Esta es una historia conmovedora
y repetida, es la de miles de niñas que son captadas por distintas modalidades,
la mayoría de ellas sin una violencia directa y evidente. En la edad del
desarrollo del cuerpo y la personalidad son quebradas, sus sueños y proyectos
aniquilados, la confianza en el otro es suplantada por el sometimiento.
Ellas terminan por aferrarse a
ese otro, que aunque su verdugo, es el cercano, y a esa vida pues no tienen
otras posibilidades y si las tienen no son capaces de verlas. Ellas como
autoprotección, como un modo de retener una identidad, se reconocen entonces
putas, prostitutas y más tarde “trabajadoras sexuales”. Distintos nombres para
llamar a las mismas escenas trágicas que se repiten noche a noche sobre y en su
cuerpo.
Algunas, como Karla, logran
salvarse, otras morirán en el camino o envejecerán en los prostíbulos de las
afueras, por un plato de comida.
Mientras los
puteros-prostituidores pagan y se satisfacen en esos cuerpos de niñas, de
jóvenes, ancianas, de mujeres embarazadas, de discapacitadas. A ellos no les
importa el verdadero nombre porque no les interesa saber que tienen historia ni
por qué están ahí, les basta con tener “un buen servicio”. Aunque las vean con
grilletes, aún sabiendo que son víctimas, nada harán ni dirán, ellos no son
salvadores, ellos pagan gozan y se van, ellas están ahí “porque quieren”
“porque disfrutan” “porque ganan mucho dinero de manera fácil”…
Quienes dicen que la prostitución
empodera, que dignifica, que es un trabajo como cualquier otro, abiertamente
mienten. Las sobrevivientes de prostitución así lo gritan.
Alberto B Ilieff
“Siempre odié ese día porque llegaban más
hombres”: La explotación sexual aumenta el 14 de febrero
Karla tenía 12 años cuando comenzaron a prostituirla: en San
Valentín algunos clientes le confesaban su amor y regalaban flores.
Por Roger Vela
14 Febrero 2019
Artículo publicado por VICE México
Karla tenía 12 años cuando comenzaron a prostituirla.
Mientras las niñas de su edad ingresaban a primero de secundaria ilusionadas
por conocer nuevos amigos, ella era forzada a satisfacer sexualmente a 30
hombres por día. Para cumplir la cuota diaria que su padrote le exigía para no
golpearla, debía someterse a todas las felaciones y posiciones sexuales que
sujetos desconocidos le pedían. Para ella no eran clientes, eran violadores.
Cuando fue rescatada, cuatro años después, había sido violada más de 43 mil
veces. Pero aunque todos los días eran un infierno, algunos eran peores: uno de
esos era el 14 de febrero.
Todo comenzó a las afueras del metro Pino Suárez. Como no le
gustaba estar en su casa por los maltratos que recibía, se juntaba los fines de
semana con otros muchachos en una de las plazas que están por ahí. Casi todos
patinaban; a ella le gustaba más el estilo dark. Ahí pasaba buena parte de la
tarde para escapar de los golpes de su madre, mirando cómo realizaban trucos en
la patineta. Un día sus amigos la dejaron plantada. Los esperó un buen rato
pero no llegaron. En cambio llegó Gerardo, un joven diez años mayor que ella.
Le hizo la plática y le invitó un helado cerca de la Alameda.
Para ganarse la confianza de Karla, Gerardo le contó todo el
sufrimiento que había pasado con su familia. Le dijo que desde niño fue
maltratado, que dejó de estudiar para ayudar en su casa, que su padre golpeaba
a su mamá. Casi de inmediato Karla hizo match con él. Ese mismo día la invitó a
conocer Puebla pero ella no quiso. Una semana después se volvieron a ver, esa
vez Gerardo le dio un oso de peluche y una caja de chocolates, un regalo que
Karla nunca había recibido. Al otro día se fueron a Puebla. Cuando llegó a su
casa, su madre la corrió por llegar de madrugada, así que decidió irse a vivir
con él.
Después de tres meses de muestras de amor, cariño y afecto,
comenzó el horror. Gerardo le aviso que ahora debía de trabajar y que él sería
su padrote. A los 12 años, Karla no entendía ni siquiera lo que significaba esa
palabra. “Son los que cuidan a las chicas sexo servidoras. Pero no te preocupes,
tú vas a ser mi princesa, me voy a casar contigo y vamos a tener una familia”,
le dijo. Después le explicó a detalle cómo debía de trabajar: las posiciones,
el tiempo que dura el servicio, cuánto se cobra y hasta cómo poner un condón.
Como su cuerpo apenas comenzaba a desarrollarse aparentaba
menos edad, por lo que el dueño del primer hotel al que la llevaron para
trabajar la rechazó. Pero esa carencia de masa muscular se convirtió en el
fetiche ideal para los clientes de una casa de citas en Guadalajara. Inluso
llegó a trabajar en tres ciudades: Puebla, Irapuato y Guadalajara.
Entre viernes y sábado cumplía una jornada de 44 horas de
trabajo sexual con sólo cuatro horas para
dormir. Era una explotación corporal inhumana de 10 de la mañana a 6 de la mañana del día siguiente. Por cada servicio sexual cobraba 150 pesos, y debía de juntar 5 mil pesos al final del día. Terminaba tan cansada que sentía que moría cuando llegaba a casa. Al otro día la misma rutina, con el cuerpo completamente adolorido.
trabajo sexual con sólo cuatro horas para
dormir. Era una explotación corporal inhumana de 10 de la mañana a 6 de la mañana del día siguiente. Por cada servicio sexual cobraba 150 pesos, y debía de juntar 5 mil pesos al final del día. Terminaba tan cansada que sentía que moría cuando llegaba a casa. Al otro día la misma rutina, con el cuerpo completamente adolorido.
En donde mejor le iba era en Irapuato porque llegaban muchos
gringos de la zona industrial a buscar chicas con su complexión, además pagaban
en dólares. Por eso en “días buenos”, como navidad o el 14 de febrero, la
mandaban a Irapuato para que generara más dinero. Ella los atendía con asco.
Si ya odiaba los fines por las cargas de trabajo, el día del
amor y la amistad era una tortura. No sabe cuál de los cuatro días de San
Valentín que pasó esclavizada fue el que más clientes tuvo. Prefería no
contarlos. Lo que sí sabe es que ese día, cada 14 de febrero, llegaban muchos
más clientes de lo normal para tener relaciones sexuales con ella. Desde
temprano decenas de hombres hacían lo que querían con su cuerpo a cambio de
pagar lo equivalente a una pizza sencilla. Eso sí, como era el día del amor y
la amistad, le regalaban juguetes, peluches y chocolates, como si esa niña
menor de 15 años fuera su novia.
No era la única. A sus otras compañeras también les
regalaban cosas, quizá para compensar de alguna forma el abuso al que las
sometían. Con el paso de las horas, la silla donde dejaba su cambio de ropa
comenzaba a llenarse de ositos, conejitos, globos, dulces y rosas. Su lugar de
trabajo se adornaba con detalles, a diferencia de los otros 364 días en los que
permanecía vacío. Era como un salón de clases en día de intercambio. Pero no
tenían tiempo de disfrutarlos. No podían perder el tiempo en un día en el que
los padrotes les llegaban a cobrar hasta el doble de la cuota diaria.
Karla, además, no podía llegar con regalitos a su casa. No
porque Gerardo le pegara, eso lo hacía todos los días hasta con palos, sino
porque le pegaba más fuerte y ella no quería darle pretextos para una golpiza.
Por eso los peluches y chocolates se los regalaba a los niños de la calle. Las
rosas las tiraba.
El 14 de febrero, la mayoría de clientes la trataban como si
fueran su pareja. Algunos le preparaban algo especial como música o le daban
lencería para que la usara durante los minutos que duraba el servicio. Todos
esos detalles y el juego de aparentar ser su novia se le hacían bastante
estúpidos. A ella sólo le importaba que le pagarán bien, para tener el dinero
suficiente y así lograr que su padrote estuviera en paz y no la golpeara. Tenía
suficiente con el maltrato que sufrían sus genitales en uno de los días más
complicados del año.
Algunos de los sujetos que solicitaban su servicio le
contaban que preferían pagarle a ella que estar son su esposa. “Es que mi vieja
ya no es atractiva, ya no se arregla ni se pone minifaldas como tú y en lo sexual
puedo hacer más cosas contigo que con ella y pues para no engañarla con otra
persona pues me desquito contigo”, le decían. La mayoría de hombres que atendía
estaban tristes y ahí se desahogaban. Algunos lloraban. Incluso pagaban por
estar con ella más tiempo con tal de ser escuchados. Karla fingía interesarse
en lo que le contaban y así obtener más dinero.
En San Valentín algunos clientes le confesaron su amor y le
pidieron formalmente que fuera su novia. Otros le ofrecieron pagarle una fuerte
suma de dinero por estar con ellos todo el día festejando el 14 de febrero y
presentarla ante su familia como su pareja. Hasta le llegaron a comprar ropa
que no llamara la atención y enseñarle fotos de sus padres o hermanos para
animarla a fingir durante unas horas. Nunca pudo hacerlo porque tenía prohibido
salir con los clientes más allá del hotel.
Así que pasaba el día del amor fingiendo amor con uno, otro
y otro hombre, encerrada entre cuatro paredes, haciendo lo imposible para
cumplir la cuota. A diferencia de otras adolescentes que se mandaban cartitas
con sus novios o que se emocionaban por pasar esa fecha con el chico que les
gustaba, ella sufría esclavitud sexual durante todo el día. En varias ocasiones
fue golpeada por los hombres que pagaban sus servicios. Luego se embarazó de
Gerardo y la obligó a trabajar hasta los ocho meses de gestación.
Irónicamente, uno de sus clientes fue quien la ayudó a
escapar de ese mundo y a recuperar su vida que había perdido cuando tenía 12
años. Para ese entonces, Karla ya se había convertido en una autómata. Sólo
recibía órdenes y no tenía esperanza alguna de cambiar su situación. Su
voluntad había sido quebrada. Había aceptado sumisamente su calvario. Calcula
que durante los cuatro años que fue explotada sexualmente la violaron más de 43
mil veces: 30 clientes diarios durante más de 1,400 días.
Cuando por fin fue rescatada encontró refugio en la Comisión
Unidos Contra la Trata, donde ahora es directora ejecutiva. Se trata de una
organización que protege a víctimas de trata de personas y que busca incidir en
políticas públicas para erradicar ese delito que genera 150 mil millones de
dólares al año y que esclaviza a 45.6 millones de personas en todo el mundo,
según cifras de la Organización Internacional del Trabajo.
En 2016, Karla Jacinto fue nombrada como una de las 100
mujeres mexicanas más poderosas por la revista Forbes como reconocimiento a su
actividad en pro de las víctimas de trata. Su activismo la ha llevado a conocer
varios continentes y estados de la República. Ahora tiene 26 años y está por
concluir su prepa en línea en el Tec de Monterrey. Después quiere estudiar
cultura de belleza. Han pasado diez años desde que salió del infierno.
“¿Qué piensas ahora del 14 de febrero”, le pregunto.
“No me gusta. Primero porque siempre odié ese día porque en
esa fecha llegaban más hombres a tener relaciones sexuales conmigo. Segundo
porque se me hace una celebración muy estúpida: el amor no debe ser sólo una
fecha. Tercero porque toda la gente se regala rosas y a mí me recuerda mucho a
las rosas que me regalaron los hombres que pagaron durante cuatro años por mi
cuerpo”.
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