jueves, 26 de julio de 2018

De Ana a Delia: la historia de la prostituta que pasó 7 años en la calle y hoy lucha contra el trabajo sexua


Testimonio de prostitución


De Ana a Delia: la historia de la prostituta que pasó 7 años en la calle y hoy lucha contra el trabajo sexual
Brenda Struminger 
 10 de abril de 2018 

"Mi historia empezó como la de muchas mujeres: por una necesidad concreta, compleja, de supervivencia". Delia Escudilla saborea un helado de crema del cielo en el patio trasero de una cafetería de Tristán Suárez, a unas cuadras de su casa. Son las tres de la tarde. Más o menos a esta hora, hace doce años, viajaba dos horas en colectivo hasta una esquina de Constitución. Por su cuerpo pasaban unos ocho desconocidos por día. Le dejaban plata, moretones y la sensación de que cien personas la habían aplastado. De noche volvía a su barrio, pasaba por el supermercado y llegaba a casa a tiempo para cenar con sus tres hijos adolescentes. Así fue su rutina durante siete años, hasta que tuvo una crisis nerviosa y decidió dejar la prostitución.

"Me salvó la educación", cuenta la mujer, que hoy se considera una sobreviviente y milita en dos organizaciones contra la reglamentación de la prostitución, Mujeres con voz y Trece Rosas. Participará como ponente en el I Congreso Abolicionista Internacional que se celebra en mayo en la Facultad de Filosofía y Letras. El evento, donde disertarán investigadores, fiscales, médicos, exprostitutas y legisladores, es organizado por profesoras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) junto a distintas ONG.

Su texto contra los sindicatos de trabajo sexual, "Parate en mi esquina", fue compartido miles de veces en redes sociales. Por esa especie de poema le llegaron palabras de apoyo y donaciones de desconocidos, incluso desde otros países.

En la Argentina, la explotación sexual es considerada un delito por el Código Penal y por la Ley de Trata. En los últimos años se presentaron en el Congreso Nacional distintas iniciativas para regular la prostitución, que no avanzaron.



Al interior del movimiento feminista hay dos posturas marcadas al respecto. Por un lado, las "regulacionistas" critican la "criminalización" y abogan por el derecho a ejercer libremente el "trabajo sexual". Por otro, las "abolicionistas" consideran que la prostitución es una violación a los derechos de las mujeres. Creen que ninguna mujer elige ser prostituta en libertad, sino que está obligada por su medio, en general, por necesidad económica o por coacción de un tercero. Delia se encuentra en el segundo grupo. Es crítica de los sindicatos de trabajadoras sexuales y se enfurece cuando escucha o lee sobre campañas de regularización de la prostitución.

"Al ingresar al sindicato pensé que podría considerarlo un trabajo. Me decían que yo, como dueña de mi cuerpo, podía hacer lo que quisiera. Que era mi sustento. Citaban a prostitutas de otros países. Pero hoy, después de ser prostituta, digo que no, que la prostitución no es trabajo".

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Entonces asistía a reuniones y tomaba cursos para atender sexualmente a los hombres. Le enseñaban, por ejemplo, cómo colocar un preservativo con la boca. "Eran como cursos de perfeccionamiento en el trabajo, pero eran cursos de perfeccionamiento en la violencia. En ese momento no me daba cuenta", sostiene Delia.

"La prostitución es el privilegio del varón sobre un cuerpo en necesidad", define. "Es un privilegio patriarcal ancestral. Si hablamos de una relación sexual consensuada, hablamos de afecto, de calentura, deseo mutuo. Pero si te vas con cualquiera, si no sabés qué te va a pasar en esa habitación, qué te va a hacer el otro, que tiene mayor fuerza física... Si te va a pegar, si se va a querer poner preservativo, si se va a querer dar una ducha, a qué huele, si está sucio, si quiere aspirar marihuana. No sabés qué te va a hacer. Tengo mil anécdotas de situaciones que son una más violenta que otra, de las que me salvé", relata.

Hace algunos meses está dedicada a escribir un libro, Violación consentida: secuelas de prostitución, que se publicará a mediados de año. Allí habla de "abolición", y la palabra no es casual. Para ella, la prostitución es equivalente a la esclavitud.

"Las prostitutas somos mujeres a las que se puede tocar, marcar, dar vuelta y golpear por plata. No tenemos rostro, ni sentimientos, ni nada. Somos vasijas. La prostitución es una de las peores violencias contra las mujeres", asegura.

La entrada
Delia nació en Chaco en una familia pobre. Analfabeta, a los 16 años se instaló en Buenos Aires. Se casó a los 19 y tuvo tres hijos. Terminó la escuela primaria y comenzó a cursar el secundario. Su esposo la golpeaba y tardó 12 años en denunciarlo por violencia de género. Finalmente, lo dejó. Cuando reflexiona se da cuenta de que su vida sin violencia empezó a los 31 años. Pero duró poco.

Tenía 41 cuando la despidieron de una de las dos casas donde trabajaba como ayudante doméstica. Estaba terminando la secundaria. Sus hijos estaban en el colegio. Faltaba un año para la crisis de 2001 y conseguir trabajo era difícil. Una conocida le ofreció prostituirse. Necesitaba la plata. Dudó. Aceptó.

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"Yo siempre hago una autocrítica. Hoy me pregunto, tal vez. quizá. si no hubiera ido. Si hubiera hecho otra cosa. Pero no me alcanzaba, no me alcanzaba", dice.

Delia está sentada bajo la sombra de un árbol. Hace calor. Suspira. "Hablar de esto no es fácil".

Dormía por la mañana, se prostituía por la tarde, veía a sus hijos por la noche. Al principio no les contó lo que hacía para mantenerlos. Les decía que iba a trabajar a un bar. "Otras dicen que van a cuidar ancianos. A veces, a los propios maridos". Su situación económica mejoró. Un día habló con los dos más grandes. Habían pasado dos años y medio. "Les costó mucho, pero entendieron. Cuando uno llega a la calle a prostituirse cree que es fácil salir. Yo pensé que me quedaría hasta que terminara la secundaria, hasta poner el techo de mi casa. Pero después hay algo que te atrapa, que se te hace tan familiar, tan peculiar tuyo, que no podés. Considerás que es un trabajo. Que es tu trabajo. Que es tu esquina". Enfatiza con la voz el pronombre posesivo. Y vuelve al poema.

"Cuando escribí Parate en mi esquina, repetí una y otra vez el "mí", para mostrar que una llega a tomárselo como su lugar de trabajo. En la jerga la llamábamos 'la oficina".



Las marcas de la calle
A la hora de pactar esta nota, Delia adelantó que no brindaría detalles sobre la violencia. Pero a medida que escarba, los recuerdos afloran. "Una vez vino un muchacho que no aparentaba nada raro. Me dijo, ¿vamos petisa?". Hace una pausa. "Y vos lo seguís, porque es alguien que te va a dar dinero. Era un muchacho que había salido hacía poquito de la cárcel. Cuando llegamos a la habitación, me dice: 'No sé si voy a poder usar preservativo'. Entonces se saca el pantalón y me muestra. Se podía ver que tenía una enfermedad. Le dije que no lo iba atender, me di vuelta para irme, pero me agarró del brazo y me dijo: "Algo vas a tener que hacer". Estábamos en un hotel que yo no conocía y tuve miedo. Entonces le puse el preservativo, con cuidado de no tocar las heridas. Cuando dicen que podés elegir, yo pienso: ¿qué vas a elegir? Cuando querés elegir, el tipo te agarra a la fuerza y no elegís nada".

Delia todavía recuerda el dolor abdominal, de cintura, en las articulaciones después de cada tarde en la esquina. "Inclusive, la visión borrosa. Cuando el tipo está arriba tuyo, cerrás tan fuerte los ojos, que la presión hace que se te nuble la vista".

El sufrimiento no era sólo por su situación de prostitución, también por las otras. "Es un campo de concentración a cielo abierto. Fui testigo de muertes, de tiroteos, de abortos. Las mujeres venían a pararse en la esquina con los abortos en curso. Es una de las peores violencias que pueden caer sobre una mujer. Y no sólo mujeres. Niñas, porque en la esquina hay chicas prostituidas por sus propios padres. Todo eso va impactando en tu mente, te volvés loca", asegura.

"Era como si Ana [su pseudónimo], me hubiera absorbido. Después de cuatro años de estar ahí, tu cuerpo, tu psiquis, tus emociones, no son las mismas. Pasás a ser un objeto. Estaba totalmente absorbida, no había otra cosa. Me levantaba a la mañana con el cuerpo desecho. Me había vuelto adicta a los analgésicos para poder sostenerme en la esquina y ser una vasija", sostiene.

Salir de la prostitución
"No me sacó un príncipe azul. Así como hubo una situación que me hizo entrar, hubo una situación que me permitió salir", explica Delia.

Cinco años después de empezar a prostituirse, descubrieron que tenía un tumor maligno. Tuvo una histerectomía y está segura de que el cáncer fue producto de la prostitución. "Cuando las prostitutas menstruamos nos hacemos una funda interna con una esponja para poder trabajar igual. Después de varias horas así, ¿sabés lo que es tu cuerpo? Terminaba afiebrada, dolorida. Así fue como tuve la infección por la que terminé internada. Pero un mes después de la operación, volví a trabajar".

Delia no bajó los brazos. Terminó la carrera de Psicología Social en una escuela de Monte Grande, se recibió, e hizo un curso sobre violencia familiar y abuso infanto-juvenil en la Universidad de Lomas de Zamora. Cuando avanzó en la teoría de la psicología social, en el tema del género, empezó a verse de otra manera.

El cáncer y el estudio, dice, fueron el puntapié para dejar la calle, pero la salida se precipitó después. Tuvo una crisis de angustia. Un "quiebre psicológico".
"No me pasó sólo a mí. Todas te van a decir lo mismo. Pero yo dije basta. Ya basta". Habían pasado siete años.

Aunque no volvió a la calle, Delia siente que la prostitución sigue presente en su cuerpo. Aparece especialmente por la noche, a pesar de los calmantes y antidepresivos que toma desde hace 12 años. Se despierta y se siente atrapada. "Es la sensación de parálisis de cuando me violaban. Cuando un hombre está arriba tuyo, haciendo con tu cuerpo lo que quiere, sentís como si estuvieras entre miles de personas. Te llevan, te traen, te dan vuelta, te sacuden. Todavía tengo la sensación de que alguien me está ahorcando".



Las imágenes vuelven también a través de sueños. Se disparan con los perfumes masculinos, con el olor a la transpiración del otro. "Para mí fue como haber pasado una guerra. Geográficamente te vas de la esquina. Pero tu psiquis está enferma. Cuando salís tenés que hacer una sanación interna, pero no te curás nunca", asegura.

Hoy tiene 54 años. Una vez pasó por la esquina de Santiago del Estero y Garay. Se encontró con que varias de sus ex "compañeras" seguían allí. "Las conozco y varias me reconocen a mí. Son mujeres que pasaron 25, 30, 40 años en la calle. ¿Te imaginás ese cuerpo, esa mente, esas emociones? Llega un momento en que las prostitutas piensan que sólo sirven para eso".

Los días en que escribe su libro se pone de mal humor. Al principio no se daba cuenta. Después lo asoció. Recordar la daña. Pero no deja de hacerlo. "Las sobrevivientes de la prostitución queremos que no se reconozca como trabajo y que se visibilice el daño que produce, a nivel psíquico, emocional y físico. El trabajo sexual glamoroso, empoderado, no existe. Yo lo se porque estuve ahí. Nadie me lo contó", concluye.
Por: Brenda Struminger

Fuente
https://www.lanacion.com.ar/2122225-de-ana-a-delia-la-historia-de-la-prostituta-que-paso-7-anos-en-la-calle-y-hoy-lucha-contra-el-trabajo-sexual





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