Tres Arroyos, entre las calles Pringles y
Alsina, hay un mural que dice “Sin clientes no hay Trata”, obra de estudiantes
bajo la guía de su profesora, referida a una realidad que tuvo su auge en las
décadas del ‘20 al ‘50. Vendrían después años de declinación, merced a los
vaivenes económicos y cambios en las costumbres, pero la explotación de mujeres
sigue vigente.
Rastreando en documentos, en diferentes momentos, se
confirma lo dicho. Un artículo del diario local La Voz del Pueblo, del viernes
16 de mayo de 1947, titulaba:
“Ayer fueron trasladadas
a Lanús tres mujeres que estuvieron vinculadas a Los Tenebrosos…” ¿Quiénes eran
éstos? Eran los integrantes de una de las tantas sociedades dedicadas a la
prostitución de mujeres, lo que demuestra la existencia en Tres Arroyos de
extensiones de redes a nivel nacional.
Algunos miembros de esta sociedad solían pasar por esta
ciudad, lugar que, parecería, le era favorable a sus actividades. En Lanús
habían caído presos miembros de aquella banda. Incluso se envió, en calidad de
detenidas, a otras dos mujeres más por este caso, y a una menor que había
sospechosamente desaparecido, cuando era llevada a la capital por un conocido
vecino, apodado “El músico”. Todas ellas ejercían la prostitución por lo que
declararon cómo eran sometidas por los “caften” de Tres Arroyos y cómo operaba
esa banda. El traslado incluyó un careo con otros detenidos. Declararon que
eran forzadas a practicar ese oficio, bajo amenazas de castigos corporales… “se
munía de documentos de identidad falsificados a las chicas menores de edad para
que pudieran ‘trabajar’ en los cabarets…”.
Era muy fuerte la organización. Sus explotadores pertenecían
a familias reconocidas del lugar, entre ellos, el ya citado anteriormente y
otro al que le decían “El doctor” porque curaba a las mujeres “cuando eran
brutalmente castigadas…”.
De acuerdo a los pedidos de los capos de esa banda, las
muchachas eran trasladadas a diferentes destinos para satisfacer la demanda de
los clientes.
El mundo de la trata
La prostitución, palabra que viene del latín prostituere,
que literalmente significa: “exhibir para la venta”, es un gran negocio que
enriquece a los traficantes, los proxenetas y también a comerciantes,
industriales, dueños de hoteles y bares. La pobreza aporta víctimas ante la
necesidad de sobrevivencia en muchos países del mundo. En la América se
destaca, entre varios, México, con sus centros turísticos, Cancún, Playa del
Carmen, invisibilizada a los ojos de los veraneantes. La periodista y activista
social Lydia Cacho, en su libro “Esclavas del poder”, escribe que esos son
“…lugares perfectos porque allí no se hace efectiva la ley que castiga a los
clientes de la prostitución forzada y la explotación sexual infantil”.
Algunos gobiernos o fuerzas policiales y militares, parecen
no verlo. Cacho atestigua que “La trata de personas –documentada en 175
naciones- revela la normalización de la crueldad humana y los procesos
culturales que la han fortalecido”.
¿Cómo zafar de esa orquesta, tan bien armonizada, donde cada
uno cumple su función de abuso o sometimiento? Tras de ella está la esclavitud,
la violencia, el desprecio humano en esas mujeres explotadas, violadas,
arrancadas de su pobreza con engaños, con sutilezas, con promesas de una vida
mejor, sometidas a daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico. Seres
humanos reducidos a mercancía. Niños abusados y sus pederastas por las redes
que se expanden de una región a otras. También hay varones que comercian con su
cuerpo. Están en el mundo de la trata.
Nadie puede decir que se prostituyen porque “les gusta”. En
su interioridad, pensarán en la compañía de alguien que las quiera, o tal vez
en una familia, en un lugar donde se las respete.
Liberarse de esa
vida, a veces no es una solución. La vuelta al hogar conlleva la emoción del
regreso, el cariño familiar en algunos casos; en otros los prejuicios de una
sociedad pacata que hace que se las relegue.
Dice Cacho: “Algunas de las víctimas ya se han acostumbrado
a otro tipo de vida y en sus hogares se sienten juzgadas o reprimidas”. La
antropóloga Rita Segato se refiere a ellas como “las otras, las mujeres
consumibles”.
Algunos días de hasta 20 clientes, golpes recibidos;
encierros; el dinero escaso, los sueños perdidos. Ya no son libres; ahora son
“esas”, y el sello es difícil de borrar. Lydia Cacho dice que “Estudios a nivel
mundial muestran que la mayoría de las mujeres involucradas en este comercio,
desesperadamente quieren escapar. Son atrapadas por la pobreza y por los
criminales que las controlan”. Tras las puertas sin cerradura de las
habitaciones de prostíbulos u hoteles, hay mucho dolor.
Fuera de las trata, existen personas que por propia elección
acceden al trabajo sexual, como forma de beneficio económico. Así lo asevera G.
Orellano, dirigente del Sindicato de Trabajadoras Sexuales de la República
Argentina, AMMAR: “Yo ejerzo un trabajo que está súper estigmatizado y sin
reconocimiento de derechos y lo hago justamente porque me da una remuneración
económica que puede cambiar la calidad de vida de mi hijo”.
El transcurrir de los
tiempos
En los inicios de la Humanidad regía el matriarcado, hasta
que aparecieron los clanes y luego las tribus, con los jefes-varones al frente,
por lo cual la mujer perdió su protagonismo y pasó al ámbito de la casa
familiar, o, en otros casos, a la categoría de material de uso para el placer
de otros. Los Incas, a partir de su organización en los ayllus, con el paso del
tiempo, relegaron a la mujer y es allí donde muchas pasaron a ser “objeto de
propiedad del varón”.
Dice Nisa Forti que en “las tribus pampeanas no existía la
prostitución… el marido podía incluso matarla si la veía hablar con otro”…
“Luego llegó el conquistador. Agarró a la indígena y se sirvió. En ella dejó la
semilla de la población futura. Ella fue el puente entre el mundo que llegaba y
el que agonizaba”. La mayoría de las esposas legítimas de los conquistadores españoles
quedaron en su tierra de origen, pocas se aventuraron a semejante y desconocido
viaje. Algunas vinieron con ellos, tal vez prostitutas, sugiere Forti.
En los crueles momentos vividos por las originarias y las
cautivas, durante las guerras por la propiedad de las tierras, la mujer
acompañó y se entregó. Se arriesgaban, se celaban con sus congéneres, sufrían
las inclemencias de una tierra feroz y peligrosa.
Con el tiempo, ya desplazados los dueños originarios de la
tierra, en los boliches y pulperías de campo, en casas non sanctas de las
ciudades, los cuerpos femeninos fueron mercancías apetecibles. Algunas
recorrían las calles, otras seguían a su rufián que en algunos casos habría
llegado a ser el gran amor de su vida y enriquecían el bolsillo de él.
Ya en el siglo XX los sones del tango, a través de sus
letras, indican la presencia de la mujer sometida. En “Milonguita” (1920) a
Estercita “los hombres te han hecho mal” y en “Flor de fango” de Pascual
Contursi pareciera que hay cierta culpa femenina “los amigos te engrupieron y
esos mismos te perdieron”.
Tres Arroyos
En Tres Arroyos la prostitución se extendió por sus calles.
Siempre se ejerció de diferentes maneras: no legales, con apariencias legales,
o por propia elección de las chicas. No hubo una zona roja, pero sí algunos
burdeles, nada parecidos a los que recorría Bloom, el personaje de James Joyce,
en su libro Ulises, donde se ven personajes abyectos, también la mendicidad y
“el tráfico de esclavas blancas”.
El periódico
El Periodista del 12 de abril del 2020, hace referencia a la
existencia de un Registro Municipal de Prostitutas de 1920.
Entre 1906-1937 funcionó en el país la Zwi Migdal. Mucho se
ha escrito sobre esa asociación que traía a polacas judías al país. Ante el mal
trato, las jóvenes se resistían y en consecuencia las mandaban a prostíbulos de
la provincia. “Había uno especial para ‘castigadas’ en Tres Arroyos que contaba
con 25 mujeres”. Pero no hay material documental para que de veracidad a lo
escrito.
En muchos prostíbulos de la provincia “horribles y baratos,
de un peso la “satisfacción” regenteaba un tal Kloter Leille enriquecido por
esos negocios “quien era propietario de 20 establecimientos” entre los que
estaban Tres Arroyos y Gonzales Chaves.
Esbozando sonrisas pícaras adultos de hoy, recuerdan sus
momentos de iniciación en un casa en la calle Chacabuco, regenteada por una
mujer. Algunos muchachos fantaseaban sobre sus visitas a ese lugar, para
demostrar que habían ingresado a la categoría de mayores.
El negocio del sexo se evidenciaba en cabarets como el de
Ituzaingó y Dorrego o el famoso Lago Azul en la calle Roca, a orillas del
Arroyo del Medio, rodeado de un hermoso parque. Cabaret nocturno, salón de
baile con la presencia de orquestas y coristas, pianistas como Mario Valdés
desgranando melodías en el piano, y el infaltable bar, en el que los clientes
se relajaban mientras esperaban los encuentros amatorios. Un negocio rentable,
con atención sanitaria en el vecino hospital y algún facultativo protector, mientras
que, desde su taller, las modistas cosían las ropas de las pupilas. El
movimiento era intenso.
El vecindario conocía la existencia de algunas casas “de
familia” y murmuraba. Todavía algún muchacho de ayer recuerda ver a las chicas
barrer la vereda de alguna casa “non sancta”, por la calle Vélez Sarsfield al
100. También en el llamado barrio Corea, había un “capo” ya citado
anteriormente, que entre otras actividades regenteaba algunos burdeles.
En el desaparecido edificio de la fábrica Istilart, ya en
época de desmantelamiento, había “colocado sobre una máquina construida en sus
talleres un zapato de mujer “sapato de una pu...”, de tacos altos, forrado en
tela bordada (del libro Construir la Identidad de Stella Gil). Cruda
desvalorización de la mujer.
Eduardo Galeano escribía que “La prostitución de niños y
mujeres constituye la más lucrativa esclavitud de nuestro tiempo, aunque no se
llame así”. Y ahora …¿cómo seguimos?
Fuente
https://www.lavozdelpueblo.com.ar/web/noticia/94898-V%C3%ADctimas
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