Ocho años de prostitución, 15 hombres por día: “La vida
después de la esquina es una vida de posguerra”
Después de la crisis de 2001, Delia Escudilla perdió su
trabajo y se quedó sola a cargo de tres hijos. Terminó en hoteles inmundos en
Constitución, cobrando por los placeres sexuales ajenos y medicándose para
adormecer el dolor. La historia de una abuela que se considera “sobreviviente”,
sostiene que la prostitución no es un trabajo y lucha por la abolición
Por Mariana Fernández Camacho
15 de febrero de 2020
"La vida de explotación de las prostitutas nos
deteriora y nos deja secuelas hasta el final de nuestros días”, dice Delia
Escudilla a Infobae (Gustavo Gavotti)
“La vida después de la esquina es una vida de posguerra. A
los 55 años siento que soy una sobreviviente. Hay cosas que ya no puedo hacer:
viajar en subte por ejemplo, porque si estoy en un lugar encerrada es como si
alguien desde arriba mío no me dejara respirar. Por supuesto también tengo
enfermedades físicas y psiquiátricas crónicas. Pero no solo por haber sido
penetrada por miles de tipos, sino por haber visto lo que pasa en la calle. La
vida de explotación de las prostitutas nos deteriora y nos deja secuelas hasta
el final de nuestros días”.
Quince años después, a Delia Escudilla todavía la atraviesa
el desconsuelo cuando comparte su historia con Infobae. Su historia es el drama
de una mujer que, después de quedarse sin trabajo como empleada doméstica,
mantuvo sola a sus tres hijos con el dinero que les cobraba a entre 12 y 15
hombres por tarde en un hotelucho inmundo de Constitución.
El origen
Nació en Chaco y a los 16 años se vino a Buenos Aires. No
sabía leer ni escribir. A los 18 quedó embarazada y se casó. Después nacieron
Noelia y Fabricio. Sus días dentro de la casa incluían aguantar las palizas del
marido que vuelta y media llegaba borracho y descargaba su furia contra ella.
“Una Navidad casi me
mata, delante de nuestros tres chicos. Me salvó un vecino. Y esa noche me
prometí que no iba a dejar que me pegara nunca más. Le hice la denuncia, pero
en la comisaría no me dieron bola y lo metieron preso por ebriedad. A la mañana
siguiente, cuando lo soltaron, me dijo: `Hija de puta, cuidá de mis hijos
porque si me entero que les pasa algo te voy a vaciar un cargador en la
cabeza´. De alguna manera sus palabras me condenaron, porque fue lo que hice:
criar y cuidar a mis hijos a cualquier precio, a pesar de mi propia vida”.
Pasaron más de dos décadas de aquella frase, pero Delia se quiebra y llora.
Otra vez. Una más. Las que le hagan falta.
Como jefa de familia aprendió el arte del rebusque, y se
puso a cocinar churros, bolitas y pan casero que vendía en el barrio mientras
sus hijos estaban en la escuela. Hasta que también le dieron ganas de estudiar,
y en doce meses de clases aprobó los siete años de primaria con buenas notas y
muchas felicitaciones.
Cuando perdió su trabajo de empleada doméstica, Delia
comenzó a prostituirse para mantener a sus tres hijos.
Cuando perdió su trabajo de empleada doméstica, Delia
comenzó a prostituirse para mantener a sus tres hijos. "Yo soy yiro",
le dijo una vecina en el tren, y la invitó a un mundo que ahora considera un
infierno.
“Eso me incentivó y me anoté en la secundaria. Pero en el
medio pasó el estallido del 2000. Yo tenía un laburito por horas en Capital
pero me dijeron que no me podían pagar más. Para colmo a mi hija se le
rompieron las zapatillas y durante tres días no la pude mandar al colegio. En
ese ir y venir me crucé a una vecina en la estación. Le conté que no sabía qué
hacer. Recuerdo que sacó plata de su morral y contestó: `Yo soy yiro. Cuando
quieras te llevo y te indico cómo es el trabajo, no podés seguir así´. A la
semana nos subimos juntas al tren. Todo el tiempo las mujeres se prostituyen,
pero con las crisis se sobrevalora más eso de salir a las grandes urbes a
vender lo único que tenés: tu dignidad. Por el hambre, por la necesidad”.
Pobreza feminizada. Impacto de género de los colapsos
económicos. En otras palabras: marginación, derechos vulnerados y la
genitalidad de las mujeres como opción desesperada (e histórica) de
supervivencia.
Caer en la esquina
De 12 a 18 horas. Los primeros tiempos obligaban a circular.
La esquina “se gana”. Avenida Garay, Santiago del Estero, Salta. Las
instrucciones fueron pocas: caminar y “poner cara de puta” hasta que aparezca
un gil. “Yo pensaba en cómo sería la cara de puta. Muchos años después me di
cuenta de que la cara de puta es la cara de una mujer pobre”.
"No hay trabajo sexual, hay mujeres sin recursos",
dice uno de los imanes de la heladera de su casa, en Ezeiza. "Amor
abolicionista", dice otro. (Gustavo Gavotti)
En la jerga se llama “bautismo” al sexo pago del primer
cliente, pero también se bautizan las “identidades putas”. “Elegí ser Anita,
era mi personaje. Delia estaba como adormecida, asqueada. Pero Anita era
fuerte. Después de tres años y pico de prostitución conocí a las chicas del
sindicato de trabajadoras sexuales. Empecé a participar en las asambleas, a
tomar la palabra, me gustaba que me aplaudieran, que las compañeras me hicieran
preguntas. Anita se sentía empoderada”.
Delia va mezclando pronombres durante su relato. A veces
habla de Anita en primera persona. Muchas otras parece alejarse y la recuerda
como un ser ajeno, la historia de una otra que no tiene nada que ver con ella.
“Me costó años sacar a Anita de mi vida. Tenía a la puta incorporada. Por
ejemplo una vez, llevaba largo rato cuidando personas enfermas cuando en un
viaje a Capital un hombre en el tren me preguntó cómo me llamaba. Le respondí
Anita. Aún lejos de la esquina, Anita estaba viva y tenía que matarla”.
Delia creó un
personaje llamado
Delia creó un personaje llamado "Anita" para
pararse en la esquina. Cuando se alejó de la prostitución, le costó años
sacarla de su vida. "Tenía a la puta incorporada", dice (Gustavo
Gavotti)
Mientras pasaba las tardes en Constitución, por las noches
Delia estudiaba. En ocho años, cursó el secundario, se recibió de Acompañante
Terapeútica (AT) y terminó Psicología Social en una escuela de Monte Grande.
Tres veces a la semana llegaba a su casa a las once, justo para acostar a sus
hijos y revisar los cuadernos. Los otros días podían cenar y mirar tele juntos.
“A medida que avancé en mis estudios empecé a mirar, a
entender lo que pasaba en la esquina. Dejé de considerar que lo que hacíamos
era un trabajo y me harté de las capacitaciones del sindicato para aprender a
darle placer a los penes de diferentes tamaños. Porque no solo vivía mi vida,
también veía la vida de las otras mujeres. La de una niña en situación de calle
dejándose coger parada por plata. Y nadie hacía nada. Yo tampoco hacía nada,
estaba inmersa en ese submundo donde vale todo. O la mujer sordomuda con otra
nena esperando un putero. O la vieja que se prostituía para darle de comer a
cinco nietos, porque sus hijos y nueras estaban presos por drogas. O mi amiga
Érika, que a los 36 años murió porque le explotó la cabeza después de que un
cliente la hiciera sangrar por todos lados”. Delia repasa los días como Anita y
llora. Otra vez llora.
“Me expuse a situaciones muy peligrosas, porque nos volvemos
animales. Una vez, me buscaron cinco muchachos que estaban trabajando en una
obra en construcción. Fui sola y los atendí a los cinco, parada, agarrada de
una pared, con el cuerpo temblando y ellos penetrándome por atrás, uno por uno.
Me pagaron 20 pesos cada uno. Ese día hice buena plata, pero llegué destruida a
mi casa: me dolían las piernas, los brazos, la cintura, los puños los tenía
cerrados de haber hecho tanta fuerza. Después pensé en que me podían haber
matado. ¿De cuántas cosas tremendas me salvé?”.
"Me harté de las capacitaciones del sindicato para
aprender a darle placer a los penes de diferentes tamaños", cuenta la
autora de "Violación consentida".
El tiempo en una esquina se soporta con otro nombre y muchas
drogas. De las legales, como mínimo: ibuprofeno, diclofenac, diclogesic,
corticoides, tramadol, morfina. Por boca, pero también inyectables. Y existe un
circuito rojo armado alrededor de esas esquinas: hoteles, tres o cuatro
farmacias juntas, el santero que vende productos truchos para atraer hombres,
la abortera. Todo un entramado a disposición de la enorme industria del sexo.
“Con los años por la gastritis ya no podía tomar nada,
entonces me compraba y colocaba sola las inyecciones. De hecho tengo un montón
de nudos en la cola por ponerlas mal. Nos drogábamos para apaciguar el dolor
físico y de alguna manera el dolor emocional. El dolor que no se ve pero que
está presente todo el tiempo”.
Colgar la cartera
Un fin de año de mucho calor, esperando “clientes”, Delia
sintió que se moría. La angustia la paralizó. Sus piernas temblaron y no
lograban sostenerla parada. Pánico. Una tristeza profunda le tomó el cuerpo. No
recuerda cómo pero sabe que apareció en el Hospital Argerich pidiendo que por
favor la atendieran porque sino se iba a matar.
“Lo que me acuerdo bien es que hablé durante horas y horas
con una doctora. No sé qué le conté pero nunca me olvidé de lo que me dijo:
`Veo en usted una buena cepa y va a salir de esto como salió de un montón de
otras cosas. La voy a atender siempre yo y va a tener que hacer lo que le digo.
Si decidió salir de ese lugar, no vuelva más'. Desde ese día no pisé otra vez
la esquina”.
"No es el oficio más viejo del mundo, es el más antiguo
privilegio del patriarcado", dicen las pancartas de su casa. En la foto,
la batería de remedios que toma (Gustavo Gavotti)
Las primeras semanas Delia necesitó ayuda para el suministro
de la batería de remedios que le recetaron en el hospital. Después ya pudo
cuidarse sola. Empezó a coser muñecos y ositos para vender en la iglesia de su
barrio. Y fue mejorando. Consiguió trabajo como acompañante terapéutica.
Arregló su casa. Los hijos crecieron. Hasta se animó a invertir dinero en
mercadería para revender como mantera en Tristán Suárez.
Una posición tomada
La semana pasada la artista Jimena Barón promocionó su nueva
canción “Puta” con afiches que simulaban los papelitos de oferta sexual
pegoteados por toda Buenos Aires. Le siguió además el posteo de una foto en sus
redes sociales junto con Georgina Orellano, Secretaria General de la Asociación
de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR), que se posiciona desde el trabajo
sexual (no la prostitución). Y la polémica estalló. El tema genera revuelo acá
y en el mundo, y hace que posiciones distintas se vuelvan irreconciliables.
La semana pasada, Jimena Barón lanzó una campaña que
simulaba un volante callejero de una prostituta para promocionar su tema
“Puta”. El tema puso en el debate público una discusión que atraviesa y divide
al feminismo (@jmena)
Desde 1936 Argentina se declara explícitamente abolicionista
a partir de los tratados internacionales firmados y ratificados. Esto supone
respetar el ejercicio de la prostitución de manera individual, por considerarla
víctima de un sistema prostituyente, pero reprimir y sancionar penalmente al
proxenetismo, es decir a quien promueva, facilite o comercialice la
prostitución ajena.
Delia vio morir a una
amiga
Delia vio morir a una amiga "de la esquina" y el
año pasado escribió su historia en el libro “Violación consentida: La
prostitución sin maquillaje, una autobiografía” (Gustavo Gavotti)
Delia, que el año pasado publicó el libro “Violación
consentida: La prostitución sin maquillaje, una autobiografía”, defiende los
argumentos abolicionistas con su propia vida:
“Cuando dejé la prostitución me sentía más entera, pero a
cada rato lloraba. Con los años, cuando encontré el feminismo y el
abolicionismo, pude matar a Anita. Con el feminismo y el abolicionismo como
bandera recuperé mi personalidad, pude volver a llamarme con mi nombre y
apellido, escribir, sacar todo para afuera. Pude ‘romper mi caja negra’, como
dicen algunas autoras. Empecé a luchar, y mi lucha es por las mujeres
analfabetas, por las mujeres pobres, por las que no tienen acceso a vivienda, a
educación, a salud, al trabajo. Pero también por las compañeras muertas”.
Fuente
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