Testimonio de prostitución
De Ana a Delia: la historia de la prostituta que pasó 7 años
en la calle y hoy lucha contra el trabajo sexual
Brenda Struminger
10 de abril de
2018 •
"Mi historia empezó como la de muchas mujeres: por una
necesidad concreta, compleja, de supervivencia". Delia Escudilla saborea
un helado de crema del cielo en el patio trasero de una cafetería de Tristán
Suárez, a unas cuadras de su casa. Son las tres de la tarde. Más o menos a esta
hora, hace doce años, viajaba dos horas en colectivo hasta una esquina de
Constitución. Por su cuerpo pasaban unos ocho desconocidos por día. Le dejaban
plata, moretones y la sensación de que cien personas la habían aplastado. De
noche volvía a su barrio, pasaba por el supermercado y llegaba a casa a tiempo
para cenar con sus tres hijos adolescentes. Así fue su rutina durante siete
años, hasta que tuvo una crisis nerviosa y decidió dejar la prostitución.
"Me salvó la educación", cuenta la mujer, que hoy
se considera una sobreviviente y milita en dos organizaciones contra la
reglamentación de la prostitución, Mujeres con voz y Trece Rosas. Participará
como ponente en el I Congreso Abolicionista Internacional que se celebra en
mayo en la Facultad de Filosofía y Letras. El evento, donde disertarán
investigadores, fiscales, médicos, exprostitutas y legisladores, es organizado
por profesoras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) junto a distintas ONG.
Su texto contra los sindicatos de trabajo sexual,
"Parate en mi esquina", fue compartido miles de veces en redes sociales.
Por esa especie de poema le llegaron palabras de apoyo y donaciones de
desconocidos, incluso desde otros países.
En la Argentina, la explotación sexual es considerada un
delito por el Código Penal y por la Ley de Trata. En los últimos años se
presentaron en el Congreso Nacional distintas iniciativas para regular la
prostitución, que no avanzaron.
Al interior del movimiento feminista hay dos posturas
marcadas al respecto. Por un lado, las "regulacionistas" critican la
"criminalización" y abogan por el derecho a ejercer libremente el
"trabajo sexual". Por otro, las "abolicionistas" consideran
que la prostitución es una violación a los derechos de las mujeres. Creen que
ninguna mujer elige ser prostituta en libertad, sino que está obligada por su
medio, en general, por necesidad económica o por coacción de un tercero. Delia
se encuentra en el segundo grupo. Es crítica de los sindicatos de trabajadoras
sexuales y se enfurece cuando escucha o lee sobre campañas de regularización de
la prostitución.
"Al ingresar al sindicato pensé que podría considerarlo
un trabajo. Me decían que yo, como dueña de mi cuerpo, podía hacer lo que
quisiera. Que era mi sustento. Citaban a prostitutas de otros países. Pero hoy,
después de ser prostituta, digo que no, que la prostitución no es
trabajo".
Cuando se quedó sin
trabajo de empleada doméstica, Delia comenzó a prostituirse Cuando se quedó sin
trabajo de empleada doméstica, Delia comenzó a prostituirse
Entonces asistía a reuniones y tomaba cursos para atender
sexualmente a los hombres. Le enseñaban, por ejemplo, cómo colocar un
preservativo con la boca. "Eran como cursos de perfeccionamiento en el
trabajo, pero eran cursos de perfeccionamiento en la violencia. En ese momento
no me daba cuenta", sostiene Delia.
"La prostitución es el privilegio del varón sobre un
cuerpo en necesidad", define. "Es un privilegio patriarcal ancestral.
Si hablamos de una relación sexual consensuada, hablamos de afecto, de
calentura, deseo mutuo. Pero si te vas con cualquiera, si no sabés qué te va a
pasar en esa habitación, qué te va a hacer el otro, que tiene mayor fuerza
física... Si te va a pegar, si se va a querer poner preservativo, si se va a
querer dar una ducha, a qué huele, si está sucio, si quiere aspirar marihuana.
No sabés qué te va a hacer. Tengo mil anécdotas de situaciones que son una más
violenta que otra, de las que me salvé", relata.
Hace algunos meses está dedicada a escribir un libro,
Violación consentida: secuelas de prostitución, que se publicará a mediados de
año. Allí habla de "abolición", y la palabra no es casual. Para ella,
la prostitución es equivalente a la esclavitud.
"Las prostitutas somos mujeres a las que se puede
tocar, marcar, dar vuelta y golpear por plata. No tenemos rostro, ni
sentimientos, ni nada. Somos vasijas. La prostitución es una de las peores
violencias contra las mujeres", asegura.
La entrada
Delia nació en Chaco en una familia pobre. Analfabeta, a los
16 años se instaló en Buenos Aires. Se casó a los 19 y tuvo tres hijos. Terminó
la escuela primaria y comenzó a cursar el secundario. Su esposo la golpeaba y
tardó 12 años en denunciarlo por violencia de género. Finalmente, lo dejó.
Cuando reflexiona se da cuenta de que su vida sin violencia empezó a los 31
años. Pero duró poco.
Tenía 41 cuando la despidieron de una de las dos casas donde
trabajaba como ayudante doméstica. Estaba terminando la secundaria. Sus hijos
estaban en el colegio. Faltaba un año para la crisis de 2001 y conseguir
trabajo era difícil. Una conocida le ofreció prostituirse. Necesitaba la plata.
Dudó. Aceptó.
Delia Escudilla es
participará de un seminario por la abolición del trabajo sexual Delia Escudilla
es participará de un seminario por la abolición del trabajo sexual
"Yo siempre hago una autocrítica. Hoy me pregunto, tal
vez. quizá. si no hubiera ido. Si hubiera hecho otra cosa. Pero no me
alcanzaba, no me alcanzaba", dice.
Delia está sentada bajo la sombra de un árbol. Hace calor.
Suspira. "Hablar de esto no es fácil".
Dormía por la mañana, se prostituía por la tarde, veía a sus
hijos por la noche. Al principio no les contó lo que hacía para mantenerlos.
Les decía que iba a trabajar a un bar. "Otras dicen que van a cuidar
ancianos. A veces, a los propios maridos". Su situación económica mejoró.
Un día habló con los dos más grandes. Habían pasado dos años y medio. "Les
costó mucho, pero entendieron. Cuando uno llega a la calle a prostituirse cree
que es fácil salir. Yo pensé que me quedaría hasta que terminara la secundaria,
hasta poner el techo de mi casa. Pero después hay algo que te atrapa, que se te
hace tan familiar, tan peculiar tuyo, que no podés. Considerás que es un
trabajo. Que es tu trabajo. Que es tu esquina". Enfatiza con la voz el
pronombre posesivo. Y vuelve al poema.
"Cuando escribí Parate en mi esquina, repetí una y otra
vez el "mí", para mostrar que una llega a tomárselo como su lugar de
trabajo. En la jerga la llamábamos 'la oficina".
Las marcas de la calle
A la hora de pactar esta nota, Delia adelantó que no
brindaría detalles sobre la violencia. Pero a medida que escarba, los recuerdos
afloran. "Una vez vino un muchacho que no aparentaba nada raro. Me dijo,
¿vamos petisa?". Hace una pausa. "Y vos lo seguís, porque es alguien
que te va a dar dinero. Era un muchacho que había salido hacía poquito de la
cárcel. Cuando llegamos a la habitación, me dice: 'No sé si voy a poder usar
preservativo'. Entonces se saca el pantalón y me muestra. Se podía ver que
tenía una enfermedad. Le dije que no lo iba atender, me di vuelta para irme,
pero me agarró del brazo y me dijo: "Algo vas a tener que hacer".
Estábamos en un hotel que yo no conocía y tuve miedo. Entonces le puse el
preservativo, con cuidado de no tocar las heridas. Cuando dicen que podés
elegir, yo pienso: ¿qué vas a elegir? Cuando querés elegir, el tipo te agarra a
la fuerza y no elegís nada".
Delia todavía recuerda el dolor abdominal, de cintura, en
las articulaciones después de cada tarde en la esquina. "Inclusive, la
visión borrosa. Cuando el tipo está arriba tuyo, cerrás tan fuerte los ojos,
que la presión hace que se te nuble la vista".
El sufrimiento no era sólo por su situación de prostitución,
también por las otras. "Es un campo de concentración a cielo abierto. Fui
testigo de muertes, de tiroteos, de abortos. Las mujeres venían a pararse en la
esquina con los abortos en curso. Es una de las peores violencias que pueden
caer sobre una mujer. Y no sólo mujeres. Niñas, porque en la esquina hay chicas
prostituidas por sus propios padres. Todo eso va impactando en tu mente, te
volvés loca", asegura.
"Era como si Ana [su pseudónimo], me hubiera absorbido.
Después de cuatro años de estar ahí, tu cuerpo, tu psiquis, tus emociones, no
son las mismas. Pasás a ser un objeto. Estaba totalmente absorbida, no había
otra cosa. Me levantaba a la mañana con el cuerpo desecho. Me había vuelto
adicta a los analgésicos para poder sostenerme en la esquina y ser una
vasija", sostiene.
Salir de la prostitución
"No me sacó un príncipe azul. Así como hubo una
situación que me hizo entrar, hubo una situación que me permitió salir",
explica Delia.
Cinco años después de empezar a prostituirse, descubrieron
que tenía un tumor maligno. Tuvo una histerectomía y está segura de que el
cáncer fue producto de la prostitución. "Cuando las prostitutas
menstruamos nos hacemos una funda interna con una esponja para poder trabajar
igual. Después de varias horas así, ¿sabés lo que es tu cuerpo? Terminaba
afiebrada, dolorida. Así fue como tuve la infección por la que terminé
internada. Pero un mes después de la operación, volví a trabajar".
Delia no bajó los brazos. Terminó la carrera de Psicología
Social en una escuela de Monte Grande, se recibió, e hizo un curso sobre
violencia familiar y abuso infanto-juvenil en la Universidad de Lomas de
Zamora. Cuando avanzó en la teoría de la psicología social, en el tema del
género, empezó a verse de otra manera.
El cáncer y el estudio, dice, fueron el puntapié para dejar
la calle, pero la salida se precipitó después. Tuvo una crisis de angustia. Un
"quiebre psicológico".
"No me pasó sólo a mí. Todas te van a decir lo mismo.
Pero yo dije basta. Ya basta". Habían pasado siete años.
Aunque no volvió a la calle, Delia siente que la
prostitución sigue presente en su cuerpo. Aparece especialmente por la noche, a
pesar de los calmantes y antidepresivos que toma desde hace 12 años. Se
despierta y se siente atrapada. "Es la sensación de parálisis de cuando me
violaban. Cuando un hombre está arriba tuyo, haciendo con tu cuerpo lo que
quiere, sentís como si estuvieras entre miles de personas. Te llevan, te traen,
te dan vuelta, te sacuden. Todavía tengo la sensación de que alguien me está
ahorcando".
Las imágenes vuelven también a través de sueños. Se disparan
con los perfumes masculinos, con el olor a la transpiración del otro.
"Para mí fue como haber pasado una guerra. Geográficamente te vas de la
esquina. Pero tu psiquis está enferma. Cuando salís tenés que hacer una
sanación interna, pero no te curás nunca", asegura.
Hoy tiene 54 años. Una vez pasó por la esquina de Santiago
del Estero y Garay. Se encontró con que varias de sus ex "compañeras"
seguían allí. "Las conozco y varias me reconocen a mí. Son mujeres que
pasaron 25, 30, 40 años en la calle. ¿Te imaginás ese cuerpo, esa mente, esas
emociones? Llega un momento en que las prostitutas piensan que sólo sirven para
eso".
Los días en que escribe su libro se pone de mal humor. Al
principio no se daba cuenta. Después lo asoció. Recordar la daña. Pero no deja
de hacerlo. "Las sobrevivientes de la prostitución queremos que no se
reconozca como trabajo y que se visibilice el daño que produce, a nivel
psíquico, emocional y físico. El trabajo sexual glamoroso, empoderado, no
existe. Yo lo se porque estuve ahí. Nadie me lo contó", concluye.
Por: Brenda Struminger
Fuente
https://www.lanacion.com.ar/2122225-de-ana-a-delia-la-historia-de-la-prostituta-que-paso-7-anos-en-la-calle-y-hoy-lucha-contra-el-trabajo-sexual
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