viernes, 3 de abril de 2020

El espantoso camino de una víctima de explotación sexual


Quién podrá dudar, siguiendo el pensamiento impuesto desde el individualismo capitalista, que Candy en todo momento fue conciente de su situación y que aceptó e incluso actuó en función de ser prostituida? En efecto, ella misma se dice culpable de todo este itinerario. Por eso hay quienes hablan de consenso, de prostitución no forzada, libre, por propia voluntad. En definitiva, siguen el hilo capitalista que pone en el explotado la carga de su propia explotación.
Solamente para quien tiene la visión opacada por consignas individualistas, meritocráticas, y en definitiva, culpabilizadoras, la trata de personas está separada de la prostitución. La mayoría de las personas prostituidas, mujeres, hombres, trans, trav, por no decir todas/os, fueron iniciadas en los comienzos de la adolescencia. Ya en la mayoría de edad tienen un largo y penoso camino por el que fueron llevadas y ante el que, como defensa, atinan a decir que lo han hecho por propia elección…
La prostitución no es trabajo, no es elección, es síntoma, consecuencia de un mal anterior.
Alberto B Ilieff


Testimonio de prostitución

El espantoso camino de una víctima de explotación sexual
| CRÓNICA
Candy, de 15 años, es una de las 3 menores de edad que fueron víctimas de una banda de tratantes de personas. Ellos operaban en discotecas de San Juan de Lurigancho. Cumplen 9 meses de prisión preventiva.
Candy estuvo bajo la red de trata de personas con fines de explotación sexual, desde diciembre del 2018 a junio del 2019. (Ilustración: Giovanni Tazza)
Lourdes Fernández Calvo
Actualizado el 15/02/2020 a las 07:30
Debajo de los pósteres de Shakira, Enrique Iglesias y Romeo Santos está la máquina en la que eliges una canción a cambio de un sol. Más allá, en las paredes anaranjadas, están las cámaras de video que apuntan a las diez mesas cuadradas del local llamado El Point. El piso es negro. Al fondo está la única oficina del lugar. Es el sitio de Luis, el administrador, desde donde observa todo lo que pasa. Las habitaciones están arriba, no se puede llegar ahí sin la aprobación de Luis. No todas las chicas llegan a un ‘chongo’, término que utilizan para nombrar a un prostíbulo. Pero Candy, de 14 años, lo hizo. El camino que cruzó fue, como ella dice, de terror.

Cuando la fiscal de trata le pide a Candy que cuente cómo llegó a ese círculo de explotación sexual, ella sonríe nerviosa, suspira e insiste en que el tiempo no le va a alcanzar para detallarle todo. La fiscal le da confianza y le dice que se tome su tiempo, que empiece por el inicio. A Candy le cuesta porque está convencida de que ella es el problema, ha crecido creyendo que es la culpable del abandono de su familia y que es la responsable de sus hermanas menores. Toma valor y empieza.

—El inicio—
Dice Candy que su rebeldía empezó a los 13 años, cuando el Facebook se convirtió en su refugio para olvidar que vivía lejos de sus hermanas pequeñas y su madre, que sufre de esquizofrenia. Su rendimiento en el colegio empezó a bajar y eso provocó que su abuela la cambiara a uno nacional. “Eso me dolió mucho. No me llevaba bien con nadie. Un alumno me rompió el labio. No quería estar ahí”, cuenta.




Entonces, se escapó. Primero a la casa de un exenamorado, y luego fue en busca de su mamá, quien vivía con su pareja en un cuarto alquilado en Zárate. Como él ganaba S/20 diarios, Candy tuvo que salir a buscar trabajo. Lo encontró en un restaurante como ayudante de cocina. Le pagaban S/10 por lavar los platos. Solo pudo reunir S/100 antes de que descubrieran que era menor de edad y la botaran. Su mamá gastó todo el dinero en mudarse a otro cuarto y no les quedó ni para la comida. Ese fue el momento en el que Candy optó por buscar otra solución. “Estaba desesperada buscando trabajo, pero nadie me daba porque era menor. Busqué en Internet y encontré un local donde me podía vender. Estaba en Wiesse, pero como no tenía ni para el pasaje un chico me jaló en su mototaxi. Ni lo conocía y me dijo: ‘No lo hagas, tú eres muy linda, no lo hagas’”, relata.

Así llegó a El Point. Dijo que estaba ahí por el anuncio y Luis solo le respondió: serás dama de compañía, pero no vayas a llorar. Candy le mintió, le dijo que tenía 17 años para que la aceptaran. El ‘trabajo’ consistía en enamorar a los clientes para que compraran jarras de cerveza. Por cada jarra que costaba S/20, la mitad iba para ella. Debía tomar con el cliente y bailar con él si se lo pedía. Aceptó y empezó ese mismo día, pero primero pidió que le dieran comida. Luego, Luis le entregó unos zapatos de taco alto, una falda diminuta y un polo descubierto. Candy obtuvo S/100 ese día. ‘Trabajó’ desde las 8:30 p.m. hasta las 7 a.m. del día siguiente. Luis le dio de comer y le pagó un hotel para que durmiera el resto del día. Ella tomó el gesto como un acto de protección, de amor.

—Espiral sin fin—
Cuando Candy regresó a su casa, con el dinero, le contó a su mamá y a su padrastro lo que hacía en el bar. Él le prohibió volver, ella sí le dio permiso para continuar. “Es que ella está un poco mal, lo permitió solo para que mis hermanas y yo comiéramos”, explica. Esto provocó que su padrastro golpeara salvajemente a su mamá. Candy amenazó con llamar a la policía, y recibió un puñete. El sujeto la tiró al piso y la pateó hasta bañarla en sangre. Los vecinos escucharon los gritos y llamaron a la policía. Fue encarcelado luego de que Candy y su mamá lo denunciaron.

Con la responsabilidad de alimentar a sus hermanas, Candy volvió a la calle. Esta vez, Luis la dejó volver tras tener relaciones con ella. Aceptó porque no quería tener hambre de nuevo. Luego, se fue a Miraflores y San Borja a ofrecer servicios sexuales en la calle y dice que obtuvo S/1.000 en un día. “Ya tenía la plata para la matrícula y volver a mi primer colegio. Me sentí aliviada y dije: ‘Ahora sí me voy a mi casa’”, relata.

En el camino, conoció a unos chicos que le ofrecieron vender drogas en el malecón. Candy aceptó, pero luego se arrepintió porque recordó que había logrado obtener el tercer puesto en el colegio y no quería seguir en ese mundo. Para dejarla salir, uno de ellos la violó y le tomó fotos desnuda para extorsionarla. Cuando logró escapar, tomó un taxi a su casa, pero el taxista desvió la ruta, la llevó a un lugar descampado en Chorrillos y la violó. La dejó abandonada en ese lugar a las 4 de la mañana. Le robó todo el dinero que había obtenido. Candy decidió, entonces, volver a El Point. Esta vez, dice, encontró a más adolescentes como ella.

Su abuela y su tío, quienes ya se habían enterado de su situación, la llamaron y le pidieron que volviera a la casa porque la matricularían en su anterior colegio. Le compraron el uniforme y los útiles, y Candy volvió emocionada. Cuando llegó, su familia la llevó a la Unidad de Protección Especial del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables. “Me llevaron al médico legista y me dieron una última oportunidad para volver al colegio”, dice.

Y Candy volvió, pero encontró el rechazo de sus compañeros. Cuando su familia no tuvo dinero para comprarle un libro de inglés, Candy decidió volver a El Point, una vez más. Llegó en uniforme, y Luis le prestó la ropa y los zapatos para volver a ‘trabajar’. Dice que se sentía bien con él. “Así llegó el día de mi cumpleaños y nadie me saludó, nadie. El viernes Luis me dijo para salir. Ahí me regaló unas zapatillas blancas bien bonitas y me llevó a Rústica. La pasé bonito, pero al día siguiente me dijo que era una perra y una prostituta”. Ese día Candy cumplió 15 años.



Prisión para banda de tratantes
Candy estuvo bajo la red de trata de personas con fines de explotación sexual desde diciembre del 2018 a junio del 2019.

Gracias a su abuela, quien denunció su caso ante la División Contra la Trata de Personas y el Tráfico Ilícito de Migrantes, la policía y la fiscalía lograron capturar a Luis Alberto Ayala Terry (56), Liz Abal Ventura (40), Elmer Jaime Mariños Ninaquispe (42) y Paulo Eugenio Cruzado Rodríguez (29). Ellos fueron reconocidos por Candy y otras dos menores como sus explotadores sexuales.

La detención se realizó tras una megaoperación simultánea que se realizó el pasado 20 de enero en 13 bares y cuatro viviendas relacionadas con los tratantes y explotadores sexuales, en San Juan de Lurigancho, San Martín de Porres y el Rímac. Entre ellos, el bar El Point. También fueron rescatadas otras 22 mujeres peruanas, venezolanas, dominicanas y ecuatorianas.

El Poder Judicial declaró fundado el pedido de 9 meses de prisión preventiva que hizo la fiscalía a inicios de febrero. La medida fue impuesta para los cuatro detenidos y otros cinco coautores de los delitos de trata de personas agravada con fines de explotación sexual, explotación sexual agravada, favorecimiento a la prostitución y rufianismo. La menor quedó bajo el cuidado de un albergue del Estado.


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