Para hombres: Una tregua de 24 horas
Este texto es parte del libro Cartas desde una zona de
guerra (Letters from a War Zone) de Andrea Dworkin.
Esta es una charla que tuvo lugar en la Conferencia Regional
de Medio-Oeste de la Organización Nacional para Cambiar a los Hombres (National
Organization for Changing Men) en otoño de 1983 en St Paul, Minnesota. Una de
las personas de la organización me dio la grabación y transcripción de mi
charla. La revista del movimiento masculino M la publicó. yo enseñaba en Minneapolis.
Esto fue antes de que Catharine MacKinnon y yo hubiéramos propuesto o
desarrollado el enfoque de derechos civiles hacia la pornografía como
estrategia legislativa. Muchas personas que estaban entre el público luego
fueron muy importantes en la lucha por el proyecto de ley de derechos civiles.
Yo no los conocía en ese entonces. El público consistió en alrededor de 500
hombres, con algunas mujeres. Hablé usando mis notas y en realidad iba de
camino a Idaho–un viaje de 8 horas ida y otras ocho de vuelta (gracias a
pésimas conexiones aéreas) para dar una charla de una hora sobre Arte; salir el
sábado, volver el domingo, solo puedo hablar una hora o pierdo el único vuelo
de vuelta que hay en el día, debo correr desde el podio al auto para hacer el viaje
de dos horas hasta el aeropuerto. ¿Por qué habría una militante feminista bajo
esta enorme presión parar en el camino para decirle “hola” a 500 hombres? De
alguna manera, era un sueño hecho realidad. ¿Qué le dirías a 500 hombres si
pudieras? esto es lo que yo dije, así es como usé mi oportunidad. Los hombres
reaccionaron con amor y apoyo considerables. También con ira considerable. Las
dos.
Me fui rápido para tomar el avión para ir a Idaho. Sólo uno
de los 500 hombres me amenazó físicamente. Lo detuvo una mujer guardaespaldas
(y amiga) que me acompañaba.
He pensado mucho sobre cómo una feminista, como yo, puede
dirigirse a un público compuesto mayoritariamente de hombres politizados que
dicen ser anti-sexistas. Y pensé mucho sobre si debería haber una diferencia
cualitativa en el tipo de discurso que les dirija a ustedes. Y me di cuenta que
era incapaz de simular que creo que exista esa diferencia cualitativa. He
observado los movimientos de hombres por muchos años. Tengo contacto con
algunas de las personas que participan de esos movimientos. No puedo venir acá
como una amiga, aunque quisiera con todas mis fuerzas. Lo que quisiera hacer es
gritar: y en ese grito tendría los gritos de las violadas, y el sollozo de las
golpeadas, y peor aún, en el centro mismo de ese grito, tendría el ensordecedor
sonido del silencio de las mujeres, ese silencio en el que nacemos, porque
somos mujeres, y en el que muchas morimos.
Y si hubiera un ruego, una pregunta o un pedido humano en
ese grito, sería el siguiente: ¿Por qué tan lento? ¿Por qué tan lentos para
entender las cosas más sencillas, no las cosas complicadas ideológicamente.
Ésas las entienden. Las cosas simples. Los clichés. Simplemente que las mujeres
son humanas exactamente en la misma medida y de la misma forma que ustedes. Y
también: que no tenemos tiempo. Nosotras, las mujeres. No tenemos “para
siempre”. Algunas no tenemos otra semana, ni otro día para hacer tiempo para
que ustedes discutan lo que sea que pueda permitirles salir afuera y hacer
algo. Estamos muy cerca de la muerte. Todas las mujeres. Y estamos muy cerca de
la violación y estamos muy cerca de los golpes. Y estamos dentro de un sistema
de humillación del que no hay escape para nosotras. Usamos estadísticas, no
para tratar de cuantificar las heridas, sino para convencer al mundo de que
esas heridas existen. Esas estadísticas no son abstracciones. Es fácil decir
“las estadísticas; unos las escriben para un lado y otros para el otro”. Es
cierto. Pero oigo sobre las violaciones una por una, por una por una por una
por una, que es precisamente como suceden. Esas estadísticas no son abstractas
para mí. Cada tres minutos una mujer es violada. Cada dieciocho segundos una
mujer es golpeada. No tiene nada de abstracto. Está pasando ahora, mientras yo
estoy hablando.
Y está pasando por una razón sencilla. No tiene nada de
complejo ni de difícil, esa razón. Los hombres lo están haciendo, por el tipo
de poder que los hombres tienen sobre las mujeres. Ese poder es real, concreto,
ejercido desde un cuerpo a otro cuerpo, ejercido por alguien que siente que
tiene derecho a ejercerlo, a ejercerlo en público y en privado. Es la suma y la
sustancia de la opresión de las mujeres.
No sucede a miles de kilómetros ni a cientos de kilómetros.
Se hace aquí y se hace ahora y se hace a manos de las personas en esta
habitación y a manos de otros: nuestros amigos, nuestros vecinos, las personas
que conocemos. Las mujeres no tienen necesidad de ir a estudiar para aprender
sobre el poder. Solo tenemos que ser mujeres, caminando por la calle o tratando
de hacer las tareas de la casa, luego de haber entregado nuestro cuerpo en
matrimonio y haber perdido todo derecho sobre él.
El poder ejercido por hombres día a día en la vida es poder
institucionalizado. Está protegido por ley. Está protegido por la religión y
las prácticas religiosas. Está protegido por las Universidades, bastiones de
supremacía masculina. Está protegido por una fuerza policial. Está protegido
por aquellos a quien Shelley llamó “los legisladores no reconocidos del mundo”:
los poetas, los artistas. Contra ese poder, tenemos silencio.
Es una cosa extraordinaria intentar entender y afrontar el
por qué de que los hombres crean – como creen – que tienen derecho a violar.
Los hombres pueden no creerlo si se les pregunta al respecto. Levanten la mano
si creen que tienen derecho a violar. No va a haber muchas manos levantadas. Es
en la vida donde los hombres creen que tienen derecho a forzar sexo, que ellos
no llaman con el nombre “violación”. Y es extraordinario intentar entender que
los hombres de verdad creen que tienen derecho a golpear y lastimar. Y es
igualmente extraordinario intentar entender que los hombres realmente creen que
tienen derecho a comprar el cuerpo de una mujer con el propósito de tener sexo:
que eso es un derecho. Y es muy asombroso intentar entender que los hombres
creen que la industria de siete billones de dólares al año que provee al hombre
sus conchas es algo a lo que los hombres tienen derecho. Eso es lo que
significa la teoría sobre la supremacía masculina. Significa que podés violar.
Significa que podés golpear, significa que podés herir, significa que podés
comprar y vender mujeres. Significa que existe una clase de personas que existe
para brindarte lo que necesites. Vos seguís más rico que ellas, de modo que
tengan que venderte sexo. No solo en las esquinas, sino en los puestos de
trabajo. Ese es otro derecho del que podés presumir: acceso sexual a cualquier
mujer en tu mundo, cuando quieras.
Ahora, el movimiento masculino sugiere que los hombres no
quieren ese poder que yo acabo de describir. De hecho, he oído oraciones
enteras explícitamente diciendo eso. Y sin embargo, todo es una razón para no
hacer algo tendiente a cambiar el hecho de que tienen ese poder.
Esconderse detrás de la culpa, esa es mi favorita. Me
encanta esa. “Sí, es horrible y lo lamento tanto”. Vos tenés tiempo para
sentirte culpable. Nosotras no tenemos tiempo para que te sientas culpable. Tu
culpa es una forma de connivencia con lo que sigue sucediendo. Tu culpa ayuda a
mantener las cosas como están. En los últimos tiempos escuché bastante sobre el
sufrimiento de los hombres debido al sexismo. Claro que escuché bastante sobre
el sufrimiento de los hombres durante toda mi vida. No hace falta aclarar que
leí Hamlet, El Rey Lear. Soy una mujer educada. Sé que los hombres sufren. Este
es un nuevo doblez. Implícita en la idea de que este es un tipo de sufrimiento
diferente está la idea, creo, de que en parte la razón por la que de hecho
ustedes sufren es por algo que saben que le sucede a otras personas. Eso sí
sería una novedad.
Pero la mayoría de su culpa, su sufrimiento se reduce a “Uf,
nos sentimos tan mal”. Todo hace que los hombres se sientan mal: lo que hacen,
lo que no hacen, lo que desean hacer, lo que no desean hacer pero harán de
todos modos. Creo que la mayor parte de su sufrimiento es “Uf, nos sentimos
realmente muy mal”. Y lamento que se sientan tan mal – tan inútil y
estúpidamente mal – porque de alguna manera esta sí es su tragedia. Y no lo
digo porque no puedan llorar. Y no lo digo porque no existe la verdadera
intimidad en sus vidas. Y no lo digo porque la armadura con la que tienen que
vivir como hombres es embrutecedora, y no discuto que lo sea. Pero no lo digo
por eso.
Lo digo porque existe una relación entre la forma en que las
mujeres son violadas y su socialización para violar y la máquina de guerra que
los muele y los escupe: la máquina de guerra por la que pasan ustedes es igual
a esa picadora de carne por la que pasa la mujer que Larry Flynt puso en la portada
de Hustler. Más les vale creer que ustedes tienen que ver en esta tragedia y
que es su tragedia también. Porque son convertidos en pequeños soldaditos desde
el día en que nacen y todo lo que aprenden sobre cómo evitar la humanidad de
las mujeres se vuelve parte del militarismo del país en el que viven y del
mundo en el que viven. También es parte de la economía contra la que tan
frecuentemente protestan.
Y el problema es que creés que está ahí afuera. Y no está
ahí afuera. Está en vos. Los proxenetas y los belicistas hablan por vos. La
guerra y la violación no son tan diferentes. Y lo que hacen los proxenetas y
los belicistas es que te hacen sentir tan orgulloso de ser hombres que pueden
darle duro y darle fuerte. Y toman esa sexualidad aculturada y te ponen un
uniforme y te mandan a matar y a morir. Ahora, no voy a sugerir que yo creo que
es más importante eso que lo que ustedes le hacen a las mujeres, porque no lo
creo.
Pero creo que si quieren ver lo que este sistema les hace,
entonces ahí es donde deben empezar: la política sexual de la agresión, la
política sexual del militarismo. Yo creo que los hombres tienen mucho miedo de
los demás hombres. Esto es algo que ustedes a veces tratan en grupos pequeños,
como si al cambiar las actitudes que tienen para con ustedes, no tendrían miedo
uno del otro. Pero en la medida en que su sexualidad tenga que ver con agresión
y su sentido de derecho a la humanidad tenga que ver con ser superior a otra
gente, y haya tanto desprecio y hostilidad en sus actitudes para con mujeres y
niño@s, ¿cómo podrían no tener miedo unos de otros? Creo que su percepción de
que los hombres son peligrosos es correcta, porque lo son.
La solución del movimiento masculino de hacer que los
hombres sean menos peligrosos para los otros hombres mediante cambiar la manera
en que tocan o sienten a otros no es una solución; es una pausa recreativa.
Estas conferencias también tienen que ver con la homofobia.
La homofobia es muy importante; es muy importante en lo concerniente a cómo
funciona la supremacía masculina. En mi opinión, las prohibiciones contra la
homosexualidad masculina existen para proteger el poder masculino. Hacéselo a
ella. Es decir, mientras sean los hombres los que violen, es muy importante que
se los dirija a violar mujeres. Mientras el sexo esté lleno de hostilidad y
exprese tanto el poder sobre la otra persona, como el desprecio por la otra
persona, es importantísimo que el hombre no sea des-clasado, estigmatizado como
femenino, y usado de manera similar. El poder de los hombres como clase depende
de mantener a los hombres sexualmente inviolados y a las mujeres sexualmente
usadas por los hombres.
La homofobia ayuda a sostener ese poder de clase: también
ayuda a mantenerlos a ustedes como individuos a salvo unos de otros, a salvo de
la violación. Si quieren hacer algo contra la homofobia, van a tener que hacer
algo al respecto del hecho de que los hombres violan, y que el sexo forzado no
es incidental a la sexualidad masculina sino que en la práctica es
paradigmático.
Algunos de ustedes están muy preocupados por el crecimiento
de la derecha en este país, como si eso fuera algo separado de los asuntos
feministas, o el movimiento masculino. Vi una caricatura que lo explica
bastante bien. Era un dibujo de Ronald Reagan disfrazado de vaquero con un
sombrero grande y un revólver. Decía “Un arma en cada funda, una embarazada en
cada casa. Haz de Estados Unidos un hombre otra vez”. Esa es la política de la
derecha.
Si tenés miedo sobre el crecimiento del fascismo en este
país – y serías muy tonto si no lo tuvieras en este momento- entonces te
conviene entender que la raíz de este asunto tiene que ver con la supremacía
masculina y el control de las mujeres; el acceso sexual a las mujeres, las
mujeres como esclavas reproductoras, las mujeres como propiedad privada. Ese es
el programa de la derecha. esa es la moralidad de la que hablan. Eso es a lo
que se refieren. Eso es lo que quieren. Y la única oposición a ellos que
importa es la oposición a que los hombres sean dueños de las mujeres.
¿Qué implica hacer algo sobre todo esto? El movimiento
masculino parece estar estancado en dos puntos. El primero es que los hombres
realmente no se sienten muy bien consigo mismos. ¿Cómo podrían? El segundo es
que los hombres se me acercan, a mí o a otras feministas y dicen: “Lo que
ustedes dicen de los hombres no es cierto. En mi caso no es cierto. Yo no me
siento así, yo estoy en contra de todo eso”.
Y yo digo: “No me digas a mí. Decíselo a los pornógrafos.
Decíselo a los fiolos. Decíselo a los belicistas. Decíselo a los que hacen
apología de la violación y los que celebran las violaciones y los ideólogos a
favor de la violación. Decíselo a los novelistas que creen que la violación es
maravillosa. Decíselo a Larry Flynt. Decíselo a Hugh Hefner. No tiene ningún
sentido que me lo digas a mí. Yo soy solamente una mujer. No hay nada que yo
pueda hacer al respecto. Estos hombres se jactan de hablar en tu nombre. Están
ahí, públicamente diciendo que te representan. Si no es así, te conviene
hacérselo saber.
Luego está el mundo privado de la misoginia: lo que saben
sobre ustedes mismos, lo que dicen en la vida privada; la explotación que ven
en la esfera privada, las relaciones llamadas “amor” basadas en la explotación.
No es suficiente encontrarse con una feminista que anda de paso y decirle “Uff,
odio todo esto”.
Decíselo a tus amigos que lo hacen. Y hay calles ahí afuera
en las que podés decir estas cosas fuerte y claro, de modo de afectar las
instituciones muy reales que sostienen estos abusos. ¿No te gusta la
pornografía? Desearía poder creer que es cierto. Lo voy a creer cuando los vea
en la calle. Lo voy a creer cuando vea oposición política organizada. Lo voy a
creer cuando los fiolos se queden sin negocio porque ya no hay consumidores
masculinos.
Ustedes quieren organizar hombres. No necesitan buscar los
temas. Los temas son parte del tejido de sus vidas diarias.
Quiero hablar sobre equidad, lo que es y lo que significa.
No es solo una idea. No es una palabra insípida que termina siendo puro verso.
No tiene nada que ver con todas esas declaraciones, del tipo “Uy, pero eso
también le pasa a los hombres”. Nombro un abuso y oigo “Uy, le pasa a los
hombres también”. Esa no es la igualdad por la que luchamos. Podríamos cambiar
la estrategia y decir “bueno, está bien, queremos igualdad: vamos a meterle
algo en el culo a un hombre cada tres minutos”.
Nunca oyeron algo así del movimiento feminista, porque para
nosotros la igualdad tiene importancia y dignidad reales- no es una palabra
idiota que puede torcerse y hacer que se vea estúpida sin ningún significado
real.
Como forma de practicar la igualdad, una idea vaga sobre
entregar el poder es inútil. Algunos hombres tienen algunas nociones, vagos
pensamientos sobre un futuro en el que los hombres van a entregar el poder o un
hombre individual va a entregar algún tipo de privilegio de los que tiene. Eso
tampoco es lo que significa igualdad.
La igualdad es una práctica. Es una acción. Es una forma de
vivir. Es una práctica social. No puede existir en el vacío, aislada. No podés
tenerla en tu casa si, cuando la gente sale de la casa, está en un mundo su
supremacía basada en la existencia de su pija y ella está en un mundo de
humillación y degradación porque se la percibe como inferior y porque su
sexualidad es una maldición.
Esto no quiere decir que el intento de practicar la igualdad
en el hogar no importa. Importa, pero no es suficiente. Si amás la igualdad, si
creés en ella, si es la forma en la que querés vivir – no solo los hombres y
mujeres juntos en una casa, sino los hombres y los hombres juntos en una casa,
y las mujeres y las mujeres juntas en una casa – si la igualdad es lo que
querés y lo que te importa, entonces tenés que luchar por las instituciones que
la hagan socialmente real.
No es un tema de tu actitud. No podés pensarla y hacerla
existir. No podés probar a veces, cuando funciona a tu favor, y tirarla a la
basura el resto del tiempo. La igualdad es una disciplina. Es una manera de
vivir. Es una necesidad política el crear igualdad en las instituciones. Y lo
otro sobre la igualdad es que no puede coexistir con la violación. No puede. Y
no puede coexistir con la pornografía o con la prostitución o con la
degradación económica de la mujer a ningún nivel. No puede coexistir, porque en
todas esas cosas está implícita la inferioridad de las mujeres.
Quiero ver a este movimiento masculino comprometerse a
terminar con la violación porque ese es el único compromiso significativo hacia
la igualdad. Es increíble que en todos nuestros mundos de feminismo y anti-sexismo
nunca hablamos en serio sobre terminar con la violación. Terminarla. Detenerla,
No más. No más violación. En el fondo de nuestra mente, ¿estamos aferrándonos a
su condición de inevitable como la última reserva de lo biológico? ¿Creemos que
siempre va a existir no importa lo que hagamos? Todas nuestras acciones
políticas son mentiras si no nos comprometemos a terminar la práctica de la
violación. Este compromiso tiene que ser político. Tiene que ser serio. Tiene
que ser sistemático. Tiene que ser público. No puede ser autocomplaciente.
Las cosas que el movimiento masculino ha querido han sido
cosas que vale la pena querer. Vale la pena tener intimidad. Vale la pena tener
ternura. Vale la pena tener cooperación. Vale la pena tener una vida emocional
real. Pero no las podés tener en un mundo con violación. Terminar con la
homofobia vale la pena. Pero no lo podés hacer en un mundo con violación. La
violación es un obstáculo para cada una de las cosas que decís querer. Y por
violación saben a lo que me refiero. No hace falta que venga un juez acá y diga
que de acuerdo al artículo tal y tal estos son los elementos probatorios.
Estamos hablando de cualquier tipo de sexo forzado, inclusive sexo forzado
debido a la pobreza.
No podés tener igualdad ni ternura ni intimidad mientras
siga habiendo violación, porque violación quiere decir terror. Quiere decir que
parte de la población vive en un estado de terror y finge – para agradarte y
pacificarte – que no es así. Entonces no hay sinceridad. ¿Cómo podría haberla?
¿Podés imaginarte lo que es vivir como mujer día tras día con la amenaza de la
violación? ¿O lo que es vivir con esa realidad? Quiero verlos usar esos cuerpos
legendarios y esa fuerza legendaria y esa valentía legendaria y la ternura que
dicen tener en nombre de las mujeres; y eso significa contra los violadores,
contra los fiolos, contra los pornógrafos. Significa algo más que una simple
renuncia personal. Significa un ataque sistemático, político, activo y público.
Y no ha habido mucho de eso.
Vine hoy porque no creo que la violación sea inevitable ni
natural. Si lo hiciera, no tendría motivo para estar acá. Si lo hiciera, mi
práctica política sería diferente de lo que es. ¿Alguna vez se preguntaron
porque no estamos simplemente en combate armado contra ustedes? No es porque
haya escasez de cuchillos de cocina en el país. Es porque creemos en su
humanidad, contra toda la evidencia.
No queremos hacer el trabajo de ayudarlos a creer en su
propia humanidad. No podemos hacerlo más. Siempre lo hemos intentado. Hemos
recibido como pago explotación sistemática y abuso sistemático. Van a tener que
hacer esto ustedes mismos de ahora en adelante y ustedes lo saben.
La vergüenza de los hombres frente a las mujeres es, creo,
una respuesta apropiada tanto para lo que los hombres sí hacen como para lo que
no hacen. Yo creo que deberían sentir vergüenza. Pero lo que hacen con esa
vergüenza es usarla como excusa para seguir haciendo lo que quieran y seguir
sin hacer ninguna otra cosa. Y tienen que parar. Tienen que parar. Su
psicología no importa. Cuánto les duele no importa más que cuánto nos duele a
nosotras. Si nos sentáramos y únicamente habláramos sobre cuánto nos duele la
violación, ¿creen que hubiera habido uno solo de los cambios que han visto en
este país en los últimos quince años? No hubiera pasado. Es cierto que tenemos
que hablar entre nosotras. Si no, ¿cómo íbamos a descubrir que cada una de
nosotras no es la única mujer en el mundo que no se lo estaba buscando y que
igual sufrió violación o maltrato? No podíamos enterarnos por la prensa en ese
entonces. No podíamos leer al respecto. Pero ahora lo saben, ustedes lo saben y
la pregunta es qué van a hacer; y por ende, su vergüenza y su culpa no son el
tema de esto. No nos importan para nada. No alcanzan. No hacen nada.
Como feminista, llevo conmigo la violación de todas las
mujeres con las que he hablado en los últimos diez años. Como mujer, llevo mi
propia violación conmigo. ¿Vieron esos cuadros de ciudades europeas durante la
peste, con carros que pasaban y la gente salía y tiraba los cadáveres en el
carro? Bueno, así es saber sobre violaciones. Pilas y pilas y pilas de cuerpos
que tienen vidas enteras y nombres humanos y rostros humanos.
Hablo por muchas feministas, no solamente por mí cuando les
digo que estoy cansada de lo que sé y triste más allá de las palabras sobre lo
que se le ha hecho a las mujeres hasta ahora, hasta ahora, a las 2:24pm de este
día, acá en este lugar.
Y quiero un día de descanso, un día libre, un día en que no
se apilen nuevos cuerpos, un día en que no se agregue nueva agonía a la vieja y
les pido a ustedes que me lo den. ¿Cómo puedo pedirles menos que eso? Es algo
tan pequeño. Aun en las guerras hay días de tregua. Vayan y organicen una
tregua. Paren de su lado por un día. Quiero una tregua de 24 horas en las que
no haya violación.
Los desafío a que lo intenten. Les exijo que lo intenten. No
me molesta rogarles que lo intenten. ¿Qué otra cosa podrían estar haciendo acá?
¿Qué otra cosa puede significar este movimiento? ¿Qué otra cosa podría importar
tanto?
Y ese día, el día de la tregua, ese día en que ninguna mujer
sea violada, empezaremos la verdadera práctica de la igualdad, porque no
podemos empezarla antes de ese día. Antes de ese día no quiere decir nada
porque no es nada; no es real, no es cierta. Pero ese día se hace real. Y
entonces, en lugar de violación, por primera vez en nuestras vidas – hombres y
mujeres- experimentaremos libertad.
Si tienen una noción de libertad que incluye la existencia
de la violación, están equivocados. No pueden cambiar lo que dicen querer
cambiar. Yo quiero experimentar solo un día de verdadera libertad antes de
morir. Los dejo para que hagan eso por mí y por las mujeres que dicen amar.
“Quiero una tregua de 24 horas en las que no haya violación”,”
publicada originalmente con el título “Hablando a hombres sobre violación”,” en
Out!, Vol. 2, No. 6, abril 1984; luego bajo este título en M., No. 13, Fall
1984. Copyright © 1984 por Andrea Dworkin. Todos los derechos reservados.
Traducción: Lenina D’Aca.
http://sidigonoesno.wordpress.com/2013/06/18/para-hombres-una-tregua-de-24-horas/