viernes, 3 de abril de 2020

“Siempre odié ese día porque llegaban más hombres”

Testimonio de prostitución


Esta es una historia conmovedora y repetida, es la de miles de niñas que son captadas por distintas modalidades, la mayoría de ellas sin una violencia directa y evidente. En la edad del desarrollo del cuerpo y la personalidad son quebradas, sus sueños y proyectos aniquilados, la confianza en el otro es suplantada por el sometimiento.
Ellas terminan por aferrarse a ese otro, que aunque su verdugo, es el cercano, y a esa vida pues no tienen otras posibilidades y si las tienen no son capaces de verlas. Ellas como autoprotección, como un modo de retener una identidad, se reconocen entonces putas, prostitutas y más tarde “trabajadoras sexuales”. Distintos nombres para llamar a las mismas escenas trágicas que se repiten noche a noche sobre y en su cuerpo.
Algunas, como Karla, logran salvarse, otras morirán en el camino o envejecerán en los prostíbulos de las afueras, por un plato de comida.
Mientras los puteros-prostituidores pagan y se satisfacen en esos cuerpos de niñas, de jóvenes, ancianas, de mujeres embarazadas, de discapacitadas. A ellos no les importa el verdadero nombre porque no les interesa saber que tienen historia ni por qué están ahí, les basta con tener “un buen servicio”. Aunque las vean con grilletes, aún sabiendo que son víctimas, nada harán ni dirán, ellos no son salvadores, ellos pagan gozan y se van, ellas están ahí “porque quieren” “porque disfrutan” “porque ganan mucho dinero de manera fácil”…
Quienes dicen que la prostitución empodera, que dignifica, que es un trabajo como cualquier otro, abiertamente mienten. Las sobrevivientes de prostitución así lo gritan.
Alberto B Ilieff


 “Siempre odié ese día porque llegaban más hombres”: La explotación sexual aumenta el 14 de febrero

Karla tenía 12 años cuando comenzaron a prostituirla: en San Valentín algunos clientes le confesaban su amor y regalaban flores.
Por Roger Vela
14 Febrero 2019

Artículo publicado por VICE México

Karla tenía 12 años cuando comenzaron a prostituirla. Mientras las niñas de su edad ingresaban a primero de secundaria ilusionadas por conocer nuevos amigos, ella era forzada a satisfacer sexualmente a 30 hombres por día. Para cumplir la cuota diaria que su padrote le exigía para no golpearla, debía someterse a todas las felaciones y posiciones sexuales que sujetos desconocidos le pedían. Para ella no eran clientes, eran violadores. Cuando fue rescatada, cuatro años después, había sido violada más de 43 mil veces. Pero aunque todos los días eran un infierno, algunos eran peores: uno de esos era el 14 de febrero.

Todo comenzó a las afueras del metro Pino Suárez. Como no le gustaba estar en su casa por los maltratos que recibía, se juntaba los fines de semana con otros muchachos en una de las plazas que están por ahí. Casi todos patinaban; a ella le gustaba más el estilo dark. Ahí pasaba buena parte de la tarde para escapar de los golpes de su madre, mirando cómo realizaban trucos en la patineta. Un día sus amigos la dejaron plantada. Los esperó un buen rato pero no llegaron. En cambio llegó Gerardo, un joven diez años mayor que ella. Le hizo la plática y le invitó un helado cerca de la Alameda.

Para ganarse la confianza de Karla, Gerardo le contó todo el sufrimiento que había pasado con su familia. Le dijo que desde niño fue maltratado, que dejó de estudiar para ayudar en su casa, que su padre golpeaba a su mamá. Casi de inmediato Karla hizo match con él. Ese mismo día la invitó a conocer Puebla pero ella no quiso. Una semana después se volvieron a ver, esa vez Gerardo le dio un oso de peluche y una caja de chocolates, un regalo que Karla nunca había recibido. Al otro día se fueron a Puebla. Cuando llegó a su casa, su madre la corrió por llegar de madrugada, así que decidió irse a vivir con él.

Después de tres meses de muestras de amor, cariño y afecto, comenzó el horror. Gerardo le aviso que ahora debía de trabajar y que él sería su padrote. A los 12 años, Karla no entendía ni siquiera lo que significaba esa palabra. “Son los que cuidan a las chicas sexo servidoras. Pero no te preocupes, tú vas a ser mi princesa, me voy a casar contigo y vamos a tener una familia”, le dijo. Después le explicó a detalle cómo debía de trabajar: las posiciones, el tiempo que dura el servicio, cuánto se cobra y hasta cómo poner un condón.

Como su cuerpo apenas comenzaba a desarrollarse aparentaba menos edad, por lo que el dueño del primer hotel al que la llevaron para trabajar la rechazó. Pero esa carencia de masa muscular se convirtió en el fetiche ideal para los clientes de una casa de citas en Guadalajara. Inluso llegó a trabajar en tres ciudades: Puebla, Irapuato y Guadalajara.


Entre viernes y sábado cumplía una jornada de 44 horas de
trabajo sexual con sólo cuatro horas para
dormir. Era una explotación corporal inhumana de 10 de la mañana a 6 de la mañana del día siguiente. Por cada servicio sexual cobraba 150 pesos, y debía de juntar 5 mil pesos al final del día. Terminaba tan cansada que sentía que moría cuando llegaba a casa. Al otro día la misma rutina, con el cuerpo completamente adolorido.

En donde mejor le iba era en Irapuato porque llegaban muchos gringos de la zona industrial a buscar chicas con su complexión, además pagaban en dólares. Por eso en “días buenos”, como navidad o el 14 de febrero, la mandaban a Irapuato para que generara más dinero. Ella los atendía con asco.

Si ya odiaba los fines por las cargas de trabajo, el día del amor y la amistad era una tortura. No sabe cuál de los cuatro días de San Valentín que pasó esclavizada fue el que más clientes tuvo. Prefería no contarlos. Lo que sí sabe es que ese día, cada 14 de febrero, llegaban muchos más clientes de lo normal para tener relaciones sexuales con ella. Desde temprano decenas de hombres hacían lo que querían con su cuerpo a cambio de pagar lo equivalente a una pizza sencilla. Eso sí, como era el día del amor y la amistad, le regalaban juguetes, peluches y chocolates, como si esa niña menor de 15 años fuera su novia.

No era la única. A sus otras compañeras también les regalaban cosas, quizá para compensar de alguna forma el abuso al que las sometían. Con el paso de las horas, la silla donde dejaba su cambio de ropa comenzaba a llenarse de ositos, conejitos, globos, dulces y rosas. Su lugar de trabajo se adornaba con detalles, a diferencia de los otros 364 días en los que permanecía vacío. Era como un salón de clases en día de intercambio. Pero no tenían tiempo de disfrutarlos. No podían perder el tiempo en un día en el que los padrotes les llegaban a cobrar hasta el doble de la cuota diaria.

Karla, además, no podía llegar con regalitos a su casa. No porque Gerardo le pegara, eso lo hacía todos los días hasta con palos, sino porque le pegaba más fuerte y ella no quería darle pretextos para una golpiza. Por eso los peluches y chocolates se los regalaba a los niños de la calle. Las rosas las tiraba.

El 14 de febrero, la mayoría de clientes la trataban como si fueran su pareja. Algunos le preparaban algo especial como música o le daban lencería para que la usara durante los minutos que duraba el servicio. Todos esos detalles y el juego de aparentar ser su novia se le hacían bastante estúpidos. A ella sólo le importaba que le pagarán bien, para tener el dinero suficiente y así lograr que su padrote estuviera en paz y no la golpeara. Tenía suficiente con el maltrato que sufrían sus genitales en uno de los días más complicados del año.

Algunos de los sujetos que solicitaban su servicio le contaban que preferían pagarle a ella que estar son su esposa. “Es que mi vieja ya no es atractiva, ya no se arregla ni se pone minifaldas como tú y en lo sexual puedo hacer más cosas contigo que con ella y pues para no engañarla con otra persona pues me desquito contigo”, le decían. La mayoría de hombres que atendía estaban tristes y ahí se desahogaban. Algunos lloraban. Incluso pagaban por estar con ella más tiempo con tal de ser escuchados. Karla fingía interesarse en lo que le contaban y así obtener más dinero.

En San Valentín algunos clientes le confesaron su amor y le pidieron formalmente que fuera su novia. Otros le ofrecieron pagarle una fuerte suma de dinero por estar con ellos todo el día festejando el 14 de febrero y presentarla ante su familia como su pareja. Hasta le llegaron a comprar ropa que no llamara la atención y enseñarle fotos de sus padres o hermanos para animarla a fingir durante unas horas. Nunca pudo hacerlo porque tenía prohibido salir con los clientes más allá del hotel.


Así que pasaba el día del amor fingiendo amor con uno, otro y otro hombre, encerrada entre cuatro paredes, haciendo lo imposible para cumplir la cuota. A diferencia de otras adolescentes que se mandaban cartitas con sus novios o que se emocionaban por pasar esa fecha con el chico que les gustaba, ella sufría esclavitud sexual durante todo el día. En varias ocasiones fue golpeada por los hombres que pagaban sus servicios. Luego se embarazó de Gerardo y la obligó a trabajar hasta los ocho meses de gestación.
Irónicamente, uno de sus clientes fue quien la ayudó a escapar de ese mundo y a recuperar su vida que había perdido cuando tenía 12 años. Para ese entonces, Karla ya se había convertido en una autómata. Sólo recibía órdenes y no tenía esperanza alguna de cambiar su situación. Su voluntad había sido quebrada. Había aceptado sumisamente su calvario. Calcula que durante los cuatro años que fue explotada sexualmente la violaron más de 43 mil veces: 30 clientes diarios durante más de 1,400 días.

Cuando por fin fue rescatada encontró refugio en la Comisión Unidos Contra la Trata, donde ahora es directora ejecutiva. Se trata de una organización que protege a víctimas de trata de personas y que busca incidir en políticas públicas para erradicar ese delito que genera 150 mil millones de dólares al año y que esclaviza a 45.6 millones de personas en todo el mundo, según cifras de la Organización Internacional del Trabajo.

En 2016, Karla Jacinto fue nombrada como una de las 100 mujeres mexicanas más poderosas por la revista Forbes como reconocimiento a su actividad en pro de las víctimas de trata. Su activismo la ha llevado a conocer varios continentes y estados de la República. Ahora tiene 26 años y está por concluir su prepa en línea en el Tec de Monterrey. Después quiere estudiar cultura de belleza. Han pasado diez años desde que salió del infierno.

“¿Qué piensas ahora del 14 de febrero”, le pregunto.

“No me gusta. Primero porque siempre odié ese día porque en esa fecha llegaban más hombres a tener relaciones sexuales conmigo. Segundo porque se me hace una celebración muy estúpida: el amor no debe ser sólo una fecha. Tercero porque toda la gente se regala rosas y a mí me recuerda mucho a las rosas que me regalaron los hombres que pagaron durante cuatro años por mi cuerpo”.


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