miércoles, 15 de marzo de 2017

Rosen Hicher- La prostitución es una forma de violencia




Testimonios de prostitución

Entrevista con Rosen Hicher
Publicado en enero 6, 2015       

 “La prostitución es una forma de violencia”

Rosen Hicher se ha convertido en una figura en Francia. Después de haber ejercido la prostitución durante más de 20 años, y luego de una toma de conciencia progresiva y difícil, hoy milita abiertamente para que la prostitución sea considerada como una forma de violencia.



ROSEN-HICHER-Marche

Usted hizo recientemente una caminata de 800 kilómetros. ¿Por qué ese recorrido?
Comencé la caminata el 3 de septiembre en el último lugar donde me prostituí y desde allí recorrí todas las ciudades en las que me prostituí hasta llegar al primer lugar, al primer cliente porque es él quien nos convierte en una prostituta. Desde el momento en que se ha tenido un cliente, se es prostituta de por vida.

Durante los 22 años que viví en la prostitución, no entendía que estaba siendo violentada, viviendo en la violencia, porque cada cliente es una violación, le permitimos que nos viole. Llegó un momento en el que se me hizo insoportable que se nos dijera que como mujeres “ahí tienen esa forma de subsistencia, ese medio para vivir y para comer.”

La caminata fue también una forma abrir el debate, y para que otras mujeres se pongan de pie y tomen la palabra para decir la verdad. Yo quería que otras prostitutas nos contaran lo que vivieron porque siempre escuchamos las mismas voces, las mismas personas que nos dicen que la prostitución es buena… Y es que cuando se está adentro, no se es consciente de lo que se está viviendo.

¿Encontró otras voces solidarias?
Encontré voces de apoyo, otras prostitutas que vinieron a caminar conmigo. Es cierto que me ha sorprendido recibir tantas llamadas de mujeres diciendo “Sí, la prostitución es una forma de violencia, ¿pero cómo podemos hacer para salir de ahí?” La solución no consiste en darle derechos a las prostitutas, hay que encontrar maneras de ayudarlas a salir de la prostitución.

Si no le molesta, ¿podría contarnos cómo llegó a la prostitución?Llegué a la prostitución en marzo de 1988. Acababa de perder mi empleo, y buscando en los anuncios, encontré una propuesta de trabajo en un bar, a donde me presenté. Fue como reproducir algo que siempre había vivido, algo que no era en absoluto desconocido para mí. La primera prostituta que conocí me dijo: “Parece que hubieras hecho esto toda tu vida.” ¿Por qué daba yo esa impresión? Hasta entonces yo había trabajado en electrónica, estaba casada, ¡era madre de familia! Esa frase me dio vueltas todos los días durante 22 años. Así que me puse a escarbar en mi pasado y me di cuenta de que, en efecto, había estado en esa situación toda mi vida: fui abusada siendo muy joven, a los 16 años, por un amigo de mi padre; yo vivía con un padre alcohólico, así que había sido formateada desde muy temprana edad para ser prostituta. Cuando caí en la prostitución, no fue algo desconocido, puesto que la violación era algo ya vivido y considerado como un tratamiento natural y eso es grave porque el venderse no tiene nada de natural.

¿Cree usted que este es un recorrido frecuente?
Durante 22 años conocí a muchas prostitutas. Cuando empecé a contactar asociaciones me di cuenta de que conocían aún más mujeres, y lo que me contaban me recordaba lo que me habían contado otras compañeras sobre sus vidas: prácticamente todas habían sido víctimas de violaciones, abusos, violencia doméstica, violencia familiar, violencia y alcoholismo de los padres; estos testimonios conciernen a un 98% de las prostitutas.

¿En qué momento usted es consciente de que la prostitución es una violencia?
Siempre supe que era algo anormal, que prostituirse no era normal. Me hacía falta entender cómo había caído en la prostitución para lograr reconocer que se trataba realmente de una violencia y así buscar maneras para salir de ella. En ese entonces estaba viviendo con un hombre extremadamente violento, así que las dos situaciones a las que me enfrentaba eran violentas: violencia doméstica y prostitución.

En ese momento era mas fácil prostituirme que soportar la violencia doméstica que me infligía un hombre del cual me sentía apasionadamente enamorada y entonces me dije “Voy a tener que dejar a alguno de los dos” y me separé de mi marido, cosa que me liberó la mente. Eso fue en 1998, tras 11 años de prostitución. Y luego, poco a poco me di cuenta de que aun estaba viviendo en la violencia, pero tuve que entender que esa violencia cotidiana era la prostitución y tenía que suprimirla. Ya había eliminado una, me faltaba la otra.

¿Y cuánto tiempo le tomó lograrlo?
10 años. Fue toda una carrera de obstáculos, ya que no sólo tuve que entender por qué caí ahí, qué me había llevado a esto, sino que también tuve que cuestionarme cómo iba a vivir sin la prostitución, sin el dinero de la prostitución.

El dinero se vuelve una droga, es la única cosa que hace que uno continúe en esto. Me tomó unos 6 ó 7 años entender las razones de mi caída en la prostitución y el resto del tiempo lo dediqué a buscar cómo iba a salir de allí. Esto ocurrió de un momento a otro. Para mí fue como una cura, una toma de conciencia de la violencia que vivía en mi cuerpo, que había experimentado en mi vida como mujer, vivido en mi carne… Porque no es fácil, y en un momento fue como una pequeña luz que se encendió allí y dije “¡No más!” y esto fue definitivo.

¿Tenía usted la impresión, estando en la prostitución, de que esas relaciones eran consentidas?
Cuando yo estaba en la prostitución, sí, yo consentía, para mí era parte de mi libertad, de mis derechos como mujer que podía disponer de mi cuerpo, eso no era asunto de nadie, así que no entendía por qué querían prohibírnoslo.

Ya afuera, nos damos cuenta de que en realidad necesitamos protección. Necesitamos que se nos informe y se nos proteja, ya que tenemos que lograr entender que se trata de un grave abuso, son violaciones. Una vez afuera se produce lo que yo llamo una revelación.

¿En qué sentido se sentía libre?

Era mi cuerpo, y con mi cuerpo yo estaba haciendo lo que quería. Pero una cosa es cierta: si yo estaba haciendo lo que quería con mi cuerpo, los hombres que venían a comprarme no tenían por qué hacer lo que quisieran con mi cuerpo. Así que puede ser una libertad para una mujer, pero los hombres no deberían tener la libertad de comprar el cuerpo de una mujer.

¿Cree que es posible salir de la prostitución?

Yo lo logré, luego es posible. Es un proceso largo, hay que empoderar a las mujeres para que lo logren. Esto significa mucho para muchas mujeres. Tienen que ser capaces de tomar conciencia de que cuando entraron en la prostitución habían sido víctimas de la violencia, así que hay que curar estas primeras violencias para sanar las otras, para sanar los actos de violencia que es el ejercicio de la prostitución en contra de las mujeres.

¿Qué puede hacer el Estado?

El Estado puede hacer mucho, empezando por prohibir la compra: una mujer no está en venta, un cuerpo no se puede comprar; hay que poner en obra un arsenal de recursos, de capacitación, de apoyo y ayuda. Es esencial que los profesionales sean conscientes de que una mujer prostituta es víctima en todos los sentidos de la palabra “violencia”, por lo que primero deben tomarse un tiempo para descansar, necesitan un período, yo pienso que hay que aislarse un tiempo. Y luego proporcionarles a estas mujeres medios y avanzar de una manera diferente en sus vidas porque la salida de la prostitución genera mucho miedo.

¿Usted recibió apoyo de asociaciones?

Me informé en muchas asociaciones, y después hice un gran trabajo personal, para entender mis razones y para reflexionar sobre cómo iba a salir y para saber cómo iba a sobrevivir luego. Y entonces todo ocurrió relativamente rápido, de un día para otro.

Ahora vamos a leerle algunas frases que de una feminista colombiana, Mar Candela. Ella afirma: “La prostitución es un trabajo tan digno como cualquier otro”. ¿Qué opina usted?

En primer lugar, no es un trabajo. En la prostitución no hay ninguna dignidad, nadie nos respeta, todas ocultamos nuestra prostitución, por eso no es digno, nunca será un trabajo.

También afirma que “La prostitución es el ejercicio de nuestra sexualidad.”
¿El ejercicio de nuestra sexualidad? ¿Querrá Ud. decir la de los hombres? La prostituta no tiene sexualidad, ¡la prostituta se aguanta! Ella acepta sólo porque hay dinero, de lo contrario no lo haría.

Dice Mar Candela que no existe una relación entre el tráfico de personas y la prostitución.
Hay una gran cantidad de tráfico de personas. Por eso yo digo a menudo: si se están importando mujeres de países extranjeros, es porque hay demanda. Y si hay demanda, es porque todavía se autoriza la prostitución. El día en que no haya más demanda no habrá más venta ni importación de mujeres. Un cliente quiere una mujer blanca hoy, mañana una mujer negra, después una asiática… y para renovar la mercancía se tiene que ir lejos a encontrar a otras mujeres. Y estas mujeres que son forzadas a menudo a venir bajo promesas como: “Vas a convertirte en una modelo, vas a tener trabajo como camarera, etc.” y luego se convierten en prostitutas.

Ella también dice que “Las putas hoy deciden”.
Debo decir una cosa : la prostitución, hoy, es igual que ayer. Estamos aquí para satisfacer los deseos sexuales de nuestros machos. Cuando un cliente viene con un billete de 100 € y nos pide sodomía, sexo oral, o golpearnos, aceptamos, pero no deseamos. Nunca se elige a un cliente, los clientes nos eligen. Yo nunca elegí a mis clientes, el cliente siempre me elegía, siempre es él quien decide y es él quien pide. No se puede decir “No”, porque si se dice no, no hay dinero. Si le dijéramos “no” a uno, le diríamos “no” a todos. Porque, de hecho, el día que empezamos decir “no” a un cliente es que hemos empezado a darnos cuenta de que lo que él pide no es normal… ¡y todos los clientes nos piden cosas anormales! Yo pasé por ese proceso, empecé a decir “no” a algunos, me tomó 2 ó 3 años, pero tres años después de haber empezado a decir “no” a algunos, empecé a decirle “no” a todos. Es el proceso de toma de conciencia de la dominación en la que se vive, y es el comienzo de la curación.

En Europa, el 90% de las mujeres que ejercen la prostitución son inmigrantes, ¿sabe algo acerca de estas mujeres?

Yo empecé a prostituirme en 1988. En ese entonces había 80% de francesas y 20% de migrantes. Cuando dejé la prostitución, en 2009, había 90% de inmigrantes y 10% de francesas. Se están importando muchas mujeres de Nigeria a Francia. Mujeres que nunca tuvieron identidad, niñas que nacieron sin identidad.

Hay una gran cantidad de mujeres jóvenes de Europa del Este que se mantienen en la prostitución porque han secuestrado a sus hijos o porque han amenazado a sus familias, porque les quitan sus papeles y a menudo tienen papeles falsos, esto ocurre en Francia y en todo el mundo. Y aun así, se condena a la prostituta en lugar de ayudarla. En mi país, se dice que es una víctima, pero es una víctima a la que se le condena.

Fuente:
https://groupeaquelarre.wordpress.com/2015/01/06/entrevista-con-rosen-hicher/




domingo, 12 de febrero de 2017

La historia de Chelsea y Yorgina



Testimonios de prostitución
Esta nota nos habla de la prostitución travesti que se ve marcada por el mismo daño que cualquiera otra.
La introducción en el cuerpo de elementos extraños por medio de inyecciones puede producir graves trastornos.
El promedio de vida de una persona travesti en prostitución es de 35 años.
Alberto B Ilieff

La historia de Chelsea y Yorgina, dos transexuales que se prostituyen en 5 de Julio
 Con temor se acercó a la ventanilla del carro, tal vez llamarla “bella” sirvió para romper el hielo y  se atreviera a contar su historia. El pronombre “él” nunca lo utilizó para referirse a sí misma y su nombre prefirió reservárselo.
Se hace llamar Chelsea y la avenida Doctor Portillo se ha convertido en su nicho de trabajo, luego de que hace un año fuese despedida de la Clínica Los Olivos a causa de una reducción de personal; allí cumplía funciones como auxiliar de laboratorio y respondía a todos los estereotipos de la masculinidad.
La prostitución mezclada con el transformismo se ha convertido en el sustento de vida para este joven de 20 años, que descubrió su identidad de género en la adolescencia, tras una experiencia con un compañerito de su clase de danza, cuando apenas tenía 15 de edad.
El abandono familiar no fue el motivo que lo llevó a pararse en una esquina para vender su cuerpo vestida como una mujer. “Aunque no vivo con mi familia, mi mamá y mi abuela me aceptan y me han apoyado, por eso logré profesionalizarme como asistente de enfermería, auxiliar de laboratorio e hice tres semestres de la carrera en la universidad”, aseguró.

Alvaro Barrios

La elocuencia para hablar demostró su grado de instrucción, a pesar de que no es un atributo que necesite para ofrecer su servicio, que se cotiza en 5 mil bolívares por un oral y 10 mil si hay que ir al hotel.
Cada vez que llega un carro a su puesto, se pavonea, camina y mira fijamente al conductor, sin demostrar el temor que se repite con cada cliente, pues el peligro siempre está al acecho.
“Claro que hacer esto representa un peligro, pero lo hago por la necesidad, no porque quiera operarme algo, ni quiera esto para el resto de mi vida. Estoy mentalizada que esto es pasajero”, dijo retraída.
En la zona también trabajan tres “trans” más, solo una se ha operado los senos y las nalgas, todo gracias a la cuota de 90 mil bolívares que pueden ganar en un fin de semana.

Enfermedades y agresiones
Son dos las razones para correr peligro en el ejercicio de la prostitución. “Yo me hago mis exámenes cada 6 meses y estoy constantemente en control a pesar de que uso preservativo. La cosa más inusual que me han pedido hacer es tener sexo sin protección y eso si no lo hago”.
El maltrato y las agresiones físicas la obligan a llevar en su bolso algún artilugio que permita defenderse por si algo se sale de control.
“La historia de la hojilla es cierta, pero yo no uso esos métodos. Hay quienes llevan en el bolso ácido de batería con vidrio molido o azufre, pero esos son casos extremos que gracias a Dios a mí no me han tocado vivir”, explicó.
Sin ser una experimentada en el tema dijo: “para esto se necesita tener instinto, observar mucho, tener picardía pero saber medirse porque estamos expuestas. No sólo a que nos maten por ahí sino a ser detenidas por la policía, porque existe un decreto que prohíbe que nosotras estemos aquí”.

Jornada laboral
Desde las 3:00 de la tarde inicia la faena de prepararse para el trabajo. Todo inicia con el maquillaje y la peluca, luego colocarse la ropa interior de mujer y acomodar en ella las almohadillas para el busto y el trasero. De último, escoger un short que muestre las piernas torneadas y alguna blusa que acentué la cintura, para ponerse sus plataformas y llamar a un taxi que le lleve desde los fondos del Hotel Aladín hasta su esquina de trabajo.
“Vestida así no podemos andar por ahí, hay que agarrar taxi. Yo trabajo de 7:30 a 10:30 de la noche para ir agarrando campo y poder regresar a casa temprano, pero en general se trabaja de 10:00 de la noche hasta las 3:00 de la madrugada”, confesó.
En tal sentido, detalló el perfil de sus clientes: “Quienes más buscan servicio son los hombres mayores de 30 años, muchos casados y que no pretenden platicar ni hacer amistad. Sólo he tenido un cliente que sí se enamoró, pero para trabajar en esto no se puede tener novio. Se vuelve muy complicado”.
Las rivalidades también forman parte de la cotidianidad, por lo que señaló que su amiga Yorgina, con quién vive actualmente, le ha servido de apoyo en esto porque tiene más experiencia.
“Yo te voy a ser sincera, yo entré en esto porque mi entorno me empujó. Bastante que critiqué la prostitución, pero aquí estoy. Gracias a Dios no me he ganado enemigas, pero he escuchado historias de que hay quienes te piden vacuna por el punto y hay que pagarles”, afirmó.

Dos prostitutas y un travesti, Gloria Ortiz
La experimentada
Más de 10 años en las calles le ha permitido a Yorgina elevar ese instinto de supervivencia dentro de la prostitución superando lo que llamó “etapa de principiante”.
“El primer día que me prostituí terminé presa y me han pasado montones de cosas. Yo antes no me paraba aquí, sino en el centro, pero allá llevé mucho palo”, cuando explicaba las golpizas que sufrió en un bar del casco central.
Según cuenta, una amiga que ya mataron fue la que la indujo a la prostitución: “A mí me trajo fue una amiguita que por cierto ya la mataron. Ella cayó primero que yo”, dijo.
“Qué te puedo contar, un día me bajaron de un carro a punta de pistola sin pagarme. También me atracaron cuando daba un servicio y hasta un perro de la policía me mordió”, son las anécdotas que ha acumulado durante el tiempo.
Ella, en medio de la ironía, delató las malas mañas que pueden tener algunas de sus compañeras diciendo: “Las de otras partes son ladrona, por eso le dan palo a todas las que encuentren. La policía conmigo no se mete”.

Su anatomía
 Sin embargo, los trapos y las almohadillas en Yorgina son cosa del pasado, su anatomía muestra a simple vista el sometimiento a operaciones, a pesar que lo negó.
Su conocimiento sobre el proceso a la inyección de biopolímeros da cuenta de ello, aunque reconoció tenerle miedo.
“Yo no estoy operada. Sí quería, pero cuando vi que se estaban muriendo me dio miedo y desistí de la idea”, manifestó mientras se pavoneaba.
“Esas operaciones no te las hace ningún médico. Eso te lo inyecta otra loca más. Las Inyecciones se  compran en Cúcuta y cuando te inyectan hay que guardar reposo y cuidarse, pero se ponen de alborotadas a dar tumbos y rumbear y después se les mueve”, delató.
Explicó que luego de someterse a la inyección de biopolimeros se debe usar un vendaje y guardar reposo para que el producto se asiente y no sea rechazado por el cuerpo.
“Existe mucha diferencia entre las que hacen show y nosotras, porque yo me quito la ropa y quedo intacta, las otras se bajan de la tarima, se quitan el tirro y se les sale el tripero”, aclaró con jocosidad.
Su cuerpo, más torneado y femenino, no significa que su tarifa sea más alta que la de su amiga Chelsea, que se para unas cuadras más allá. De hecho, sus tacones talla 40 no desentonan con el aspecto, que su estraple y mini short dejan ver.

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Los gustos y preferencias
“La hora cuesta 10 mil bolívares. Aquí no aplica la que este más buena cobra más caro, aunque hay algunas que son atrevidas y piden millonadas”, sentenció.
El aspecto del cliente le da luces para saber cuando cobrar, cómo y que tan lejos puede llegar con quien busca sus servicios. Sus años en la prostitución le han permitido ver  y experimentar de todo.
“En esto te piden de todo, pasivo, activo, más activo en realidad. Se ven muchas locuras. Yo he hecho tríos que incluyen mujeres y hasta defecar me han pedido”, aseveró sin decoro, con actitud de madame, aunque “ya eso no se ve. Yo nunca he pagado por pararme aquí”.
Jóvenes, adultos y anciano formar parte de su variada y selecta clientela, pues aseguró no irse a la cama con cualquiera: “Yo tampoco es que me voy con cualquiera. Un día vino un guajirito hediondo y yo no fui. Soy selectiva”, entonó.
En su piel y cabello se notan los cuidados a los que se somete la profesional de la peluquería, que inicia su furcia luego de las 7 de la noche en 5 de Julio.
Yorgina dejó su casa al cumplir la mayoría de edad. Se fue a vivir con unas amigas en El Marite, pero un 23 de diciembre fue agredida por causa ajena al problema de una de su compañera con una vecina, por lo que su mamá le pidió retornará a casa, aceptándole su condición de trans. Pasó un mes para que se volviera a ir de su hogar.
  Andrés Boscán

Fuente:
http://noticiaaldia.com/2017/02/la-historia-de-chelsea-y-georgina-dos-transexuales-que-se-prostituyen-en-5-de-julio/ Red Abolicionista de la Prostitución y la Trata de Personas.



miércoles, 1 de febrero de 2017

Inocencia Mutilada




Testimonio de prostitución



Esta entrevista se publicó en el número 41, Febrero/Marzo de 2001, de la revista "La Luciérnaga" de Córdoba Capital . Dicho número fue dedicado íntegramente al tema de la prostitución, principalmente haciendo foco en la niñez, como respuesta a una investigación sobre explotación sexual infantil que UNICEF realizó entre 1998 y 1999, y que se presentó en Córdoba Capital a fines del año 2000. La nota no tuvo ninguna repercusión. Algunos meses después, ésta mujer, así como Oscar Arias de la Luciérnaga (al parecer el autor de esta entrevista), fueron reporteados en el programa televisivo "A decir verdad" del periodista Miguel Clariá. En ese mismo programa estaba el entonces Fiscal General de la Provincia, Marcelo Brito, quien dijo que se ocuparía del asunto. En los días siguientes se allanaron dos o tres prostíbulos sin resultados positivos.


Inocencia Mutilada

Seguramente desnutrida, ella era también extremadamente diminuta y callada, casi sombría, pasando prácticamente desapercibida entre sus pares.

Sin embargo, con sus cortos años y a pesar de su condición de mujer, ya era líder. Pero no cualquier tipo de líder: ella militaba en esa categoría de quienes manejan los hilos sin necesidad de acaparar roles, sabiendo delegarlos en beneficio de un grupo que se sabe así protegido. Al más fuerte le asignaba el deber de la pelea; al más rápido, el arrebato; al más astuto, el robo “al descuido”; al más triste la tarea de dar lástima, la tarea de manguear.

Sus silencios, en algún momento del día, se transformaban en una explosión de furia y llanto desproporcionado a juzgar por sus motivaciones aparentes. La mirada de un policía o una de las innumerables “malas palabras” de un compañero, desataban una reacción feroz que no reconocía consecuencia ni riesgos.

Algo en ella se movilizaba más allá de su destinatario circunstancial, como quien enfrenta el mismo fantasma que se encarna en sucesivos rostros o en multitud de manos.

Todos los días con sus noches, ella y sus compañeros iban creciendo a cielo abierto, a la vista de todos, en el epicentro mismo del desamparo: la Plaza Colón de nuestra docta ciudad. Durante años permanecieron ahí. ¿Podrá alguien explicar la paradoja por la que de tanto mirar se deja de ver?

Quizás el que sepa responder tenga la clave para la comprensión de tanto abandono social.

Nos conocimos hace una década aproximadamente mientras aprendía a dar mis primeros pasos como operador de calle. Ella tenía diez años y yo veintiséis.

Desde entonces la vida y las circunstancias nos hicieron coincidir en diferentes escenarios. Debajo del puente, en casas usurpadas o en la esquina de limpiar vidrios, fuimos compartiendo historias que derivaron inevitablemente en un vínculo. Quizás sea por eso que me acostumbré a compartir con ella lo que pienso, como si ella ejerciera cierto “control de calidad” sobre la pertinencia de ciertas ideas que buscan abarcar la marginalidad de tantas vidas como la suya. Una manera de legitimar mis lecturas sobre dolores ajenos, a los que no me acostumbro.

Cuando decidimos hacer una revista sobre prostitución infantil le dije, sin saber que iniciaba un diálogo del que no salí siendo el mismo:

- Es un tema muy duro para hablar, casi no sé cómo preguntarte.

Ella fue al grano, sin sutilezas:

- La gente que me rodeaba cuando era chica, todos estábamos en ese mundo.

- Te estás refiriendo al tema de la prostitución…

- No sólo existe la prostitución de las nenas chiquitas, sino también de los varoncitos…Sí, existe de las nenas y los nenes. A la mayoría de los hombres les gustan las criaturas. ¿Cómo te puedo decir? Las menores, no sé como se les dice…



- ¿Es diferente la prostitución en los chicos que viven en la calle?

- Sí. La prostitución es muy común en los chicos que andan solos en la calle. Porque se prostituyen por necesidad, para que alguien cuide que nadie les pegue o para comprar fana, para drogarse.


Transcurrió densamente un largo silencio. Un silencio pesado y delator.

Por un lado, silencio incómodo que invitaba a tomar la palabra. A la vez, sentía pudor de invadir ese silencio que delataba algo fuerte ocurriendo en su interior. No sé cuánto tiempo pasó hasta que continuó diciendo:

- Bueno, te voy a contar una historia… Yo me fugué de mi casa cuando mi papá se separó de mi mamá, la primera vez, cuando ella se fue… mi papá le pegaba… Nos fuimos con mis hermanos a la calle, a la Plaza Colón. Y ahí vino una pareja normal, nos preguntaron si teníamos dónde dormir… Y nos llevaron a su casa, ahí tenían varios chicos, nosotros no éramos los únicos. Ellos tenían un celular adonde la gente esa los llamaban. Nosotros creíamos que eran gente que nos buscaban para dormir en sus casas, pero no era así. Los llamaban y nos sacaban a todos, en fila y nos elegían. Íbamos a muchos lugares. Me acuerdo que yo conocí Alta Gracia, Carlos Paz, Río Cuarto… nos llevaban ellos.

- ¿Qué edad tenías?

- Siete años.

- En Alta Gracia había como un tipo boliche… ahí nos hacían cosas. No sólo a nosotras las nenas, a los varones también. Bueno, no sé si te habrás dado cuenta de que no parezco una mujer, no me gusta la ropa de mujer, no me gusta vestirme como mujer… eso cambió en mí. A mí no me gusta ser mujer, pero tampoco me gustaría ser hombre. Yo supe tener problemas con mi marido, no nos llevábamos bien con ese tema. No sé si me entendés…

- Sí, claro.

 Otro silencio se instaló entre nosotros. Pero esta vez ella tembló desencajada, con un llanto mudo de dientes apretados. Me hubiera gustado abrazarla, pero una vez más preferí no invadir lo que intentaba decir. Su llanto era también una forma de decir. Casi balbuceando siguió:

- Ellos nos hacían cosas malas. Y le pagaban a la señora. Y mi hermano salía a robar también para ellos. Como a los diez años de edad me alejé y mi hermano también. Creo que en estos momentos están presos.

- ¿Eran un matrimonio de barrio X?

- ¿Los conocés?

- Sí, yo sabía que hacían trabajar a los chicos, pero no sabía que los hacían prostituir. ¿Era esa gente?

- Sí. Ellos están presos, creo…

- No, no está ninguno preso. Estuvieron por droga, pero ya salieron. Pero no tengas miedo, esta entrevista es más que anónima…

- Yo no sabía que habían salido.

- Sí, hace mucho.

- Nos hacían mucho más que trabajar. Aparte, teníamos a veces relaciones entre nosotros.

- Porque dormían en la misma cama…

- Y cuando se drogaban, cuando tomaban.

- ¿Ellos se drogaban y los instaban a que ustedes tengan relaciones?



El silencio esta vez es una simple metáfora del sí.

 - ¿Cuánto duró eso?

- Hasta que tuve diez años. Cuando yo lo conocí a mi marido, yo seguía en eso.

- A ver si te entiendo: a los diez años vos te fuiste de ellos y volviste a la calle.

- En Plaza Colón, ahí hay gente que va a levantar chicos…

- O sea que tenías diez años, once años y ya no trabajabas para esta gente, pero estabas acostumbrada a ganarte la guita así.

- Hasta los doce que yo conocí a mi marido.

- ¿Y él que edad tenía?

- Diecinueve. Él me sacó de todo eso.

- Esos dos años, ¿viviste sola o con tus hermanos?

- No, mis hermanos viajaban con esa gente… Dos de ellos, los otros estaban en colegios internados (institutos de menores). Uno de mis hermanos tenía seis años cuando lo engancharon esos tipos…

- Cuándo lo empezaron a hacer trabajar.

- Sí. Y no era siempre gente pobre, éstos más bien parecían gente de mucha guita.

- Los clientes, los que pagaban.

- Sí. Hasta el día de hoy, no lo pudimos hablar con mi hermano. Ésta es la primera vez que lo hablo.

- Es increíble que seas tan fuerte. Ni vos lo debés saber…

- No lo soy.

- ¿Cómo que no? Si uno te ve, siempre para adelante, tratando de llevar la familia, preocupándote por otros. Si eso no es ser fuerte… Ser la gran madre que sos.

- Ojalá fuera fuerte.


- Quisiera saber si es verdad que los nenes que andan en la calle, justamente para que no los abusen, andan con olor a casa, olor a pis, sucios… como una manera de protegerse.

- Mirame a mí, no ando así orinada, soy una mujer, soy madre y mirame…

- Vos no querés que te desee nadie.

- Claro. Me gustan los hombres, por supuesto, pero…

- Vos no querés que los hombres te elijan, no querés que te vean… ¿Nunca se te cruzó nadie en el camino para pedirle ayuda?

- No, no podés zafar. Nosotros zafamos porque… no sé. Porque nos hicieron de todo, y de eso no se zafa. Si vos le das mucha ganancia a ellos, te buscan, no te dejan ir.

- Esa gente no está más, pero ¿todavía sigue habiendo otra?

- Por supuesto que sigue habiendo. Los chicos de la calle andan con los que lo levanten… esos, los pucheros, ¿viste? Te levantan y te pagan por hacerles algunas cosas. Y los chicos lo hacen. Los más buscados son los más rubiecitos. Eso sí, te visten, te dan de comer bien… pero eso no te sirve de nada. Yo, cuando limpio vidrios y estoy ahí, hay tipos que te dicen “Vení, yo te pago allá, porque cambia el semáforo”… y es para eso. Por supuesto que los rechazo, pero algunos insisten.

- ¿Creés que a esas nenas crecen limpiando vidrios, las expone más el ser nenas?

- No hay mucha diferencia. Porque el mundo está tan loco que a los hombres les da lo mismo si es mujer u hombre, si es niño o niño.

- ¿Pensás que a pesar de esto que has vivido, esto tan duro que te marcó, te quedan esperanzas en la vida, un motivo para soñar?

- La única esperanza que yo tengo es que mis hijos salgan limpios de toda esta mierda que hay en la calle. Ojalá Dios me dé vida y pueda ver que mis hijos tengan su familia, que no tengan necesidad de robar, ni hacer nada, ni andar en la calle. De mí… tengo ya mi edad… ya viví.

- ¿Te tenés fé?

- Sí.

- Yo también.


 La Luciérnaga - Nº 41 – Febrero Marzo 2001 – Pgs. 14-16





miércoles, 18 de enero de 2017

María, tras lograr salir de la prostitución: ‘Ya no tengo miedo’

Testimonios de Prostitución

María, tras lograr salir de la prostitución: ‘Ya no tengo miedo’
Actualizado el 28 de diciembre de 2016 a las 12:00 am
El asesinato de una amiga la movió a buscar otra vida. Dejó el alcohol, las drogas y a su pareja agresora; hoy asegura ser feliz
POR Sofía Chinchilla C.
Más de 15 años pasaron sin que los días fueran muy diferentes unos de otros: dormir cuando había luz y salir a trabajar en cuanto oscurecía. Comer era opcional, pero drogarse se convirtió en una necesidad para soportar los horrores de la calle y la prostitución en la noche.
Suma cuatro décadas de vida, aunque hoy su existencia es muy diferente.
Su identidad se resguarda; eligió ser llamada María. Esta mujer pide ayuda para quienes todavía están en la calle.
¿Cómo llegó a trabajar en las calles?
Cuando estaba joven, mi mamá se fue y mis hermanos y yo nos fuimos a vivir a la casa de mis abuelos. Ahí sufrí muchos abusos sexuales (...). Uno estaba resentido con la vida, y debido a eso, empezamos a conocer el alcohol y la droga. Yo me iba a bailar, salía de mi casa, hasta que un día no llegué más. Conocí a una persona con la que comencé a convivir, y de ahí empecé a prostituirme.
¿Qué edad tenía?
Como a los 18 años... Deseando tener cédula, como para que no me dijeran nada, como un pájaro que lo dejaran en libertad.
¿Alguien la forzó?
Desgraciadamente, cuando usted está así, solo gente mala se le aparece. Yo estaba conviviendo con una persona que también tenía vicios, y él me dijo: ‘Yo sé la manera en la que usted puede ganar dinero, dinero que ni se imagina’. Y así fue como empecé para solventarnos el vicio los dos.
¿Cómo eran los días?
Vivíamos en una cuartería en San José. Era un cuartito pequeño, a lo mucho una cama, el televisor y la ropa. Por lo general, a mí me mandaban a trabajar de noche porque había más dinero; entonces, durante el día yo dormía. Más que en la noche uno se drogaba y tomaba, entonces en la mañana ¿con qué ganas iba a estar despierta? El día es la noche y la noche es el día.


¿Se sentía en peligro?
Muchas veces sentí temor. Más que a veces no quería ir con ciertas personas, pero mi pareja me obligaba. Yo sabía estando ahí, medio conversando, que la persona era agresiva, pero ellos ponían el dinero y uno solo esperaba que pasara la situación lo más rápido posible… Tenía que conseguir para el cuarto, el alcohol, para la droga… y para comer, que eso era lo último que uno hacía.
¿Hubo gente que se acercaba a ofrecerle ayuda?
Sí, usted sabe que hay grupos de cristianos que andan en la noche, y muchas veces me dieron de comer, me escuchaban, me decían que buscara ayuda… Pero uno, cuando está en eso, no cree que haya esperanza. Es una esclavitud; yo era esclava… y uno no creía; no había Navidad, no había nada. Era un ciclo de subsistir.
¿En qué momento supo que tenía que salir?
Mataron a una compañera mía; era amiga. La ahorcaron y la dejaron debajo de la cama del hotel. La persona que la mató puso el candado... La andábamos buscando y nadie la encontraba. Hasta como a los dos días llegó mal olor: la habían ahorcado con el brasier. Cuando yo vi cómo murió ella, yo le pregunté a Dios si había nacido solo para estar sufriendo… Que si existía, me diera una oportunidad de ir cambiando.
”Yo sabía que el principal problema era la pareja, que él estaba usándome porque él necesitaba de mí, yo no de él. Después, que estaba esclava del alcohol y las drogas, y tenía que buscar ayuda. No fue de la noche a la mañana, fueron como dos años en ese proceso. Captaba que tenía que hacer las cosas, pero no sabía cómo”.
El primer paso fue ir a un grupo de Alcohólicos Anónimos, donde María conoció a mujeres que lograron ser empresarias, estudiar, o al menos conseguir un empleo digno. Y si ellas pudieron, ¿por qué ella no iba a lograrlo?
Siguió trabajando en la calle, pero detuvo el consumo de sustancias, dejó a su pareja, empezó a estudiar y consiguió un nuevo techo donde recomenzar.
“Me busqué una casita y tuve que dormir en el piso la primera noche. Llegué nada más con la ropa que andaba puesta porque cuando dejé a mi pareja, no me dejó sacar absolutamente nada. Yo dije: ‘Ahí voy’. Me acuerdo cuando compré el primer plato, la primera cuchara.
”Yo me preguntaba si iba a poder pagar eso. Tenía miedo, porque era un paso que jamás me imaginé. Traté de organizarme de guardar un poquito todos los días para pagar la casa, y sabía que tenía que comprar una olla arrocera, y la compré. A la semana compré un sartén. Esas semanas comía sándwiches porque quería ahorrar lo máximo para ir saliendo adelante. Yo ahorita veo lo que tengo y doy gracias; siento que vivo en un palacio porque todo me ha costado. Yo quiero mucho esa casa, y sueño que sea mía. Vivo ahí hace siete años porque yo quería echar raíces en algo”.


¿Quién es usted hoy?
Yo soy feliz. Tal vez, me falten muchas cosas materiales a las que la gente les da mucha importancia, pero yo vivo bien. Yo no tenía un trabajo y ahora puedo trabajar. Viera cómo soñaba yo con tener un trabajo, saber que llego a un lugar y voy a tener un ingreso fijo (...). No me falta nada. Sé que tengo mi casa, que ayudo a mi familia. Ya no tengo miedo, y salgo adelante poco a poco.
¿Cómo es este primer trabajo?
Ellos me han dado mucha oportunidad, un ingreso fijo y todos los derechos laborales. Me tratan con mucho respeto, son tan comprensivos. Yo pedí tanto por un trabajo, que ahora lo cuido. Yo voy a dar lo mejor de mí, y si no sé algo, lo aprendo.
”Cuando estaba en la calle veía a la gente que iba para el trabajo, con su bolsita de almuerzo, y yo pensaba que debía ser bonito. Es el regalo más grande.
¿Qué otras metas tiene?
Quiero sacar el bachillerato, y seguir trabajando. Quiero una casa.
Para María, su situación es igual a la de muchas mujeres, inclusive menores de edad, que pasan la noche en la calle, víctimas de la explotación y la necesidad.
“¿Usted ha visto la cantidad de chiquillas de 15 años y menos que andan prostituyéndose y metidas en un vicio? Y eso tienen que solventarlo. Y si, de feria, les pasa lo mismo que a mí, que se encuentran a una persona que lo que quiere es hundirlas más, es peor. Hay que partir de ahí, cortar con los vicios”.
¿Hay algo que uno pueda hacer para ayudar a alguien que esté en esa situación?
Tratar de hablar con ellas, si quieren dejarse ayudar (...). Deberían darles más atención, sobre todo en la adolescencia. La mayoría de compañeras sufrimos abusos sexuales. Todas contábamos lo mismo: que el tío, que el hermano, que el papá… A mí eso, por años, me marcó mucho porque pensaba que la culpa era mía, pero gracias a Dios, me he liberado. Entonces, ahí empieza todo: cuando estamos en la casa.
¿Cuál es la guía más importante para su vida?
Tratar de entender a los demás, para poder ayudarlos. No juzgar a nadie, ponerme en sus zapatos porque uno en el camino se va a topar con todo tipo de gente y yo no puedo juzgarla.
Fuente:

http://www.nacion.com/nacional/Maria-lograr-salir-prostitucion-miedo_0_1606239363.html





Tatiana García: "Lo hago por estricta necesidad"

Testimonios de Prostitución

Tatiana García: "Lo hago por estricta necesidad"
marina fernández 18.12.2016 |


­Tatiana García se define como trabajadora del sexo, no le gusta la palabra prostituta. Supera los 40 años y lleva ofreciendo sexo a cambio de dinero desde el año 2002, cuando se vino de su país, Ecuador, a Europa.

Primero trabajó en Francia, pero pronto cambió de destino. «Estábamos en un bosque y pasaba mucho frío», cuenta la mujer. Después recaló en la Casa de Campo de Madrid, donde estuvo hasta 2008 que se vino a Málaga. Allí compaginó la prostitución con otros trabajos, como el cuidado de personas mayores. Pero cuando se quedaba en el paro, volvía a la calle. «Yo lo hago por estricta necesidad», reconoce la mujer, que hace un mes cobró la última mensualidad del desempleo y ha tenido que volver al Polígono del Guadalhorce, donde trabaja habitualmente. «A nadie le gusta acostarse con quien no te apetece, pero es que tengo que vivir», se lamenta Tatiana, que tiene estudios de estilista y desea volver a ejercer como tal. Admite que es su sueño y que, de saberlo, no se habría ido de su natal Ecuador.

Como tantas mujeres latinoamericanas, quiso probar suerte en el viejo continente, sin suerte. Ser una persona transexual tampoco le beneficia a la hora de buscar trabajo, ya que reconoce que aún hay quien les mira «de otra manera» cuando hace una entrevista.

Además de los gastos evidentes de vivir en una casa en la que pagar comida, alquiler, luz y agua, Tatiana García tiene que enviar todos los meses 400 dólares a Ecuador. El tratamiento médico de su madre, enferma del corazón y ya viuda, depende de ella.

Muchas de las personas con las que se relaciona también viven a cambio de ofrecer sexo por dinero. Y no se corta en afirmar que casi todas lo dejarían si tuvieran un puesto de trabajo. «Necesitamos dinero para vivir, ¿qué hacemos?», se lamenta la mujer, que busca un empleo«de lo que sea». El último trabajo que ha tenido era de jardinera, pero antes ha sido reponedora en supermercados o empleada de hogar.



Lejos de lo que muchas personas puedan pensar, Tatiana apenas gana dinero en la calle. Aparte de que los 20 euros por cliente que gana son «una miseria», la cifra de hombres que demanda sexo se redujo drásticamente a consecuencia de la crisis económica y de la aplicación de la ordenanza municipal. Cada vez que la Policía multa a un hombre, son 750 euros. «No hay clientes en el Polígono, han dejado de venir porque hay muchos policías cerca así que no se atreven», asegura la mujer que, no obstante, se siente más segura desde que las patrullas policiales han intensificado su presencia en el Guadalhorce. «Estamos expuestas a todo: a locos, a drogados, a una enfermedad sexual... Y hace poco me robaron cuatro chavales el móvil. Y eso no es nada, acuérdate de que hace poco le dieron una paliza a otra transexual», afirma en relación a la agresión y al robo que sufrió otra mujer en agosto. Aunque se siente más segura, acumula siete multas por la ordenanza de Convivencial, que ha logrado eludir pagar gracias a la ayuda jurídica de Médicos del Mundo.

Tatiana García confiesa que seguirá en el polígono. Hoy, mañana, pasado. «Hasta que encuentre un empleo», dice. Asegura que la labor contra este tipo de trabajos debería empezar por sensibilizar a los hombres y seguir con oportunidades de empleo o ayudas. «Se me acabó el paro. ¿Qué hago para comer?», se pregunta.

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