Rogelio Alaniz
Parece el borrador de una novela y no un dato de la
historia. Se trata de la Zwi Migdal, la organización mafiosa de trata de
blancas que durante un cuarto de siglo regenteó la prostitución en nuestro
país. Sus principales promotores y gerentes eran judíos, uno de sus jefes, Noé
Traumen se reivindicaba anarquista y se dice que en él se inspiró Roberto Arlt
para retratar a Haffner, “el Rufián Melancólico” de “Los siete locos” y “Los
Lanzallamas”.
La condición judía de estos explotadores de mujeres no fue
anecdótica. Ya a fines del siglo XIX se sabía que en el Café Parisien de calle
Alvear al 3184 y en el Hotel Palestino se subastaban públicamente mujeres traídas
desde Europa del este. Se trataba de jovencitas asediadas por la miseria, las
persecuciones religiosas y la codicia o indiferencia de sus padres.
En 1906 un puñado de rufianes constituyen en Avellaneda “La
Sociedad Israelita de Socorros Mutuos Varsovia de Barracas al Sur y Buenos
Aires”, conocida popularmente como “La Varsovia”, hasta que años después la
embajada de Polonia presenta una queja para que el nombre de su capital no
quede asociado al infame negocio.
La Varsovia en algún momento se divide debido a las
diferencias internas entre judíos y polacos. Estos últimos se quedan con la
Varsovia y los judíos fundan la Sociedad Israelita de Socorros Mutuos, conocida
como Aschkensaum, presidida por Simón Rubinstein. Más allá de sus acaloradas
refriegas y de la disputa por los nombres, la verdadera central de la Migdal
funcionará en Córdoba 3280. Se trata de un lujoso edificio de tres pisos que
dispone de salón de fiestas, bar, un amplio jardín y una sinagoga.
Para la comunidad judía argentina, que la Migdal estuviera
integrada y dirigida por paisanos, fue una vergüenza y durante años sus
autoridades se esforzaron por combatirlos, prohibiéndoles el ingreso a las
sinagogas, a las funciones de teatro y bibliotecas y excluyéndolos de los
cementerios. El rabino Hacoben Sinaí, llegó a decir que prefería “yacer entre
gentiles honorables que entre nuestros tmeim” (impuros). Para contrarrestar
estas campañas, la Migdal organizó sus propias sinagogas, cementerios y salas
de teatro. Los cementerios los levantaron en Avellaneda y en Granadero
Baigorria, a pocos kilómetros de la ciudad de Rosario, donde se habían
expandido.
Cementerio Zwi Migdal. Fuente José Luis Scarsi |
La lucha librada por la comunidad judía contra sus propios
rufianes fue dura y en algunos momentos violenta. Nada de ello impidió, sin
embargo, que el antisemitismo hincara el diente contra todos los judíos, algo
que no ocurrió contra la mafia italiana y la rufianería francesa que llegó a
ser muy importante en Buenos Aires y Rosario.
Según las cifras más confiables, la Migdal llegó a disponer
de alrededor de dos mil burdeles y se estimaba que unas cuatro mil mujeres
trabajaban para más de 400 proxenetas. Por supuesto, estos caballeros no
estaban solos en su singular emprendimiento. Jueces, políticos, jefes de
policía, militantes de la organización de ultra derecha conocida como “Liga
Patriótica”, colaboraban en garantizar la impunidad del negocio.
Para principios del siglo
pasado la Argentina era una de las plazas más prestigiada en el negocio de
trata. Ese honor se lo debemos a la Zwi Migdal. Cuando algunos historiadores
debaten la supuesta inocencia o ignorancia de las jovencitas rusas o polacas,
señalan que en esos años era un secreto a voces que viajar a Buenos Aires era
sinónimo de prostitución.
La Migdal se extendía por todo
el país y sus sucursales en el extranjero funcionaban en Porto Alegre, Río de
Janeiro, Montevideo, Santiago y Nueva York. La “trata de blancas”, como se la
conocía entonces, era un negocio que se iniciaba en las ciudades y poblaciones
de Rusia, Polonia, Bulgaria, Eslovaquia y concluía en los prostíbulos de La
Boca, Plaza Once o Balvanera. Las mujeres llegaban al puerto guiadas por sus
rufianes. Carecían de documentos, relaciones, ignoraban el idioma y muchas no
sabían leer o escribir.
Una abundante y excelente
literatura se ha escrito alrededor de la Zwi Migdal. Uno de los escritores más
destacados fue el periodista francés Alberto Londres, que se instaló en Buenos
Aires para indagar cómo funcionaba la trata de blancas en la Reina del Sur.
Investigaciones históricas, novelas, obras de teatro se han dedicado a la
Migdal y a los negocios multimillonarios de los rufianes. El libro de Londres
se llama “El camino de Buenos Aires”. El comisario Julio Alsogaray escribió
“Trilogía de la trata de blancas”. Elsa Drucaroff “El infierno prometido”,
Edgardo Cozarinsky, “El rufián moldavo” y Patricia Suárez, la obra de teatro,
“Las polacas”.
De la lectura de estos libros y
documentos se desprende que las mujeres eran esclavizadas en los prostíbulos, y
cualquier desobediencia o rebeldía era penada con brutales castigos físicos o
la muerte. Sus horarios de trabajo eran de cuatro de la tarde a cuatro de la
mañana. En los libros contables a los que luego se tuvo acceso, se informa que
en condiciones normales una “papusa” atendía 75 clientes por día a un precio de
dos pesos por cabeza, de los cuales -dicen las actas- la mitad quedaba para la
prostituta, un dato difícil de verificar por el maltrato al que eran sometidas
y las condiciones de ilegalidad en la que se desempeñaban.
No obstante ello, hubo casos en
los que estas mujeres gracias a esos ingresos pudieron comprar su libertad
después de quince o veinte años de prostitución forzada. Los mismos fueron
excepcionales porque, en su mayoría, la suerte de esas infortunadas mujeres se
perdió en el anonimato.
Para esos años, la mitad de la
población de Buenos Aires era extranjera y un alto porcentaje eran hombres
solteros. La Migdal se nutría mayoritariamente de clientes de origen modesto,
pero para los años veinte los prostíbulos de Barrio Norte con sus “putas caras”
y sus rufianes atildados eran también manejados por la empresa.
Alguna reacción moral existía
en la sociedad, porque en septiembre de 1913, y a iniciativa del diputado
socialista Alfredo Palacios, se aprobó en el Congreso la primera ley contra la
prostitución y trata de blancas. Se trataba de la ley 9143 que llegaba a
establecer penas de prisión para los tratantes.
Además de la indignación que provocó la explotación de
mujeres, se sumaron dos factores dignos de tener en cuenta. Uno tuvo que ver
con las enfermedades venéreas y muy en particular la sífilis, enfermedad
temible que recién en 1945 a través de la penicilina se logró combatir. El otro
factor fue de carácter político. Para los socialistas y, en general, los
partidos opositores al régimen, la prostitución era una de las bases de cosecha
de votos por parte de los conservadores. No es casualidad, en ese sentido, que
la sede religiosa de la Migdal haya funcionado en Avellaneda, feudo político
del caudillo Alberto Barceló, él mismo dueño de varios prostíbulos de la zona.
Para combatirlos, en esos años se constituyó la “Liga de Profilaxis Social”,
integrada, entre otros, por Alfredo Palacios, José Ingenieros y Joaquín V.
González.
A la Zwi Migdal le llegó el
cuarto de hora a fines de los años veinte. Para esa fecha había una intensa
movilización de sectores de la clase dirigente destinada a poner punto final a
la rufianería. El detonante, la gota que derramó el vaso, fue la prostituta
Rucha Laja Liberman, quien logró escaparse del prostíbulo y presentó la
denuncia en un juzgado. El juez que se hizo cargo del proceso fue Manuel
Rodríguez Ocampo, quien le ordenó al comisario Julio Alsogaray los
allanamientos a los principales locales de Plaza Once.
El 27 de septiembre de 1930,
108 socios de la Migdal fueron procesados, pero la mayoría de ellos fueron
liberados a principios de 1931 porque la defensa logró hacer caer las pruebas
en su contra. De todos modos, el golpe mortal ya estaba dado. La mayoría de los
proxenetas optó por irse del país. Y sin apoyo político y con la comunidad
judía movilizada abiertamente en su contra, la empresa más formidable de
explotación de mujeres se cayó sin pena ni gloria.
Un dato curioso o paradójico
merece mencionarse. El último tramo de la campaña contra la Migdal se llevó a
cabo durante la dictadura militar de Uriburu. Por razones religiosas,
moralistas e incluso antisemitas, el régimen militar fue muy duro con los
rufianes judíos. Incluso, cuando los proxenetas recuperaron la libertad, a los
militares no se les ocurrió nada mejor que aplicar contra ellos la ley 4144
para expulsarlos de la Argentina.
Como se recordará la llamada
“Ley de Residencia” fue promovida por Miguel Cané a principios de siglo y
estaba destinada a expulsar activistas sociales de origen extranjero. Ni a Cané
ni a los próceres de la Generación del Ochenta se le hubiera ocurrido que
treinta años después, la ley se iba a aplicar no en contra de anarquistas o
libertarios, sino contra cafisios, proxenetas y rufianes.
http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2012/12/26/opinion/OPIN-05.html
Agradezco al Dr. José Luis Scarsi su gentileza de haberme brindado la fotografía del cementerio de la Zwi Migdal en Avellaneda.
La mayoría de las IMAGENES han sido
tomadas desde la web, si algún autor no está de acuerdo en que aparezcan por
favor enviar un correo a
alberto.b.ilieff@gmail.com y serán retiradas inmediatamente. Muchas
gracias por la comprensión.
En este blog las imágenes son afiches,
pinturas, dibujos, no se publican fotografías de las personas en prostitución
para no revictimizarlas. Salvo en este caso por tratarse de documentos
históricos.
Se puede disponer de las notas publicadas
siempre y cuando se cite al autor/a y la fuente.
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